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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (33 page)

—No lo creo —replicó Zor—. Por el momento sólo sabemos que la única forma de tratar con demonios es establecer un pacto entre ambas partes, un pacto que tanto el demonio como el invocador están obligados a respetar. Por eso, los demonios hacen siempre todo lo posible por encontrar una fisura en el pacto que les permita revocarlo o no cumplir con todos sus términos. Aunque, la verdad, no lo entiendo muy bien —añadió, pensativo—. Si matasen al humano sin más, no habría ningún pacto que respetar, ¿no?

—Ahí está lo interesante del asunto, chaval. Cuando un humano invoca a un demonio, éste lo hará trizas de inmediato si el invocador ha cometido el más mínimo error en el ritual. Pero, si la invocación se lleva a cabo de forma correcta y se establecen los términos del pacto, el demonio no puede hacer daño al humano ni enviar a ningún otro demonio a perjudicarlo en su lugar.

—Eso quiere decir que tal vez Fentark no haya muerto en el infierno —comentó Zor—. Porque hizo un pacto con ese tal Furlaag, y Furlaag sigue vivo, ¿no? Nosotros lo vimos.

Mac negó con la cabeza.

—En el mismo infierno nadie está a salvo, hijo. A Furlaag le habría bastado con no hacer nada para que Fentark muriese a manos de cualquier otro demonio, de cien mil formas distintas. El pacto habla de no agresión; no dice nada acerca de defender a la otra parte. Por otro lado, si Fentark se vio incapaz de cumplir su parte del trato, éste pudo disolverse, sin más.

—Pero en este trato en concreto, todo ha salido como lo pactaron —hizo notar Zor—. Shalorak ha abierto las puertas del infierno a cambio de la libertad de Marla, y ambas cosas se han cumplido. Si todo está hecho, ¿cómo podríamos nosotros deshacerlo?

Mac hundió el rostro entre sus manos huesudas, desalentado.

—Se me escapa algo, se me escapa... ¿qué es lo que estoy pasando por alto?

—Los lazos entre dimensiones diferentes, mago —sonó la voz serena de Ubanaziel—. Hablas de abrir la puerta del infierno como si fuera la puerta de tu propia casa, pero olvidas que se trata de dos mundos diferentes que jamás deberían fusionarse. No basta con abrir una puerta al infierno, hay que mantenerla abierta porque, si no cumples las condiciones necesarias, se cerrará al mínimo descuido.

Mac dio una palmada sobre la mesa.

—¡Eso es! El pacto sigue vigente. Las puertas deben quedarse abiertas, no basta con abrirlas sin más. Las aberturas siguen ahí, como una herida en el tejido de la realidad, y eso se debe, probablemente, a que Shalorak continúa haciendo algo que las mantiene activas.

—Marla se trajo un objeto del infierno para impedir que se cerrara del todo la puerta de Vol-Garios —hizo notar el ángel—. Podrían haber hecho lo mismo en todas las puertas, pero no bastaría para mantenerlas abiertas durante mucho tiempo. Se requiere mucha energía, y no es un vínculo lo bastante poderoso.

Mac entornó los ojos, pensando.

—Un vínculo lo bastante poderoso... —repitió. Lanzó entonces un grito y una carcajada desquiciada y se precipitó sobre la estantería. Sus amigos lo vieron lanzar un volumen tras otro por encima de su cabeza, descuidadamente, como si no fueran más que desperdicios.

—Creo que esta vez se ha vuelto loco de verdad —murmuró Zor, y tuvo que agacharse para esquivar un libro que Mac le arrojó a la cabeza para hacerlo callar.

—¡Silencio! —chilló—. ¡Estoy cerca, muy cerca!

Ubanaziel se inclinó hacia Zor y susurró:

—Yo he de irme, pero no quiero dejarte a solas con él. Puede que haya perdido la razón del todo. Me gustaría llevarte a algún lugar donde estés a salvo, pero no sé si...

