(Tirándose. El vizconde vacila. Cyrano saluda.)
¡Y en el final fuisteis tocado!
(Aclamaciones. Aplausos en los palcos. Lluvia de flores y pañuelos. Los oficiales rodean y felicitan a Cyrano. Ragueneau baila entusiasmado. Le Bret está contento y al mismo tiempo nervioso. Los amigos del vizconde sostienen a éste y se lo llevan.)
L
A
M
ULTITUD
.—
(En un prolongado grito.)
¡Ah!…
U
N
C
ABALLERO
.— ¡Soberbio!
U
NA
M
UJER
.— ¡Qué bonito!
R
AGUENEAU
.— ¡Prodigioso!
U
N
M
ARQUÉS
.— ¡Original!
L
E
B
RET
.— ¡Insensato!
(La gente se arremolina en torno a Cyrano. Se oyen felicitaciones y bravos.)
U
NA
V
OZ
D
E
M
UJER
.— ¡Es un héroe!
U
N
M
OSQUETERO
.—
(Avanzando rápidamente hacia Cyrano con la mano abierta.)
Os felicito, caballero. Lo habéis hecho muy bien, y, creedme, entiendo de estas cosas.
(Se aleja.)
C
YRANO
.—
(A Cuigy.)
¿Quién es?
C
UIGY
.— D'Artagnan.
L
E
B
RET
.—
(A Cyrano, cogiéndole del brazo.)
Vámonos he de hablarte,
C
YRANO
.— Espera que salga toda esa gente.
(A Bellerose.)
¿Puedo quedarme?
B
ELLEROSE
.—
(Respetuosamente.)
¡Claro!, ¡no faltaba más!
(Se oyen gritos fuera.)
J
ODELET
.—
(Que ha mirado.)
Están silbando a Montfleury.
B
ELLEROSE
.— «Sic transit»
(Cambiando de tono, se dirige al portero y al encargado de las luces.)
Limpiad y cerrad todo, pero no apaguéis: después de la cena vendremos a ensayar una nueva farsa para mañana.
(Jodelet y Bellerose salen tras una gran reverencia a Cyrano.)
E
L
P
ORTERO
.—
(A Cyrano.)
¿Y usted no cena?
C
YRANO
.— ¿Yo?… ¡No!
(El portero se retira.)
L
E
B
RET
.—
(A Cyrano.)
¿Por qué?
C
YRANO
.—
(Con orgullo.)
Porque…
(Cambiando el tono al ver que el portero está ya lejos.)
¡Porque no tengo ni un céntimo!
L
E
B
RET
.—
(Haciendo ademán de lanzar una bolsa.)
¿Cómo?… ¿Y la bolsa de escudos?
C
YRANO
.— Era la pensión que me pasa mi padre.
L
E
B
RET
.— ¿De qué vas a vivir el resto del mes?
C
YRANO
.— No me queda nada.
L
E
B
RET
.— ¡Tirar el dinero de esa forma!… ¡Qué tontería!
C
YRANO
.— ¡Pero qué gusto!
L
A
C
ANTINERA
.—
(Tosiendo detrás del pequeño mostrador.)
¡Hum…!
(Cyrano y Le Bret se vuelven. Ella avanza tímidamente.)
Caballero, ¡se me parte el corazón, al saber que no podéis comer!
(Señalando el aparador.)
Aquí tengo lo necesario…
(Con valor.)
¡Tomadlo!
C
YRANO
.—
(Descubriéndose.)
¡Querida muchacha!, aunque mi orgullo de gascón me prohíbe aceptar la menor golosina de vuestros dedos, temo que mi negativa os cause pena; por eso aceptaré.
(Se dirige al aparador y escoge.)
¡Bah!, poca cosa… Unos granos de este racimo…
(Ella quiere darle el racimo entero, pero Cyrano coge solamente unos granos.)
¡Con esto vale! Un vaso…
(Ella quiere echar en él vino, pero Cyrano la detiene.)
de agua limpia y medio pastel de almendras.
(Devuelve la otra mitad.)
L
E
B
RET
.— ¡Que estupidez!
L
A
C
ANTINERA
.— ¿Nada más queréis tomar?…
C
YRANO
.— Tu mano quiero besar.
(Besa la mano que ella le tiende, como si fuera la de una princesa.)
L
A
C
ANTINERA
.— Gracias.
(Haciendo una reverencia.)
Adiós, caballero.
(Vase.)
C
YRANO
, L
E
B
RET
y después el portero.
C
YRANO
.—
(A Le Bret.)
¿Qué tienes que decirme? Te escucho.
