Read Alas negras Online

Authors: Laura Gallego García

Alas negras (38 page)

Shalorak se levantó como pudo y se volvió hacia ella, con la ansiedad y el miedo pintados en su mirada. La joven se agachó para recoger la daga caída y la hizo girar entre sus dedos.

—¿Por qué están vivos todavía, Shalorak? —preguntó, con tono neutro.

El hechicero temblaba. Tragó saliva y recompuso su gesto antes de responder, con una reverencia:

—Es un fallo imperdonable por mi parte, mi reina. Lo subsanaré de inmediato.

La mirada de Marla paseó por los rostros de todos los presentes. Se detuvo un instante en Cosa y después en las facciones de Shalorak, y Zor detectó una mueca de dolor en su rostro.

—¿Es cierto eso que dicen? —preguntó, con suavidad—. ¿Es verdad que eres uno de los engendros creados por Fentark?

—Mi señora... —empezó Shalorak, pero ella lo interrumpió:

—¡Silencio! Piensa muy bien cuáles van a ser tus palabras. Si me amas lo bastante, tendrás el valor de confesar la verdad. Y, si vas a mentir, será mejor que no digas nada.

El hechicero respiró hondo. Se irguió, enderezó los hombros y clavó sus ojos en los de ella. Pareció que el tiempo se detenía durante el breve instante en que permaneció callado. Y después, por fin, de sus labios brotaron tres simples palabras, pronunciadas en voz baja, pero firme:

—Es verdad, Marla.

Después de aquella confesión, Shalorak no fue ya capaz de sostener su mirada. Bajó la cabeza, con un rictus de amargura pintado en su rostro, y apretó los puños.

—Es verdad —repitió ella a media voz— todo lo que ha dicho el maestro Karmac, entonces. Que Fentark te creó en su mesa de laboratorio, igual que a los otros engendros. Que eres el más perfecto de todos ellos. Tanto, que nadie hasta ahora se había dado cuenta de que no eras humano. Ni siquiera yo.

Shalorak no respondió, pero su silencio habló por él.

—Encerramos a esas cosas —prosiguió Marla—. Las toleramos porque formaban parte de los experimentos de Fentark, pero todos sabíamos que su mera existencia era totalmente inaceptable. Por eso las arrojábamos a Gorlian, con el resto de la basura. Porque valen mucho menos que un ser humano, incluso que cualquier ser vivo. Después de todo, son artificiales. Ni siquiera deberían haber sido creadas.

Shalorak seguía temblando. Zor abrazó a Cosa, que había buscado consuelo a su lado.

—Con todo, a mí siempre me dieron lástima —concluyó Marla—. Nunca entendí qué pretendía Fentark cuando las creaba, pero ellas no tenían la culpa de ser como eran. No habían tenido ninguna oportunidad de ser otra cosa.

»En cambio, tú eras tan semejante a los humanos que podías pasar por uno de nosotros, y eso hiciste, ¿verdad? Nos engañaste a todos, para que no te tuviéramos lástima, para que no te miráramos con asco... para evitar que te arrojáramos a Gorlian como a todas las demás. Y tan humano parecías... que te buscaste una mujer humana —Shalorak alzó la cabeza de pronto, pero ella no le dejó hablar—. Sí, ¿por qué no? —continuó, en voz más alta—. ¿Quién va a conformarse con una celda inmunda y una cueva en Gorlian cuando puede ocupar la alcoba de una reina?

—Marla...

—¡Cállate! —estalló ella, y su rostro estaba lleno de angustia y dolor—. No sé qué me molesta más... que me mintieras... que me utilizaras... que te burlaras de mí...

—Mi reina, yo jamás os he utilizado ni me he burlado de vos —cortó él, desesperado; cayó de rodillas ante ella y tomó su mano con absoluta adoración—. Os amo con todo mi corazón... y nunca he mentido al respecto. Si oculté mis orígenes fue porque temía que me rechazarais, temía no ser digno... —su voz se ahogó en un sollozo.

