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Authors: Edmond Rostand

Tags: #Drama, #Teatro

Cyrano de Bergerac (19 page)

(En este instante un poco de brisa hace caer las hojas.)

C
YRANO
.— ¡Las hojas!

R
OXANA
.—
(Levantando la cabeza y mirando a lo lejos, hacia las avenidas.)
Tiene un color de oro veneciano. ¡Mirad como caen!

C
YRANO
.— ¡Qué bien lo hacen!… En este trayecto tan corto de la rama a la tierra, ¡qué bien saben mostrar su postrera belleza! A pesar de su espanto por pudrirse en el suelo, intentan que su caída se convierta en un vuelo.

R
OXANA
.— ¿Melancólico?

C
YRANO
.—
(Reportándose.)
¡Nada de eso, Roxana!

R
OXANA
.— ¡Vamos!, dejad de mirar cómo caen las hojas y contadme qué hay de nuevo, ¡Mi gaceta!

C
YRANO
.— ¡Ahora mismo!

R
OXANA
.— Cuando queráis, podéis empezar.

C
YRANO
.—
(Más pálido cada vez y luchando contra el dolor.)
Sábado diecinueve: después de haberse comido varios platos de uvas de Cette, el rey cayó enfermo. ¡Su enfermedad fue condenada por lesa majestad a dos sangrías y ya el augusto pulso ha abandonado la fiebre! El domingo, en el baile celebrado en el palacio de la reina, se quemaron setecientos sesenta y cuatro hachones de cera. Se comentó que nuestras tropas se batieron con Don Juan de Austria: colgaron a cuatro brujas; el perrito de la señora Athis tuvo un quiste…

R
OXANA
.— Señor de Bergerac, ¿queréis callaros?

C
YRANO
.— El lunes… ¡nada! Lygdamira cambió de amante.

R
OXANA
.— ¡Oh!

C
YRANO
.—
(Cuyo rostro se altera paulatinamente.)
Martes: la Corte fue a Fontainebleau. Miércoles: la Montglat dijo al conde de Fiesque: «¡No!». Jueves: Mancini, reina de Francia… o casi. Viernes, veinticinco: La Montglat dijo al conde de fiesque «¡Sí!». Sábado, veintiséis…

(Cierra los ojos, su cabeza cae. Silencio.)

R
OXANA
.—
(Sorprendida por no oír nada, se vuelve, le mira y se levanta asustada.)
¿Se habrá desvanecido?
(Corre hacia él, gritando.)
¡Cyrano!

C
YRANO
.—
(Volviendo a abrir los ojos, con voz vaga.)
¿Qué?… ¿qué?… ¿qué pasa?…
(Viendo a Roxana inclinada sobre él y asegurando rápidamente el sombrero sobre su cabeza y retrocediendo con terror en su sillón.)
¡No, no!… ¡os aseguro que no me pasa nada! ¡Dejadme!…

R
OXANA
.— Pero si…

C
YRANO
.— Es mi herida de Arrás… Ya sabéis… a veces…

R
OXANA
.— ¡Pobre amigo mío!

C
YRANO
.— ¡Bah!… no es nada… Ya va pasando.
(Sonríe con esfuerzo.)
¿Veis? ¡Ya pasó todo!

R
OXANA
.—
(En pie, junto a él.)
¡Cada uno de nosotros tiene una herida: yo, la mía!… ¡Esta vieja herida, sin embargo, está siempre viva!
(Pone su mano sobre el pecho.)
¡Está aquí, bajo una carta de papel amarillento, donde aún se pueden ver lágrimas y sangre!

(El crepúsculo va cayendo.)

C
YRANO
.— ¡Su carta!… ¿No me prometisteis dejármela leer algún día?

R
OXANA
.— Sí. ¿Lo deseáis?… ¿Deseáis leer su carta?

C
YRANO
.— Sí. Quiero leerla… ¡hoy!

R
OXANA
.—
(Dándole la bolsita que pende de su cuello.)
Tomadla.

C
YRANO
.—
(Cogiéndola.)
¿Puedo abrirla?

R
OXANA
.— Sí. ¡Podéis leerla también!

(Ella vuelve a su labor y se entretiene replegando y ordenando sus lanas.)

