Read Antología de novelas de anticipación III Online

Authors: Edmund Cooper & John Wyndham & John Christopher & Harry Harrison & Peter Phillips & Philip E. High & Richard Wilson & Judith Merril & Winston P. Sanders & J.T. McIntosh & Colin Kapp & John Benyon

Tags: #Ciencia Ficción, Relato

Antología de novelas de anticipación III (5 page)

* * *

Lo que había sucedido era que, por primera vez, Floyd no había preparado ninguna cinta. El hecho de haber sorprendido a Vic con el Almanaque le imponía la necesidad de escoger cuidadosamente las noticias a fin de evitar que su hijo sospechara algo. Y aquella necesidad le había puesto nervioso y había embotado su cerebro. Finalmente, cuando sólo faltaban unas horas para que el programa fuese radiado, Floyd tuvo que admitir que aquella semana le sería imposible grabarlo.

Estaba casi seguro que Vic no tomaría la iniciativa para oír el programa, pero como medida de precaución había preparado la grabación de música sinfónica. Ahora dio gracias a su buena estrella (el utilizar este ridículo tópico le hizo reírse irónicamente de sí mismo) por haberlo hecho.

La voz del locutor dijo:

«A continuación ofrecemos a ustedes la «Séptima Sinfonía en mi bemol» de Anton Bruckner, por la Orquesta de Conciertos de Amsterdam, bajo la experta dirección de Van Beinum.»

Cuando sonaron los primeros compases de la majestuosa música, Floyd se inclinó hacia adelante para desconectar el aparato.

—Déjalo, papá, por favor —dijo Vic. Y luego, tras una pausa que a oídos de Floyd resultó muy sospechosa, añadió—: Si es que no te importa malgastar las baterías...

—De acuerdo —dijo Floyd—. Aunque creo que tenemos el disco...

Lo sabía perfectamente, puesto que lo había grabado en la cinta.

—Sí, pero éste viene de la Tierra. Y, aunque sea el mismo disco, no es igual.

Al día siguiente, Floyd Geringer se emborrachó. Hasta entonces sólo había bebido dos veces del coñac almacenado en el
Magellan
. La primera vez fue aquel día terrible, unos meses después de su lanzamiento, al captar en la radio el mensaje de despedida de la Tierra. La otra vez fue cuando cumplió los cincuenta años, aquel hito cronológico que había reforzado su convencimiento del hecho que su vida y la del hombre estaban tocando a su fin.

* * *

Se encerró en su madriguera con la botella de Hennessy, pensando de nuevo en aquel último mensaje de la Tierra. Había sido grabado por pura casualidad al final de aquella guerra suicida. Floyd bendijo al hombre anónimo que en sus últimas horas de vida había tenido el desprendimiento de redactar la esquela de defunción de la Tierra y de enviarla al espacio, donde, como él mismo había dicho, algún oído desconocido podía captarla. De este modo el oyente podría enterarse de lo que había matado a la Tierra y podría aplicar la lección a su propio planeta. El oyente podía también, si estaba aún a tiempo, rescatar a los dos únicos supervivientes del desastroso conflicto: el hombre y el niño que habían sido lanzados al espacio en el cohete
Magellan
.

A veces, aunque no con mucha frecuencia, Floyd maldecía al hombre que había preparado el mensaje. Debió tener en cuenta la posibilidad a que éste fuese captado por los ocupantes del
Magellan
. Aquel terrestre había sido cruel al decirles que estaban condenados; al robarles la esperanza que el silencio hubiera mantenido. Pero luego Floyd se retractaba de su maldición y se decía que, en igualdad de circunstancias, él hubiera hecho lo mismo, probablemente.

Mientras el nivel de la botella de coñac iba bajando, Floyd sacó la grabación que había hecho del mensaje. Al principio no lo había grabado, odiando y deseando a la vez aquel último lazo con la Tierra, con la cual sintonizaba todos los días con morbosa fascinación. Pero cuando la emisión pareció debilitarse, como si las baterías se estuvieran agotando o el transmisor estuviera afectado por algún cataclismo, hizo una grabación. Al cabo de una semana la Tierra quedó silenciosa.

