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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga, Policíaco

Cobra (40 page)

Engañados por la desinformación, los cubanos se volvieron contra los mexicanos, porque estaban convencidos de que les estaban estafando con los cada vez más pequeños envíos que llegaban desde la zona de la frontera.

Los Ángeles del Infierno, tras haber sufrido numerosas bajas a manos de los Bandidos y los Outlaws, pidieron ayuda a sus amigos de la Hermandad Aria e iniciaron una matanza en las cárceles de todo el país donde mandaban los arios. Esto hizo que entrasen las bandas negras Crips y Bloods.

Cal Dexter había visto correr la sangre en otras ocasiones y no tenía remilgos. Pero cuando vio cómo aumentaba el número de muertos preguntó una vez más a Cobra qué estaba haciendo. Como respetaba a su oficial ejecutivo, Paul Devereaux, que por lo general no confiaba en nadie, lo invitó a cenar a Alexandria.

—Calvin, hay unas cuatrocientas ciudades, grandes y pequeñas, en nuestro país. Y al menos trescientas de ellas tienen un grave problema con los narcóticos. Una parte se debe a la marihuana, a la resina de cannabis, a la heroína, a las metanfetaminas y a la cocaína. Se me pidió que acabase con el tráfico de cocaína porque era el vicio que se estaba escapando más al control. La mayor parte del problema deriva de que, en nuestro país, solo la cocaína da unos beneficios de cuarenta mil millones de dólares al año, casi el doble que en el resto del mundo.

—He leído las cifras —murmuró Dexter.

—Excelente, pero me ha pedido una explicación.

Paul Devereaux comía como hacía la mayoría de las cosas, con moderación, y su cocina favorita era la italiana. Su cena era una delgada
piccata al limone
, una ensalada y un plato de aceitunas, acompañados de un Frascati frío. Dexter pensó que debería haber pasado por su casa para comer un filete a la plancha y patatas fritas.

—Por lo tanto, estos increíbles fondos atraen a todo tipo de tiburones. Tenemos alrededor de mil bandas que compran la droga y un número de delincuentes en toda la nación que llega a los setecientos cincuenta mil; la mitad de ellos participan en el narcotráfico. Así que volvamos a su pregunta inicial: ¿qué estoy haciendo y cómo?

Llenó las dos copas con el vino amarillo claro y bebió un sorbo mientras escogía las palabras.

—Solo hay una fuerza en este país que puede destruir la doble tiranía de las bandas y las drogas. No usted, ni yo, ni tampoco la DEA, el FBI o ninguna de nuestras numerosas y carísimas agencias. Ni siquiera el mismo presidente. Y desde luego tampoco la policía local, que me recuerda a aquel chico holandés que intentaba contener la marea poniendo el dedo en el dique.

—Entonces, ¿cuál es esta única fuerza?

—Ellos mismos. Cada uno de ellos. Calvin, ¿qué cree que estuvimos haciendo el año pasado? Primero creamos, con un gran coste, escasez de cocaína. Aquello fue deliberado, pero no se podía mantener para siempre. Aquel piloto de caza en las islas de Cabo Verde. Aquellos buques Q en el mar. No pueden seguir para siempre, o ni siquiera mucho más.

»En el instante en que desaparezcan, el tráfico volverá. Nada puede detener esta cantidad de beneficios durante mucho tiempo. Todo lo que pudimos hacer fue reducir el suministro a la mitad, y provocar un hambre desesperada entre los clientes. Y cuando las fieras tienen hambre se vuelven las unas contra las otras.

»Segundo, creamos un suministro como cebo y ahora estamos utilizándolo para provocar a las fieras, que descargan su violencia no contra los buenos ciudadanos sino las unas contra las otras.

—Pero el derramamiento de sangre está alterando el país. Nos estamos convirtiendo en el norte de México. ¿Cuánto tiempo va a durar la guerra de bandas? —preguntó Dexter.

—Calvin, la violencia siempre estuvo ahí. Pero estaba oculta. Nos engañamos a nosotros mismos creyendo que solo está en la televisión o en las pantallas de cine. Bien, ahora ha salido a la luz. Durante un tiempo. Si me dejan provocar a las bandas para que se destruyan las unas a las otras, su poder desaparecerá durante una generación.

—Pero ¿y a corto plazo?

—Ah, tendrán que suceder muchas cosas terribles. Hemos llevado estas cosas a Irak y a Afganistán. ¿Cree que nuestros gobernantes y nuestro pueblo tienen la fortaleza para aceptarlo aquí?

Cal Dexter pensó en lo que había visto en Vietnam cuarenta años atrás.

—Lo dudo —respondió—. El extranjero es un lugar más conveniente para la violencia.

En todo Estados Unidos, los miembros de los Latin King morían asesinados mientras las bandas locales de la MS-13 se lanzaban sobre ellos, convencidos de que los estaban atacando; pretendían quedarse con los almacenes y la clientela de los King. Pero estos, una vez recuperados de la sorpresa inicial, respondieron de la única manera que sabían.

