Dentro, largas sombras envolvían dos hileras de camas. Sobre cada colchón colgaba del techo un juego de correas de nailon, con el velcro abierto. El pasillo entre las camas estaba lleno de carritos con suministros y equipos. El extremo más alejado de la sala era un espacio cerrado con paredes de cristal, una unidad de cuidados intensivos. Clark creyó ver movimiento en el interior. Se puso a cubierto, agachado para esquivar cualquier cosa que pudiera saltar e intentar devorarle la cara.
Definitivamente, algo se estaba moviendo al otro lado del cristal. Clark encontró la puerta que daba a la sala de UCI, dio con la maneta de aluminio y trató de tirar hacia abajo. Comenzó a moverse, rechinando, pero luego se detuvo. De diez mil puertas había encontrado la única que estaba cerrada.
O quizá atrancada. Lentamente se irguió hasta alcanzar toda su altura, con la intención de echar un vistazo a través del cristal y descubrir qué bloqueaba el picaporte.
Un intercomunicador chirrió al cobrar vida.
—Eh, hola, friki —dijo el civil.
Clark volvió a ponerle el seguro a su arma. Se puso en pie y miró a su jefe a través del cristal. El hombre del Departamento de Defensa estaba pálido, pero ileso. La súbita aparición del civil había sorprendido a Clark, aunque no debería. La UCI tenía pinta de que aguantaría un ataque de no muertos bastante bien. Si habías de esconderte, era una gran elección.
—Me alegro de ver que está a salvo. He intentado llamarlo —probó Clark.
—Sí. Estaba ocupado. —El civil se dio media vuelta y fue a sentarse en una mesa de operaciones—. ¿Tienes algo de comer?
Clark arrugó ligeramente la frente. ¿Por qué llevaba el civil un pijama de hospital? ¿Y qué le pasaba a sus muñecas? Estaban vendadas con una gruesa capa de gasas. ¿Había intentado suicidarse bajo los efectos de la oxicodona?
—Más tarde arreglaremos la cuestión de las provisiones. Ahora mismo tengo que cerrar la prisión. Doy por sentado que ha sido usted quien ha frustrado mi primer intento.
—Te felicitaría por tu trabajo detectivesco si tú, yo y Singh Nanda no fuéramos los únicos que tenían el código de autorización. —Estudió la cara de Clark—. Sí, esto va a ser difícil, pero tú y yo somos tipos fieles al juramento, ¿verdad? De calidad probada, buenos tipos republicanos hasta la médula. Así que cuando yo digo que las puertas tienen que permanecer abiertas, tú te limitas a hacerme caso.
—No estoy seguro de que lo comprenda. La gente está muriendo aquí, ahora. Cada segundo que esas puertas permanecen abiertas alguien más muere.
En lugar de contestar, el civil atravesó con la mirada a Clark, hasta que tuvo la sensación de que estaba inmovilizado, subyugado por esa mirada. Intentó reírse, seguramente era algún tipo de truco, una especie de truco de hipnosis, pero reír no lo ayudó. Clark tenía problemas para respirar. Intentó aflojarse el cuello del uniforme, pero no funcionó. Le estaba costando mantenerse en pie. Incapaz de evitarlo, cayó al suelo, con fuerza.
—Estoy dentro de tu cabeza, Bannerman. Él me dijo que había incentivos y, guau, no mentía. Esto es jodidamente increíble.
—¿Él? ¿Quién es él? —jadeó Clark.
—Este tipo escocés muerto. Su nombre no te diría nada. Es como el comandante en jefe de los muertos o algo así, yo voy a ser su secretario de Defensa. No está mal, ¿eh? Me ha enseñado cómo hacerte esto.