Floyd colocó una vez más el mensaje en el magnetofón, aunque se lo sabía de memoria. Se sirvió otra copa, brindando por el desconocido terrestre, y empezó a preparar el programa para la semana siguiente. Sería el último.

* * *

Eran las ocho.

—¿Preparado, hijo?

—Sí, papá.

Floyd hizo girar el mando. Cuando la saeta grande del reloj llegó al 12, la voz empezó:

«Tu padre te habla, Vic...»

El muchacho estaba en su acostumbrada posición, con la cabeza reclinada en el respaldo de la butaca y los ojos cerrados. Al oír aquellas palabras abrió los ojos de par en par y miró a su padre. Luego su mirada se fijó en el altavoz y no se apartó de allí.

«He pensado que me resultaría más fácil hablar contigo de este modo, hijo —estaba diciendo la voz de Floyd—. Así tengo ocasión de pensar las cosas antes de decirlas y de cambiarlas si no las he dicho del modo apropiado. He llegado a dominar a la perfección la grabación de cintas magnetofónicas...»

Mientras la voz seguía hablando, Vic cerró los ojos. Pero Floyd sabía que estaba escuchando atentamente. Al cabo de un rato unas lágrimas empezaron a deslizarse por debajo de los cerrados párpados.

«... Verás, en la Tierra había cosas que yo amaba tanto que quise que su recuerdo significara algo para ti. Quise que conocieras la Tierra viviente, como yo la había conocido, y no que la estudiaras como podrías estudiar una lengua muerta... Admito que te engañé y te pido perdón por ello. Pero no te pido que me perdones por haberte contado la historia a mi modo. Encontrarás los hechos en el Almanaque Mundial, el cual podrás leer a tu gusto, así como los otros libros que puse fuera de tu alcance hasta que fueras mayor. Pero los hechos nos son suficientes. La Tierra fue algo más que una colección de estadísticas. La Tierra fue mi hogar —y el tuyo durante un corto espacio de tiempo—, y creo que lo que he tratado de enseñarte a mi manera es más cierto que todo lo que puedas leer en los libros. Los libros están necesariamente llenos de asesinatos, y epidemias, y guerras, que fueron los aspectos negativos de nuestra historia. Pero yo te he hablado de momentos vividos en la Tierra, de unos momentos que en los libros no están registrados de un modo suficientemente explícito.»

La voz se interrumpió.

* * *

Floyd desconectó el aparato.

—La cinta tiene dos partes —dijo—. Creo que esto es suficiente por ahora.

Vic se puso en pie y apoyó un brazo en la butaca de su padre con gesto tímido. Luego, cuando Floyd le acarició cariñosamente, el muchacho se arrojó en sus brazos sollozando. También Floyd estaba llorando. Había pasado demasiado tiempo desde que su hijo se sentaba en su regazo. Y éste no era solamente su hijo. La persona que se abrazaba a él sollozando era el único ser humano viviente, aparte del propio Floyd.

Al cabo de un rato Vic se sentó y se sonó la nariz, pero permaneció en el regazo de su padre.

—No te preocupes, papá, todo va bien.

—Desde luego —dijo Floyd. También él tuvo que utilizar el pañuelo—. Pero, ¿estás consolándome o perdonándome?

Vic se echó a reír.

—Lo que tú prefieras. Supongo que has estado enormemente preocupado por mi. Pero así es la vida, ¿no es cierto? Quiero decir como ahora, no como era antes. Estoy perfectamente, papá. De veras. Creo que no echo nada de menos, como te ocurre a ti, porque yo no he conocido otra cosa. Pero a veces me he entristecido por ti.

—¿Lo has sentido por mí? —preguntó su padre sorprendido.

—Sí. Tiene que haber sido muy duro para ti estar encerrado aquí con un niño.

—No digas tonterías. ¿Y qué quieres decir con eso de no echar nada de menos?