La matanza entre los Bandidos y los Outlaws por un lado, y los Ángeles del Infierno con la Hermandad Aria por el otro, dejaba cadáveres de una costa a la otra de Estados Unidos.

Los transeúntes, asombrados, veían la palabra ADIOS
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pintada en las paredes y los puentes. Las cuatro bandas tenían ramificaciones en las cárceles más vigiladas de Estados Unidos, así que la matanza se propagó en ellas como las llamas. En Europa la venganza del Don acababa de comenzar.

Los colombianos enviaron al otro lado del Atlántico a cuarenta asesinos escogidos. Se suponía que iban a hacer una visita de buena voluntad a los gallegos, pero pidieron al arsenal de los Caneos una variedad de armas automáticas. La petición fue satisfecha.

Los colombianos fueron llegando por vía aérea en diversos vuelos a lo largo de tres días y un pequeño grupo de avanzada les facilitó una flota de furgonetas y caravanas. Con estos vehículos los vengadores se dirigieron al noroeste, a Galicia, azotada por las habituales lluvias y tormentas de febrero.

No faltaba mucho para el día de San Valentín y el encuentro entre los emisarios del Don y sus anfitriones, que nada sospechaban, tuvo lugar en un almacén en la bonita e histórica ciudad de El Ferrol. Los visitantes inspeccionaron el arsenal que se les proporcionó, montaron los cargadores, dieron media vuelta y abrieron fuego.

Cuando la última descarga dejó de resonar en los muros del almacén, habían eliminado a la mayor parte de la banda gallega. Un hombre pequeño, con rostro de niño, conocido en su país como el Animal, el líder colombiano, se acercó a un gallego todavía vivo y lo miró.

—No es nada personal —dijo en voz baja—, pero no podéis tratar al Don de esta manera.

Después le voló la tapa de los sesos.

No había ninguna necesidad de quedarse. El grupo de asesinos subió a sus vehículos y cruzó la frontera a Francia en Hendaya. Tanto España como Francia firmaron el acuerdo de Schengen, que estableció las fronteras abiertas sin controles.

Los colombianos, que se turnaban al volante, fueron al este por las estribaciones de los Pirineos, a través de las llanuras de Languedoc, cruzaron la Riviera francesa y entraron en Italia. Nadie detuvo los vehículos con matrículas españolas. Tardaron treinta y seis horas en llegar a Milán.

Al ver que los inconfundibles números de registro en la cocaína enviada a través del Atlántico a bordo del
Belleza del Mar
habían aparecido en los pantanos de Essex, don Diego no tardó en descubrir que todo el cargamento había llegado a Essex vía los Países Bajos, pero lo había enviado la ‘Ndrangheta, que proveía a la banda de Essex. Por lo tanto los calabreses, a quienes les había entregado la principal franquicia para Europa, también se habían vuelto en su contra. El castigo era inevitable.

El grupo enviado para ajustar las cuentas con los culpables había pasado horas en la ruta estudiando el mapa de Milán y las notas enviadas por el enlace del equipo de Bogotá que vivía allí.

Sabían muy bien cómo encontrar los tres suburbios del sur: Buccinasco, Corsico y Assago que los calabreses habían colonizado. Estos suburbios son para los inmigrantes del sur profundo de Italia como Brighton Beach en Nueva York para los rusos: el hogar dentro del hogar.

Los inmigrantes se han llevado Calabria con ellos. Los carteles, los bares, los restaurantes, los cafés, casi todos llevan nombres y sirven comidas del sur. La Comisión Antimafia italiana calcula que el ochenta por ciento de la cocaína colombiana entra en Europa por Calabria, pero el centro de distribución es Milán y el centro de mando está en estos tres barrios. Los asesinos llegaron de noche.

No se hacían falsas ilusiones sobre la brutalidad de los calabreses. Nadie les había atacado nunca. Cuando peleaban, lo hacían entre ellos. La llamada segunda guerra en la ‘Ndrangheta, entre 1985 y 1999, había dejado setecientos cadáveres en las calles de Calabria y Milán.

La historia de Italia es una larga serie de guerras y derramamientos de sangre; detrás de la cocina y la cultura, los viejos adoquines se han cubierto de rojo muchas veces. Los italianos consideran temibles a la Mano Negra de Nápoles y a la Mafia de Sicilia, pero nadie discute con los calabreses. Hasta aquella noche, cuando llegaron los colombianos.

Tenían las direcciones de diecisiete casas. Sus órdenes eran destruir la cabeza de la serpiente y marcharse antes de que los centenares de soldados de infantería pudiesen movilizarse.

Por la mañana, el canal Naviglio estaba teñido de rojo. A quince de los diecisiete jefes los pillaron en casa y murieron allí. Seis colombianos se ocuparon del Ortomercato, donde estaba King, el club nocturno favorito de la joven generación. Los colombianos pasaron tranquilamente junto a los Ferrari y Lamborghini aparcados delante de la entrada, abatieron a los cuatro guardias de la puerta, entraron y abrieron fuego en una serie de largas ráfagas que acabaron con todos aquellos que bebían en la barra y con los comensales de cuatro mesas.

