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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

El bosque de los corazones dormidos (27 page)

BOOK: El bosque de los corazones dormidos
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Mientras me cambiaba de ropa, fui consciente de lo que había ocurrido. Los hombres de negro buscaban a Bosco y yo le había delatado. Era incapaz de recordar si les había indicado su paradero, pero algo tenía claro: debía ponerle sobre aviso. Deseé con todas mis fuerzas que no fuera demasiado tarde…

Intenté correr hacia la cabaña del diablo tan veloz como mis pies me permitían, pero lo cierto era que apenas podía coordinar el equilibrio. Todavía aturdida por el suero de la verdad con el que me habían drogado, mis piernas cedieron en varias ocasiones y caí de bruces contra el suelo. Me sentía impotente y estúpida. ¿Cómo había sido tan tonta para dejarme engañar de aquella manera? A la dificultad de mis torpes piernas se unía mi visión borrosa. No sabía si era efecto del brebaje o de mi llanto incontrolable y persistente.

De pronto, oí la voz de Braulio que me llamaba a lo lejos.

Estaba tan confusa, tan asustada, que corrí a su encuentro.

—¡Tienes que ayudarme! —grité llorando e hipando como una niña.

—Tranquilízate, Clara. ¿Qué ha pasado? —Me abrazó y me derrumbé un instante en su pecho.

Su presencia familiar actuó como un bálsamo para mi desconsuelo.

Poco a poco fui serenándome y recobrando de nuevo el control. Ahora tenía un aliado.

A pesar de mis recelos pasados, tenía que confiar en él y explicarle lo ocurrido. Ya había medido mis fuerzas con aquellos hombres y sabía que sola no lo conseguiría.

Tomé aire y me dispuse a hablar.

Ignoraba que mi auténtica pesadilla estaba a punto de empezar.

Resistencia

B
raulio me sujetaba con tanta fuerza, que tuve que empujar su pecho con las dos manos para tomar un poco de distancia y poder mirarle a la cara.

—Robin y esos brutos me han drogado.

Mis palabras no parecieron sorprenderle mucho, pero aun así seguí con mi explicación:

—Al principio intenté resistirme, pero después…

—¿Qué les dijiste?

—¡No lo sé! Eso es lo peor de todo, no sé qué les he contado. Solo recuerdo que me preguntaron por el ermitaño y yo… ¡Ay, Braulio! ¿Qué he hecho?

—Has hecho lo que debías.

—¿Qué dices? He puesto en peligro a alguien. He traicionado a…

El corazón me dio un vuelco al comprender que Braulio estaba con ellos. Había mencionado cosas que él no sabía y ni siquiera había pestañeado.

—No te preocupes por nada, la Organización sabe lo que hace.

—¿La Organización? —Las palabras de Braulio me descolocaron por completo—. ¿De qué hablas, Braulio?

Su silencio me instó a seguir preguntando.

—¿No son científicos de
National Geographic
?

—No exactamente.

—¡¿Qué buscan, Braulio?! —grité desesperada.

—Lo sabes mejor que yo. —La frialdad de su respuesta despertó en mí todas las alarmas.

—¿Qué tienes tú que ver con ellos?

—Creí que habíamos dicho que nada de interrogatorios —se burló.

—¡No es momento para bromas! Debemos actuar rápido. Antes de que esos hombres…

—Esos hombres están de nuestro lado.

—¿De nuestro lado? —gruñí perdiendo los estribos—. Esas bestias me han drogado y me han dejado inconsciente durante horas a la intemperie. Podía haber muerto congelada, o, peor aún, ahogada con mi propio vómito.

Solo mientras se lo explicaba, fui consciente de la gravedad de lo que acababa de suceder.

