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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

El bosque de los corazones dormidos (16 page)

BOOK: El bosque de los corazones dormidos
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Por otro lado, había reconocido la interferencia de un animal en la evolución de su familia y en su propio destino.

—¿De dónde os viene ese don? ¿Tiene algo que ver con algún animal? ¿Lobos? ¿Zorros?

La pregunta escapó de mis labios mientras atravesábamos el bosque helado. Me sorprendió que sus pies no titubearan al pisar la nieve.

—Sí, niña preguntona. Pero no será ahora cuando te lo explique. Para haber roto hoy mi silencio, creo que ya he hablado demasiado. Bastante complicado es cargar contigo como para tener que hablar al mismo tiempo —protestó.

—Me caías mejor cuando eras mudo —bromeé.

Apretó los labios para no reírse.

Acto seguido, me giró con destreza sobre su pecho y me colocó sobre su espalda como si fuera un saco.

—Así avanzaré más rápido. —Su voz sonó divertida.

Me resistí a reconocer lo ridícula que me sentía en aquella posición. En vez de eso, me atreví a decir:

—Infinitamente más cómoda.

Bosco dejó escapar una carcajada al tiempo que aceleraba el paso. Con la cabeza hacia abajo contra su espalda, no podía ver por dónde avanzábamos, pero sí sentir la velocidad de sus pisadas atravesando el bosque. Mi pelo ondeaba rozando sus piernas.

Aquella no era la forma más delicada de cargar con una chica… Pero yo ya había empezado a acostumbrarme a su extraño trato: tierno en ocasiones, brusco en otras. Cerré los ojos y fantaseé con la idea de que tal vez fuera un licántropo; un ser maravilloso y salvaje capaz de adoptar forma humana o lobuna a conveniencia, conocedor de todos los secretos del bosque.

Nunca hubiera imaginado lo equivocada que estaba.

Bosco se detuvo a pocos metros de la Dehesa y me dejó en el suelo. A pesar de la carrera, su respiración no denotaba esfuerzo. Al ponerme en pie, sentí la sangre agolpada en la cabeza. Las piernas me fallaron y el mundo empezó a tambalearse a mi alrededor. Tuve que agarrarme a él para no caerme.

—¿Estás bien? —Había un matiz de preocupación en su voz.

—Sí… —Me froté la cabeza poco convencida.

Los brazos de Bosco me rodearon por la cintura.

Poco a poco, el suelo dejó de moverse bajo mis pies.

Nos encontrábamos detrás de los mismos matorrales en los que había perdido su pista la tarde que seguí sus huellas y acabé en la trampa. Sonreí al pensar que me hallaba de nuevo en el punto de partida de aquella extraña aventura.

Antes de que me soltara, aprovechando que sus manos estaban ocupadas sosteniéndome, llamé un instante su atención.

—Acércate, quiero decirte algo… —susurré.

Me detuve un segundo a contemplar la perfección de su rostro de líneas angulosas, la belleza de sus ojos cristalinos, sus labios enrojecidos por el frío… Acerqué los míos a su oído, desviando la trayectoria en el último momento hacia su boca.

El recuerdo del rechazo que había vivido esa misma tarde estuvo a punto de disuadirme de ese segundo intento.

Pero el deseo ganó la batalla al sentido común. Tenía que intentarlo de nuevo…

Sus ojos se abrieron sorprendidos por el impacto de mi beso. Pero esta vez no me apartó. Tampoco se detuvo. Dejó que mis labios se fundieran en los suyos y que nuestras bocas se reconocieran con una dulzura que poco a poco se fue transformando en pasión.

Bosco gimió con desazón antes de separar los labios y acercarlos a mi oído.

—Debo irme.

—¿Cuándo volveré a verte? —pregunté con el corazón en vilo.

—No te convengo, Clara… Es mejor que nos mantengamos alejados.

Una tristeza infinita atravesó mi alma al escuchar de sus labios que no quería volver a verme.

Y me sentí morir por tercera vez.

Con el corazón roto, me concentré en no estar asustada. No quería que él oliera el insoportable miedo que amenazaba en mi pecho ante la idea de perderlo para siempre.

Antes de apaciguar los latidos de mi corazón y encaminarme cojeando hacia la Dehesa, contemplé con desesperación cómo el rastro de mi ángel se perdía entre la maleza, igual que una bestia huidiza.

Gabinete de crisis

T
ardé una eternidad en recorrer los escasos metros que me distanciaban de la Dehesa. Las luces brillaban en las ventanas del primer piso y pude percibir un movimiento inquieto de siluetas en el salón. El Land Rover de mi tío estaba aparcado entre varios coches, junto a la casa.

Me estremecí al pensar en el revuelo que se había organizado y en la reprimenda que me esperaba a continuación. Me giré una vez más en dirección al bosque buscando alguna señal de mi ángel.

El sol crepuscular había prendido en el horizonte tiñendo de púrpura y naranja las nubes bajas.

Ni rastro de Bosco.

Me engañé pensando que aquello no había sido una despedida y que pronto volveríamos a vernos. Solo de esa forma pude concentrarme en idear una coartada.

