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Authors: Jim Thompson

Tags: #Intriga

1280 almas (21 page)

—No tengo tiempo de explicártelo —dije—. Tú encárgate de Lennie y ya te lo explicaré todo después.

Me volví y fui al dormitorio, pareciendo que daba por supuesto, ya me entendéis, que Rose iba a hacer lo que le había dicho.

Se quedó donde estaba durante unos instantes, temblorosa e insegura. Frunciendo el ceño y acaso un poco asustada. Dio un paso hacia el dormitorio para hacer como que me llamaba. Entonces se dio la vuelta repentinamente, abrió la puerta y se lanzó al exterior.

Oí ruidos apagados de carreras. El rápido trepidar de pasos en el barro duro del patio. Oí un grito cuando Rose cogió a Lennie, y luego el parloteo y las risas tontas de este mientras ella lo metía a rastras en la casa. Un poco divertido, pero también algo asustado.

Fueron a la cocina. Yo me mantuve escondido, escrutando y escuchando.

—Muy bien —dijo Rose, sus ojos todo veneno mientras miraba a Lennie—. ¿Qué estabas haciendo ahí escondido?

Lennie rió, sonrió con satisfacción y se llevó las manos cruzadas a la boca. Entonces dijo que yo y Rose estábamos atrapados.

—Espera y verás cuando se lo cuente a Myra. ¡Lo he visto! ¡He visto a ese cuco de Nick! ¡Ha venido a escondidas para hacer contigo cosas feas!

—¿Te refieres a joder? —dijo Rose— ¿Por qué dices que joder es feo?

—¡Oooh! —Lennie señaló a Rose con un dedo tembloroso, sus ojos abiertos como bandejas—. ¡Lo hacéis, lo hacéis! Ahora si que estáis cogidos! Voy a decir a Myra...

—¿Y crees que le va a importar? —dijo Rose—. Tu jodes siempre con Myra, ¡y no me digas que no, cara de cretino! ¡Por eso te has quedado tonto, por jodértela tanto! ¡Se la has metido tantas veces que se te han descentrado los cojones y el culo!

Estuve a punto de romper a reír.

¡Ay, Rose! ¡No había ninguna como ella, me cago en la leche! En menos de un minuto había aturdido tanto a Lennie que éste no habría encontrado su propia cabezota aunque le hubieran colgado un cencerro.

Volvió a señalarla con el dedo, temblando de pies a cabeza. Y se frotó los ojos con la otra mano mientras empezaba a balbucir.

—¡Es mentira! ¡Es mentira! ¡Nunca he hecho eso y...!

—¡Una mierda no lo has hecho! ¡Tú no eres su hermano, eres su amante! ¡Por eso te aguanta, porque le das gusto en el chocho! ¡Porque tú no tienes freno y ella es una viciosa!

—¡No es verdá! ¡No es verdá! Eres... eres... una cuentista desgraciada...

—¡No me mientas, bastardo cabrón! —Rose sacudió el puño ante la cara de Lennie—. ¡He visto cómo se la metías! Subí por una escalera de los pintores y miré por la ventana y, maldita sea, estabas dándole y dándole como un tambor. ¡Le castigabas tanto el conejo que parecía que te ibas a colar dentro!

Bueno, en fin. Aquello era mejor que en el circo. Y demostró lo que podía hacer un tipo cuando realmente se lo proponía.

Allí teníais una cosa tan normal y cotidiana como la fornicación, que, como decía aquel, puede que sea un placer efímero. Pero si te ponías a pensar en ello, ya me entendés, y empezabas a dar vueltas y mas vueltas entre la gente buena, o la mala, según el punto de vista, bueno, que os salía algo la mar de insólito. Pues algo parecido era lo que pasaba allí.

Un alboroto de carcajadas: y el medio de conseguir que cierta gente se quite de en medio cuando no hay forma de hacerlo uno mismo.

—¡Se lo diré a Myra! —balbucía Lennie—. ¡Le diré lo que has dicho de ella, todas las cosas feas que...!