C
YRANO
.—
(Leyendo.)
«Roxana, adiós. ¡Voy a morir!…»

R
OXANA
.—
(Deteniéndose asombrada.)
¿Pero en voz alta leéis?

C
YRANO
.—
(Continuando su lectura.)
«Esta tarde, amada mía, tengo el corazón lleno de amor no expresado… ¡y voy a morir! Nunca, jamás mis ojos embriagados, mis miradas alegres…»

R
OXANA
.— ¡Qué bien leéis!…

C
YRANO
.— «… alegres de amor, no volverán a besar al vuelo vuestros gestos… ¡os envío en esta carta el beso acostumbrado para que, por mí, él toque vuestra frente! Quisiera gritar…»

R
OXANA
.—
(Turbada.)
¡Cómo leéis esta carta!

(La noche cae insensiblemente.)

C
YRANO
.— «y grito: ¡Adiós!»

R
OXANA
.— ¡La leéis…!

C
YRANO
.— «¡Querida! ¡Amada mía! ¡Mi tesoro!…»

R
OXANA
.—
(Soñadora.)
¡…Con una voz…!

C
YRANO
.— «¡Amor mío…!»

R
OXANA
.— ¡…Con una voz…!
(Se estremece.)
Pero… ¡no es la primera vez que yo oigo esa voz!

(Se acerca suavemente sin que Cyrano se dé cuenta, pasa por detrás de su sillón, se inclina sin ruido, mira la carta. La sombra aumenta.)

C
YRANO
.— «… Mi corazón no os abandona un instante. Soy y seré siempre, hasta en el otro mundo, el que os ame sin medida, el que…»

R
OXANA
.—
(Poniéndole la mano en los hombros.)
¿Cómo podéis leer ahora? ¡Es de noche, yo nada veo!
(Él se estremece, se vuelve, la ve junto a sí, hace un gesto de emoción y baja la cabeza. Larga pausa. Después, cuando ya la oscuridad es completa, Roxana añade lentamente, juntando las manos.)
¡Y durante catorce años, habéis desempeñado el papel del viejo amigo que viene para ser simpático!…

C
YRANO
.— ¡Roxana!

R
OXANA
¿Erais vos?

C
YRANO
.— ¡No, Roxana, no!

R
OXANA
.— Hubiera debido adivinarlo cuando él decía mi nombre.

C
YRANO
.— ¡No! ¡No era yo!

R
OXANA
.— ¡Erais vos!

C
YRANO
.— ¡Os juro…!

R
OXANA
.— Adivino toda esta impostura generosa. ¡Las cartas eran vuestras!

C
YRANO
.— ¡No!

R
OXANA
.— ¡Aquellas palabras amorosas y ardientes eran vuestras!

C
YRANO
.— ¡No!

R
OXANA
.— ¡Aquella voz en la oscuridad era vuestra!

C
YRANO
.— ¡Os juro que…!

R
OXANA
.— Y el alma… ¡el alma era la vuestra!

C
YRANO
.— ¡Yo nunca os amé!

R
OXANA
.— ¡Vos me amasteis!

C
YRANO
.—
(Debatiéndose.)
¡Era el otro!

R
OXANA
.— ¡Vos me amasteis!

C
YRANO
.—
(Con voz débil.)
¡No!

R
OXANA
.— ¡Ya lo decís más bajo!

C
YRANO
.— ¡No!… No, amor mío… ¡yo nunca os amé!

R
OXANA
.— ¡Ay!… ¡cuántas cosas ya muertas vuelven a renacer!… ¿Por qué habéis callado durante catorce años si las lágrimas de esta carta no eran de él sino vuestras?

C
YRANO
.—
(Tendiéndole la carta.)
¡Pero la sangre era suya!

R
OXANA
.— Entonces, ¿por qué romper hoy ese sublime silencio?

C
YRANO
.— Porque…

(Le Bret y Ragueneau entran corriendo.)

ESCENA VI

Los mismos, L
E
B
RET
y R
AGUENEAU
.

L
E
B
RET
.— ¡Qué imprudencia!… ¡Ya lo decía yo!… ¡Seguro que estaba aquí!

C
YRANO
.—
(Sonriendo e irguiéndose.)
¡Vaya!

L
E
B
RET
.— Señora, ¡al salir de la cama, él mismo se ha matado!

