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Authors: Edmond Rostand

Tags: #Drama, #Teatro

Cyrano de Bergerac (12 page)

(Besa enamoradamente la punta de una rama que cuelga.)

R
OXANA
.— ¡Sí! ¡Tiemblo y lloro, y te amo, y soy tuya!… ¡Tú me has enloquecido, me has embriagado!…

C
YRANO
.— Entonces… ¡que venga la muerte! Esta borrachera… ¡yo he sido quien ha sabido provocar esta embriaguez! Ya no pido más que una cosa…

C
RISTIÁN
.—
(De bajo del balcón.)
¡Un beso!

R
OXANA
.—
(Echándose hacia atrás.)
¿Qué?

C
YRANO
.— ¡Oh!

R
OXANA
.— ¿Qué… qué habéis pedido?

C
YRANO
.— Yo… yo…
(A Cristián.)
¡Vas demasiado aprisa!

C
RISTIÁN
.— ¡Ahora que está turbada puedo aprovecharme!

C
YRANO
.—
(A Roxana.)
Si, yo… yo he pedido… es verdad ¡santo Cielo!… Comprendo que fui demasiado audaz.

R
OXANA
(Un poco decepcionada.)
¿O sea que ya no lo queréis?

C
YRANO
.— Sí… Lo quiero… ¡sin quererlo! Si vuestro pudor se conturba, no recordéis más ese beso.

C
RISTIÁN
.—
(A Cyrano, tirándole de la capa.)
¿Por qué?

C
YRANO
.— ¡Cállate Cristián!

R
OXANA
.—
(Inclinándose hacia adelante.)
¿Qué decíais en voz baja?

C
YRANO
.— Me reñía a mí mismo por haber ido demasiado lejos y me decía: «¡Cállate, Cristián!»
(Los lauditas comienzan a tocar.)
¡Un momento!… Alguien viene.
(Roxana cierra la ventana. Cyrano escucha a los lauditas que tocan uno un aire alegre, y el otro uno triste.)
¿Uno alegre?… ¿Uno triste?… ¿Qué quiere decir?… ¿Es un hombre o una mujer?… ¡Ah…, un capuchino!

(Entra a un capuchino que va de casa en casa con una linterna en la mano, mirando las puertas.)

ESCENA VIII

C
YRANO
, C
RISTIÁN
y un capuchino.

C
YRANO
.—
(Al capuchino.)
¿Es esto el juego de Diógenes renovado?

E
L
C
APUCHINO
.— Busco la casa de la señora…

C
RISTIÁN
.— ¡Nos estorba!

E
L
C
APUCHINO
.— Magdalena Robin.

C
RISTIÁN
.— ¿Qué quiere?

C
YRANO
.—
(Señalándole una callejuela que sube.)
¿La casa de Magdalena Robin? ¡Por allí, todo seguido, siempre derecho!

E
L
C
APUCHINO
.— Rezaré un rosario por vos.
(El capuchino sale.)

C
YRANO
.— ¡Vaya broma! Mis mejores votos van en pos de vuestra cogulla.

(Se dirige hacia Cristián.)

ESCENA IX

C
YRANO
y C
RISTIÁN
.

C
RISTIÁN
.— ¡Obténme ese beso!

C
YRANO
.— ¡No!

C
RISTIÁN
.— ¡Más pronto o más tarde…!

C
YRANO
.— Tienes razón. Al fin, llegará ese momento de embriaguez en el que vuestras bocas se lanzarán la una contra la otra a causa de tu mostacho rubio y de su labio sonrosado.
(A sí mismo.)
Preferiría que fuese a causa de…

(Ruido de postigos que se abren; Cristián se oculta bajo el balcón.)

ESCENA X

C
YRANO
, C
RISTIÁN
y R
OXANA
.

R
OXANA
.—
(Adelantándose en el balcón.)
¿Sois vos? Me hablabais de… de… un…

C
YRANO
.— ¡De un beso! La palabra es dulce y no veo por qué vuestro labio no se atreve… ¡Si decirla quema. Qué no será vivirla! No os asustéis. Hace un momento, casi insensiblemente habéis abandonado el juego y pasado, sin lágrimas, de la sonrisa al suspiro, del suspiro a las lágrimas. Deslizaos de igual manera un poco más: ¡de las lágrimas al beso no hay más que un estremecimiento!

