(Las cabezas de todos los cadetes están inclinadas; los ojos sueñan y, furtivamente, algunos se enjugan las lágrimas con el revés de las mangas o con una punta del capote.)
C
ARBON
.—
(A Cyrano, en voz baja.)
¡Les estás haciendo llorar!
C
YRANO
.— De nostalgia, que al fin y al cabo es un mal mucho más noble que el hambre… porque no es físico sino moral. ¡Me agrada que su dolor haya cambiado de víscera y que sea el corazón el que les duela!
C
ARBON
.— ¡Pero se debilitarán si los enterneces!
C
YRANO
.—
(Haciendo una señal para que el tambor se acerque.)
¡No importa! El héroe que todos llevan en su sangre se despierta muy pronto, basta con…
(Hace un gesto y el tambor bate.)
T
ODOS
.—
(Levantándose y precipitándose sobre las armas.)
¿Eh?… ¿Qué es esto?… ¿Qué pasa?…
C
YRANO
.— ¿Lo ves?… ¡Basta con un redoble de tambor! ¡Adiós sueños, penas, país natal, amor!… ¡Lo que con la flauta viene, se va con el tambor!
U
N
C
ADETE
.—
(Que mira al fondo.)
¡Eh!… ¡Eh!… ¡Que viene De Guiche!…
T
ODOS
L
OS
C
ADETES
.—
(Murmurando.)
¡Hou!…
C
YRANO
.— ¡Halagador murmullo!
U
N
C
ADETE
.— ¡Nos fastidia!
O
TRO
.— ¡Se da demasiada importancia con su gran cuello de encaje sobre la armadura!
O
TRO
.— ¡Como si las espadas necesitasen de puntillas!
P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Eso está bien cuando se tiene algún divieso!
S
EGUNDO
C
ADETE
.— ¡Bah!, ¡es un cortesano!
O
TRO
.— ¡Tal sobrino para tal tío!
C
ARBON
.— Sin embargo, ¡es un gascón!
P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Un falso gascón!; ¡desconfiad de él! Los gascones son locos, arriesgados… ¡Nada hay tan peligroso como un gascón razonable!
L
E
B
RET
.— ¡Está pálido!
O
TRO
.— ¡Tiene tanta hambre como el último diablo!… ¡Pero como su coraza tiene clavos dorados, los calambres de su estómago relucen con el sol!
C
YRANO
.—
(Vivamente.)
¡Cuidado!… ¡que ni por un momento piense que sufrimos!… ¡Vosotros, a vuestras cartas!… ¡Llenad las pipas!… ¡Que rueden esos dados!…
(Todos se ponen rápidamente a jugar encima de los tambores, los taburetes, sobre sus capotes o en el suelo, mientras encienden las pipas.)
¡Yo, mientras tanto, leeré a Descartes!
(Se pasea a lo largo y a lo ancho del escenario leyendo un librito que ha sacado de su jubón. Todos los cadetes aparentan estar abstraídos en el juego y contentos. Cuadro. Entra De Guiche, muy pálido, y se adelanta hacia Carbon.)
Los mismos y D
E
G
UICHE
.
D
E
G
UICHE
.—
(A Carbon.)
¡Hola! ¡Buenos días!
(Se observan mutuamente. Aparte, con satisfacción.)
¡Está flaco y amarillo!
C
ARBON
.—
(Lo mismo.)
¡No le quedan en la cara más que los ojos!
D
E
G
UICHE
.—
(Mirando a los cadetes.)
¡Con que éstos son los cabezas rotas!… ¡Caballeros!… me han dicho que entre vosotros, los cadetes, nobles montañeses, hidalgos bearneses y barones del Perigord, se murmura y habla mal de mí… ¡que no os parece suficiente el desdén que mostráis por vuestro coronel, sino que me llamáis intrigante, cortesano!… ¡que os molesta ver sobre mi coraza un cuello de encaje y que estáis siempre indignados diciendo que no se puede ser gascón sin sentirse pobre!
(Silencio. Los cadetes continúan jugando y fumando.)
¿Queréis que os haga castigar por vuestro capitán?… ¡Espero que no!
C
ARBON
.— Perdón, conde, pero yo soy libre y no castigaré a nadie.
D
E
G
UICHE
.— ¿Cómo?
C
ARBON
.— Pago a mi compañía y por lo tanto me pertenece. ¡No estoy obligado a obedeceros más que en lo concerniente a la guerra!
D
E
G
UICHE
.— Pero… ¡esto pasa de la raya!
(Dirigiéndose a los cadetes.)
Puedo despreciar vuestras bravatas sin miedo… ¡y ya conocéis mi forma de hacerlo! Mi valor está demostrado. Ayer, por ejemplo, en Bapaume, todos pudieron ver la furia con que hice retroceder al conde de Bucquoi; lanzando mis tropas como un alud contra las suyas, ¡cargué contra él por tres veces!
