(Rumores de admiración en la sala.)
J
ODELET
.—
(Cogiendo rápidamente la bolsa y sopesándola.)
A este precio, caballero, os permito que todos los días vengáis a interrumpir «La Cloris»…
(Y añade ante la insistencia de los gritos del público:)
¡aunque tengamos que soportar estos berridos!
B
ELLEROSE
.— ¡Hay que evacuar la sala!
J
ODELET
.— ¡Salgan, por favor! ¡Despejen el local!
(La gente comienza a salir bajo la mirada satisfecha de Cyrano. Pero en seguida la multitud se detiene al iniciarse la siguiente escena. La salida cesa. Las mujeres, que ya se habían puesto en pie en sus palcos y habían recogido su manto, se paran a escuchar y terminan por sentarse.)
L
E
B
RET
.—
(A Cyrano.)
¡Estás loco!
U
N
I
MPERTINENTE
.—
(Acercándose a Cyrano.)
Si he de reconocer la verdad, Montfleury es un escándalo para el teatro, pero le protege el duque de Candale. ¿Tenéis vos algún amo?
C
YRANO
.— ¡No!
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¿No lo tenéis?
C
YRANO
.— ¡No!
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¿Pero ni siquiera un gran señor que os cubra con su nombre?
C
YRANO
.—
(Irritado.)
¡Os he dicho dos veces que no! ¿Es necesario que lo repita una vez más? No tengo ningún protector…
(Lleva mano a su espada.)
¡Pero sí una protectora!
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¿Os marcharéis de la ciudad?
C
YRANO
.— Según. ¡Ya veremos!
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡El duque de Candale tiene el brazo muy largo!
C
YRANO
.— Pero no tanto como el mío cuando le añado
(mostrando la espada.)
esto.
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Ni en sueños pretenderéis…!
C
YRANO
.— ¡Lo pretendo! Y ahora… ¡marchaos!
E
L
I
MPERTINENTE
.— Pero…
C
YRANO
.— ¡Marchaos! Un momento… Decidme, ¿por qué miráis tanto mi nariz?
E
L
I
MPERTINENTE
.—
(Asustado.)
¡Que yo miraba…!
C
YRANO
.— ¿Qué tiene de extraño?
E
L
I
MPERTINENTE
.—
(Retrocediendo.)
Vuestra señoría se equivoca.
C
YRANO
.— ¿Es blanda y colgante como una trompa?
E
L
I
MPERTINENTE
.—
(Retrocediendo.)
Yo… no…
C
YRANO
.— ¿O encorvada como el pico de un búho?
E
L
I
MPERTINENTE
.— Yo…
C
YRANO
.— ¿O acaso tiene una verruga en la punta?
E
L
I
MPERTINENTE
.— Pero si…
C
YRANO
.— ¿O alguna mosca por ella se pasea?… ¡Contestadme! ¿Tiene algo de extraño?
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Oh!
C
YRANO
.— ¿Es un fenómeno?
E
L
I
MPERTINENTE
.— Tuve mucho cuidado de no mirarla…
C
YRANO
.— ¿Y por qué no la habéis mirado?
E
L
I
MPERTINENTE
.— Yo había…
C
YRANO
.— ¿Acaso os disgusta?
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Caballero!
C
YRANO
.— ¿Tan mal color tiene?
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Oh no!, no es…
C
YRANO
.— Y su forma… ¿es obscena?
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Que va!… ¡Al contrario!
C
YRANO
.— ¿Por qué la despreciáis entonces? ¡Quizás os parece un poco grande!…
E
L
I
MPERTINENTE
.— Me parece pequeña… muy pequeña… ¡pequeñísima!
C
YRANO
.— ¿Qué?… ¿Cómo?… ¿Acusarme de semejante ridículo? ¡Pequeña! ¿Que mi nariz es pequeña?
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Cielos!…
C
YRANO
.— ¡Enorme!… Imbecil desnarigado. ¡Mi nariz es grandísima! Y has de saber, cabeza de alcornoque, que estoy muy orgulloso de semejante apéndice. Porque una nariz grande es característica de un hombre afable, bueno, cortés, liberal y valeroso, tal como soy y tal como vos nunca podréis ser, ¡lamentable idiota!, porque una cara sin ninguna cosa especial…
(Le abofetea.)
E
L
I
MPERTINENTE
.— ¡Ay…!
C
YRANO
.— … está tan desnuda de orgullo, de gracia, de lirismo y de suntuosidad, ¡como ésta
(Le vuelve por los hombros y une el gesto a la palabra.)
a la que mi bota va a buscar debajo de vuestra espalda!