(Se sienta ante el mostrador y coloca encima, por el orden indicado, el pastel de almendras, el vaso de agua y los granos de uva.)
¡Cena, bebida y postre! Ahora: ¡a comer! ¡Ah! ¡Tenía un hambre espantosa!…
(Comiendo.)
¿Qué decías?
L
E
B
RET
.— Esos aires de grandeza cambiarán tu carácter. Pregunta… ¡pregunta a la gente sensata y te enterarás del efecto que producen tus algaradas!
C
YRANO
.—
(Terminando su pastel de almendras.)
Enorme, sin duda.
L
E
B
RET
.— El Cardenal.
C
YRANO
.—
(Sorprendido.)
¿Cómo?… ¿Estaba allí el Cardenal?
L
E
B
RET
.— Sí. Le ha debido parecer…
C
YRANO
.— Muy original.
L
E
B
RET
.— Sin embargo…
C
YRANO
.— Es un autor. No le desagradará que alguien estropee la representación de otro colega.
L
E
B
RET
.— Me parece que te estás buscando demasiados enemigos.
C
YRANO
.—
(Comenzando con sus granos de uva.)
¿Cuántos crees, poco más o menos, que he conseguido esta noche?
L
E
B
RET
.— Cuarenta y ocho… sin contar las damas.
C
YRANO
.— ¡No está mal! Enumeralos.
L
E
B
RET
.— Montfleury, el burgués, De Guiche, el vizconde, Baró, La Academia…
C
YRANO
.— ¡Basta! ¡Estoy orgulloso!
L
E
B
RET
.— Pero ¿adónde crees que te llevará esa forma de vida? ¿Qué intentas?
C
YRANO
.— Me encontré en una encrucijada: ante mí había muchos caminos y… ¡escogí uno!
L
E
B
RET
.— ¿Cuál?
C
YRANO
.— El más sencillo. He decidido ser admirable por todo y en todo.
L
E
B
RET
.—
(Encogiéndose de hombros.)
¡Bueno! Dime, al menos, el verdadero motivo de tu odio por Montfleury.
C
YRANO
.—
(Levantándose.)
Ese sátiro ventrudo, que no puede tocarse el ombligo con el dedo, cree ser todavía un dulce peligro para las mujeres; y aunque al recitar farfulla, lanza miradas de besugo con sus ojos de carpa hacia ellas. ¡Le odio porque cierta noche tuvo la osadía de fijar su mirada en ella!… ¡Me pareció ver como si su gran limaco se deslizase sobre una flor!
L
E
B
RET
.— ¿Pero es posible que tú…?
C
YRANO
.—
(Con risa amarga.)
¿Que yo ame?…
(Cambiando de tono y con gravedad.)
Pues amo.
L
E
B
RET
.— ¿Y quién es ella? ¡Nunca me lo habías dicho!
C
YRANO
.— ¿Quién puede ser?… Reflexiona y lo comprenderás. Me está prohibido soñar con ser amado, incluso por una mujer fea, a causa de esta nariz que llega un cuarto de hora antes que yo a cualquier parte. ¿A quien voy a amar entonces? Es lógico: Amo a la más bella.
L
E
B
RET
.— ¿A la más bella?
C
YRANO
.— Es muy sencillo: estoy enamorado de la mujer más bella del mundo, de la más resplandeciente, de la más delicada,
(Con acaloramiento.)
de la más rubia…
L
E
B
RET
.— ¡Dios mío! ¿Y quién es esa mujer?
C
YRANO
.— Sin quererlo, un peligro mortal; pero tan exquisito, tan maravilloso, que no se puede pensar en otro semejante; es una trampa de la naturaleza… ¡una rosa en la que el amor tiende una emboscada! Quien conoce su sonrisa, conoce la perfección. Hace surgir la gracia de la nada; parece que en cada gesto posee un aire divino. ¡Ni tú, Venus, sabrías subir a tu concha, ni tú, Diana, caminar por los extensos bosques floridos, con la gracia con que ella sube a su cupé y camina por París!
L
E
B
RET
.— ¡Caramba!… Ya lo he comprendido: ¡está claro!
C
YRANO
.— ¡Me parece evidente!
L
E
B
RET
.— ¿No es Magdalena Robin, tu prima?
C
YRANO
.— Sí; Roxana.
L
E
B
RET
.— ¡Vaya!, ¡pero si es estupendo! ¿La quieres? ¡Pues díselo! Esta noche te has cubierto de gloria a sus ojos.