—¡Lo tengo! —aulló el Loco Mac, con una nueva risa perturbada—. ¡
Guia del viajero entre dimensiones
, aquí está! ¡No tenía nada que ver con las invocaciones ni con los pactos demoníacos, maldita sea su estampa! —empezó a pasar páginas frenéticamente—. «Realidades paralelas», «Deshacer el tejido de la realidad», «La magia de los portales», «Asomarse a otros mundos»... ah, aquí: «Mantener abierto un portal a otro mundo». Un portal a otro mundo, a cualquier mundo, y no sólo al infierno. Esto es lo que me tenía despistado. La apertura de un portal debilita al mago considerablemente, no digamos mantenerlo abierto. Es prácticamente imposible conservar dos dimensiones entrelazadas indefinidamente; cualquier hechicero, incluso la Hermandad entera, moriría de agotamiento. Recordad que cada una de las puertas del infierno se cobró la vida de tres acólitos sólo para abrirse del todo.

—¿Entonces...? —preguntó Zor, que lo entendía sólo a medias.

—... Aquí: «Pacto con un ser de otra dimensión» —leyó Mac en voz alta—: «Si se establece un vínculo sellado mágicamente con una criatura de otro plano, ambas dimensiones permanecerán unidas mientras la magia del vínculo no se agote» —se dejó caer sobre su asiento, desalentado—. De acuerdo, las puertas siguen abiertas en virtud de un hechizo de vinculación entre dos seres. Pero, ¿cómo se va a agotar la magia de dicho vínculo?

Ubanaziel jugueteaba con la punta de una de sus trenzas, pensativo.

—Un hechizo se disuelve con la muerte del mago que lo creó, ¿no? —dejó caer.

Mac alzó la cabeza.

—No del todo. Hay muchos conjuros que sobreviven al mago... pero, claro, son aquellos aplicados sobre objetos inertes o criaturas ajenas a él —recordó, cada vez más entusiasmado, con una carcajada desquiciada—. Cierto, cierto, no lo había pensado. Veamos... —volvió a examinar la
Guía del viajero entre dimensiones
—. Ah, aquí está: «La muerte de uno de los dos extremos del vínculo no basta para deshacer el pacto. Es necesario destruirlos a los dos con un conjuro de disolución».

—¿Un conjuro de disolución? —repitió Zor.

—Si no recuerdo mal, se refiere a una forma de matar a un hechicero que incluye la destrucción de cualquier hechizo que haya realizado en vida. Se pueden aplicar conjuros de disolución en armas corrientes —añadió, levantándose de un salto—, de modo que puedo encantar tu espada, Ubanaziel, para que así, cuando se la claves a Shalorak en las tripas, el vínculo se destruya.

El ángel se llevó la mano al cinto, en ademán protector.

—¿Qué dices que pretendes hacer con mi espada, mago? —preguntó, con voz peligrosamente suave.

Pero Mac no captó la indirecta. Caminaba por toda la sala, parloteando entusiasmado, dejando escapar risitas nerviosas y haciendo grandes aspavientos.

—... Y, si destruimos el vínculo, las puertas empezarán a cerrarse, las siete al mismo tiempo, provocando un poderoso efecto de succión que devolverá a todos los demonios a su dimensión. ¡Si pudiera hacerse...! Pero primero hay que averiguar quiénes son los dos extremos del vínculo...

—Ah, eso es muy fácil —intervino Zor, orgulloso de poder aportar algo por fin—. Un mago negro y una criatura del infierno, ¿no? Shalorak y Furlaag. Ellos establecieron el pacto que trajo a Marla de vuelta, así que lo lógico sería pensar que están vinculados para mantener abiertas las siete puertas del infierno.

Hubo una breve pausa.

—¡Diablos, chaval, tienes razón! —exclamó entonces Mac, dando un formidable puñetazo sobre la mesa—. ¡Eso es lo que tenemos que hacer: matar a Shalorak y a Furlaag con un conjuro de disolución!