Marla retiró la mano.

—Levántate —ordenó.

Shalorak se incorporó, vacilante. Marla le dio la espalda, temblando.

—Te amo, Marla —dijo él, simplemente—. Nunca ha habido engaño ni doblez en esto.

Ella tardó un momento en contestar. Después, se volvió hacia él y dijo solamente:

—Pero eres un engendro.

Alzó la palma de la mano. Sobre ella reposaba el tosco puñal de Zor. Shalorak lo contempló un instante, sin comprender. Y, antes de que pudiera pronunciar palabra, el arma salió disparada de la mano de Marla, sin que ella hubiese movido un solo músculo, simplemente obedeciendo a su magia y a su voluntad; y, con velocidad y precisión mortíferas, se hundió en el corazón del hechicero.

—Y una reina no puede rebajarse a amar a una criatura como tú —concluyó ella en voz baja.

Shalorak ni siquiera lo había visto venir. Contempló un momento el mango que sobresalía de su pecho, sin entender lo que estaba pasando. Entonces alzó una última mirada suplicante hacia su reina mientras caía de rodillas. Levantó la mano hacia ella, tratando de alcanzarla, pero no consiguió rozarla siquiera. Sus labios se entreabrieron para pronunciar una última palabra, puede que de ruego, quizá de perdón, tal vez de amor...

... pero exhaló su último aliento antes de poder hablar.

Y Shalorak, el hechicero, la más perfecta de las criaturas de Fentark, cayó de bruces sobre las baldosas del salón de baile, muerto.

Mac, Zor y Cosa habían sido testigos de la escena sin intervenir, y ahora contemplaban, atónitos, el cuerpo que yacía ante ellos. Shalorak había muerto, y lo había hecho tal y como ellos deseaban: por medio de un arma imbuida de un conjuro de disolución. Aquello significaba que uno de los extremos del vínculo había sido destruido al fin.

Y, sin embargo, y por alguna razón desconocida, ninguno de ellos sentía la menor alegría. Cosa dejó escapar algunas lágrimas y murmuró, aún con los ojos clavados en el cuerpo de Shalorak:

—... rmmmannnu...

Marla se volvió hacia ellos. Tenía los ojos húmedos, y parpadeó rápidamente para retener las lágrimas.

—Así es como ha de hacerse —dijo; pretendía parecer impávida, pero le temblaba la voz—. No era tan complicado, ¿verdad? Los hechiceros se obsesionan con la magia, y los guerreros con las armas, olvidando que a veces lo más práctico es combinarlas ambas.

Mac se puso en pie, trabajosamente.

—Quizá —admitió—. Pero también sospecho que Shalorak no se habría dejado matar por nadie que no fueras tú.

Marla lo contempló un momento, y el Loco Mac descubrió en sus ojos un destello de un dolor intenso, profundo e inconsolable. Sin embargo, ella sacudió la cabeza y respondió:

—El caso es que ambos lo queríamos muerto, y ahora ya lo está.

—Pero no debías matarlo tú —intervino Zor, sin poderse contener—. ¡El te quería! ¡Si hasta ha destruido el mundo para sacarte del infierno!

Ella le dirigió una sonrisa cansada.

—Eres demasiado joven para entenderlo —respondió; en realidad, Marla sólo era cuatro o cinco años mayor que él, pero su mirada parecía la de una anciana, y Mac, que la había conocido cuando era poco más que una niña, no pudo evitar pensar que había vivido demasiado en muy poco tiempo.

—Marla... —empezó, pero ella lo hizo callar con un gesto.

—Y ahora os toca a vosotros —dijo, con total tranquilidad—. ¿O es que pensabais salir vivos de mi palacio?

Ahriel se cansó de estar mirando sin hacer nada. Naturalmente, había muchos demonios y diablillos sobrevolando las cúpulas de la ciudad, y algunos de ellos incluso habían logrado posarse en alguna parte, pero ella tenía la sensación de que la clave de aquella contienda, lo que decidiría la victoria o la derrota de los ángeles, estaba en la batalla que mantenían Furlaag y Ubanaziel. Sabía por qué no debía intervenir: por alguna razón, el Consejero quería abatir a su oponente con su propia espada, impregnada de magia negra. Ahriel no tenía idea de qué sucedería si lo conseguía. Sólo tenía claro que debía encontrar la forma de intervenir.