—El efecto hipnótico del trapanal es inmediato y apenas dura unos minutos. Es muy potente, pero una dosis pequeña como la que te pusieron se elimina fácilmente vomitando —reflexionó en voz alta—. Tal vez se les fue la mano al mezclarlo con alcohol…

Me arrojé contra su pecho y empecé a golpearle con los puños. Estaba furiosa. Estaba al corriente de lo que esos hombres buscaban y había colaborado con ellos aun poniéndome en peligro.

—¡Lo sabías desde el principio!

—¡Clara! —me zarandeó—. No sé qué buscan exactamente, ni siquiera creo que ellos lo sepan… Pero sea lo que sea, es algo importante, algo trascendental que puede cambiar el curso de nuestra existencia y de toda la humanidad. Creen que este bosque guarda el secreto de la eterna juventud. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? ¡Colmenar esconde un gran tesoro! Eso nos dará reconocimiento y fama mundial. Y tú y yo seremos protagonistas del hallazgo.

Negué con la cabeza horrorizada.

—Recuerda el lema: pensar global y actuar local —continuó—. Esta es mi oportunidad para hacer algo grande desde mi pequeño pueblo. Aunque para ello tengamos que hacer algún sacrificio, como echarle el guante a tu amigo ermitaño. Yo no creo que ese insignificante hippy pueda aportar mucho a la causa, pero los norteamericanos están convencidos de que esconde algo…

Por mis mejillas empezaron a resbalar lágrimas de indignación e impotencia.

—¡Te odio!

—Pues yo te quiero, Clara. Intenté protegerte. —Me tomó del brazo con fuerza—. Traté de mantenerte al margen. Hice todo lo posible para que abandonaras la Dehesa. Sabía que podía ser peligroso. Intenté asustarte… pero no funcionó. ¡Eres tan cabezota! Necesitaba que el bosque estuviera despejado. Pero ahora estamos juntos en esto. Tú y yo. Hasta el final.

—Siempre has sido tú. El saqueo, los robos, Paula… ¡Casi matas a mi amiga!

—Esa chica era un estorbo. Demasiado curiosa. No era una buena influencia para ti y, además, nunca te dejaba sola. Pero yo no puse ese panal debajo de…

—¿Cómo sabes lo del panal si no fuiste tú? ¡Eres un monstruo! Paula te dijo que era alérgica. ¡Estuvo al borde de la muerte!

Luché por soltarme, pero Braulio me rodeó con los brazos sujetándome aún más fuerte.

—Clara, tú y yo tenemos tantas cosas que hacer juntos todavía… ¡Podemos pasarlo tan bien!

Aparté mi cara para evitar que me besara en los labios. Su boca se posó en mi cuello. Sentí náuseas al notar su respiración caliente y húmeda en mi piel.

—Todavía no hemos tenido ocasión de cumplir el deseo que anotamos en tu cuaderno —me susurró al oído.

—¡Eso no ocurrirá jamás!

—Prometiste entregarme algo. Y vas a cumplirlo.

Una mezcla de deseo y odio inundó sus penetrantes ojos oscuros. Durante un instante sentí un estremecimiento de verdadero pánico que me heló la sangre. Intenté soltarme de su abrazo, pero solo conseguí hacerme daño. Desprovista de fuerza física para atacarle, probé a herirle con palabras.

—Ya no hay nada que cumplir, Braulio. No puedo darte lo que tanto deseas porque se lo he entregado a otro. Mi corazón, mi alma y mi cuerpo le pertenecen a él. Para ti, no me queda nada… solo desprecio y asco.

—Jamás pensé que llegarías tan lejos con ese piojoso —escupió con desprecio—. Tu virginidad era mía. Pero ya que me has traicionado, tendré que conformarme con las migajas.

—¡Suéltame! —grité aterrorizada por la amenaza que desprendía su mirada.

Braulio presionó sus labios contra los míos.

Desesperada, alcé la rodilla con fuerza y golpeé con ella su entrepierna. Braulio me soltó por acto reflejo y se dobló con las manos en sus partes. Me quedé un segundo inmóvil viendo cómo se retorcía de dolor en el suelo.