R
OXANA
.— ¡Callaos!

C
YRANO
.— ¿Qué es un beso, al fin y al cabo, sino un juramento hecho poco más cerca, una promesa más precisa, una confesión que necesita confirmarse, la culminación del amor, un secreto que tiene la boca por oído, un instante infinito que provoca un zumbido de abeja, una comunión con gusto a flor, una forma de respirar por un momento el corazón del otro y de gustar, por medio de los labios, el alma del amado?

R
OXANA
.— ¡Callaos!

C
YRANO
.— Señora, un beso es tan noble, que incluso la misma reina de Francia, le ha permitido tomar uno al más feliz de los lores ingleses.

R
OXANA
.— Siendo así…

C
YRANO
.—
(Exaltado.)
¡Cual otro Buckingham que sufre en silencio, adoro en vos la reina que sois! Como él, estoy triste…

R
OXANA
.— ¡Y como él, sois hermoso!

C
YRANO
.—
(A parte, con desengaño.)
¡Es verdad, hermoso!… ¡Ya no me acordaba!

R
OXANA
.— ¡Subid a recoger esta flor sin igual!

C
YRANO
.—
(Empujando a Cristián hacia el balcón.)
¡Sube!

R
OXANA
.— ¡Ese gusto del corazón!…

C
YRANO
.— ¡Sube!

R
OXANA
.— ¡Ese zumbido de abeja!…

C
YRANO
.— ¡Sube!

C
RISTIÁN
.—
(Dudando.)
Es que… ¡me parece que esto está mal!

R
OXANA
.— ¡Este instante infinito!…

C
YRANO
.—
(Empujándole.)
¡Sube ya, animal!

(Cristián se decide y por el banco, las ramas y los pilares, alcanza la balaustrada y se sienta en ella.)

C
RISTIÁN
.— ¡Roxana!

(Lo abraza y se inclina sobre sus labios.)

C
YRANO
.— ¡Ay!… ¡Qué punzada en el corazón! ¡Beso, festín de amor en el que a mí me toca el papel de Lázaro!… De esa sombra me llega una de tus migajas. Sí, siento que mi corazón recibe algo, porque en esos labios a los que Roxana se entrega, está besando las palabras que yo he dicho hace un instante.
(Se oyen de nuevo los laúdes.)
¿Un aire triste? ¿Otro alegre?… ¡Ya!… ¡el capuchino!
(Finge venir corriendo como si llegase de lejos y grita en voz alta.)
¡Hola!

R
OXANA
.— ¿Qué pasa?

C
YRANO
.— ¡Soy yo! Pasaba casualmente por aquí… ¿Está ahí Cristián?

C
RISTIÁN
.—
(Muy asombrado.)
¡Cyrano!

R
OXANA
.— ¡Hola, primo!

C
YRANO
.— ¡Hola, Roxana!

R
OXANA
.— ¡Ahora mismo bajo!

(Desaparece dentro de la casa. El capuchino vuelve a entrar por el fondo.)

C
RISTIÁN
.—
(Al verle.)
Pero… ¿todavía?…

(Va tras Roxana.)

ESCENA XI

C
YRANO
, C
RISTIÁN
, R
OXANA
, el capuchino, R
AGUENEAU
.

E
L
C
APUCHINO
.— ¡Esta es la casa, no hay duda! ¡Magdalena Robin!

C
YRANO
.— Vos me dijisteis «Rolin».

E
L
C
APUCHINO
.— ¡No, bin!… B, i, n; ¡bin!

R
OXANA
.—
(Apareciendo en el umbral de la casa seguida por Ragueneau, que trae una linterna, y Cristián.)
¿Qué pasa?

E
L
C
APUCHINO
.— ¡Una carta!

C
RISTIÁN
.— ¿Qué?

