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Authors: Jim Thompson

Tags: #Intriga

1280 almas (15 page)

—¿Y que mierda importa? También te acostaste conmigo antes de que fuera viuda.

—Si, claro —dije—. Pero todos hacen cosas así. Digamos que era una especie de cumplido. Pero en estas circunstancias, cuando la viuda ni siquiera ha estrenado el luto, me parece una falta de respeto. Quiero decir que, a fin de cuentas, hay que observar ciertos detalles, y un tío decente se acuesta con una viuda reciente tanto como la viuda, si es decente, te permitiría.

Rose vaciló mientras me observaba, pero acabó por asentir.

—Bueno, puede que tengas razón, Nick. Dios sabe que siempre he hecho lo posible por ser una persona respetable, a pesar de ese hijoputa con el que me casé.

—Y tanto que lo has hecho —dije—. ¿No lo sabías Rose?

—Así que podemos esperar hasta esta noche. Digo después de que Myra se acueste.

—Bueno —dije—. Bueno... yo...

—Y ahora voy a darte una sorpresa —me dio un codazo, bailoteándole los ojos—. Pronto podremos olvidarnos de Myra. Y tu podrás divorciarte de la vieja puta... ¡Dios sabe que tienes motivos de sobra! A no ser que la mandemos al infierno y la dejemos aquí plantada. Porque vamos a forrarnos en pasta, Nick. ¡A forrarnos!

—¡Eh, eh, eh! —dije—. ¿De qué hostias hablas, cariño? —Y se echó a reír mientras me contaba de qué se trataba.

Muy al comienzo, cuando Tom la trataba aún con delicadeza, había firmado una póliza de seguros por diez mil dólares. Diez mil, doble indemnización. Pasado un año mas o menos, cuando Tom se aburrió de ser galante, dijo que a la mierda la póliza y a la mierda ella también. Pero Rose había seguido pagando la cuota de la póliza con el dinero que sisaba. Ahora bien, como Tom había fallecido de muerte violenta en vez de hacerlo de muerte natural, la esposa quedaba amparada por la cláusula de la indemnización doble. Nada menos que veinte mil dólares.

—¿No es maravilloso, cariño? —volvió a darme un codazo—. Y esto no es todo. Esta tierra es condenadamente buena, aunque el hijoputa era un bastardo tan asqueroso que nunca hizo nada por mejorarla. Incluso en una venta desventajosa podrían sacarse diez o doce mil dólares, y con tanto dinero, bueno...

—Un momento, un momento —dije—. No corras tanto, cariño. No podemos...

—¡Claro que podemos, Nick! ¿Qué mierda nos lo impide?

—Piénsalo y verás —dije—. Piensa en lo que parecería a los demás. Matan a tu marido y de la noche a la mañana te haces rica. Lo matan, te beneficias de ello en cantidad y te lías con otro hombre antes de que el difunto se enfríe. ¿No crees que la gente se pondrá a pensar un poco? ¿No crees que pueden concebir ideas peligrosas acerca de ella, del otro hombre y de la muerte del marido?

—Bue... bueno —dijo Rose, asintiendo—. Creo que tienes razón, Nick. ¿Cuánto crees que habrá que esperar hasta estar seguro?

—Yo diría un año o dos —dije—. Probablemente será mejor dos años.

Rose dijo que no creía que fuera mejor dos años. No por lo que a ella respectaba. Un año iba a ser ya una espera de narices, y no estaba segura siquiera de que esperase tanto.

—¡Pero no tenemos más remedio! ¡Por favor, cariño! —dije—. No podemos correr riesgos, precisamente cuando todo ha salido como queríamos. Sería ridículo, ¿no te parece?

—¡No todo ha salido como he querido yo! ¡Un huevo ha salido!

—Pero escucha, escucha, querida —dije—. Convendrás conmigo en que tenemos que ser precavidos, así que tú..

—¡Oh, bien, de acuerdo! —Rose se echó a reír haciendo pucheros—. Intentaré aparecer compungida, Nick. Pero no olvides. Pero no olvides que me perteneces. ¡No lo olvides ni un segundo!