Luego eché a correr.

Corrí bosque a través con todas mis fuerzas. Mientras huía aterrorizada traté de convencerme de que no me alcanzaría y que, si lo hacía, no se atrevería a forzarme… Pero lo cierto es que estaba segura de lo contrario. Empezaba a sospechar que el verdadero Braulio no era el que al principio me había colmado de atenciones y palabras amables, sino la bestia sin contemplaciones que iba en mi caza.

Todavía me hallaba lejos de la cabaña del diablo, pero no pensaba parar hasta llegar a ella. Temía que los hombres de negro hubieran capturado a mi ángel. Supliqué al cielo que lo protegiera. Las lágrimas amenazaban en mis ojos, pero me obligué a ser fuerte. No podía permitirme flaquezas en un momento como aquel. Pensé en mi madre y en mi abuela, y les pedí que me ayudaran. No sabía muy bien qué haría una vez que llegara al refugio de Bosco. Si Adam y sus hombres lo habían capturado, poco podría hacer yo para liberarlo. Quizá hubiera sido más inteligente huir hacia el pueblo y buscar ayuda, pero ¿qué iba a decirles? ¿Que una Organización secreta con tipos disfrazados de científicos querían capturar a un chico de más de cien años?

Nadie me hubiera creído.

Justo entonces escuché un movimiento rápido abriéndose paso entre los arbustos. No me dio tiempo a reaccionar. Antes de que pudiera girarme para ver quién era, sentí todo el peso de su cuerpo contra el mío, abalanzándose sobre mí como una pesada roca. Sentí un dolor intenso al golpearme contra el suelo. Mi cabeza chocó contra una piedra. Apenas podía respirar. Noté un reguero de sangre tibia resbalando por mi frente. El cuerpo de aquel demonio me oprimía las costillas.

Levanté la mirada y mis ojos se encontraron con los de Braulio.

—Estás loco —gimoteé presa del pánico.

Braulio sonrió con sadismo.

A continuación, sujetó mis brazos con fuerza por encima de mi cabeza y utilizó su mano libre para bajarme la cremallera del anorak. Grité y supliqué que me dejara en paz.

—No lo hagas más difícil. Intenta relajarte y disfruta… Sé que tú también lo deseas. —Apretó los labios con rabia—. ¡Dilo! ¡Maldita sea! ¡Di que lo deseas!

—Por favor, no…

Traté de controlar el pánico. Dondequiera que estuviera Bosco, debía de estar sufriendo mucho por mi culpa. Lo más probable era que ya lo hubieran capturado; lo último que quería era torturarle también con mi miedo.

La boca de Braulio tapó la mía.

Forcejeé. Grité. Intenté soltarme las manos y agitar las piernas, pero no tuve suficientes fuerzas para liberarme. Estaba a su merced, tumbada bajo su peso, sintiendo su cuerpo sobre el mío como una pesada losa.

Mientras me recorría con sus labios mojados la cara y el cuello y me arrancaba la camisa haciendo saltar los botones, me puse a llorar.

Abandoné toda resistencia y me rendí a mi desgracia.

La alianza

O
ía los latidos de su corazón y su respiración acelerada.

Sentía la presión insoportable de su cuerpo sobre el mío, dolorido e inerte. Las muñecas me ardían bajo el candado de su mano.

No veía nada. No quería ver. Tenía los ojos cerrados. Era el único sentido que podía controlar para hacerme la ilusión de que no era yo la que estaba viviendo aquello.

Con los músculos tensos y los dientes apretados, deseé que aquella pesadilla acabara pronto.

Rezaba para que Braulio lo dejara en cualquier momento y no llegara hasta el final. Esperaba el instante en que se diera cuenta de la gravedad de lo que hacía y se disculpara por su miserable conducta.

Aquello no sucedió.