Aun así, llegué al torreón hecha un manojo de nervios. Las fuerzas empezaron a fallarme. Temía la reacción de mi tío y no estaba segura de poder explicar de forma creíble dónde había estado esos días. Me sentía confusa, débil… Mi cuerpo reaccionó enfriándose y las heridas empezaron a latir recordándome que seguían ahí.

Percibí un rumor de gente a través de la puerta entornada. Llamé con los nudillos antes de empujarla y abrirla del todo. El murmullo cesó y todos los ojos se posaron en mí. Había unos diez hombres. Los reconocí a casi todos. Eran vecinos de Colmenar en su mayoría. Enseguida se acercaron y me preguntaron si estaba herida y si alguien me había hecho daño.

Uno de ellos sacó un teléfono móvil de su bolsillo y marcó un número. Por sus palabras, deduje que había un grupo de rastreo todavía en el bosque y que mi tío se encontraba en él.

Quise contestar que estaba bien, pero el mundo se tambaleó bajo mis pies y las palabras se ahogaron en mi garganta.

Creo que me desmayé.

Lo siguiente que recuerdo es el rostro de mi profesora Ángela.

—Clara, cariño, ¿estás bien? —Su voz sonó dulce aunque afectada por la preocupación.

Sonreí. ¿Qué hacía ella en la Dehesa?

Abrí los ojos y asentí con la cabeza, pero no pude pronunciar una palabra.

Alguien me tenía en brazos. Giré la cara y me encontré con la mirada de mi tío. No supe interpretar su expresión, pero hizo algo que me dejó totalmente descolocada: me besó en la frente.

Después me llevó a mi habitación y me dejó a solas con un hombre de pelo gris que llevaba colgado un fonendoscopio. El doctor me puso el termómetro en la boca y presionó el interior de mi muñeca con sus dedos para tomarme el pulso. A continuación, me subió la ropa e inspeccionó cada una de mis heridas. Cuando acabó, revisó el vendaje de mi tobillo. Lo hizo en silencio, pero le vi asentir con la cabeza en señal de aprobación.

—¿Qué te ha pasado? —me preguntó finalmente.

—Me caí en el bosque —contesté con dificultad. Me sentía agotada.

—…Y alguien curó tus heridas.

No dije nada.

—Está bien —dijo con tono conciliador mientras sus dedos presionaban cuidadosamente debajo de mi mandíbula—. Intenta descansar.

Asentí y cerré los ojos obedientemente. Poco después, apareció mi tío en el resquicio y oí cómo el médico le daba el parte.

—Solo está exhausta. Déjala dormir y mañana se encontrará como nueva.

Un agradable olor a café y el rumor de una conversación lejana me acompañaron lentamente en mi despertar. La luz débil del día nublado me impedía precisar la hora. Aun así, por el hambre acumulada en mi estómago y mis párpados pegados tras un larguísimo sueño, deduje que era más de media tarde.

Poco a poco, las voces tomaron forma y pude distinguir a mi tío y a Ángela charlando en el salón. Parecía una conversación distendida. No entendía lo que decían, pero podía percibir la risa suave de mi profesora y un tono inusualmente amable en la voz de mi tío.

No acababa de entender qué hacía mi profesora tan lejos de Barcelona y por qué se había tomado tantas molestias por mí. Supuse que mi madre era la razón. Aunque llevaban un tiempo sin verse, habían sido muy amigas en el pasado. Y desde su muerte, Ángela se había sentido en cierto modo responsable de mi suerte. Siempre me había tenido un cariño especial, pero yo sabía que aquella preocupación se debía sobre todo a la lealtad hacia mi madre.

Cogí ropa limpia del armario y me metí en el lavabo de arriba. Estuve a punto de soltar un grito al ver a la chica ojerosa y pálida que me miraba desde el otro lado del espejo. Tenía una herida con costra en la frente y un rasguño en la mejilla. Me lavé la cara con agua fría y me esforcé en domesticar la caótica maraña de mi pelo. Volví a mirar mi reflejo. Suspiré al comprobar que seguía pareciendo «la novia cadáver».

Si quería convencer a mi tío de que estaba bien, tenía que esforzarme un poco en mejorar mi aspecto.

Me encogí de hombros al pensar que Bosco me había conocido de esta guisa. El rostro perfecto de mi ángel se cruzó por mi mente y sentí un dolor agudo en el pecho al recordar sus últimas palabras.

Me pellizqué en las mejillas para darme algo de color.

Cerré la puerta del baño con deliberado ruido para que Ángela y Álvaro supieran que estaba despierta.

La conversación cesó.

Ambos se aproximaron a la escalera para recibirme. Mi tío me ofreció su brazo para que avanzara hasta la mesa sin apoyar el pie herido. Había todo tipo de alimentos sobre el mantel: pan, embutidos, requesón, mermeladas de varios sabores, miel… La boca se me hizo agua. Agradecí su silencio mientras comía. Imagino que no querían apabullarme a preguntas hasta que tuviera el estómago lleno. Instintivamente, alargué el momento más de lo necesario.

Finalmente, Ángela rompió el silencio.