—Vaya, querida —dije—. ¡Qué cosas se te ocurren! ¿Para qué iba a querer yo a otra mujer si ya te tengo a ti?

—¡Pues te lo digo en serio, Nick! ¡Y tanto que va en serio!

Le dije que claro, que sabía que lo decía en serio y que no tenía por qué darle mas vueltas. Se relajó un poco y me acarició la mejilla.

—Lo siento, cariño. Nos veremos esta noche, ¿eh? Ya sabes, cuando Myra se vaya a dormir.

—No veo motivo para no hacerlo —dije, con ganas de ladrar que si veía motivos.

—¡Mmm! Casi no puedo ni esperar —me besó y dio un saltito—. Me pregunto si el maldito vestido estará ya seco.

Estaba seco. Probablemente mucho mas seco que yo, con todo lo que estaba sudando. Y pensé: «Nick Corey, ¿cómo cojones te metes en unos jaleos tan increíbles? Tienes que estar esta noche con Rose; no te atreves a no estar con ella. Y tienes que estar con Amy Mason esta misma noche. Y, vaya, estás que rabias por acostarte con Amy, aún cuando no vayas a poder. Así que...

Tenía que poder.

Pero aún no sabía como.

XVI

Myra nos esperaba en lo alto de la escalera cuando llegamos Rose y yo, y la una cayó prácticamente en brazos de la otra. Myra dijo pobrecita, pobrecita querida, y Rose dijo ¡oh!, ¿qué haría sin ti, Myra? Y las dos se pusieron a berrear.

Myra hacía más ruido que la otra, por supuesto, aunque fuera más propio que tuviera que hacerlo Rose; pero había estado haciendo prácticas por todo el pueblo. No había quien ganara a Myra cuando se ponía a meter ruido. Empezó por conducir a Rose a su cuarto, los ojos en Rose y no donde ponía los pies, así que se dio un trompazo con Lennie. Se giró y le dio tal hostia que casi me dolió a mi. Luego volvió a atizarle porque se quejó.

—¡Y cierra el pico! —le advirtió—. Cierra el pico y compórtate. La pobre Rose tiene ya demasiada tribulación para tener que aguantar tu alboroto.

Lennie apretó los dientes para no gritar; casi me dio pena. Es cierto, sentí verdadera pena por el, pero al cabo de un rato habían cambiado mis sentimientos. Supongo que porque yo soy así. Empiezo por sentir lástima de alguien, de Rose, por ejemplo, y hasta de Myra y tío John, o... bueno, de mucha gente; pasado el tiempo se me parecía mejor no haber sentido lastima de nadie. Mejor para ellos, por supuesto. A mí me parece que es bastante normal, ¿no? Porque cuando te apenas por alguien quieres ayudarle, y cuando se te mete en la cabeza que no puedes, que hay demasiados para ayudar, que dondequiera que miras te sale uno nuevo, millones nuevos, y que eres el único hombre y que nadie más se preocupa y... y...

Aquella noche teníamos cena para rato, cosa que empezó cojonudamente porque Myra estuvo la tira en el dormitorio con Rose. Salieron ambas por fin, y palmee a Rose en el hombro y le dije que fuera valiente. Ella apoyó la cabeza en mi pecho durante un instante, como si no pudiera resistirlo, y le di otra palmadita.

—Muy bien hecho, Nick —dijo Myra—. Cuida de Rose mientras sirvo la cena.

—Claro que sí —dije—. Lennie y yo cuidaremos de ella, ¿no, Lennie?

Lennie arrugó el entrecejo, acusando a Rose, naturalmente, de que Myra le hubiera pegado. Myra le fulminó con la mirada y le dijo que mirase bien lo que hacia. Entonces se fue a la cocina para servir la cena.

Estuvo bastante bien, ya que había carne con guarnición. Rose se acordaba de romper a llorar de vez en cuando y decía que no podía probar bocado. Pero no le habría cabido ni una aceituna más como no se hubiera aflojado el vestido.

Myra nos sirvió el café y el postre, dos tartas y un pastel de chocolate. Rose tomó un poco de cada, vertiendo unas cuantas lágrimas para demostrar que se estaba esforzando por comer.