Justo cuando intentaba arrancarme el sujetador, alguien entró en escena sin contemplaciones y pateó la cara de Braulio con tanta fuerza que le partió el labio y le reventó la nariz.

La sangre caliente goteó en mi cara obligándome a abrir los ojos. Tuve que restregármelos para asegurarme de que no me engañaban y que la visión de la chica que tenía delante era real.

La luz dorada que se filtraba entre los árboles reverberó en su melena rubia.

¡Berta!

Un grito de dolor escapó de la garganta de Braulio al tiempo que su mirada se nublaba de odio. Giró sobre su cuerpo en el suelo, dejándome libre.

Escupió un diente.

Por un momento temí la represalia de aquella bestia.

Pero antes de que pudiera incorporarse, Berta sonrió con desdén y le golpeó con un grueso tronco. Me sorprendió la fuerza con la que dejó caer aquel madero sobre su cabeza.

Braulio perdió el conocimiento al instante.

—¿Le has matado? —pregunté temiéndome lo peor.

Un crimen era algo demasiado fuerte para cargarlo sobre sus espaldas.

—Creo que no… —Berta giró la cara de Braulio con un pie—. Pero lo tendremos K.O. un buen rato. ¿Estás bien?

Sentí un ligero mareo al incorporarme con su ayuda. Luego me sacudí el barro y traté de cerrarme la camisa.

—Sí… Estoy bien. Pero ¡tenemos que darnos prisa! —grité—. Bosco está en peligro.

Antes de que Berta dijera nada, salí corriendo en dirección hacia la cabaña del diablo. Apenas había dado unos pasos, cuando ella me detuvo. Me agarró por el anorak y me zarandeó furiosa.

—¿Estás tonta o qué te pasa, niñata?

La miré sin comprender, intimidada por la intensidad de su mirada verde.

—¿Es que no eres capaz de hacer nada bien? —Se llevó las manos a la cara en un gesto de desesperación—. Primero, te prestas a esa estúpida entrevista y luego les largas todo lo que quieren saber… ¿Y ahora?

—¿Ahora qué? —grité—. ¡Solo estoy tratando de ayudar a Bosco!

—Desde que llegaste no has hecho otra cosa que ponerle en peligro. ¡Deja de ayudarle! No eres digna de él…

—¡Basta! En las últimas horas me han drogado, me han golpeado y casi me violan. ¿No crees que ya he tenido suficiente?

Las piernas empezaron a temblarme. La herida de mi cabeza seguía sangrando y me dolían varias costillas solo con respirar. A pesar de todo, traté de mantenerme serena.

—Te agradezco que me salvaras de Braulio, pero no voy a consentir que me maltrates tú también. —Mi voz se quebró—. Amo a Bosco. Y no pienso quedarme de brazos cruzados solo porque tú creas que soy una inútil.

Berta me miró un instante. No sé si fue la palidez de mi cara descompuesta tras la intoxicación, mis ojos ojerosos, la herida de mi cabeza o mi lamentable aspecto con la camisa desgarrada y manchada de barro lo que acabó de enternecerla. Su mirada adquirió una leve tonalidad azul.

Se acercó a mí y agarró mi anorak con suavidad antes de desprender algo del interior de la solapa.

—¿No ves, idiota, que les estás llevando hacia su presa?

A pesar del insulto, su voz sonó dulce por primera vez.

Extendió una mano para mostrarme un pequeño dispositivo prendido de un alfiler. Entendí enseguida que se trataba de un sensor de movimiento y que los hombres de negro me lo habían puesto con el micrófono, durante la entrevista, con el propósito de que yo les condujera hasta su víctima.

Lo tomé entre mis manos e hice un gesto para lanzarlo bien lejos.

—No lo hagas —me detuvo Berta—. Usaremos su propia arma para despistarlos. Ahora están lejos, pero pronto seguirán la pista de este cacharro.

—¿Cómo sabes que están lejos?

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