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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

Zombie Nation (37 page)

—Tú… qué has hecho —tartamudeó Nilla. Levantó la vista hasta las luces de emergencia y luego de nuevo a su benefactor.

Él le guiñó un ojo en respuesta.

Está creciendo… la masa está desarrollando su propio… tan parecido al cáncer, pero… coherente, organizado… tan hermoso… Feliz San Valentín, amor. Quizá… quizá éste no sea el último. [Notas de laboratorio 14/02/04]

Clark se aplicó las NOD sobre la cara y las encendió. Mirando a través de una ventana de diez centímetros de grosor podía distinguir poco de lo que estaba sucediendo. Fuera, en la puerta principal de la prisión, una multitud de supervivientes se había reunido. Estaban golpeando la puerta con los puños, tenían las bocas abiertas por los gritos y las súplicas que no escuchaba. Los muertos estaban ahí fuera y los supervivientes estaban indefensos. Alguien chilló, un grito in extremis de verdad, pero estaba lejos y no había desatado su reacciones fruto del miedo. Sonaba como si alguien estuviera viendo una película de serie B en otra habitación.

—Déjalos pasar, por supuesto —dijo él, porque Horrocks le había preguntado qué debían hacer los soldados de la puerta—. No tienen ninguna oportunidad allí fuera, solos.

Horrocks se apresuró, llevándose a sus tropas consigo, dejando a Clark solo en la terraza de observación sobre las salas de interrogatorio. Todavía podía oírlos chillar.

Calma. Él tenía que permanecer sereno, calmado, compuesto. Los generadores de emergencia de la prisión estaban encendidos y en funcionamiento. La iluminación en pasillos y almacenes estaba bajo mínimos, pero estaba aguantando.

Lo primero era establecer un perímetro de seguridad.

Fácil. El correccional de máxima seguridad era uno de los complejos más reforzados del continente. Recordaba la presentación del ayudante del alcaide Glynne del lugar. Había diez mil puertas en Florence, le había informado, y todas se podían controlar a distancia.

Había un interruptor general de cierre en la sala de operaciones. Sencillo. Meter dentro a todo el mundo, salvar a tanta gente del barrio de chabolas como fuera posible, y luego activar el interruptor. Sellar la prisión. Después podría ocuparse de por qué se había ido la luz. Luego podría preocuparse de qué pasaría a continuación.

Ir a la sala de operaciones y activar el interruptor general de cierre.

Fácil.

Se obligó a comenzar a andar.

Abrió el teléfono móvil y marcó el número de Vikram. Le dijo a su viejo amigo que se reuniera con él en la sala de operaciones. Le daba la sensación de que debían permanecer juntos en este momento. También llamó al civil, pero no obtuvo respuesta. Hizo otra llamada, a la oficina de la policía militar, y les dijo que aseguraran a la chica. Tenía el presentimiento de que ella tenía algo que ver con el apagón. ¿Por qué? ¿Por qué pensaba eso? Estaba encadenada a una pared, difícilmente podía sabotear los generadores principales desde dentro del
pub.
Pero tenía habilidades y recursos que él no comprendía.

Había cometido un montón de errores y había hecho que muriera mucha gente por no pensar las cosas con la suficiente atención. Era hora de volver a ponerse racional. De pensar de nuevo como un ingeniero.

Bien. Podía confiar en la lógica. La lógica decía que los generadores no se habían apagado solos. La lógica decía que la prisión era víctima de un ataque. Todavía oía gritos. ¿Estaba más cerca?

Vikram ya estaba en la sala de operaciones cuando él llegó, parecía preocupado, tenía la barba enmarañada en un lado, probablemente sobre el que había estado durmiendo. Llevaba una pistola en el cinturón. La mano de Clark fue involuntariamente a su propia arma.

—Los soldados están dejando pasar a la gente de fuera. La historia que cuentan no es alentadora —le dijo Vikram. El comandante encendió uno de los ordenadores. Agotaría la luz de emergencia, pero les permitiría ver qué estaba pasando. Vikram buscó algunas imágenes de las cámaras de vigilancia que rodeaban el complejo. El patio principal estaba despejado, barrido por los focos que no mostraban nada. El helipuerto del tejado parecía estar en buen estado.

La alambrada del oeste estaba asediada por los muertos.

Sus caras eran blancas en la imagen poco iluminada, sus manos manchas blancas que cogían y arrancaban el alambre de espino. Clark no veía sus heridas o sus expresiones ausentes, pero reconoció al instante la manera como se movían, la marcha lenta e implacable, el modo arrastrado pero inexorable en que sus brazos se levantaban y tiraban y arrancaban y golpeaban.

—¿De dónde han salido? ¿Cómo se han reunido tan rápido? Esperábamos unos pocos cada vez, no un ejército. Los muertos no van en tropel, Vikram. Los muertos no van en tropel. Eso requiere una planificación consciente. —La cual el enemigo no solía tener. Aunque había mostrado cierto grado de organización cuando escaparon del centro de detención en Denver. La chica que estaba encerrada en el
pub
parecía tener mucha.

Esto era un ataque directo, un asalto. Los muertos estaban organizados.