—Ya te lo dije en cierta ocasión, papá. Soy el hijo de Robinson Crusoe. No conozco nada mejor. Pero lo he lamentado por ti, siempre preocupado con aquellas grabaciones...

Floyd ocultó su mirada culpable en la nuca de su hijo.

—Dime, Vic, sinceramente, ¿cuándo sospechaste por primera vez que eran una impostura?

El muchacho no contestó inmediatamente. Finalmente, dijo.

—El día que me sorprendiste con el Almanaque. En realidad no estaba mirando las poblaciones. Estaba consultando la fecha en que murió el presidente Franklin D. Roosevelt. Fue el 12 de abril de 1945, ¿verdad?

—Sí.

—Pero apuesto a que fue un gran hombre.

—Eso creo yo —dijo Floyd—. Y había mucha gente que opinaba lo mismo.

Al cabo de un rato el muchacho dijo:

—Ahora que se han terminado los programas, tal vez no podamos pasar más tiempo juntos.

—Supongo que te he descuidado un poco, ¿verdad?

—Apenas te veo —murmuró Vic.

—Arreglaremos eso, no te preocupes. Ahora que casi has cumplido los catorce años tal vez puedas aprender a jugar a una cosa llamada póquer.

—Ya sé jugar, papá. No olvides que he tenido mucho, tiempo para leer... el Almanaque, el Hoyle, prácticamente todo.

—Sí, ya eres un hombre. Y creo que ya estás en condiciones de escuchar el mensaje de despedida de la Tierra. Luego sabrás todas las cosas que he aprendido en los últimos doce años.

—Me gustará oírlo, desde luego.

Vic regresó a su butaca y se sentó, aunque esta vez permaneció erguido y con los ojos abiertos, con una expresión que Floyd no había visto desde hacía muchos años. Floyd sospechó que era algo más que amor filial; sospechó que era amistad..., un lazo de unión muy fuerte entre dos hombres. Notó que sus ojos volvían a humedecerse y se apresuró a hacer girar el mando del aparato de radio.

—Está en la segunda parte de la cinta —dijo—. Y espero que no te impresione demasiado.

—Adelante, papá.

* * *

Vic permaneció en silencio después de haber oído el mensaje, como si respetara los punzantes recuerdos que había evocado en su padre. Luego dijo:

—Te agradezco que me hayas permitido oírlo, papá. Y comprendo lo que habrá significado para ti. ¿Cuándo lo oíste por última vez directamente?

—Hace muchísimo tiempo, Vic. El aparato de radio dejó de funcionar.

—Tal vez funcione de nuevo. Las baterías pueden haberse recargado por sí mismas o algo por el estilo. Me gustaría oír el mensaje directamente si todavía está en el éter.

—Podemos probarlo, aunque te advierto que será inútil.

Floyd conectó el aparato, esta vez disponiéndose a captar una emisión.

—Salía aquí, ¿ves? Ahora no hay nada. Únicamente estática. Tú, yo y estática hijo mío; eso es lo que queda.

—No vuelvas a ponerte triste, papá. ¿Qué sucedería si hiciera girar esto?

Vic lo hizo girar.

—Más estática —dijo Floyd—. Es...

—¿Qué ha sido eso?

Vic hizo retroceder el mando hacia el lugar por donde acababa de pasar. El sonido era leve, pero claramente audible. Floyd aumentó el volumen. No era una voz, sino señales en código Morse.

—Algún transmisor automático, probablemente —dijo Floyd—. ¡Qué raro que no lo haya captado nunca!

Pero su rostro se había iluminado repentinamente. Tomó un lápiz y empezó a descifrar el mensaje con grandes dificultades, debido a lo débil de la emisión y a su falta de práctica.

«... MANDO MAGELLAN LUNA LLAMANDO MAGELLAN ESTAMOS ORGANIZADOS NO PIERDAN ESPERANZA LLEGAREMOS HASTA USTEDES SU SEÑAL ES MUY CLARA.»

