(Dos hombres corren apresuradamente. La puerta se abre.)
R
OXANA
.—
(Saltando de la carroza.)
¡Buenos días!
(El sonido de una voz femenina alza de un solo golpe las cabezas de todos, hasta ahora profundamente inclinadas. Estupor general.)
Los mismos y R
OXANA
.
D
E
G
UICHE
.— ¿Vos?… ¿Servicio del rey?…
R
OXANA
.— Sí, pero de un solo rey: ¡el del amor!
C
YRANO
.— ¡Dios mío!
C
RISTIÁN
.—
(Abalanzándose.)
¿Vos aquí?… ¿Por qué lo habéis hecho?…
R
OXANA
.— ¡Duraba demasiado este asedio!
C
RISTIÁN
.— Pero… ¿por qué?
R
OXANA
.— Ya te lo diré.
C
YRANO
.—
(Que al oír su voz se ha quedado inmóvil, sin atreverse a mirarla.)
¡Dios mío!… ¿La miraré?…
D
E
G
UICHE
.— ¡No podéis permanecer aquí!
R
OXANA
.— ¡Claro que puedo! ¿Queréis traerme un tambor?
(Se sienta sobre un tambor que le ofrecen.)
¡Muchas gracias!
(Se ríe.)
Una patrulla disparó sobre mi carroza…
(Con orgullo.)
¡Creerían que era una calabaza y mis lacayos dos ratones, como en el cuento de hadas!
(Enviando con los labios un beso a Cristián.)
¡Buenos días!
(Todos la miran.)
¡Parece que no estáis muy alegres! ¿Sabéis que está muy lejos Arrás?…
(Viendo a Cyrano.)
¡Hola, querido primo!
C
YRANO
.—
(Avanzado.)
¡Pero cómo!…
R
OXANA
.— ¿Que cómo he llegado hasta aquí?… ¡Ah, amigo mío, fue muy fácil! ¡He caminado por los lugares en que veía todo destruido!… ¡Qué horror!… ¡Fue necesario que lo viese para creerlo! Señores, si en eso consiste el servicio del rey, el mío vale mucho más.
C
YRANO
.— ¡Estáis loca! Pero… ¿por dónde diablos habéis pasado?
R
OXANA
.— ¿Por dónde?… ¡Por el campo de los españoles!
P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Ah! ¡Lo que ellas no consigan!
D
E
G
UICHE
.— ¿Y cómo conseguisteis atravesar sus líneas?
L
E
B
RET
.— ¡Debió ser muy difícil!
R
OXANA
.— No mucho. Pasé con facilidad poniendo la carroza al trote. Si algún hidalgo español mostraba su rostro altivo, ponía en la portezuela mi más bella sonrisa… ¡y pasaba! Os juro que, sin desprestigio para los franceses, esos caballeros son los más galantes del mundo. ¡Así conseguí pasar!
C
ARBON
.— Verdaderamente no hay mejor pasaporte que una sonrisa. ¡Pero alguna vez os habrán preguntado algo!
R
OXANA
.— Sí, con bastante frecuencia. Yo les respondía: «Voy a ver a mi amante». Entonces, incluso el español de aspecto más fiero, cerraba la portezuela de mi carroza y, con un gesto que daría envidia al mismo rey, bajaba los mosquetes dirigidos contra mí, y soberbio de agrado a la vez que de orgullo, con la pluma de su sombrero flotando al viento, se inclinaba y decía: «Pasad, señorita».
C
RISTIÁN
.— ¡Pero, Roxana!
R
OXANA
.— Les tuve que decir que eras mi amante… ¡perdóname! Comprende que si les hubiese dicho: «mi marido», no me hubiesen dejado pasar.
C
RISTIÁN
.— Pero…
R
OXANA
.— Pero… ¿qué?
D
E
G
UICHE
.— ¡Hay que sacarla de aquí!
R
OXANA
.— ¿A mí?
C
YRANO
.— Sí, ¡y deprisa!
L
E
B
RET
.— ¡Cuanto antes mejor!
C
RISTIÁN
.— ¡Estoy de acuerdo!
R
OXANA
.— Y… ¿por qué?
C
RISTIÁN
.—
(Embarazado.)
¿Cómo que por qué?
C
YRANO
.—
(Lo mismo.)
Porque dentro de tres cuartos de hora…
D
E
G
UICHE
.— O una hora…
C
ARBON
.—
(Lo mismo.)
¡Es mejor!
L
E
B
RET
.—
(Lo mismo.)
Podríais…
R
OXANA
.— Si va a haber lucha, me quedo.
T
ODOS
.— ¡No!
R
OXANA
.— ¡Es mi marido!
(Se arroja en brazos de Cristián.)
¡Qué me maten contigo!
C
RISTIÁN
.— ¡Has llorado!
R
OXANA
.— Ya te diré por qué.
D
E
G
UICHE
.—
(Desesperado.)