E
L
C
APUCHINO
.— Seguro que se trata de algún asunto sagrado. Un señor muy importante…

R
OXANA
.—
(A Cristián.)
¡Es de De Guiche!

C
RISTIÁN
.— ¿Cómo se atreve?

R
OXANA
.— Espero que alguna vez deje de molestarme.
(Rasgando el sobre.)
Yo te quiero y si…
(A la luz de la linterna de Ragueneau lee aparte y en voz baja:)
«Señorita, los tambores baten y mi regimiento se pone las armaduras para comenzar la marcha. A mí me creen en camino… pero os desobedezco y me quedo en este convento. ¡Pronto iré a buscaros! Os lo anuncio por medio de un religioso más tonto que una cabra que no se enterará de nada. Vuestros labios me han sonreído demasiado y no puedo marcharme sin volver a veros. Espero que me perdonéis esta audacia. Firma, vuestro muy… etc…»

R
OXANA
.—
(Al Capuchino.)
Padre mío, ved lo que dice esta carta. Escuchad todos.
(Todos se acercan.)
«Señorita: Es preciso cumplir la voluntad del cardenal por dura que os parezca. Por esta razón, he escogido a un santo, inteligente y discreto capuchino para poner en vuestras encantadoras manos estas líneas. Deseamos que él os dé la bendición nupcial inmediatamente
(Vuelve la página.)
en vuestra misma casa: Cristián ha de convertirse, en secreto, en vuestro esposo. Os lo envío. Ya sé que os desagrada: resignaos. Pensad que el Cielo bendecirá vuestro amor y que, desde luego, tendréis siempre asegurado el respeto de vuestro más humilde, etcétera…»

E
L
C
APUCHINO
.— ¡Honrado caballero! ¡Ya lo decía yo!… ¡Estaba seguro!… Sólo podía tratarse de algo sagrado.

R
OXANA
.—
(En voz baja, a Cristián.)
¿Verdad que leo muy bien las cartas?

C
RISTIÁN
.— ¡Hum…!

R
OXANA
.—
(En voz alta y con desesperación.)
¡Ay!… ¡qué horror!

E
L
C
APUCHINO
.—
(Que ha enfocado con la linterna a Cyrano.)
¿Sois vos?

C
RISTIÁN
.— No. ¡Soy yo!

E
L
C
APUCHINO
.—
(Dirigiendo la linterna hacia él, y como si tuviese alguna duda al ver su belleza.)
Pero…

R
OXANA
.— «Post scriptum: Dad al convento veinte doblas.»

E
L
C
APUCHINO
.— ¡Un señor muy respetable!…
(A Roxana.)
¡Resignaos, hija mía!

R
OXANA
.—
(Sacrificándose.)
¡Me resigno!
(Mientras Ragueneau abre la puerta al capuchino al que Cristián invita a pasar, Roxana dice en voz baja a Cyrano.)
De Guiche vendrá ahora… ¡procurad entretenerle mientras!

C
YRANO
.— ¡Comprendido!
(Al capuchino.)
¿Cuánto tiempo tardaréis en bendecirles?

E
L
C
APUCHINO
.— Un cuarto de hora.

C
YRANO
.—
(Empujándoles hacia la casa.)
Idos. Yo me quedo.

R
OXANA
.—
(A Cristián.)
¡Vamos!

(Entran en la casa.)

ESCENA XII

C
YRANO
, solo.

C
YRANO
.— ¿Cómo conseguir que De Guiche pierda un cuarto de hora?…
(Salta rápidamente al banco y sube al muro en dirección al balcón.)
¡Allí!… ¡A subir!… Ya tengo el plan trazado.
(Los músicos comienzan a tocar un canto lúgubre.)
¡Oh!… ¡un hombre!
(La canción se vuelve siniestra.)
¡Hum!… No hay duda, esta vez es hombre.
(Se encuentra ya sobre el balcón; se cala el sombrero hasta los ojos, deja su espada y se envuelve con la capa. Después se inclina y mira hacia afuera.)
¡No es suficientemente alto!…
(Se sienta sobre la balaustrada y atrayendo hacia sí una larga rama de uno de los árboles que sobrepasan el muro del jardín, se agarra a ella con las dos manos, preparado para dejarse caer.)
¡Voy a turbar un poco la atmósfera!