R
OXANA
.— ¡Dios mío!… Entonces… ¿esa debilidad, esa…?

C
YRANO
.— ¡Es verdad! ¡No terminé con mi gaceta! Y el sábado, veintiséis, una hora antes de la cena, el señor de Bergerac fue asesinado.

(Se descubre y aparece su cabeza completamente vendada.)

R
OXANA
.— ¿Qué dice?… ¡Cyrano!… ¡Tiene la cabeza vendada!… ¿Ay, qué os han hecho? ¿Por qué?

C
YRANO
.— «Morir con la punta de la espada de un héroe en el corazón…» ¡Sí, yo decía eso…! ¡Qué burla la del destino!… ¡Resulta que me han matado en una emboscada, por la espalda y a manos de un lacayo que me arrojó un madero! ¡Está muy bien! ¡Por no acertar, no acerté siquiera con mi muerte!

R
AGUENEAU
.— ¡Ay, señor Cyrano!

C
YRANO
.— Ragueneau, ¡no llores tan fuerte!
(Le tiende las manos.)
¿En qué trabajas ahora, amigo mío?

R
AGUENEAU
.—
(Bañado en lágrimas.)
Me encargo de despabilar las velas en el teatro de Molière.

C
YRANO
.— ¡Molière!

R
AGUENEAU
.— Pero desde mañana abandonaré ese oficio: ¡estoy indignado! Ayer, en la representación de «Scapin», me di cuenta de que os ha plagiado una escena.

L
E
B
RET
.— ¡Una escena completa!

R
AGUENEAU
.— Aquella famosa: «¿Qué diablos iba a hacer…?»

L
E
B
RET
.—
(Furioso.)
¡Molière te ha plagiado!

C
YRANO
.— ¡Callad!, ¡callad! ¡Ha hecho bien!
(A Ragueneau.)
Produce efecto la escena, ¿verdad?

R
AGUENEAU
.— La gente ríe muchísimo.

C
YRANO
.— ¡Sí!… Mi vida no fue más que un servir de apuntador a los demás y luego ser olvidado.
(A Roxana.)
¿Os acordáis de la noche en que Cristián os habló bajo vuestro balcón? Pues bien: toda mi vida puede resumirse en eso: Mientras que yo permanecía abajo, en la sombra, otro subía a recoger el beso de la gloria. ¡Es justo y lo apruebo ahora, a un paso de la tumba! ¡Molière es un genio y Crstián era bello!
(En este instante, tras el tañido de la campana de la capilla, las monjas, por la avenida del fondo, se dirigen hacia sus oficios.)
¡Que vayan a rezar: ya está sonando la hora!

R
OXANA
.—
(Levantándose, para llamar.)
¡Hermana!… ¡Hermana!…

C
YRANO
.—
(Reteniéndola.)
¡No!, no vayáis a buscar a nadie, porque, cuando volvieseis, yo ya me habría ido.
(Las monjas han entrado en la capilla. Se oye la música del órgano.)
No faltaba más que esto: ¡un poco de armonía!

R
OXANA
.— Vivid, ¡yo os amo!

C
YRANO
.— ¡No! Hasta en los cuentos, cuando alguien dice «te amo» al príncipe horrible, él siente desvanecerse su fealdad con estas palabras. Pero como podréis observar, yo permanezco igual.

R
OXANA
.— Yo os he hecho desgraciado… ¡yo, yo!

C
YRANO
.— ¿Vos?… ¡Al contrario! Ignoraba la dulzura femenina. Mi madre me encontraba feo y no tuve hermanas; más tarde, temí constantemente las burlas de las mujeres. Os debo el haber tenido por lo menos una amiga. ¡Gracias a vos, por mi vida ha pasado una mujer!

L
E
B
RET
.—
(Señalando el claro de luna, que baja entre las ramas.)
Tu otra amiga viene a verte.

C
YRANO
.—
(Sonriendo a la luna.)
¡Ya la veo!

R
OXANA
.— ¡No amé más que un solo ser y le pierdo por segunda vez!

C
YRANO
.— Le Bret, ¡hoy subiré a la Luna sin tener que inventar ninguna clase de máquinas!

R
OXANA
.— ¿Qué decís?