¡Mirad que es grave el peligro!
R
OXANA
.—
(Volviéndose.)
¿Grave decís?…
C
YRANO
.— ¡Como que es De Guiche quien nos lo depara!
R
OXANA
.—
(A De Guiche.)
¡Ah!… ¿con que queréis dejarme viuda?
D
E
G
UICHE
.— Os juro…
R
OXANA
.— No juréis nada. Aunque sea una locura, me quedaré. Además, me divierte.
C
YRANO
.— ¡Vaya! ¡Resulta que la linda señorita era una heroína!
R
OXANA
.— Señor de Bergerac… ¡soy vuestra prima!
U
N
C
ADETE
.— ¡Nosotros la defenderemos!
R
OXANA
.—
(Cada vez más entusiasmada.)
¡Estoy segura de ello, amigos míos!
O
TRO
.
(Embriagado.)
¡Todo el campo huele a iris!
R
OXANA
.— Precisamente me he puesto un sombrero que irá bien a la batalla.
(Mirando a De Guiche.)
Me parece que ya va siendo hora de que el conde se vaya… Podría comenzar la lucha.
D
E
G
UICHE
.— ¡Ah!… ¡esto pasa de la raya!… Voy a inspeccionar los cañones y vuelvo en seguida… ¡Aún estáis a tiempo de cambiar de opinión!
R
OXANA
.— Eso… ¡nunca!
(De Guiche sale.)
Los mismos, excepto D
E
G
UICHE
.
C
RISTIÁN
.—
(Suplicante.)
¡Roxana, por favor!…
R
OXANA
.— ¡No!
P
RIMER
C
ADETE
.—
(A los demás.)
¡Se queda!
T
ODOS
.—
(Corren precipitadamente, empujándose unos a otros mientras se acicalan.)
¡Un peine!… ¡jabón!… ¡Mi badana!… ¡Está rota… una aguja!… ¡Déjame tu espejo!… ¡Una cinta!… ¡Los puños de mi camisa!… ¿Quién tiene una cuchilla?…
R
OXANA
.—
(A la que Cyrano continúa suplicando.)
¡Todo es inútil! ¡Nadie conseguirá moverme de aquí!
C
ARBON
.—
(Después de haberse peinado, limpiado el polvo, cepillado el sombrero, enderezado su pluma y estirado sus puños, como los otros, se dirige a Roxana ceremoniosamente.)
Ya que os quedáis, permitidme que os presente a algunos de los caballeros que van a tener el honor de morir por vuestros bellos ojos.
(Roxana se inclina y espera, de pie y del brazo de Cristián.)
¡Barón de Peyrescous de Colignac!
E
L
C
ADETE
.—
(Saludando.)
¡Señora!…
C
ARBON
.—
(Siguiendo.)
¡Barón de Casterac de Cahuzac!… ¡Vidame de Malgouyre Estressas Lésbas d'Escarabiot!… ¡Caballero d'Antignac Juzet!… ¡Barón Hillot de Blagnac-Saléchan de Castel-Crabioules!…
R
OXANA
.— ¿Cuántos nombres tenéis cada uno?
E
L
B
ARÓN
H
ILLOT
.— ¡Muchos!
C
ARBON
.—
(A Roxana.)
Abrid la mano con que sujetáis vuestro pañuelo.
R
OXANA
.—
(Abre la mano y el pañuelo cae.)
¿Por qué?
(Toda la compañía se abalanza sobre él, pero es Carbon quien lo recoge.)
C
ARBON
.— Mi compañía estaba sin bandera, pero estoy seguro de que, desde este momento, tendrá la más bella que ondee sobre el campo.
R
OXANA
.— ¡Es muy pequeña!
C
ARBON
.—
(Atando el pañuelo al asta de su lanza de capitán.)
¡Pero de encaje!
U
N
C
ADETE
.—
(A los demás.)
¡Moriría sin pesar después de haber visto esta cara! ¡Si al menos tuviese en la tripa una nuez!
C
ARBON
.—
(Que le ha oído.)
¿Cómo?… ¡Hablar de comida cuando una mujer tan exquisita…!
R
OXANA
.— El aire del campo despierta el apetito. ¡Incluso yo misma tengo hambre! Me apetecería comer fiambres, pastas, y buenos vinos… Ese sería mi menú preferido. ¿Querríais traérmelo?
(Consternación general.)
U
N
C
ADETE
.— ¿Traérselo?…
O
TRO
.— ¿Y de dónde lo vamos a sacar?…
R
OXANA
.—
(Tranquilamente.)
¡De mi carroza!
T
ODOS
.— ¿Qué?…
R
OXANA
.— ¡Pero hay que servirlo, trincharlo y deshuesarlo! ¡Mirad atentamente a mi cochero y reconoceréis en él a un hombre muy valioso! Si queréis, recalentará las salsas.
L
OS
C
ADETES
.—
(Corriendo hacia la carroza.)