Terminamos de cenar. Rose se levantó para ayudar, pero Myra, claro esta, no quiso ni escucharla.

—¡No señor, que no, no, y no! ¡Siéntate en el canapé y descansa, que buena falta te hace!

—Pero no está bien que te deje hacer todo, Myra, querida —dijo Rose—, podría por lo menos...

—¡Nada, absolutamente nada! —Myra la aparto de su camino—. Te he dicho que te sientes y es lo que vas a hacer. Nick, entretén a Rose mientras estoy ocupada.

—Toma, claro —dije—. Nada me gusta más que entretener a Rose.

Rose tuvo que morderse el labio para no echarse a reír. Fuimos al canapé y nos sentamos mientras Myra cogía una pila de platos y se dirigía a la cocina.

Lennie estaba recostado en una silla con los ojos cerrados. Pero yo sabía que no los tenía cerrados del todo. Era uno de sus trucos, fingir que estaba durmiendo, y creo que tenía que gustarle en cantidad, porque aquella fue la enésima vez que quiso utilizarlo conmigo.

—¡Qué te parece un besito, querida? —murmuré a Rose.

Rose echó un rápido vistazo a Lennie y a la puerta de la cocina, y dijo:

—Un besazo. —Y nos dimos un besazo.

Y los ojos y la boca de Lennie se abrieron al mismo tiempo mientras daba un alarido.

—¡Myra! ¡Myra, ven corriendo, Myra!

Myra tuvo que dejar caer algo porque hubo un alboroto de mil diablos. Una pila de platos, por el ruido. Entró corriendo medio asustada, como quien espera que la casa esté ardiendo.

—¿Qué? Qué, que? —dijo—. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, Lennie?

—¡Se estaban abrazando y besando, Myra! —Lennie nos señalaba con el dedo a Rose y a mí—. Los he visto abrazarse y besarse.

—Hostia, Lennie —dije—. ¿Cómo puedes decir una animalada así?

—¡Tú también! ¡Te he visto!

—Hostia, pero si sabes que no es verdad —dije—. Sabes perfecta y condenadamente bien qué es lo que ha ocurrido.

—¿Y qué es lo que ha ocurrido? —dijo Myra, alternando una mirada de desconcierto entre Rose y yo—. Estoy... estoy segura de que tiene que ser un... un error, pero...

Rose se puso otra vez a llorar y ocultó la cara entre las manos, Se levantó diciendo que se iba a casa porque no podía estar ni un segundo más en una casa en que se decían barbaridades de ella.

Myra alzó una mano para detenerla y dijo:

—Nick, ¿quieres hacer el favor de decirme qué es todo esto?

—¡Se estaban abrazando y besando, eso es lo que ha pasado! —gritaba Lennie— ¡Yo los he visto!

—¡Chitón, Lennie! ¿Nick?

—A la mierda —dije con voz de cabreo—. Puedes creer lo que te dé la gana. Pero te digo que es la última vez que intento consolar a nadie porque se sienta angustiado.

—Pero... oh —dijo Myra—. ¿Quieres decir que...?

—Quiero decir que Rose se estaba derrumbando otra vez —dije—. Empezó a llorar y le dije que se apoyara en mi hasta que se sintiera mejor, y le palmeé el hombro como debe hacer un tío decente. ¡Me cago en la puta! —dije—. ¡Hice lo mismo hace un rato, cuando ni estabas aquí en el comedor, y dijiste que estaba muy bien hecho, que debería ocuparme de ella! Y, ¡joder, tú!, mira cómo te pones ahora.

—Por favor, Nick —Myra estaba nerviosa y como un tomate—. Ni por un momento pensé que... bueno...

—Todo es culpa mía —dijo Rose, irguiéndose con auténtica dignidad—. Myra, creo que no puedo acusarte por pensar cosas tan horribles de mí, pero debieras haber sabido que nunca, nunca haría yo nada que ofendiera a mi mejor amiga.

—¡Pero si lo sé! ¡Si en ningún momento se me ha ocurrido pensar nada, Rose, querida! —Myra hablaba prácticamente a gritos—. Nunca dudaría de ti ni un segundo, querida.