—¿No te jode? —dijo Rose, como si dijera «¿no te digo?»—: Tú me quieres comer el coño —como si dijeras «tú me quieres comer el coco»—. Lo mejor será que tu y Myra dejéis de jugar a meterla y sacarla, muchacho, porque si no se te va a secar el seso igual que las pelotas.

—¡Se lo voy a decir a Myra! —gimió Lennie, dirigiéndose a la puerta—. ¡Ya sabes la que te espera!

—Dile que ella podrá tener un aguiero, pero que tú no tienes un árbol —dijo Rose—. Dile que le harás cosquillas en la raja si se pone a silbar el Old Black Joe.

Y dio a Lennie un empujón. Lennie salió despedido por la puerta, cruzó el porche y aterrizó de bruces en el patio.

Se levantó, parloteando y frotándose los ojos. Rose le soltó una última perorata, acusando a ambos de un montón de animaladas. Los tacos que soltó me sentaron como una punzada dolorosa. Lo que había dicho hasta el momento era un cumplido comparado con aquello.

Volvió a entrar y cerró de un portazo. La abracé y le dije que lo había hecho de maravilla.

—Qué, ¿empiezas a comprender? —dije—. Lennie no sale nunca del pueblo. No sólo es demasiado vago para andar tanto, sino que le da miedo alejarse mucho. Myra lo sabe. Y sabe que tan probable sería que le salieran alas y echara a volar como que se le hubiera ocurrido venir a tu casa. ¿Qué crees que pasará cuando regrese y diga a Myra que ha estado aquí?

—Mmmm —dijo Rose, asintiendo lentamente—. Probablemente no le creerá. Pero, ¿qui...?

—No le creerá —dije—. De todos modos, la asaltaran las sospechas. Entonces él le contara todas las porquerías que has dicho de ella, que se acuesta con Lennie y demás. ¿Cómo va a creer eso? ¿cómo podrá creer que su mejor amiga, una dama intachable, se haya puesto de repente a decir marranadas de ella?

—Mmma —Rose asintió de nuevo—. Por un lado, no creerá que Lennie ha estado aquí y, por el otro, no creerá tampoco lo que diga que ha pasado en esta casa. Tal como ella piensa, creerá que Lennie se lo ha inventado todo y recibirá sus cachetes por embustero. Pero...

—No solo por mentiroso —dije—, sino por peligrosamente mentiroso. El tipo de mentiras que sacude los hogares y mata a la gente. Y Myra no querrá correr el riesgo de que vuelva a ocurrir. Pensará que es hora de afrontar la verdad y se lo llevará a algún lugar lejano, como ha dicho alguna que otra vez.

—¿Si? —Rose me lanzó una mirada sorprendente—. ¿Cuándo ha dicho Myra una cosa así? ¿Cómo es que apenas soporta que Lennie se aleje de ella?

Dije que Myra le había amenazado con llevárselo un par de veces en que se había cabreado mucho con él y, sí, cierto, apenas soportaba que Lennie se alejara de ella.

—Por eso nunca ha tomado ninguna medida respecto de él, porque quiere estar con él donde él esté, y al mismo tiempo no quiere salir de Pottsville. Pero ahora no tiene escapatoria. Lennie se irá y ella se irá también.

Rose dijo que no estaba tan segura. No estaba mal pensado, pero no se podía tener plena confianza en que resultara así. Yo dije que bueno, que por supuesto tendríamos que forzar un poco las cosas.

—Myra se sentirá obligada a decírmelo y, naturalmente, a nosotros nos sentará como un tiro. Y cuanto más preocupados estemos, más preocupada estará ella. Estaremos preocupados por lo que Lennie pueda hacer a continuación, ya me entiendes, como coger un hacha de partir carne y matar a la gente en vez de contar mentiras acerca de esas mismas gentes. O prender fuego a las casas. O perseguir niñas. O... bueno, no te preocupes, querida —le di un pellizco y una palmadita en el culo—. Todo saldrá a pedir de boca, absolutamente todo. No tengo ni la menor duda.