—Pon algunos hombres con artillería ligera en ese muro. No creo que los infectados puedan atravesar el alambre, pero no quiero darles tiempo para que lo intenten. —Clark se frotó la cara—. Moviliza las tropas del Stryker, quiero atajar esto antes de que se convierta en algo significativo. ¿Están todos los supervivientes dentro del recinto?

Vikram echó un vistazo al monitor e infló los carrillos antes de responder.

—Sí. Todos los que todavía siguen con vida. Más o menos la mitad.

Los números sólo lo distraerían. Había hecho todo lo que podía.

—Bien.

Clark fue hasta el ordenador de líneas cuadradas que estaba enchufado en la pared al lado de la puerta de la sala. Parecía antiguo al lado de los portátiles y los cableados de potencia industrial que Vikram tenía instalados en la sala de operaciones. Era el terminal de control de todos sistemas y emplazamientos de la prisión. Había un aparato idéntico en cada sector de la prisión.

Clark lo encendió y hojeó el menú principal, siguió hasta que encontró lo que buscaba, brillando en la pantalla con letras fluorescentes.

¡¡¡HAGA CLIC AQUÍ PARA CIERRE DE EMERGENCIA!!!

—Aléjate de esa puerta —gritó. Vikram estaba a más de tres metros, pero de todos modos, como buen soldado, se apartó. Clark presionó la tecla
ENTER
y una alarma restalló por todo el edificio durante dos segundos. Moviéndose silenciosamente en los servos electromagnéticos, la puerta se cerró e hizo tres clics. Estaba cerrada a cal y canto. Los clics siguieron sonando durante unos minutos mientras las otras nueve mil novecientas noventa y nueve puertas del complejo se cerraban y sellaban automáticamente.

Durante un buen rato Vikram y Clark se limitaron a mirarse y esperar que algo fuera mal. No sucedió.

—Ya está. Estamos a salvo —anunció Clark—. Ahora hemos de decidir qué hacer a continuación.

La alarma de dos segundos sonó de nuevo y la puerta de la sala de operaciones se abrió sin hacer ruido.

El corazón de Clark empezó a latir muy rápido. Demasiado.

—Bannerman —comenzó a decir Vikram, pero Clark levantó una mano para que aguardase.

Estudió el ordenador que tenía delante. Él no había tocado nada. Abrió una ventana de seguimiento de actividad y vio que diecinueve segundos después de que él hubiera ordenado cerrar la prisión alguien había dado la orden de que se abrieran las puertas de nuevo. Todas las puertas, incluyendo las entradas. Hasta las exteriores. No había nada que impidiera a nadie o a nada entrar caminando en la prisión.

Podía tratarse de un fallo del sistema. Él sabía que no lo era.

Había terminales de seguridad por toda la prisión, y cualquiera podía revocar el cierre de Clark, pero no era un caso de que alguien hubiera pulsado una tecla por azar porque necesitara salir de una sala sellada. Anular el cierre de emergencia del sistema no era una simple cuestión de tocar unas cuantas teclas. Hacía falta que alguien introdujera un código de autorización y luego configurara manualmente todos los sistemas de la prisión pasándolos a «fin de la alarma». Era necesario saber cómo hacerlo, y no podía hacerse por accidente. Clark comprobó de nuevo la ventana de seguimiento.

—Alguien en la enfermería, alguien que quiere todas las puertas abiertas.

Vikram se mordió el labio inferior hasta que se le enrojeció e hinchó.

—Quizá deberíamos ir allí y discutir esto con ellos —dijo con los ojos muy, muy abiertos.

Era la idea más nefasta que Clark había oído en su vida. No se le ocurría qué otra cosa hacer.

—De acuerdo —asintió él. Desenfundó su pistola.

Marte es una bola de nieve, Venus un caldero hirviente de ácido sulfúrico. En cualquier lugar del universo encontramos rocas estériles y polvo, pero aquí no… La Tierra es especial, un caso especial. La hipótesis de Lovelock es de todo menos demostrada. La vida se autorregula, pero ¿a través de qué agencia o proceso? El campo morfogenético… el campo es real, es real y puede ser manipulado. Esto es lo que creo, ahora. No tengo elección. [Notas de laboratorio, 15/02/04]

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Mael Mag Och levantó las manos fingiendo exasperación.

—Salvar tu pellejo, muchacha. Te has metido en un problemilla, ¿no? Ese tipo corpulento, el de la vacuna, iba a romperte la cabeza. Así que hice lo único que podía hacer, que era traerte aquí. Ahora estoy haciendo todo lo que puedo para sacarte de este lugar. Demuéstrame un poco de cariño, muchacha. Muéstrale a tu mejor amigo del ancho y oscuro mundo un poco de amor, ¿eh?

—Casi había conseguido salir de aquí hablando. Lo habría logrado si me hubieras dado la oportunidad. —Nilla tiró de la cadena que la ataba a la pared, pero no cedía en absoluto. Intentó cerrar la mano, uniendo el meñique al pulgar, pero no le pasaba a través del grillete que tenía alrededor de la muñeca—. Ahora probablemente me dispararán porque darán por hecho que yo soy quien ha cortado la luz.