ESCENA XIII

C
YRANO
y D
E
G
UICHE
.

D
E
G
UICHE
.—
(Que entra en escena con máscara y tanteando en la oscuridad.)
¿Qué estará haciendo ese maldito capuchino?

C
YRANO
.— ¡Diablos!… ¿Y mi voz?… Si la reconoce…
(Se suelta de una mano y con ella finge dar vueltas a una llave invisible.)
¡Cric… crac!
(Con solemnidad.)
¡Cyrano, recupera el acento de los Bergerac!

D
E
G
UICHE
.—
(Mirando la casa.)
Sí, esa es. ¡Qué mal veo!… Está máscara me molesta.
(Se dirige a la entrada Cyrano salta desde el balcón, ayudado por la rama que se cimbrea y le deposita exactamente entre la puerta y De Guiche; finge caer pesadamente como si lo hubiese hecho desde muy alto y se echa al suelo donde permanece inmóvil y como aturdido. De Guiche salta hacia atrás.)
¡Eh!… ¿qué es esto?
(Cuando alza los ojos, la rama se ha enderezado ya y el conde no puede ver más que el azul del cielo sin comprender nada.)
¿De dónde ha caído este hombre?

C
YRANO
.—
(Incorporándose y con acento gascón.)
¡De la Luna!

D
E
G
UICHE
.— De la… ¿qué?

C
YRANO
.—
(Con voz de sueño.)
¿Qué hora es?

D
E
G
UICHE
.— ¿Estará loco?

C
YRANO
.— ¿Qué hora es?… ¿En qué país estoy… en qué día… en qué estación?

D
E
G
UICHE
.— Pero…

C
YRANO
.— ¡Estoy aturdido!

D
E
G
UICHE
.— ¡Caballero!

C
YRANO
.— ¡He caído de la Luna!

D
E
G
UICHE
.—
(Impacientándose.)
¡Ya está bien!

C
YRANO
.—
(Levantándose y dando una gran voz.)
¡He caído de la Luna!

D
E
G
UICHE
.—
(Retrocediendo.)
De acuerdo… de acuerdo… ¡Habéis caído… de la Luna!… ¡Este tío puede ser un loco!

C
YRANO
.—
(Dirigiéndose hacia él.)
¡Y no he caído metafóricamente!

D
E
G
UICHE
.— Pero si…

C
YRANO
.— ¡Hace cien años, o quizás un minuto —ignoro completamente lo que duró mi caída—, yo me encontraba en aquella esfera color de azafrán!

D
E
G
UICHE
.—
(Encogiéndose de hombros.)
¡Lo que queráis!… ¡Dejadme pasar!

C
YRANO
.—
(Interponiéndose.)
¿Dónde estoy? ¡Sed franco!… ¡No me ocultéis nada! ¿En qué sitio, en qué lugar acabo de caer como un aerolito?

D
E
G
UICHE
.— ¡Diablos!

C
YRANO
.— Con la velocidad de la caída no pude escoger el punto de llegada e ignoro dónde me encuentro. ¿Fue en la Luna o en la Tierra donde hace un momento di con mis posaderas?

D
E
G
UICHE
.— Os repito caballero…

C
YRANO
.—
(Con un grito de terror que hace retroceder a De Guiche.)
¡Ah. Dios mío!… ¡En este país tienen la cara negra!

D
E
G
UICHE
.—
(Llevándose la mano al rostro.)
¿Cómo?

C
YRANO
.—
(Con un miedo enfático.)
¿Me hallo por ventura en Argelia? ¿Sois vos un indígena?

D
E
G
UICHE
.—
(Que se ha dado cuenta de que lleva la máscara.)
¡La máscara!

C
YRANO
.—
(Fingiendo tranquilizarse un poco cuando De Guiche se la quita.)
¡Ah!… ¡Entonces es que estoy en Venecia!