Los ojos del civil brillaban como si tuviera dos faros arrojando luz hacia Clark en medio de una súbita bruma que había aparecido de la nada, una zumbante y traqueteante bruma que se le había metido en la cabeza. No podía pensar, no podía, no podía ponerse en pie, no había nada, no había nada en el mundo aparte de esos ojos, esos ojos brillantes y la voz del civil…
—Tengo el poder de nublarte la mente literalmente, ¿lo entiendes? Es fácil. Es lo más fácil que he hecho jamás y tú no puedes defenderte. Ahora mismo estoy exprimiendo tu energía vital, eso es todo. Estoy quitándote la fuerza que te da vida. Esto es lo que se siente al morir.
La niebla desapareció instantáneamente. El civil tenía el aspecto de siempre y la habitación, aunque poco iluminada, estaba despejada de bruma.
—Vale. Este concurso ya ha acabado, y creo que tengo un mandato. ¿Quieres una segunda vuelta, Bannerman?
La niebla comenzó a volver.
—No —dijo Clark—. No, creo que no será necesario.
¿Qué será? ¿El creodo de Waddington, que inspira alguna especie de forma humana platónica en todo lo que toca? ¿O tan sólo un ángel de la guarda con ojos como oro refulgente? Tengo que saberlo antes de que salga a la superficie; las potenciales consecuencias negativas son verdaderamente escalofriantes. [Notas de laboratorio, 02/06/04]
—Algunas victorias salen más caras que la derrota —lo sermoneó el civil. Con el pijama de hospital y los gruesos vendajes en las muñecas debería haber tenido un aspecto absurdo. Patético. Su recién hallado poder para estrangular la fuerza vital de Clark probablemente contribuía a despejar esa impresión—. Después están las derrotas sin más de toda la vida. Nunca he entendido esa mierda de los capitanes hundiéndose con el barco. Ni siquiera las ratas son tan estúpidas, ¿cierto? Así que en los primeros días de la epidemia, cuando el druida este vino y me dijo, mira, la humanidad es un tema zanjado, está acabada,
finito,
un verdadero imposible, pero quizá, sólo quizá, existía un modo de salvar mi pellejo, bueno… entonces sabes que tienes que prestar atención. Mira, dame tu pistola. Voy tener poder sobre los muertos. Él me lo prometió. ¿Sabes?, que lo jodan al seguro dental, dirigir a los muertos con mano de hierro es el beneficio alternativo definitivo.
Clark le entregó su pistola. No tenía alternativa. El civil pudo matarlo antes de que hubiera descerrajado un solo tiro.
—Tuve recelos cuando me dijo que tenía que morir y luego volver de la tumba. Eso tendrá un efecto escalofriante en la mayoría de las negociaciones. Resulta que es la parte fácil. Iba a volver de todas formas. Sin embargo, mantenerse avispado, conservar las facultades mentales de la misma forma que tu chica rubia, eso me llevó trabajo. Todo es cuestión de mantener el flujo de oxígeno en el cerebro.
—La chica —dijo Clark todavía de rodillas en el suelo de la enfermería. Notaba punzadas en los gemelos, que protestaban por la falta de circulación—. ¿Qué tiene ella que ver en todo esto?
—Sorprendentemente poco. ¡Dios, estoy harto de oír hablar de Nilla! Mi nuevo jefe también está obsesionado con ella. ¿Qué será? ¿El pelo rubio? ¿Las tetas? No, Bannerman, ella es sólo un peón en este juego. Un peón que todo el mundo cree que es una reina. Que la jodan, ¿vale? Atengámonos a las reglas. —El civil le sonrió con calidez—. Me caes bien, Bannerman. Me caes muy bien.
—Tú… a mí también —probó Clark con cautela.
El civil quitó la silla que trababa la puerta de la UCI. La puerta se abrió sin hacer ruido y se pegó al imán de la pared, quedándose abierta. El olor a sangre y muerte salió de la sala cerrada.