Rose se encogió de hombros y dijo que bueno, que quizá fuera así; que yo conocía a Myra mejor que ella. Entonces se me apretujó y me mordió en la oreja. Yo la besé y me aparté de ella.

—Lennie no anda muy aprisa —expliqué—. Voy a atajar por en medio del campo y a llegar al pueblo antes que él. Sólo por si acaso, ya sabes.

—¿Por si acaso? —Rose frunció el entrecejo—. Explícate.

—Por si necesitáramos una prueba irrefutable. Algo que anulase la mínima duda que pudiera concebir remotamente. Porque si Lennie llega al palacio de justicia y se pone a decir a Myra que yo estoy aquí, ¿no es una magnífica idea que me encuentre en mi oficina en ese momento?

Rose tuvo que admitir que lo era, tanto como detestaba que no me quedase.

Le prometí que volveríamos a vernos al día siguiente, más o menos. Y me fui antes de que pudiera decir nada más.

Naturalmente, no volví al pueblo. Ya sabía lo que iba a pasar allí. Lo que yo quería saber era lo que iba a pasar en el lugar en que me encontraba, aunque ya tenía una ligera idea, y quizá contribuir al desarrollo de los hechos si hacía falta.

Rodeé los plantíos hasta que llegué a la vereda que partía de la carretera. Allí me acuclillé tras un arbusto achaparrado y me puse a esperar.

Pasó cerca de hora y media, empecé a preocuparme, preguntándome si no me habría equivocado, y entonces oí el chirriar de las ruedas de una calesa que se acercaba aprisa.

Aparté algunos arbustos y escruté. Lennie y Myra se acercaban volando, Myra con las riendas en la mano, la cabeza de Lennie bamboleándose adelante y atrás. Él llevaba algo en las rodillas, un objeto negro, parecido a una caja, y con una mano aferraba algo que parecía un bastón. Me rasqué la cabeza y me pregunté qué coño sería aquello —la caja y el bastón—; pero la calesa me había sobrepasado ya, había recorrido la vereda y entrado en el patio de la casa.

Myra detuvo el caballo con un «¡sooo!». Bajaron los dos del carruaje y Myra pasó las riendas por la cabeza del caballo para evitar que se alejase. Cruzaron entonces el patio y se internaron en el porche. Myra aporreó la puerta. Esta se abrió al cabo de un minuto y la luz de la lámpara perfiló su cara, pálida y con expresión decidida. Entró, cogió a Lennie por el hombro y de un empujón lo hizo pasar por delante de ella. Entonces vi qué era lo que Lennie llevaba en la mano.

Era una máquina de retratar y uno de esos palos en que se hace explotar un polvo que relampaguea para sacar fotos interiores.

XXIII

Me enderecé y me dirigí a la casa. Pero nada mas dar el primer paso tropecé con una raíz y me di tal porrazo que quedé sin aliento. Durante un par de minutos me faltó aire para quejarme, y cuando finalmente me las apañé para ponerme en pie no podía ir muy rápido. Así que tardé tal vez unos cinco minutos largos en llegar a la casa y en encontrar una ventana desde donde ver y oír.

Pues señor, la cosa resultó muy graciosa, graciosísima, terriblemente graciosa. Porque lo que llamó mi atención no fue lo que sin duda habrás supuesto ya. Ni Rose asustada y aturdida, preguntándose qué coño habría salido mal. Ni Lennie y Myra sonrientes, rencorosos y divertidos. Ni nada que hubiera en la habitación, sino la nada precisamente. El vacío. La ausencia de objetos.

Yo había estado en aquella casa cientos de veces, cientos de veces en aquella casa y en otras cien como ella. Pero aquélla fue la primera vez que vi lo que eran todas en realidad. Ni hogares, ni habitaciones humanas, ni nada. Sólo paredes de pino que encerraban el vacío. Sin cuadros, sin libros, sin nada que pudiera mirarse o sobre lo que reflexionar. Solo el vacío que me estaba calando en aquel lugar.