D
E
G
UICHE
.—
(Queriendo pasar.)
¡Una dama me espera!

C
YRANO
.—
(Completamente tranquilizado.)
Desde luego, estoy en París, ¿no es eso?

D
E
G
UICHE
.—
(Sonriendo a su pesar.)
¡El caso es bastante extraño!

C
YRANO
.— ¡Ah!… ¿Os reís?

D
E
G
UICHE
.— Me río, ¡pero quiero pasar!

C
YRANO
.—
(Alegre.)
¡He vuelto a caer en París!
(Demuestra su satisfacción riendo, saltando y saludando.)
Perdonadme, pero como consecuencia de la última caída estoy un poco cubierto de éter. ¡He viajado mucho y por eso tengo los ojos llenos de polvo de astros! ¡En mis espuelas podéis ver todavía algunos pelos de planeta!
(Recogiendo algo de su manto.)
Mirad, sobre mi jubón había una vedija de cometa.
(Sopla como para hacerla volar.)

D
E
G
UICHE
.—
(Fuera de sí.)
¡Caballero!

C
YRANO
.—
(En el momento en que va a pasar estira su pierna como para mostrarle alguna cosa y le detiene.)
En mi pantorrilla traigo clavado un diente de la Osa Mayor… y como al huir del Tridente quise evitar una de sus tres orquillas, caí sentado sobre Libra, que en estos momentos marca mi peso en sus balanzas.
(Impidiendo con presteza que De Guiche pase y cogiéndole por uno de los botones del jubón.)
¡Si vos, caballero, oprimieseis con vuestros dedos mi nariz, saldría leche!

D
E
G
UICHE
.— ¿Leche?

C
YRANO
.— Sí, ¡leche de la Vía Láctea!

D
E
G
UICHE
.— ¡Bah!, ¡idos al infierno!

C
YRANO
.— Es el Cielo quien me envía.
(Cruzándose de brazos.)
¿Podríais creer que al caerme he visto a Sirio ponerse por la noche un turbante?
(Confidencial.)
¡La Osa Menor es demasiado pequeña para que pueda morder!
(Riendo.)
¡Al atravesar la Lira, rompí una de sus cuerdas!
(Soberbio.)
Contaré todo mi viaje en un libro y, como las estrellas de oro que brillan en mi capa y que conseguí tras innumerables peligros y aventuras, haré los asteriscos, cuando el libro se imprima!

D
E
G
UICHE
.— Pero yo quiero…

C
YRANO
.— ¡Ya sé por dónde vais!

D
E
G
UICHE
.— ¡Caballero!

C
YRANO
.— ¡Quisierais saber por mi boca cómo está hecha la Luna y si hay algún habitante en la redondez de su curvatura!

D
E
G
UICHE
.—
(Gritando.)
¡No! Lo que quiero…!

C
YRANO
.— ¿Saber cómo he subido? ¡Lo conseguí por medio de mis inventos!

D
E
G
UICHE
.—
(Decepcionado.)
¡Está loco!

C
YRANO
.—
(Desdeñoso.)
¡No penséis que lo logré copiando a Regiomontano su águila, ni tampoco a Arquitas su tímida paloma!

D
E
G
UICHE
.— Es un loco… ¡pero un loco sabio!

C
YRANO
.— ¡No!… ¡no imité nada de lo hasta ahora hecho!
(De Guiche, decidido a pasar, camina hacia la puerta de Roxana. Cyrano le sigue dispuesto a sujetarle.)
¡Inventé seis sistemas para violar el cielo virgen!

D
E
G
UICHE
.—
(Volviéndose.)
¿Seis?

C
YRANO
.—
(Con volubilidad.)
Sí. ¡Quedándome desnudo y cubriendo luego mi cuerpo con frascos de cristal llenos de las lágrimas que por las mañanas vierte el cielo, después de tenderme al sol, el astro hubiera podido absorberme, al absorber el rocío!

D
E
G
UICHE
.—
(Sorprendido y adelantando un paso hacia Cyrano.)
¡Vaya!… ¡No está mal! ¡Uno!