Los colombianos sufrieron una baja. El encargado de la barra, en un gesto de heroísmo, sacó un arma de debajo del mostrador y respondió al fuego antes de morir. Le disparó a un hombre pequeño que parecía ser quien dirigía el ataque y le metió una bala en su boca de pimpollo. Luego, él mismo fue abatido por tres proyectiles de una metralleta MAC-10.

Antes del alba, el Grupo de Operaciones Especiales de los carabinieri en vía Lamarmora estaba en alerta y los ciudadanos de la capital del comercio y la moda de Italia despertaron con los aullidos de las ambulancias y las sirenas de la policía.

Es una ley de la selva y del hampa: a rey muerto, rey puesto. Pero la Honorable Sociedad no estaba muerta y, a su debido tiempo, la guerra con el cártel provocaría una terrible venganza contra los colombianos, ya fuesen culpables o inocentes. Sin embargo, el cártel de Bogotá tenía un as en la manga: aunque la cantidad de cocaína disponible se hubiese reducido a un miserable goteo, ese goteo continuaba siendo propiedad de don Diego Esteban.

Las bandas norteamericanas, mexicanas y europeas podían intentar buscar nuevas fuentes en Perú o Bolivia, pero al oeste de Venezuela el Don era el único hombre con quien tratar. Aquel que él designase como receptor de su producto cuando se reanudasen los envíos, lo recibiría. Todas las bandas de Europa y de Estados Unidos querían ser ese alguien. Y la única manera de demostrar su valor y convertirse en el nuevo monarca era eliminar a los otros príncipes.

Los otros seis gigantes eran los rusos, los serbios, los turcos, los albaneses, los napolitanos y los sicilianos. Los letones, los lituanos, los jamaicanos y los nigerianos eran violentos y estaban muy bien dispuestos, pero eran más pequeños. Tendrían que esperar una alianza con el nuevo monarca. Las bandas alemanas, francesas, holandesas y británicas eran clientes, no gigantes.

Incluso después de la matanza milanesa, los restantes narcotraficantes europeos podrían haber decidido cesar el fuego, pero internet es internacional y se lee en todo el mundo. La anónima y secreta fuente de la aparentemente veraz información sobre el mundo de la cocaína, que Cobra había inventado, publicó una supuesta filtración de Colombia.

Afirmaba haber recibido un soplo de alguien de la División de Inteligencia de la Policía Antidroga. El soplón decía que don Diego Esteban había admitido en una reunión privada que su futuro receptor sería el ganador claro de cualquiera de los ajustes de cuentas en el hampa europea. Era pura desinformación. No había dicho tal cosa. Pero desató una guerra de bandas que barrió el continente.

Los eslavos, es decir las tres bandas rusas principales y los serbios, formaban una alianza. Pero eran odiados por los bálticos de Letonia y Lituania, que se aliaron para ayudar a los enemigos de los rusos.

Los albaneses eran musulmanes y se habían aliado con los chechenos y los turcos. Los jamaicanos y los nigerianos son negros y pueden trabajar juntos. En Italia los sicilianos y los napolitanos, siempre antagonistas, formaron una sociedad temporal contra los extranjeros y comenzó el derramamiento de sangre.

La guerra barrió Europa como estaba barriendo Estados Unidos. Ningún país en la Unión Europea se salvó, ni siquiera los más grandes y, por lo tanto, los mercados más ricos soportaron la peor carga.

Los medios intentaban explicar a sus lectores, oyentes y telespectadores lo que estaba pasando. Había matanzas entre bandas desde Dublín a Varsovia. Los turistas se tiraban al suelo gritando en los bares y restaurantes, mientras las metralletas ajustaban las cuentas por encima de las mesas de las cenas y las fiestas.

En Londres, la niñera del hijo del ministro del Interior, que estaba dando un paseo por Primrose Hill, encontró un cadáver entre los setos. No tenía cabeza. En Hamburgo, Frankfurt y Darmstadt los cadáveres se amontonaban en las calles cada noche. Se sacaron catorce cadáveres de los ríos franceses en una sola mañana. Dos de ellos eran negros y por las dentaduras identificaron que el resto no eran franceses sino del Este.

Pero no todos morían en los tiroteos. Las ambulancias y los quirófanos de emergencia estaban colapsados. Cualquier información sobre Afganistán, los piratas somalíes, los gases de efecto invernadero y los banqueros desaparecieron de las primeras planas mientras los titulares expresaban una rabia impotente.

A los jefes de policía les llamaron, les gritaron y les despacharon para que fuesen a gritar a sus subordinados. Los políticos de veintisiete parlamentos en Europa y el Congreso en Washington y los cincuenta estados de la Unión intentaron mostrar una postura de firmeza, pero fracasaron a medida que su total impotencia quedaba cada vez más clara a sus electores.

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