—No, no es cierto. No le caigo bien a nadie, y con razón. Soy un gilipollas. Porque tengo que ayudar a preservar la libertad. Mi país necesita que sea un gilipollas. Tú, por otra parte, caes bien. Eres honesto, de fiar, e inteligente, e intentas hacerlo lo mejor que puedes. Siempre. Eso es muy encomiable. Hace que la gente confíe en ti. De ninguna manera voy a deshacerme sin más de un recurso así. Así que voy a llevarte conmigo, como mi criado o algo así, ¿de acuerdo? Incluso voy enchufarte a un respirador cuando te mate para asegurarme de que no pierdes ese bonito cerebro tuyo. No todo, al menos. No puedo permitir que seas más listo que yo, eso no tendría mucho sentido. Seguramente te trabarás al hablar y no podrás manejar maquinaria pesada, pero tampoco serás uno de esos cerdos babeantes que ves por todas partes, y eso ya es algo. Así que venga, ya tengo la cama preparada para ti y el respirador enchufado a la corriente de emergencia. Viviremos para siempre, Bannerman. Tú y yo, codo con codo, friki y frikilord. —El civil salió de la UCI y extendió una mano para que Clark se la cogiera.
—No, no creo que eso vaya a suceder —dijo Clark, poniéndose en pie lentamente, temblando sobre sus piernas adormecidas.
El civil puso los ojos en blanco y levantó una mano como si planeara asfixiar a Clark desde lejos. Antes de que pudiera utilizar su poder, Vikram Singh Nanda le disparó dos veces en la parte posterior de la cabeza. El civil se desplomó con las extremidades enmarañadas, completamente muerto.
Había una buena razón por la que la maniobra de atacar por los flancos se consideraba un clásico.
—¿Estás bien? —preguntó Vikram, recogiendo la pistola de Clark de donde había caído cuando el civil la había soltado.
—Estoy bien. —Bajó la vista hasta el cadáver que había entre ellos—. Gracias. —Era todo lo que tenía que decir, por el momento. Pasó por encima del cadáver y entró en la UCI. El equipo parecía preparado, tal como el civil había prometido. Clark ignoró la cama de hospital que lo esperaba y encontró un terminal de seguridad. Hojeó los menús y reactivó el cierre de emergencia. Apareció un mensaje de error cuando la página se cargó de nuevo.
CONTRASEÑA NO VÁLIDA O CADUCADA
Lo intentó de nuevo, aunque no había cometido ningún error, lo sabía. El civil había cambiado la contraseña y la nueva había muerto con él. No había forma de cerrar las diez mil puertas. Quedarse sin opciones hacía muy fácil ver qué hacer a continuación. Clark abrió la tapa de su móvil y llamó a Horrocks. El teléfono sonó doce veces antes de que respondieran.
—Señor —informó Horrocks—. Estoy atrapado en una caseta de entrada y ahora mismo estamos bajo un fuerte ataque, tenemos, nosotros… Espere un momento, por favor, señor. —Clark oyó disparos al otro lado de la línea—. He tenido importantes bajas. No podré conservar esta sección del ala D durante mucho tiempo, señor.
—Quiero que interrumpa el contacto cuanto antes —ordenó Clark—. Hemos perdido demasiado tiempo. Quiero que se retiren al tejado, al helipuerto. Vamos a abandonar el complejo. Lo veré allí y le daré nuevas órdenes cuando lleguemos. —Finalizó la llamada cuando Horrocks hubo confirmado la orden y se volvió para mirar a Vikram—. Supongo que debemos salir de aquí antes de que aparezcan los muertos andantes.
Vikram estuvo de acuerdo.
La neoplasia maligna —oh, qué será de los días que podía llamarlo neoplasia con la cara seria— ahora es como un balón de fútbol, o como un horrible feto creciendo en su interior. Algunas noches, mientras está sedada, coloco una mano sobre su suave borde e imagino que lo noto dar patadas. Llevo tanto tiempo trabajando sin resultados… Debería tomarme un descanso. [Notas de laboratorio, 17/08/04]
Una chica muerta, de unos quince años, bajaba por el pasillo con un costado apretado con fuerza contra los bloques de hormigón pintados de color crema. Había dejado un rastro de sangre tras ella, sangre que había calado su pelo, echado a perder su ropa. No parecía importarle.