La pelea estaba muy igualada, pero Ubanaziel había estado a punto de ser alcanzado por Furlaag en un par de ocasiones. Si todo dependía de su victoria, entonces los ángeles estaban demasiado cerca del desastre total.

Y todo aquello era culpa suya. Por empeñarse en rescatar a su hijo de Gorlian, por ir al infierno a buscar a Marla, por subestimarla una vez más. Hasta hacía unos instantes, había estado dispuesta a tirarlo todo por la borda, a rendirse sin más. Pero no podía hacerlo mientras Ubanaziel siguiese peleando. Por mucho que él se lo tomase como algo personal, Ahriel sabía que no era su guerra. Porque, para empezar, si ella no se hubiese presentado ante el Consejo Angélico días atrás, todo aquello jamás habría sucedido.

Ahriel apretó los dientes y batió las alas, impulsándose un poco más cerca de los combatientes, que seguían peleando a pocos metros por encima de ella. Los observó con atención, dispuesta a intervenir si llegaba la oportunidad. No era un comportamiento noble ni respetaba las normas del juego limpio, pero, después de todo, aquello era una guerra, y ella había aprendido muchas cosas en Gorlian acerca de cómo romper las reglas.

La ocasión se presentó momentos después. Furlaag fintó en el aire para esquivar a Ubanaziel, y el extremo mutilado de su larga cola pasó muy cerca de Ahriel. Ella lo agarró sin pensarlo y tiró de él para impulsarse hacia arriba. El demonio notó el tirón y trató de desembarazarse de ella, pero Ahriel se colgó de uno de sus pies y plegó un poco las alas.

El peso del ángel desestabilizó a Furlaag, quien, con un rugido, descargó la espada sobre Ahriel para quitársela de encima.

Ubanaziel también había quedado sorprendido por la súbita intervención de Ahriel, pero no desaprovechó la oportunidad. Con un poderoso grito de guerra, alzó su espada y la volteó en el aire para descargarla sobre el demonio.

Furlaag se volvió para mirarlo y lo último que vio fueron los ojos de Ubanaziel, repletos de ira, apenas un instante antes de que el filo de la espada del ángel le cortara la cabeza de un solo tajo.

Ahriel contempló, turbada, cómo la cabeza del demonio salía volando por los aires y un chorro de sangre espesa y negruzca salpicaba sus alas. El cuerpo de Furlaag se mantuvo un momento en el aire y después empezó a caer pesadamente, arrastrando a Ahriel consigo. Ella ahogó un grito y trató de desembarazarse de él, pero la larga cola del demonio se había enredado en sus alas y su peso muerto le impedía reequilibrarse. Aterrada, Ahriel se vio cayendo en picado, envuelta en un letal abrazo con el cuerpo decapitado de Furlaag. Pero vio también que Ubanaziel plegaba un poco las alas y se lanzaba en picado para rescatarla. Alargó la mano hacia él, desesperada, y sintió cómo la agarraba y tiraba de ella hacia arriba. El cuerpo de Furlaag siguió cayendo hasta aterrizar sobre la cúpula de la sede del Consejo Angélico. Compungidos, Ahriel y Ubanaziel contemplaron cómo el techo se hundía bajo el peso del tremendo impacto, y el cadáver del demonio aterrizaba con estrépito sobre las blancas baldosas de la Sala del Consejo.

Ubanaziel hizo una mueca.

—Lekaiel me obligará a limpiar todo esto.

Ahriel batió las alas un par de veces para reequilibrarse.

—¿Y esto es todo? —le preguntó, algo decepcionada—. ¿Un demonio muerto y un edificio oficial semiderruido? En serio, Ubanaziel, ¿qué era lo que pretendías con ese estúpido desafío?