E
L
I
MPERTINENTE
.—
(Huyendo.)
¡Socorro!… ¡cuidado con ese hombre!
C
YRANO
.— ¡Que esto sirva de aviso a los papanatas que encuentran divertido el centro de mi rostro! ¡Y si, por ventura, el mirón es noble, tengo por costumbre, antes de dejarle marchar, meterle por delante, y un poco más arriba, una espada en vez de la punta de mi bota!
D
E
G
UICHE
.—
(Que baja del escenario acompañado por los marqueses.)
¡Terminará aburriéndonos!
E
L
V
IZCONDE
D
E
V
ALVERT
.—
(Encogiéndose de hombros.)
¡No es más que un fanfarrón!
D
E
G
UICHE
.— ¿Y nadie va a responderle como se merece?
V
ALVERT
.— ¿Nadie?… ¡Esperad un momento y veréis!…
(Se dirige hacia Cyrano, que le observa, y se planta ante él con pedantería.)
Tenéis… tenéis… una nariz… ¡una nariz muy grande!
C
YRANO
.—
(Gravemente.)
¡Mucho!
V
ALVERT
.—
(Riendo.)
¡Ja, Ja!
C
YRANO
.—
(Imperturbable.)
¿Eso es todo?
V
ALVERT
.— Yo…
C
YRANO
.— Sois poco inteligente, jovenzuelo. Pueden decirse muchas más cosas sobre mi nariz variando el tono. Por ejemplo, agresivo: «Si tuviese una nariz semejante, caballero, me la cortaría al momento»; amigable; «¿Cómo bebéis; metiendo la nariz en la taza o con la ayuda de un embudo?»; descriptivo; «¡Es una roca… un pico… un cabo…! ¿Qué digo un cabo?… ¡es toda una península!»; curioso; «¿De qué os sirve esa nariz?, ¿de escritorio o guardáis en ella las tijeras?»; gracioso; «¿Tanto amáis a los pájaros que os preocupáis de ponerles esa alcándara para que se posen?»; truculento; «Cuando fumáis y el humo del tabaco sale por esa chimenea… ¿no gritan los vecinos; ¡fuego!, ¡fuego!?»; prevenido; «Tened mucho cuidado, porque ese peso os hará dar de narices contra el suelo», tierno; «Por favor, colocaros una sombrilla para que el sol no la marchite»; pedante; «Sólo un animal, al que Aristóteles llama hipocampelefantocamelos, tuvo debajo de la frente tanta carne y tanto hueso»; galante: «¿Qué hay, amigo? Ese garfio… ¿está de moda? Debe ser muy cómodo para colgar el sombrero»; enfático: «¡Oh, magistral nariz!, ¡ningún viento logrará resfriarte!»; dramático; «¡Es el mar Rojo cuando sangra!»; admirativo; «¡Qué maravilla para un perfumista!»; lírico; «Vuestra nariz… ¿es una concha? ¿Sois vos un tritón?»; sencillo; «¿Cuándo se puede visitar ese monumento?»; respetuoso; «Permitidme, caballero, que os felicite; ¡eso es lo que se llama tener una personalidad!»; campestre; «¿Qué es eso una nariz?… ¿Cree usted que soy tan tonto?… ¡Es un nabo gigante o un melón pequeño!»; militar: «¡Apuntad con ese cañón a la caballería!»; práctico: «Si os admitiesen en la lotería, sería el premio gordo». Y para terminar, parodiando los lamentos de Píramo: «¡Infeliz nariz, que destrozas la armonía del rostro de tu dueño!» Todo esto, poco más, es lo que hubierais dicho si tuvieseis ingenio o algunas letras. Pero de aquél no tenéis ni un átomo y de letras únicamente las cinco que forman la palabra «tonto». Además, si poseyeseis la imaginación necesaria para dedicarme, ante estas nobles galerías, todos esos piropos, no hubieseis articulado ni la cuarta parte de uno solo, porque, como yo sé piropearme mejor que nadie, no os lo hubiese permitido.
D
E
G
UICHE
.—
(Intentando arrastrar al vizconde que está como petrificado.)
¡Dejémosle, vizconde!
V
ALVERT
.—
(Sofocado.)
¡Demasiados humos para un hidalgillo… que… que ni siquiera usa guantes y sale a la calle sin cintas, sin borlas y sin charreteras!
C
YRANO
.— ¡Mi elegancia va por dentro y no me acicalo como un ganapan cualquiera! Aunque parezca lo contrario, me compongo cuidadosamente, más que por fuera. No saldría a la calle sin haber lavado, por negligencia, una afrenta; sin haber despertado bien la conciencia, o con el honor arrugado y los escrúpulos en duelo. Camino limpio y adornado con mi libertad y mi franqueza. Encorseto, no mi cuerpo, sino mi alma, y en vez de cintas uso hazañas como adorno externo. Retorciendo mi espíritu como si fuese un mostacho, al atravesar los grupos y las plazas hago sonar las verdades como espuelas.