C
YRANO
.—
(Retrocediendo para arrastrarle al otro lado.)
Podía, también, haber hecho lo siguiente para tomar impulso: ¡encerrar viento en un cofre de cedro y enrarecerlo mediante espejos ardientes en forma de icosaedros!

D
E
G
UICHE
.—
(Adelantando un paso.)
¡Dos!

C
YRANO
.—
(Retrocediendo siempre.)
¡O también, inventar un saltamontes mecánico con disparadores de acero, y hacerme lanzar hasta los celestes prados, donde los astros pacen, mediante explosiones sucesivas de salitre!

D
E
G
UICHE
.—
(Siguiéndole sin darse cuenta y contando con los dedos.)
¡Tres!

C
YRANO
.— ¡Como el humo tiene tendencia a subir, podía haber hinchado un globo suficientemente grande para que me arrastrase hacia la altura!

D
E
G
UICHE
.—
(El mismo juego, más asombrado cada vez.)
¡Cuatro!

C
YRANO
.— ¡Como a Febo, cuando está en su órbita, le gusta chupar el tuétano de los bueyes, bien podría untar con tuétanos mi piel y alcanzar la Luna!

D
E
G
UICHE
.—
(Estupefacto.)
¡Cinco!

C
YRANO
.—
(Que hablando le ha arrastrado hasta el otro extremo de la plaza, junto a un banco.)
Y el último de los sistemas que hubiera podido emplear consiste en lo siguiente: sentándome sobre un disco de hierro arrojaría desde él, al aire, un trozo de imán. Éste es un buen método: el disco va tras el imán y, cuando lo alcanza, vuelvo a lanzarlo al aire… ¡y así indefinidamente!

D
E
G
UICHE
.— ¡Seis! Los seis métodos son excelentes… pero ¿cuál de ellos escogisteis?

C
YRANO
.— ¡Ninguno de los seis! ¡Un séptimo sistema!

D
E
G
UICHE
.— ¡Vaya!… ¿Y cuál es?

C
YRANO
.— ¡Adivinadlo!

D
E
G
UICHE
.— ¡Esta mañana está resultando interesante!

C
YRANO
.—
(Haciendo el ruido de las olas con grandes gestos misteriosos.)
¡Houuuh,… houuuh,… houuuh…!

D
E
G
UICHE
.— ¿Y…?

C
YRANO
.— ¿No adivináis?

D
E
G
UICHE
.— No.

C
YRANO
.— ¡La marea! A la hora en que las olas suben por la atracción de la Luna, me tendí sobre la arena, después de bañarme en el mar. De repente, comencé a ascender de cabeza, porque los cabellos, especialmente, tenían agua entre sus hebras. Me elevé en el aire, recto, muy recto. ¡Como un ángel! Subía, subía dulcemente, sin ningún esfuerzo y de repente, sentí un golpe. Entonces…

D
E
G
UICHE
.—
(Arrastrado por la curiosidad y sentándose en el banco.)
Y entonces… ¿qué?

C
YRANO
.— ¡Entonces!…
(Recuperando su voz normal.)
Ha pasado el cuarto de hora, caballero. Podéis seguir vuestro camino: ¡el matrimonio ya se ha celebrado!

D
E
G
UICHE
.—
(Levantándose de un salto.)
Pero… ¿estoy borracho? a esa voz…
(La puerta de la casa se abre y aparecen lacayos con antorchas encendidas. Luz. Cyrano se quita el sombrero que hasta ahora le cubría el rostro.)
… y esa nariz… ¡Cyrano!

C
YRANO
.—
(Saludando.)
¡El mismo! Dentro de un momento estarán aquí… ¡el tiempo justo de ponerse los anillos!

D
E
G
UICHE
.— Pero… ¿quién?
(Se vuelve. Cuadro. Detrás de los lacayos, Roxana y Cristián cogidos de la mano. El capuchino les sigue, sonriente. Ragueneau lleva también una antorcha. Cierra la procesión la dueña, medio dormida y en camisón.)
¡Cielos!

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