¡Pero si es Ragueneau!
(Aclamaciones.)
R
OXANA
.—
(Siguiéndolos con los ojos.)
¡Pobres hombres!
C
YRANO
.—
(Besándole la mano.)
¡Habéis sido nuestra hada!
R
AGUENEAU
.—
(En pie sobre el pescante, como un charlatán en la plaza pública.)
¡Caballeros!
(Entusiasmo general.)
L
OS
C
ADETES
.— ¡Bravo!… ¡Bravo!…
R
AGUENEAU
.— ¡Los españoles, con tantos encantos, no vieron pasar la comida!
(Aplausos.)
C
YRANO
.—
(Llamando a Cristián en voz baja.)
¡Oye, Cristián! ¡Cristián!
R
AGUENEAU
.— Distraídos en mostrarse galantes, no vieron…
(Saca de su pescante un plato que levanta.)
La galantina.
(Aplausos. La galantina pasa de mano en mano.)
C
YRANO
.—
(A Cristián.)
¡Un momento!… ¡tengo que decirte una cosa!
R
AGUENEAU
.— ¡Venus supo distraer el ojo, para que Diana pasase en secreto!…
(Blande una pierna.)
Este cabritilla.
(Entusiasmo. La pierna es cogida por veinte manos a la vez.)
C
YRANO
.—
(En voz baja, a Cristián.)
¡Quiero hablarte!
R
OXANA
.—
(A los cadetes que bajan cargados de alimentos.)
¡Dejadlo todo aquí, en el suelo!
(Sobre la hierba, prepara la mesa ayudada por dos lacayos imperturbables que estaban detrás de la carroza.)
R
OXANA
.—
(A Cristián, en el momento en que Cyrano se lo llevaba.)
¡Eh, Cristián!… ¡a ver si sirves para algo!
(Cristián va en su ayuda. Movimiento de inquietud en Cyrano.)
R
AGUENEAU
.— ¡Pavo trufado!
P
RIMER
C
ADETE
.—
(Que baja cortando una gran loncha de jamón.)
¡Rayos!, ¡no entraremos en combate sin darnos antes un buen atracón!
(Rectificando al ver a Roxana.)
…perdón, un banquete.
R
AGUENEAU
.—
(Lanzando los cojines de la carroza.)
Ahí van esos cojines!… ¡están llenos!
(Tumulto. Se descosen los cojines entre risas y alegría general.)
R
AGUENEAU
.—
(Lanzando botellas de vino tinto.)
¡Botellas con rubíes…
(Y de vino blanco.)
y topacios!
R
OXANA
.—
(Tirando al rostro de Cyrano un mantel plegado.)
Despliega ese mantel… ¡venga, deprisa!
R
AGUENEAU
.—
(Enarbolando uno de los faroles de la carroza.)
¡Cada linterna es una despensa!
C
YRANO
.—
(En voz baja, a Cristián, mientras extienden juntos el mantel.)
¡Tengo algo que decirte antes de que hables con ella!
R
AGUENEAU
.—
(Más y más lírico a cada momento.)
¡El mango de mi látigo es un salchichón de Arlés!
R
OXANA
.—
(Vertiendo vino en los vasos y sirviendo.)
¡Ya que nos mandan a la muerte, nos reímos del resto del ejército!… ¡Todo para los gascones!… Y si De Guiche aparece, que nadie le invite.
(Yendo de uno a otro.)
Más despacio, ¡tenéis tiempo!… No comáis tan aprisa… ¡Bebed vos un poco!… ¿Qué os pasa?, ¿por qué lloráis?
P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Es demasiado bonito!
R
OXANA
.— ¡Chiss!…, ¡Callad!… ¿Tinto o blanco?… ¡Pan para el señor Carbon!… ¡Un cuchillo!… Traed vuestro plato… ¿Todavía más?… ¡Ya os sirvo!… ¿Borgoña?… ¿Queréis un ala?…
C
YRANO
.—
(Que va tras ella con los brazos cargados de platos, ayudándola a servir.)
¡La adoro!
R
OXANA
.—
(A Cristián.)
¿Qué quieres tú?
C
RISTIÁN
.— ¿Yo?… ¡Nada!
R
OXANA
.— ¿Que no vas a comer?… Toma ese bizcocho y dos dedos de vino.
C
RISTIÁN
.—
(Tratando de retenerla.)
Dime, ¿por qué viniste?
R
OXANA
.— Ahora me debo a estos desgraciados… ¡En seguida estoy contigo!
L
E
B
RET
.—
(Que se había ido hacia el fondo para dar pan al centinela del talud, clavándolo en la punta de una pica.)
¡Eh!… ¡que viene De Guiche!…
C
YRANO
.— ¡Deprisa!… ¡esconded las botellas, los platos, todo!… ¡Aquí no ha pasado nada!
(A Ragueneau.)
Tú, salta al pescante. ¿Está todo escondido?