C
YRANO
.— ¡Allí, os lo repito, allí, me envían a forjarme mi propio paraíso! Allí están muchas almas queridas… ¡Allí encontraré a Sócrates, a Galileo!…

L
E
B
RET
.—
(Rebelándose.)
¡No!… ¡No!… ¡Es demasiado estúpida esta muerte!… ¡Resulta demasiado injusta!… Un poeta tan grande, un corazón tan noble verse obligado a morir así… ¡a morir…!

C
YRANO
.— ¡Ya está Le Bret gruñendo!

L
E
B
RET
.—
(Inundado en llanto.)
¡Amigo mío!

C
YRANO
.—
(Levantándose en pleno delirio.)
¡Éstos son los cadetes de Gascuña!… ¡La masa elemental!… ¿Eh? ¡Claro!…

L
E
B
RET
.— Su ciencia delira.

C
YRANO
.— ¡Copérnico dijo…!

R
OXANA
.— ¡Oh!

C
YRANO
.— Pero también, ¡qué diablos iba a hacer, qué diablos iba a hacer en esta galera! Filósofo, físico, poeta, espadachín, músico, inventor, fácil de palabra y amante, pero no por su bien. ¡Aquí yace, Hércules-Sabinio Cyrano de Bergerac, que fue todo y no fue nada! Perdón pero me voy… No puedo hacer esperar a ese rayo de luna que viene a llevarme.
(Ha vuelto a caer en su asiento, pero el llanto de Roxana le devuelve a la realidad; la mira y acaricia sus velos.)
No quiero que lloréis menos que a mí a aquel bueno y bello amado vuestro, Cristián; únicamente os pido, que cuando el frío supremo se haya adueñado de mis vértebras, deis doble sentido a estos velos fúnebres y que su duelo se convierta para vos un poco en mi duelo.

R
OXANA
.— ¡Os lo juro!

C
YRANO
.—
(Se levanta bruscamente, conmocionado por un fuerte estremecimiento.)
¡No!… ¡Aquí no!… ¡No en este sillón!
(Los que le rodean quieren abalanzarse sobre él.)
¡No me sostengáis!… ¡Nadie!…
(Va a apoyarse en el árbol.)
¡Sólo el árbol!
(Silencio.)
¡Ya viene!… ¡ya me siento asido por manos de mármol enguantadas de plomo!…
(Se yergue.)
¡Ya que está en camino la esperaré de pie…!
(Saca su espada.)
¡…y con la espada en la mano!

L
E
B
RET
.— ¡Cyrano!

R
OXANA
.—
(Con voz desfallecida.)
¡Cyrano!

(Todos retroceden, espantados.)

C
YRANO
.— ¡Me parece que está mirando… que ha osado mirar mi nariz!…
(Levanta la espada.)
¿Que decís?… ¿Que es inútil?… ¡Ya sé que en este combate no debo esperar el triunfo! ¡No!… ¿Para qué?… ¡Es más bello cuando se lucha inútilmente! ¿Cuántos sois?… ¿Mil?… ¡Os reconozco, mis viejos enemigos!… ¡La Mentira!…
(Golpeando con su espada en el vacío.)
¡Toma! ¡Toma!… ¡Ah, los Compromisos… los Prejuicios… las Cobardías!…
(Sigue golpeando.)
¿Que pacte?… ¡Eso nunca!… ¿me oís bien? ¡Nunca! ¡Ah, por fin te veo, estupidez!… De sobra sé que al final me tumbaréis, mas no me importa: ¡lucho, lucho, lucho!
(Hace molinetes inmensos y se detiene jadeando.)
¡Sí, vosotros me arrancáis todo, el laurel y la rosa! ¡Arrancadlos! ¡Hay una cosa que no me quitaréis!… ¡Esta noche, cuando entre en el cielo, mi saludo barrerá el suelo azul, y, mal que os pese, conmigo irá una cosa sin manchas ni arrugas!…
(Arroja la espada a lo alto.)
y esa cosa es…
(La espada escapa de sus manos; vacila y cae en brazos de Le Bret y Ragueneau.)

R
OXANA
.—
(Inclinándose sobre él y besándole en la frente.)
¿Y es…?

C
YRANO
.—
(Vuelve a abrir los ojos, la reconoce y añade sonriendo:)
¡Mi penacho!

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