Nilla cerró las manos y luego las abrió de nuevo. El dolor en su mano izquierda —se preguntó si se la habría roto mientras se quitaba los grilletes— la mantenía totalmente concentrada. Hora de hacer inventario.
Había disparos por todas partes, le llegaban desde todos los pasillos a oscuras, de cada zona iluminada por las luces de emergencia. El humo llenaba uno de los pasillos. Estaba bastante segura de que la prisión estaba ardiendo.
Los muertos se movían por la prisión como si fueran los amos del lugar. Y ella era uno de los muertos. Caminó tan tranquila como pudo al lado de la adolescente muerta, la chica ni siquiera se abalanzó hacia ella, no perdió un segundo de energía en Nilla, y cruzó una puerta.
El
freak
sin brazos le cerró el paso.
No tenía tan buen aspecto. La piel se le había caído de la mayor parte del pecho desnudo y le colgaba en largas tiras alrededor de la cintura. Se le había hinchado la cara, que había ennegrecido por la putrefacción, y sus ojos parecían cristal esmerilado. Su olor hubiera hecho huir a los animales.
Sin embargo, no estaba acabado del todo. Le sonrió en la oscuridad, le sonrió de verdad, ¿cómo era posible? No le quedaba cerebro suficiente para disfrutar de intimidarla.
La sonrisa se transformó en malicia mientras ella lo observaba.
—Que te jodan —le dijo. Algo frío y afilado palpitaba en su pecho, quizá su corazón muerto había entrado en paro—. Sólo… déjame en paz. Quítate de en medio.
La sonrisa se abrió y él hizo un obsceno sonido de sorber.
—Nnnnnno —le replicó, y Nilla dio un paso atrás, conmocionada. Él tosió y lo intentó de nuevo—. No —dijo finalmente.
Se le apareció la explicación en la mente y se sintió idiota.
—Mael, déjate de juegos.
—¡Qué casualidad que tú digas eso! —exclamó Mael a través de la boca de Dick. Arrastraba las palabras, que se retorcían en la lengua inflamada del cadáver y se pulverizaban entre sus dientes rotos, pero ella lo entendía sin problemas—. Eres tú quien ha estado tomándome por un tonto todo este tiempo. Todavía tengo planes para ti. Creo que tenemos futuro juntos, pero por el momento creo que lo mejor será que te quedes sentada.
—Una mierda. Esté sitio se está yendo al infierno, ¡quiero salir! —exclamó Nilla.
—Si te hirieran, yo… —empezó él, pero no acabó la frase. Ella había empezado a agacharse por debajo del costado izquierdo de Dick, rodeándolo, y Mael tuvo que inclinarse para tratar de detenerla. Que era exactamente lo que ella quería que hiciera. Levantó los pies y se deslizó por la espalda estirada del monstruo. Estuvo detrás de él antes de que tuviera tiempo de volver a enderezarse.
Después de eso no perdió ni un instante. Ante ella se abría un pasillo, largo y recto y tachonado de ventanas estrechas como lápices. Lo recorrió a toda velocidad, o mejor dicho, cojeó con tanta decisión como fue capaz de reunir. Notaba el peso y la masa de Dick a su espalda mientras Mael empujaba su cuerpo robado a la persecución, lo percibía allí atrás con el vello de su nuca, pero se negaba a volverse. Llegó a una puerta en el extremo más alejado del pasillo y la cruzó derrapando. Intentó cerrarla a su espalda de un portazo para descubrir que algún tipo de mecanismo magnético lo impedía. Al tiempo que intentaba averiguar cómo accionar el mecanismo oyó a Dick chocar con una pared a menos de tres metros.
Se dio media vuelta para internarse en la laberíntica prisión, pero tuvo que frenar en seco. Un soldado estaba de pie en la puerta que había más adelante, mirándola, respirando trabajosamente. Tenía los ojos muy abiertos.