V
ALVERT
.— ¡Caballero!…
C
YRANO
.— ¿Que yo no tengo guantes?… Decís bien. Tenía uno solo, resto de un viejo par… y cierto día, como me molestaba ya tenerlo, ¡se lo arrojé al rostro a cierto petimetre!
V
ALVERT
.— ¡Tunante!, ¡bellaco!, ¡sinvergüenza!
C
YRANO
.—
(Descubriéndose y saludando como si el vizconde acabara de presentarse.)
Y yo, Cyrano Sabino Hércules de Bergerac.
(Risas.)
V
ALVERT
.—
(Exasperado.)
¡Bufón!
C
YRANO
.—
(Dando un grito como si le hubiese dado un calambre.)
¡Ay!
V
ALVERT
.—
(Que ya se iba, volviéndose.)
¿Qué pasa ahora?
C
YRANO
.—
(Haciendo muecas de dolor.)
Hay que airearla porque si no se enmohece… Esto me sucede por no darle trabajo… ¡Ay!
V
ALVERT
.— ¿Qué os ocurre?
C
YRANO
.— ¡Siento en mi espada un hormigueo!
V
ALVERT
.—
(Sacando la suya.)
Si lo queréis, ¡sea!
C
YRANO
.— Voy a daros una estocada sorprendente.
V
ALVERT
.—
(Con desprecio.)
¡Poeta!…
C
YRANO
.— Decís bien… ¡poeta!… y tan grande que, mientras combatimos, improvisaré en vuestro honor una balada.
V
ALVERT
.— ¿Una balada?
C
YRANO
.— ¿Acaso no sabéis en qué consiste?
(Recitando como si se tratase de una lección.)
La balada se compone de tres coplas de ocho versos…
V
ALVERT
.—
(Riéndose.)
¡No sabía!…
C
YRANO
.—
(Continuando.)
…y de un envío de cuatro…
V
ALVERT
.— Vos…
C
YRANO
.— Compondré una mientras me bato, y tened por seguro que en el último verso seréis tocado.
V
ALVERT
.— ¡No podréis!
C
YRANO
.— ¿No?…
(Declamando.)
«Duelo rimado
en el palacio de Borgoña habido
entre un poeta, Bergerac llamado,
y un vizconde insolente y presumido.»
V
ALVERT
.— ¿Podéis decirme que es eso?
C
YRANO
.— ¡El título!
V
OCES
D
E
L P
ÚBLICO
.—
(Muy excitado.)
¡Dejadme sitio!… ¡Esto se pone divertido!… ¡Colocaos en fila!… ¡Silencio!…
(Cuadro. Círculo de curiosos en el patio. Los marqueses, y los oficiales se mezclan a los ciudadanos y gentes del pueblo; unos pajes se suben sobre los hombros de otros para ver mejor la escena. Todas las mujeres se ponen de pie en sus palcos. A la derecha, De Guiche y sus gentilhombres. A la izquierda, Le Bret, Ragueneau, Cuigy, etc.)
C
YRANO
.—
(Cerrando un momento los ojos.)
Esperad… estoy escogiendo las rimas. ¡Ya está!
(Uniendo la acción a la palabra.)
Tiro con gracia el sombrero
y, lentamente, abandonada
dejo la capa que me cubre
para después sacar la espada.
Brillante como Céladon
y como Scaramouche alado,
os lo prevengo, Myrmidón:
¡al final vais a ser tocado!
(Primer encuentro.)
¡Mejor os fuera ser neutral!
¿Por dónde os trincharé mejor?
¿Tiro al flanco, bajo la manga,
o al laureado corazón?
¡Tin, tan! suenen las cazoletas;
mi punta es un insecto alado;
a vuestro vientre va derecha.
¡Al final vais a ser tocado!
(Segundo encuentro.)
¡Pronto, una rima! ¡Se hace tarde!
Vuestra cara esta demudada…
Me dais el consonante: ¡Cobarde!
¡Tac! Ahora paro esa estocada
Con la que ibais a alcanzarme
abro la línea. La he cerrado,
¡Afirma el hierro, Laridón,
que al final vais a ser tocado!
(Anuncia solemnemente.)
¡FINAL!
Podéis pedir a Dios clemencia.
Me parto. Ahora estoy lanzado
a fondo. Finto… ¡Una… dos… tres…!