—¿Ma-matar a Furlaag, has dicho? —tartamudeó Zor.

—De Furlaag me encargo yo —dijo Ubanaziel, entornando los ojos—. Pondré a toda mi escuadra a buscarlo, si es necesario.

—Nosotros iremos a buscar a Shalorak, pues —decidió Mac, alegremente. Pero el ángel lo agarró por el brazo y lo obligó a mirarlo a los ojos.

—Creo que subestimas a ese joven, Mac. No pienses que te resultará fácil acabar con él.

—¿Por qué? —replicó el Loco Mac, burlón—. ¿Sólo porque os puso en jaque a Ahriel y a ti? Reconócelo, Ubanaziel: lo que pasa simplemente es que no estáis acostumbrados a tratar con magia negra. Ese tal Shalorak es demasiado joven como para ser un verdadero maestro. Fentark y yo le llevamos muchísimos años de experiencia.

—Pero Fentark fue incapaz de cumplir el pacto que había hecho con los demonios, y ha sido Shalorak quien lo ha llevado a término con éxito —le recordó Ubanaziel, y Mac frunció el ceño, pensativo.

—Es verdad. ¿Cómo lo habrá hecho? Yo no recuerdo haberlo visto nunca en la Fortaleza. Su período de adiestramiento no puede haber sido muy largo. ¿De dónde ha sacado tanto poder? ¿Será que quizá tiene un talento especial para la magia negra?

—¿Se necesita tener talento para esto? —intervino Zor, interesado—. Yo creía que era cuestión de leer libros.

—Bueno, el estudio y la práctica son imprescindibles, pero hay algunas personas que tienen más facilidad que otras...

—Es suficiente —cortó Ubanaziel—. Con talento o sin él, ese chico ha desencadenado un terrible mal en nuestro mundo. Si es cierto que existe alguna posibilidad de revertir lo que ha hecho, no debemos perder tiempo. Iré en busca de Furlaag, y vosotros podéis intentar encargaros de Shalorak, pero tened mucho, mucho cuidado. De todos modos, si consigo acabar con ese demonio os enviaré refuerzos —añadió, irguiéndose, dispuesto a marcharse.

—Espera —lo detuvo Mac—. Olvidas el conjuro de disolución. Si no lo aplicamos sobre tu arma, no servirá de nada que mates a Furlaag.

Con un gesto resignado, Ubanaziel desenvainó su espada y la depositó sobre la mesa.

—Date prisa —urgió—. Y asegúrate de que eso que le vas a hacer a mi espada, sea lo que sea, puedes deshacerlo después. Le tengo mucho aprecio y no me gusta la idea de que apeste a magia negra.

Mac se rió como un perturbado.

—Faltaría más —respondió, con una exagerada reverencia.

Un rato más tarde, cuando el sol ya emergía por detrás del horizonte, Ubanaziel salía volando de la Fortaleza. Su espada rezumaba magia negra, y el simple contacto con ella le resultaba desagradable. Pero el Consejero había roto las normas antes, y conocía lo suficiente a los demonios como para saber que no tenía otra opción.

No iba solo. Cargaba a Mac a la espalda, que, por fortuna, no pesaba mucho, y junto a él volaba Zor, llevando consigo a Cosa. Menuda tropa, pensó el ángel, cansado. Un viejo mago loco, un medio ángel y un engendro. Sin embargo, eran lo único que tenía, y tendría que bastar.

Sospechaba que Shalorak y Marla habrían vuelto a Karishia, pero no tenía ni idea de dónde encontrar a Furlaag. Cuando dejara a sus compañeros en Karishia, tenía previsto regresar a Aleian y reunirse con el Consejo para examinar la situación y ponerse al día. También, con un poco de suerte, se encontraría allí con Ahriel.