—¡Te están contando un cuento, Myra! —aulló Lennie—. Los he visto abrazarse y besarse.

Myra le arreó. Señaló con el dedo la puerta de su cuarto y fue tras él con un par de hostias más.

—¡Metete ahí! ¡Metete ahí y que no te vea en toda la noche!

—Pero he visto...

Myra le dio un guantazo que prácticamente lo tiró al suelo. Lennie se fue dando traspiés a su dormitorio, murmurando y escupiendo, y Myra cerró tras él de un portazo.

—Lo siento mucho, mucho, Rose, querida —Myra se dio la vuelta—. Yo... ¡Rose! Deja ese sombrero porque no te vas a mover de aquí.

—Cre... creo que será mejor que me vaya —dijo Rose llorando, pero sin que en su voz hubiera una determinación auténtica—. Sería demasiado embarazoso después de una escena como esta.

—¡Pero si no hay ningún motivo, querida! ¡No hay ninguna necesidad de ello! ¿Por que...?

—Pero se siente confusa —me entrometí— y no se lo echo en cara. Yo también me siento igual. Es mas, ¡hostia!, tal como me encuentro me da hasta reparo estar en la misma habitación que Rose.

—Muy bien, ¿por qué no te vas entonces? —me soltó Myra—. ¡Santo Dios, sal a dar un paseo o lo que sea! Es absurdo que te comportes como un idiota solo porque el pobre Lennie lo haya hecho.

—Muy bien, me iré —dije—. Ese cabrón de Lennie arma el lío y soy yo el que tiene que irse de su propia casa. ¡Que nadie se sorprenda si tardo!

—Será una agradable sorpresa para mí si lo haces. Estoy segura de que ni Rose ni yo te echaremos de menos, ¿verdad, Rose?

—Bueno... —Rose se mordió el labio—. No soporto sentirme responsable de...

—Venga, deja ya de preocuparte, querida. Ven a la cocina conmigo y tomaremos una taza de café.

Rose se fue con ella, una pizquita frustrada, naturalmente. En la puerta de la cocina se volvió un segundo para mirarme y yo me encogí de hombros con las manos extendidas y cara de consternación. Como si le dijera: «Ya sabes, la cosa está mal, pero ya pasará, ¿qué podemos hacer?» Y Rose asintió, dándome a entender que lo comprendía.

Saqué una caña y un hilo de pescar de debajo de mi cama. Salí del dormitorio y llamé a Myra para preguntarle si podía envolverme un bocadillo porque me iba a pescar. Supongo que sabéis lo que me contestó. Así que me fui.

No había mucha gente en la calle a aquella hora de la noche, casi las nueve, aunque prácticamente todos los que estaban levantados me preguntaron si iba de pesca. Yo decía que, vaya, de ningún modo, qué va, ¿de dónde habían sacado una ocurrencia semejante?

—Bueno, entonces, ¿cómo es que llevas una caña de pescar con hilo y todo? —dijo un tipo—. ¿Qué vas a hacer, si no vas de pesca?

—Oh, es para rascarme el culo —dije—. Por si me subo a un árbol y no llego desde el suelo.

—Pero, oye, tu... —el tipo vaciló con el ceño arrugado—. Eso no tiene sentido.

—¿Cómo que no? —dije—. Pero si todos los que conozco hacen lo mismo. ¿Quieres decir que nunca has cogido una caña de pescar para rascarte el culo en caso de que te subas a un árbol y no llegues desde el suelo? ¡Hostia, tú eres retrasado!

Dijo que qué va, que él también lo hacia siempre. Mas aun, había sido el primero a quien se le había ocurrido.

—Lo que quería decirte es que no deberías ponerle hilo ni anzuelo. Eso es lo que no tiene sentido.

—Toma, pues claro que lo tiene —dije—. Es para subirte la parte trasera de los calzoncillos después de rascarte. ¡Joder! —dije—, si me parece que estas anticuado de verdad, compañero. ¡No te enteras, el mundo pasa por delante de tus narices y ni te das cuenta!

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