C
YRANO
.—
(Sin levantar las narices de su libro.)
¿Y qué me decís de vuestra bandolera blanca?
D
E
G
UICHE
.—
(Sorprendido y satisfecho.)
¡Ah!… ¿conocéis el detalle?… En efecto, ocurrió que, mientras efectuaba la maniobra para recoger a mi gente y cargar por tercera vez, el torbellino de los que huían me arrastró hasta el campo enemigo… ¡Rápidamente comprendí el peligro!… Si me hubiesen cogido, me habrían arcabuceado al instante. De repente, tuve la ocurrencia de desatar la bandolera y dejarla caer. De esta forma, y no conociendo ellos mi graduación, pude escapar fácilmente del campo español, para, al momento, volver contra ellos seguido de mis tropas. ¿Qué os parece?… ¿Tenéis algo que alegar contra eso?
(Los cadetes parecen no escuchar, pero las cartas y los cubiletes están en el aire, mientras el humo de las pipas permanece encerrado en las bocas de todos. Pausa.)
C
YRANO
.— ¡Enrique IV, encontrándose en vuestro mismo caso, nunca se habría despojado de su penacho blanco!
(Silencio alegre. Las cartas y los dados caen. Todas las bocas dejan escapar el humo.)
D
E
G
UICHE
.— ¡Sin embargo, la treta dio resultado!
(La misma expectación de antes.)
C
YRANO
.— Es posible, ¡pero no se abdica tan fácilmente del honor de servir de blanco!
(Cartas y dados caen; el humo vuelve a elevarse; satisfacción creciente entre los cadetes.)
¡Si yo me hubiera encontrado presente cuando dejasteis caer la bandolera, —en esto se diferencian vuestro valor y el mío— la hubiera recogido y me la hubiera puesto!…
D
E
G
UICHE
.— ¡Bah!… ¡fanfarronada de gascón!
C
YRANO
.— ¿Fanfarronada?… ¡Prestádmela y os prometo dirigir esta tarde el asalto con ella puesta!
D
E
G
UICHE
.— ¡Basta de bravatas!… ¡De sobra sabéis que la bandolera quedó en el campo enemigo, en un lugar que después la metralla acribilló y donde nadie podrá recuperarla!
C
YRANO
.—
(Sacando de su bolsillo la bandolera blanca y ofreciéndosela.)
¡Aquí la tenéis!
(Los cadetes ahogan sus risas entre las cartas y los cubiletes. De Guiche se vuelve y les mira; inmediatamente ellos recobran su aire de gravedad y prosiguen sus juegos. Uno de ellos silba con indiferencia, acompañado por la flauta.)
D
E
G
UICHE
.—
(Recogiéndola.)
¡Gracias! Con este trozo de tela clara voy a hacer la señal que necesitaba.
(Se sube sobre el talud y agita muchas veces la bandolera en el aire.)
T
ODOS
.— Pero… ¿qué hace?
D
E
G
UICHE
.—
(Volviendo a bajar.)
Es un falso espía español que nos presta buenos servicios: los informes que lleva a los enemigos son los que yo le entrego; de esta forma puedo influir en sus decisiones.
C
YRANO
.— Ya entiendo: ¡un canalla!
D
E
G
UICHE
.—
(Poniéndose con indiferencia la bandolera.)
Lo que queráis, pero nos presta excelentes servicios… ¿De qué hablábamos?… ¡Ah, se me olvidaba!… He de comunicaros algo. Esta misma noche, el mariscal, para avituallarnos, intentó un golpe supremo, dirigiéndose sin tambores ni banderas a Dourlens. Las provisiones reales están allí y se ha llevado casi todas las tropas para conseguir apoderarse de ellas. Si los españoles nos atacasen ahora, la situación sería muy delicada: ¡la mitad del ejército no está en el campo!
C
ARBON
.— Si lo supiesen, sería muy grave. Pero no lo sabrán ¿verdad?
D
E
G
UICHE
.— ¡Lo saben y van a atacarnos!
C
ARBON
.— ¡Ah!
D
E
G
UICHE
.— Mi falso espía ha venido a comunicarme su agresión. Y añadió: «Señaladme por dónde os interesa que se efectúe el ataque y yo indicaré a los españoles cuál es el puesto peor defendido; ellos lanzarán toda su fuerza sobre él». Le respondí: «Está bien, salid al campo y seguid con los ojos las líneas francesas; el lugar en que os haga una señal será el ideal para que efectúen el ataque».
C
ARBON
.—
(A los cadetes.)
Caballeros, ¡prepárense!
(Todos se levantan. Ruido de espadas y cinturones que se abrochan.)