El ángel le dirigió una mirada de reproche, pero no respondió a la pulla. Acompañado por Ahriel, planeó hasta la cúpula y se posó en uno de los extremos intactos. Pero no miró hacia abajo, donde yacía el cuerpo de Furlaag, sino que alzó la mirada y contempló lo que sucedía en el cielo que se extendía sobre Aleian.

Nada parecía haber cambiado. Los demonios no habían acusado la pérdida de su líder, y seguían peleando contra los ángeles, como si nada hubiese sucedido. Sobre la ciudad seguían lloviendo cuerpos, heridos o muertos, de uno y otro bando. En algún lugar, por encima de la puerta norte, varios demonios habían atrapado a un ángel y le tiraban de las alas con deleite, tratando de arrancárselas de cuajo. Los gritos de dolor del desdichado se oían muy lejos, pero apenas quedaban ángeles que pudieran socorrerlo. Todos estaban demasiado ocupados luchando por sus propias vidas, y seguían peleando sin descanso. Pese a ello, muchos demonios habían aterrizado ya en la ciudad y se dedicaban a destrozar todo lo que veían. En un tejado vecino, incluso, un repulsivo diablillo orinaba sobre la cabeza de una de las blancas estatuas que decoraban la cornisa, riendo como un loco. Ahriel arrancó un cascote medio suelto de la cúpula y se lo lanzó a la cabeza, pero el diablillo lo esquivó y, furioso, le dedicó una abigarrada sarta de palabras malsonantes. Ahriel escogió otro cascote y la criatura se apresuró a alejarse volando torpemente.

Ubanaziel movió la cabeza con pesar.

—¿Qué esperabas conseguir? —preguntó Ahriel—. Yo... no quiero parecer pesimista, pero creo que esta guerra la hemos perdido.

El Consejero pareció darse cuenta entonces de su presencia. La miró, y recordó entonces que había muchas cosas que ella no sabía. Sin embargo, no había tiempo de explicarlas todas, de modo que abrevió:

—Por lo visto, hay una forma de conseguir que todos los demonios sean absorbidos de vuelta a su dimensión.

Ahriel era toda oídos.

—¿Matando a Furlaag? —adivinó.

—Matando a los dos extremos de un vínculo humano-demoníaco que mantiene unidas ambas dimensiones, con algo llamado conjuro de disolución, o con un arma imbuida de él.

—¿Y Furlaag era uno de los extremos del vínculo? —completó ella; no parecía muy convencida, sin embargo.

Ubanaziel asintió.

—El otro extremo es Shalorak, el hechicero que estaba con Marla. Tengo aliados que se están ocupando de él en estos momentos...

—¿Ah, sí?

—... de modo que, si aún no ha sucedido nada, se debe, probablemente, a que ellos no han logrado acabar con Shalorak todavía —sacudió la cabeza, con un suspiro de impaciencia—. Por el bendito Equilibrio, ese chico ya debería estar muerto a estas alturas. Deben de haberse topado con algún problema, así que tendré que ir al palacio de Marla a echarles una mano.

—Espera —lo retuvo Ahriel cuando ya desplegaba las alas—. Disculpa mi ignorancia, pero hay algo que no entiendo: si el conjuro de vinculación tiene que mantener unidas ambas dimensiones, y Furlaag era uno de los extremos... ¿qué diablos hacía en nuestro mundo? ¿O es que el mago se ha ido de vacaciones al infierno?

—El vínculo se establece entre una criatura del infierno, esto es, un dem... —Ubanaziel se detuvo de golpe y miró a Ahriel, con los ojos muy abiertos—. Espera... ¿dirías que es necesario que cada uno de los extremos esté en una dimensión distinta?

Other books

Airframe by Michael Crichton
Thick as Thieves by Spencer, Tali
Heart of the Wolf by Terry Spear
Lucca by Jens Christian Grondahl
Breaker's Passion by Julie Cannon
The After House by Michael Phillip Cash


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024