Ubanaziel miró de reojo a Zor, que volaba a su lado, esforzándose por seguir su ritmo. Tenía que decírselo a Ahriel, pero decidió que no era el momento adecuado. Mac y Zor iban a enfrentarse a Shalorak, y junto a Shalorak estaría Marla. Y, aunque necesitarían toda la ayuda posible en aquella empresa, no era menos cierto que no era conveniente que ambas se reencontraran ahora, no con Zor de por medio. Ahriel era muy emocional, y todo aquello podía desestabilizarla y llevarla a cometer un error fatal que, en aquel momento, el mundo no podía permitirse.

El ángel resolvió que lo mejor sería solucionar primero el asunto de la invasión de las huestes del infierno; después, si es que sobrevivían, Ahriel podría reunirse con su hijo. Pero en aquel momento todos debían concentrarse en la tarea que tenían pendiente.

Ubanaziel se llevó la mano al pomo de su espada, sintiendo la leve e insidiosa mordedura de la magia negra que le habían imbuido. Apretó los dientes y batió las alas con fuerza, dispuesto a acudir al encuentro de Furlaag.

XI
Secreto

Mientras tanto, la batalla en el cielo arreciaba. Los demonios seguían atacando, y su furia y enardecimiento parecían no conocer límites. Los ángeles se defendían como podían, pero las huestes infernales los obligaban a retroceder cada vez más. Ni siquiera los refuerzos que llegaron desde Aleian poco después de que Miradiel enviara su informe y su petición de ayuda sirvieron para mejorar las cosas. La propia generala había caído hacía ya rato, y de su escuadra apenas quedaban un par de ángeles que luchaban desesperadamente por su vida.

Todos sabían que era inútil; que los demonios llegarían hasta Aleian tarde o temprano, que no podían hacer nada para evitarlo. Sin embargo, seguían luchando con esfuerzo y valentía. Eran conscientes de que cada demonio que abatían aumentaba las esperanzas de los defensores de Aleian, que estaban ya preparándose para recibir a los invasores a las puertas de la ciudad.

Por su parte, los demonios veían su objetivo cada vez más cerca. Y cuando, con las primeras luces del alba, la Ciudad de las Nubes se mostró ante ellos, reluciendo en toda su pureza y esplendor, en lo alto de un pico lejano, las hordas del infierno lanzaron al unísono un aullido de triunfo. Pero también los ángeles se volvieron un instante para contemplar su amada ciudad, quizá por última vez, y redoblaron sus esfuerzos. Defenderían Aleian o morirían en el intento. Y, si lo hacían, conservarían en la retina una última imagen de las blancas cúpulas de su hogar.

Furlaag luchaba en primera línea. Los ángeles estaban oponiendo más resistencia de la que había imaginado en un principio, pero tenían la batalla perdida, y todos lo sabían.

El demonio sonrió, y clavó sus pupilas amarillas en los albos tejados de Aleian.

Los rayos de la aurora despertaron a Marla, acariciando suavemente sus párpados. Cuando abrió los ojos, lo primero que pensó fue que estaba viviendo un hermoso sueño, porque se hallaba en una cama mullida, de suaves sábanas y dosel de encaje: la suya. No tardó mucho en recordar que todo aquello era real; que la pesadilla había terminado y por fin había logrado escapar del infierno. Giró la cabeza, pero Shalorak ya no estaba a su lado. Lo vio de pie, junto al ventanal, de espaldas a ella, ya vestido con la túnica negra que siempre lucía, y que, en opinión de Marla, lo favorecía mucho. Sonrió, con un leve rubor en las mejillas. «... Un paraíso privado», había dicho él, «en el que estaríamos juntos y a salvo para siempre. Un mundo hecho a vuestra medida, del que vos seríais la única y verdadera emperatriz.» Sonaba demasiado hermoso como para ser real, pero lo cierto era que Marla lo deseaba con todo su corazón. Anhelaba que todas las noches fueran como aquélla, que todos los días estuviera Shalorak a su lado al despertar. Soñaba con un lugar donde Ahriel no la persiguiera, donde no hubiese ángeles ni demonios, donde la magia no estuviese prohibida y ella pudiese usarla para crear mil maravillas.

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