C
YRANO
.— Amigo mío, mírame y dime si puedo esperar algo con esta protuberancia… No, no me hago ilusiones. A veces, al atardecer, me enternezco, entro en un jardín perfumado… con mi enorme nariz olfateo el abril… soy todo ojos: a la luz de un rayo de luna plateado, una dama, del brazo de un caballero, camina lentamente…; también a mí me gustaría llevar una del brazo. Me exalto, me olvido de todo… y de repente. ¡Contemplo la sombra de mi perfil en el muro del jardín!
L
E
B
RET
.—
(Emocionado.)
¡Amigo mío!…
C
YRANO
.— ¡Si me vieras en esos desgraciados momentos en que me siento tan feo y tan solo!…
L
E
B
RET
.—
(Cogiéndole las manos con vivacidad.)
Pero… ¿estás llorando?
C
YRANO
.— ¡No!, ¡eso nunca! ¡Sería demasiado ridículo si a lo largo de esta nariz corriese una lágrima! Mientras sea dueño de mí, no permitiré que la divina belleza de las lágrimas se mezcle a tan grosera fealdad; óyeme: no hay nada… ¡no hay nada tan sublime como las lágrimas! No quiero que provocando la risa, se viesen ridiculizadas por mi culpa…
L
E
B
RET
.— ¡Vamos, no te entristezcas!… ¡El amor no es más que azar!
C
YRANO
.—
(Moviendo la cabeza.)
¡No! Estoy enamorado de Cleopatra: ¿Tengo el aire de un César? Adoro a Berenice… ¿tengo el aspecto de un Tito?
L
E
B
RET
.— ¡Vamos, Cyrano! Has visto que los ojos de esa muchacha que te ofreció la cena, no te detestaban…
C
YRANO
.—
(Animado.)
¡Pues tienes razón!
L
E
B
RET
.— Entonces… ¿qué? La misma Roxana ha seguido el duelo completamente demudada…
C
YRANO
.— ¿Completamente demudada?
L
E
B
RET
.— Su espíritu y su corazón están ya asombrados… ¡Atrévete!… ¡Háblale!
C
YRANO
.— ¿Y que ella se ría en mis narices?… ¡No! Es lo único que temo en el mundo.
E
L
P
ORTERO
.—
(Introduciendo a alguien a Cyrano.)
¡Caballero, preguntan por vos!
C
YRANO
.—
(Viendo a la dueña.)
¡Dios mío! ¡Su dueña!…
C
YRANO
, L
E
B
RET
y la dueña.
L
A
D
UEÑA
.—
(Tras un gran saludo.)
Mi ama desea saber si puede ver en secreto a su valiente primo.
C
YRANO
.—
(Turbado.)
¿Verme?
L
A
D
UEÑA
.—
(Con una reverencia.)
Sí, veros. Tiene algo que deciros.
C
YRANO
.— ¿Qué?
L
A
D
UEÑA
.—
(Nueva reverencia.)
¡Cosas!
C
YRANO
.—
(Vacilando.)
¡Dios mío!
L
A
D
UEÑA
.— Con los primeros rayos del alba, irá a oír misa a San Roque.
C
YRANO
.—
(Apoyándose en Le Bret.)
¡Dios mío!
L
A
D
UEÑA
.— A la salida… ¿podría entrar en alguna parte y hablar con vos?
C
YRANO
.—
(Confuso.)
¿Don…? Yo… pero… ¡Dios mío!
L
A
D
UEÑA
.— ¡Contestad deprisa!
C
YRANO
.— Estoy pensando.
L
A
D
UEÑA
.— ¿Dónde?
C
YRANO
.— En… en casa de Regueneau, el pastelero.
L
A
D
UEÑA
.— ¿Dónde está?
C
YRANO
.— En la calle ¡Dios mío!… de San Honorato…
L
A
D
UEÑA
.—
(Saliendo.)
Allí estará a las siete. ¡Sed puntual!
C
YRANO
.— ¡Allí estaré!
(La dueña sale.)
C
YRANO
, L
E
B
RET
; después los comediantes, C
UIGY
, B
RISSAILLE
, L
IGNIÈRE
, el portero y los músicos.
C
YRANO
.—
(Cayendo en brazos de Le Bret.)
Pero… ¡con ella!… ¡Una entrevista con ella!
L
E
B
RET
.— ¿Ya no estás triste?
C
YRANO
.— ¡Ay!, ¡al menos sabe que existo!
L
E
B
RET
.— ¿Estarás más tranquilo ahora?
C
YRANO
.—
(Fuera de sí.)
Ahora… ¡ahora estoy frenético, fulminante! ¡Necesito todo un regimiento para destrozarlo! Tengo diez corazones, veinte brazos… ¡no me basta con descuartizar enanos!
(Gritando con todas sus fuerzas.)
¡Quiero gigantes!