—Ha vuelto el sonido. —Dijo alguien del público.
La vicepresidenta miró hacia el micrófono pero siguió ahí.
—Casi he terminado. —Dijo—. Habrá quien piense que si he roto la apariencia con estas pocas palabras es por rencor, o porque ya me voy. Pudiera ser. Como me dijeron una vez, «cada uno en su terminal». En la mía, más que rencor lo que hay es remordimiento. En cuanto a la vicepresidenta, se ha ido. Ya no les represento, ya mi voz y mis actos son como los suyos; junto a ustedes espero no ser cobarde ahora, y trabajar.
Tras dos días de titulares y cierto revuelo mediático, el discurso de la vicepresidenta cayó en el olvido. El proceso de reconversión de las cajas en bancos continuó. El sistema integrado de interceptación telefónica se mantuvo operativo para un número elevado de comunicaciones detectándose, en algunas terminales, movimientos no previstos de pequeña magnitud. Y seguimos errando en esas nieblas.
Sin los conocimientos de código, redes y hardware de Juan Carlos Borrás, sin las conversaciones con Luis Molina, Carlos Sánchez-Almeida, Sofía García Hortelano, César de Vicente, Santiago Alba, Fernando Cembranos, Alberto Montero, Roberto Enríquez, Miguel Fortea y Mariano Vázquez, y sin los cafés con Pilar, Angeles, Miguel y Fernando, no existiría esta historia.