—¡La Luna! —exclamó Floyd—. Debieron llegar hasta ella en otro cohete.

—¿Nuestra señal? —dijo Vic—. No sabía que emitiéramos una señal.

—Un transmisor automático, supongo. Sssst.

El mensaje de la Luna continuó:

«LUNA LLAMANDO MAGELLAN ÉSTA ES UNA SEÑAL MECÁNICA NINGUNA RESPUESTA A NUESTROS ANTERIORES MENSAJES EXCEPTO SU AUTOMÁTICA COMUNIQUEN SI ESTÁN VIVOS LLAMAREMOS DIARIAMENTE TERMINA EL MENSAJE.

»EMPIEZA EL MENSAJE LUNA LLAMANDO MAGELLAN LUNA LLAMANDO...»

* * *

—¡De modo que existe alguien más! —aulló Vic aporreando la espalda de su padre—. Debieron salir de la Tierra al mismo tiempo que nosotros.

—O quizás había ya una base secreta en la Luna... No me des tan fuerte, hijo; ten en cuenta que soy un hombre viejo.

—No, papá, no eres viejo. Me pregunto de dónde saldrían...

—De Cabo Kennedy, de la Base de Vanderberg o de la isla Wallop. Eran las tres únicas bases de lanzamiento.

—No olvides a los rusos. Tal vez los que están en la Luna son rusos.

—No seas antipatriota, hijo.

—No lo soy, papá —dijo Vic pensativamente—. Pero creo que soy un ser humano, en primer lugar, y luego un terrestre magellanita. De ascendencia norteamericana, desde luego.

—Bien, seas lo que seas, será mejor que demos a conocer nuestro mensaje. Mira por dónde tendré que hacer otra grabación... ¿Qué te parece si me echaras una mano?

—De acuerdo, papá. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en llegar hasta nosotros?

—No lo sé, hijo mío. Pueden tardar años enteros. Es posible que en la Luna no dispongan de los medios de los que se disponía en la Tierra.

—No importa —dijo Vic—. Eso nos dará la oportunidad de conocernos mejor el uno al otro.

Llámeme Irish, por favor

Richard Wilson

El grupo de viviendas próximo a la Universidad estaba recién terminado. El vendedor, John P. ("Llámeme Happy") Horman, había esperado una semana, después de que los inquilinos se instalaron, para hacer su ronda con su ratonera eléctrica de muestra y su libreta de pedidos. Empezó por la esquina meridional del grupo y llamó a la primera puerta.

Mientras se abría, Happy empezó su perorata. Hacia el final de la segunda frase se interrumpió en medio de una sílaba al darse cuenta de que estaba hablando con un perro. Un perro hembra.

Happy quedó confundido.

—¿Está el dueño en casa? —preguntó.

—Espere un momento —dijo el perro.

La puerta se cerró y Happy se quedó mirándola con expresión asombrada. Luego volvió a abrirse. Un perro de mayor tamaño preguntó:

—¿Qué desea usted?

—Esto es absurdo —dijo Happy—. Cuando le pregunté al otro perro si el dueño estaba en casa me refería al dueño de la casa, no a
su
dueño. —Consultó la lista de nombres de las familias que vivían en el grupo—. Busco a un tal Mr. Setler.

—El nombre es Setter —dijo el perro—. Lo han escrito mal. Yo soy el dueño de la casa. ¿Puedo hacer algo por usted?

—No lo sé. —Happy Hormar se quitó las gafas, las limpió, volvió a colocárselas, se metió el pañuelo en el bolsillo y contempló al animal rojizo que estaba ante él—. Esto es muy raro. ¿Es usted un perro parlante?

—Desde luego. —El perro espantó una mosca con su rabo—. ¿Es usted un hombre parlante?

—Bueno..., sí.

—Entonces ¿por qué no dice usted algo? ¿Pertenece usted a la compañía constructora? En ese caso quiero que se ocupe usted de nuestro fregadero. Gotea, ¿sabe? Y mi hijo Whiffet está cansado de lamer el agua que se vierte.

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