De pronto dejó de existir en aquel punto concreto y se aposentó en todas partes, en todos las lugares como aquel. Y, súbitamente, el vacío se llenó de sonidos y volúmenes, de todos los sucesos implacables que los individuos habían conjurado en el vacío.

Niñas indefensas que gritaban cuando sus propios padres se metían en la cama con ellas. Hombres que maltrataban a sus mujeres, mujeres que suplicaban piedad. Niños que se meaban en la cama de miedo y angustia, y madres que los castigaban dándoles a comer pimienta roja. Caras ojerosas, pálidas a causa de los parásitos intestinales, manchadas a causa del escorbuto. El hambre, la insatisfacción continua, las deudas que traen siempre los plazos. El cómo-comeremos, el cómo-dormiremos, el cómo-nos-taparemos-el-roñoso-culo. El tipo de ideas que persiguen y acosan cuando no se tiene más que eso y cuando se está mucho mejor muerto. Porque es el vacío el que piensa, y uno se encuentra ya muerto interiormente; y lo único que se hace es propagar el hedor y el hastío, las lágrimas, los gemidos, la tortura, el hambre, la vergüenza de la propia mortalidad. El propio vacío.

Me estremecí y pensé en lo maravilloso que había sido nuestro Creador al crear algo tan repugnante y nauseabundo, tanto que cuando se comparaba con un asesinato éste resultaba mucho mejor. Sí, verdaderamente había sido una obra magna la Suya, magnífica y misericorde. Ella me obligó a dejar de cavilar y a prestar atención a lo que estaba pasando allí y en aquel momento.

De modo que hice un esfuerzo, me froté los ojos, di una sacudida y me dispuse a hacerlo.

—¡Un puerco embustero! —gritaba Rose—. ¡Jamás he dicho una mierda así!

—Eh, eh —en el rostro de Myra había una sonrisa de zorra—. Vaya lengua. Empiezo a pensar que a fin de cuentas no eres una chica educada.

—¡A la mierda lo que pienses! ¿Cómo no voy a maldecir si os habéis presentado a las tantas de la noche tú y ese idiota?

—¿Quieres decir que no nos esperabas? —dijo Myra—. ¿Te piensas que iba a dejarte decir de mi todas esas cosas sin hacer nada?

—¡Que no he dicho nada de ti! ¡Lennie miente!¡Lennie no ha estado aquí esta noche!

—¿No? Entonces, ¿qué hacia su pañuelo ahí en el porche? Uno más grande de lo normal y doble de grueso que le hice yo misma porque el pobre está siempre lloriqueando.

Myra seguía sonriendo, contemplando el miedo que se expandía en la cara de Rose. Rose le replicó que mentía, que no había encontrado ningún pañuelo en el porche. Pero no era cierto, Myra había encontrado uno. Yo mismo lo había dejado allí.

—¡Y bien? —dijo Myra—. ¿Y bien, Rose?

Rose estaba atrapada y tuvo que darse cuenta. Las palabras violentas que había estado empleando no habían sido mas que una autoacusación. Pero como estaba asustada, continuó esforzándose.

—Bue... bueno —sacudió la cabeza—, de acuerdo, Lennie estuvo aquí. Lo sorprendí merodeando por la casa, me asusté y creo que le hablé de manera un poco violenta. Pero... pero lo que si es cierto es que no le dije ninguna de las cochinadas que dice.

—¿No?

—No, ¡no! ¿Cuantas veces tengo que repetírtelo?

Myra se echó a reír, risa obscena y aterradora que me hizo temblar. Dijo que Rose no tenía que decirlo mas veces, porque una mentira no gana terreno repitiéndose.

—Lennie ha dicho la verdad, querida. No tiene imaginación suficiente para inventarse una historia así.

—P... pero... pero...

—Ni tú tampoco tienes imaginación suficiente. Tú no te habrías inventado esa historia, no mas que él. Lo que significa... bueno, no sé cómo diste con ella, pero lo hiciste. Y eso es lo que importa, ¿no? Eso y la seguridad de que no vas a hablar a nadie más.

Rose se la quedó mirando y negó con la cabeza suavemente, su voz un susurro áspero.

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