—¿Estás bien, Clara? Estaba muy preocupada. Te llamé el día de tu cumpleaños. Al no responder a mi llamada ni tener noticias tuyas por correo electrónico, telefoneé a tu tío. Él me explicó que llevabas dos días desaparecida y me asusté mucho.

—Estoy bien. —Sonreí tratando de reforzar mis palabras—. Me perdí en el bosque… Eso es todo.

—¿Eso es todo? —intervino mi tío—. Hace dos días que te busco sin descanso. He movilizado a medio pueblo para encontrarte… ¿Y dices que «eso es todo»? Señorita, será mejor que nos expliques con todo detalle qué ha pasado.

Estuve a punto de responderle que, para no importarle lo más mínimo, se había tomado demasiadas molestias, pero me mordí la lengua. Recordé que como tutor legal tenía algunas obligaciones conmigo. Tuve que esforzarme en alejar de mi mente la sombra de lo que había ocurrido entre él y mi madre, así como la posibilidad de que fuera mi padre. Por algún motivo, había desterrado esa opción de mi cabeza.

Álvaro me miró exasperado, mientras yo intentaba ordenar mis ideas y exponer mi coartada de forma convincente.

—Me caí en una trampa de animales y me recogió una pareja de Duruelo. Estaban buscando setas por el monte cuando oyeron mis gritos. Me dolía mucho el pie y estaba herida, así que me llevaron a su casa y me curaron.

—¿Por qué no les pediste que te trajeran a Colmenar?

—Es que… perdí el conocimiento y cuando desperté ya estaba en Duruelo. Luego con la nevada… no pudieron traerme al momento.

—Pero pudieron llamar, ¿no? —replicó mi tío.

—Perdí el móvil en el monte y no me sabía tu número de memoria. Además, tú estabas en el hospital. Creí que nadie me echaría en falta, al menos en un par de días… De hecho, así ha sido desde que llegué. Me las he arreglado sola y nadie…

—¿Qué quieres decir con eso, Clara? —preguntó Ángela lanzando una mirada de reproche a mi tío.

—Eso no es cierto. Braulio ha velado por ti y me ha informado de todos tus pasos —intervino mi tío—. Pero la nevada y su marcha a Madrid lo ha dificultado todo. ¿De verdad creías que iba a dejarte aislada con el temporal de nieve sin saber nada de ti?

Pestañeé confusa. Me sentí abrumada por la revelación de mi tío, pero también traicionada por Braulio.

—Podría haberte pasado algo terrible en el bosque. ¿En qué estabas pensando, niña? ¿Cómo se te ocurrió alejarte tanto? Las trampas para corzos solo las ponen en monte abierto, a kilómetros de la Dehesa.

—Supongo que me despisté —balbuceé.

—De no ser por esa pareja, podrías haber muerto en la trampa y acabado en la barriga de los lobos. —El rostro de mi tío se crispó—. ¿Cómo se llaman?

—¿Los lobos? —Me hice la despistada y me llevé un vaso de leche a la boca para ganar tiempo.

Mi tío puso los ojos en blanco antes de continuar con su interrogatorio.

—La pareja de Duruelo, ¿quiénes son? Conozco a todo el pueblo. Les suministro miel cada semana.

—Eh… Juan y María… —improvisé.

Mi tío arrugó la frente tratando de ubicarlos.

—¿Estás segura?

—Sí, una pareja muy maja… pero es probable que no los conozcas. Viven en Burgos. Estaban pasando unos días en la sierra recolectando setas, pero no son del pueblo.

—¿Y en qué casa se alojan?

—En una de piedra con tejado rojo y chimenea cónica.

Acababa de describirle la típica casa pinariega. Idéntica a la mayoría de los pueblos de alrededor.

Álvaro resopló con impaciencia.

—Da igual. Mañana me acercaré al pueblo, preguntaré por ellos e iré a darles las gracias…

—No te molestes, ya no están. Ayer, después de dejarme en la Dehesa, regresaron a su ciudad. Me trajeron en coche y siguieron la comarcal hacia Burgos.

—¿Y por qué no entraron en la Dehesa?

—Tenían prisa y… no sabían que estabais buscándome. No se enteraron del revuelo y de la batida por el bosque con cazadores y perros.

—¿Cómo sabes lo de los perros si dices que te trajeron en coche?

—Me lo explicaron los hombres que estaban ayer en casa antes de que tú llegaras —mentí. Había estado a punto de descubrirme yo sola.

—No sé, Clara. Creo que me ocultas algo. Me estás diciendo que has estado dos días en casa de unos extraños en el pueblo de al lado y que no te trajeron a Colmenar por la nevada.

—Eso es…

—Pero resulta que las carreteras no se cortaron hasta ayer y di la alarma de tu desaparición a todos los pueblos de la comarca. ¿Cómo es que no se enteraron de nada?

—¡No lo sé! Yo estaba herida y desorientada. No pensé en todas esas cosas.

—Déjala —intervino Ángela con voz cariñosa atusándome el pelo—. Lo importante es que no le ha pasado nada grave. Y que de ahora en adelante cuidaremos de ella.

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