Mael Mag Och bajó las piernas de la mesa y se puso en pie. Caminó hasta detrás de la barra mientras hablaba con ella.

—Estoy aquí para rescatarte, muchacha, pero no es la única razón por la que he venido a tu lado en esta fría y húmeda prisión. Este lunático reprimido soldado tuyo está en contra de nosotros. Y es listo.

—¿Le tienes miedo? —preguntó Nilla. Era imposible. Pero si fuera cierto…

Mael se rió. Pasó la mano por la barra como si la estuviera limpiando con un trapo.

—No es una amenaza. Nuestra victoria está asegurada. Podría retrasar mis planes unas cuantas semanas, tal vez, si se esforzara de veras.

Nilla tiró del grillete. Comenzó a salir, pero parecía que también se iba a llevar la piel de su mano. «Dios, eso sería una mierda», pensó ella. Cuando estabas muerto tenías que tener cuidado con esas cosas.

—¿Y cómo has hecho esto? ¿Está Dick por ahí tirando paneles eléctricos con la cara?

—Dick está cerca, pero no, muchacha, esto ha sido un trabajo interno.

Ella se sentó e intentó relajarse. Se había escapado antes. En el hospital, cuando pensaba que todavía estaba viva, se había librado de cuatro puntos de inmovilización. Miró el grillete. Lo estudió. Quizá… quizá si giraba la mano de esta manera y a la vez tiraba con cuidado, así…

—¿Un trabajo interno? ¿Has sido capaz de infiltrar a un muerto en este sitio?

—Oh, no, muchacha, aunque hubiera sido un placer hacer algo así. Pero quizá no todos mis buenos sirvientes están muertos, ¿eh? Al menos éste no lo estaba hasta hace unos momentos.

—Odio cuando te pones tan críptico —le dijo Nilla, entrecerrando los ojos. El grillete cayó al suelo con un estruendo. Era libre.

El concepto hindú del alma suprema me ha obsesionado durante el día de hoy, se parece mucho al activador fotón. En todas partes y en todo momento, eterna y omnipresente, creando por sí mismo una nueva definición de tiempo y espacio. He asado un pollo para la cena de hoy, aunque ella no comerá ni un poco. He guardado los huesos para el laboratorio, para la… ceremonia. ¿Ha llegado a esto? Supongo que sí. [Notas de laboratorio, 16/03/04]

Los muertos avanzaban torpemente por los pasillos del correccional de máxima seguridad de Florence y devoraban todo cuanto se encontraban en su camino. Soldados que no habían llegado a sus armas a tiempo. Supervivientes indefensos que sólo podían llevarse los brazos a la cara, agacharse, intentando hacerse más pequeños, tratando de esconderse.

El sargento Horrocks lideraba una contraofensiva quirúrgica desde lo más profundo del corazón de la prisión, buscando una posición defendible desde la cual comenzar a presionar al enemigo para que retrocediera. Contaba con veinte años de experiencia dirigiendo asaltos y construyendo trincheras. Montó barricadas con mobiliario pesado, archivadores y cualquier cosa que no estuviera atornillada. Designó zonas en las que no se podía disparar y destacó escuadrones para conservar diversas posiciones y retenerlas hasta el final.

Clark escuchó los preparativos por teléfono mientras él y Vikram atravesaban la prisión, de un extremo al otro, en dirección a la enfermería.

—¿Tienen alguna posibilidad, tú crees? —preguntó Vikram. Tenía la pistola en la mano, apuntando al suelo pero preparada.

—Esos chicos son jóvenes, pero Rumsfeld los enchufó directamente en el infierno en Irak sin nada más que sus uniformes y lo lograron. Blindaron sus propios vehículos y escribieron capítulos enteros en el libro de la guerra de guerrillas. Si alguien en la Tierra puede sobrevivir a esto, es mi compañía. —Clark apretó los dientes al pensar que no estaba a su lado. No era un anhelo estúpido de heroísmo, sino un deseo profundamente inculcado e infinitamente reiterado de proteger a sus tropas. Ningún oficial podía funcionar sin ese instinto. Se obligó a aceptar que asegurando los terminales de la prisión y cerrando las puertas estaba sirviendo a un propósito más alto que si se metía en la refriega y acababa muerto.

Naturalmente, si no podía ir a ayudar a los soldados, tampoco podía pedirles que vinieran a asistirlo. Clark y Vikram estaban solos.

—Es ahí mismo —dijo él, parándose en seco a diez metros de la enfermería. No sabía qué esperaba encontrar dentro.

Ésa no era forma de llevar a cabo una operación. Le hizo un gesto a Vikram para que se dirigiera a un pasillo lateral, a otra puerta. Una maniobra de ataque por los flancos. El comandante sij asintió para que supiera que había comprendido. A pesar de todos los fallos de Clark, era bueno saber que una persona en el planeta todavía confiaba en él implícitamente. Observó cómo desparecía el turbante de Vikram Singh Nanda por el codo del pasillo y luego avanzó para abrir él mismo la puerta de la enfermería.

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