D
E
G
UICHE
.— El ataque tendrá lugar dentro de una hora.
P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Ah!… ¡todavía podemos jugar un rato!
(Todos vuelven a sentarse y prosiguen las partidas interrumpidas.)
D
E
G
UICHE
.—
(A Carbon.)
¡Hay que ganar tiempo! ¡El mariscal tiene que volver!
C
ARBON
.— Y… ¿Para ganar tiempo…?
D
E
G
UICHE
.— ¡Tendréis que haceros matar!
C
YRANO
.— ¡Bonita venganza!
D
E
G
UICHE
.— No digo que si os quisiese bien os hubiese escogido a vos y a los vuestros… pero como no hay ningún valor comparable al de los cadetes de Gascuña, ¡sirvo a mi rey sirviendo a mi rencor!
C
YRANO
.—
(Saludando.)
¡Permitidme que os lo agradezca!
D
E
G
UICHE
.—
(Saludando.)
Ya sé cuánto os gusta pelear uno contra cien. ¡Aquí tendréis oportunidad de hacerlo!
(Se aleja con Carbon hacia el talud.)
C
YRANO
.— ¡Bueno, caballeros! Hoy vamos a añadir a las seis barras de azul y oro que tiene el escudo de Gascuña una más, la que le faltaba: ¡Una barra de color de sangre!
(De Guiche habla bajo con Carbon de Castel-Jaloux, en el fondo. Da órdenes. La resistencia se prepara. Cyrano se dirige hacia Cristián, que ha quedado inmóvil, con los brazos cruzados.)
C
YRANO
.—
(Poniéndole una mano en el hombro.)
¿Cristián?…
C
RISTIÁN
.—
(Moviendo la cabeza.)
¡Roxana!
C
YRANO
.— ¡Lo comprendo!
C
RISTIÁN
.— ¡Si al menos pudiese expresarla todo mi amor en una carta de despedida!…
C
YRANO
.— Estaba seguro de que llegaría esta hora…
(Saca una carta de su jubón.)
¡y ya está hecha tu carta de adiós!
C
RISTIÁN
.— ¡Diablos!
C
YRANO
.— ¿La quieres?
C
RISTIÁN
.—
(Arrancándole la carta de las manos.)
¡Claro!
(La abre, lee y se detiene.)
¡Vaya!
C
YRANO
.— ¿Qué pasa?
C
RISTIÁN
.— ¿Y esa pequeña mancha?…
C
YRANO
.—
(Cogiendo rápidamente el papel y mirando con aire atontado.)
¿Una mancha?
C
RISTIÁN
.— ¡Es una lágrima!
C
YRANO
¡Oh, sí!… Es el encanto del juego… ¿lo comprendes?… ¡Esta carta era demasiado emocionante y me ha hecho llorar a mí mismo escribiéndola!
C
RISTIÁN
.— ¿Llorar?…
C
YRANO
.— Sí, porque, al fin y al cabo, morir no es lo más terrible. Lo terrible verdaderamente es no volver a verla… Porque yo no la…
(Cristián le mira.)
Nosotros no la…
(Con rapidez.)
Tú no la…
C
RISTIÁN
.—
(Arrancándole la carta.)
¡Dame esta carta!
(Se oye en el campo un rumor lejano.)
V
OZ
D
E
U
N
C
ENTINELA
.— ¡Alto! ¿Quién va?
(Disparos, voces, ruido de cascabeles.)
C
ARBON
.— ¿Qué pasa?
C
ENTINELA
.—
(Que está sobre el talud.)
¡Una carroza!
(Todos se precipitan al exterior para ver.)
G
RITOS
.— ¿Qué?… ¿En el campo?… ¡Está entrando!… ¡Parece venir del campo enemigo!… ¡Disparad!… ¡No!… Cuidado, el cochero ha gritado!… ¿Qué ha gritado?… ¡Está gritando: «Servicio del rey»!…
(Los cadetes que están sobre el talud, miran hacia afuera. El tintineo de los cascabeles se aproxima.)
D
E
G
UICHE
.— ¿Qué?… ¿Servicio del rey?…
(Todos bajan del talud y se alinean.)
C
ARBON
.— ¡Abajo esos sombreros!
D
E
G
UICHE
.—
(Gritando en dirección de bastidores.)
¡Servicio del Rey!… ¡Colocaos en fila para que pueda describir con suntuosidad la curva!
(La carroza entra al trote. Está cubierta de barro y de polvo. Los visillos bajados. Dos lacayos detrás. Se detienen en seco.)
C
ARBON
.—
(Gritando.)
¡Que redoblen los tambores!
(Los tambores redoblan y los cadetes se descubren.)
D
E
G
UICHE
.— ¡Bajad el escalón!