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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

Tags: #Relato

Yo maté a Kennedy (6 page)

No considero ni siquiera tema del Reader's Digest el asunto de Pepe Carvalho. Bacterioon es otra cuestión. ¿Cómo entra en contacto Pepe Carvalho con Bacterioon? He intentado convencer a Hoover de que las investigaciones han de ir por allí. Morrison, mi inmediato superior, es de la misma opinión. Pero Hoover, que no nos puede tragar a los de la CIA, se empeña en la búsqueda del cuerpo. Ninguna descripción de Carvalho coincide con la anterior y ya no queda ninguna esperanza de que pueda coincidir con la ulterior. En La Paz, tras el atentado contra Paz Estensoro, Carvalho era un hombre delgado, alto, aquilino, muy moreno, de ojos magnéticos. En Siria, después de la última intentona del Baas, Carvalho es un oscuro, pequeño hombre calvo con lentes bifocales. En Kenia sería un tragasables rubio panocha. ¿Quién es Pepe Carvalho? Todos los informes sobre él son muy secretos, pero también muy inútiles. Con él llega la muerte, silba y se lleva las vidas como imantadas. No tiene una línea previsible de acción. Ni siquiera sus acciones son continuadas, más bien diríase que alterna la acción rápida con largos períodos de inacción que sirven para el desarrollo de su mito. Hoover cree que Carvalho no existe, que Bacterioon no existe, que todo es obra de las fuerzas tradicionales: las internacionales de la masonería, el comunismo y los sodomitas.

Pero la existencia de ambos es tan evidente como misteriosa su relación. ¿Cómo una sustancia no orgánica puede llegar a una relación inteligente con un ser humano?

Yo comprendo la indignación ciega de Hoover.

Es como luchar contra el aire, como mantener una alerta ante cada respiración. Que por primera vez acepte la colaboración de la CIA ya es una prueba de cuánto le preocupa el tema. Sean Poverty, el agente responsable de mantener el orden público en torno al Palacio de las Siete Galaxias, opina que Carvalho es una potencia sobrenatural, diabólica, como las deidades negativas de su Irlanda natal. En cambio, Khan, tras utilizar calculadores analógicos de la tercera generación, opina que Carvalho puede existir en un 70 por 100 de posibilidades y no existir en un 30 por 100.

¿Quién es Pepe Carvalho?

La pregunta levanta cejas, hunde omóplatos, pone en huida muchas miradas. Normalmente los profesionales juzgamos con bastante distancia las hazañas de nuestros colegas. Sólo nos entusiasma, y siempre hasta cierto punto, la excepción real. Incurrimos en la mitificación muy de tarde en tarde. A veces transigimos y la mitificación es algo así como una debilidad voluntaria que nos relaja, como si jugáramos a creer en los Reyes Magos. De esta manera al mitificar a un colega le cargamos con un montón de tensiones que en el fondo sabemos intransferibles. Es el juego equivalente al de tomarse en serio a James Bond, juego practicado con excesiva frecuencia entre nosotros. Yo, que he tenido a Bond al alcance, casi, de mi mano, podría hablar mucho sobre el gallito Bond. Pero no conviene tirar piedras sobre el propio tejado.

Pepe Carvalho, en cambio, no es un mito literario. Es un ente real mitificado, casi totalmente desconocido y que les sirve de punto de referencia a la inmensa mayoría de mis colegas. Yo sé que Pepe Carvalho amanece todos los días con la misma problematicidad de casi todos nosotros. Que su prestigio es tan hijo de sus circunstancias como de una desesperada voluntad de sobresalir en el oficio. Reniega de su trabajo como cualquiera y tiene la común tendencia a justificar la última moralidad de lo que hace por la evidencia de lo que ya está hecho.

Por lo demás, la mínima biología constituye el principal apoyo para su oficio de vivir. Los mínimos estímulos del sobrevivir le deben ayudar a pasar los ratos perdidos y a olvidar cualquier sospecha de que también se pierden los ratos no perdidos. En fin, que Carvalho tiene sus problemas, como todos.

Khan habita en la parte superior de la cuarta galaxia. Está por encima del mismísimo
trust
de los cerebros que rodea habitualmente a Kennedy. Tiene un hilo telefónico especial en conexión con la isla californiana donde un grupo de científicos vaticina el devenir de todo mediante el cálculo de probabilidades.

Existe un proyecto secreto de hibernar a Khan y a Walt Disney, con el fin de hacer de ellos testigos de excepción del mundo posterior al año 2000. En el caso de Khan sería en premio a sus servicios por haber sabido descifrar lo que nunca pasará (gracias a sus prevenciones, Khan espera controlar el futuro). En el caso de Walt Disney se persigue que la retina
technicolor
de la cosmogonía rooseveltiana sobreviva a las lentes de contacto con el áspero tacto de la realidad. Ambos poetas de la imagen (el número imaginario y el Pato Donald) merecen la opípara jubilación de la eternidad.

Khan, al igual que su gran amigo y rival, Sylvester, es un profeta tranquilizante. La guerra atómica nunca ocurrirá, según él y será definitivamente sustituida por la serie de guerras convencionales (guerras civiles entre el bien y el mal) en zonas marginales de la tierra. La guerra de España, según Khan, ya fue un ensayo general de la nueva estrategia. Claro que allí no se daba como contexto el peligro de una destrucción nuclear, pero sí el peligro de un conflicto universal, que pese al resultado óptimo de aquella guerra, no pudo evitarse.

Lo importante, según Khan y sus asesores, es que las grandes naciones conductoras de la civilización industrial, no se vean complicadas en enfrentamientos mutuos. Los desfases de equilibrio potencial entre los países socialistas y los capitalistas, deben arreglarse mediante guerras marginales que afecten a zonas, en sí mismas, marginales: estas zonas se corresponden con países situados, ya para siempre, al margen de la dirección de la Historia. Todo este equipo de pensadores está muy influido por las teorías del profesor Sylvester, cuya hegemonía intelectual nadie discute en Washington. El profesor Sylvester se dio a conocer a los setenta años de edad gracias al programa televisivo Usted sabe y nosotros le premiamos. Sylvester, funcionario de correos jubilado, que había hecho un curso de filosofía por correspondencia, participó con el tema Comportamiento sexual del arador de la sarna. Dos semanas después era famoso en todo el país y le imitaba Bob Hope en el show de Ed Sullivan.

Las opiniones de Sylvester empezaron a cotizarse en cualquier terreno del saber humano. Pronto se comprobó que Sylvester era a Khan lo que la presentelogía a la futurología. Sylvester sostenía que las suertes derivadas de la revolución industrial ya estaban echadas. Los países que se situaron a la cabeza son los conductores de la Historia. La categoría superior de la etapa actual de la humanidad no puede ser el poder factual, porque el poder factual implicaría el riesgo de la destrucción. La categoría superior es el poder potencial o poder disuasorio. Ese poder potencial consecuencia del desarrollo industrial y del nivel tecnológico se traduce en el control de los medios de destrucción-disuasión nuclear y en los medios de comunicación y expansión espacial. El control de la vida y de la relación espacio-tiempo determina los atributos del poder y están en manos de los Estados Unidos y la URSS. Después hay que tener en cuenta a un número limitado de peones privilegiados (
sic transit
) o potencias de cierto desarrollo industrial y tecnológico que no han podido subir al carro triunfal de la sub-era atómica. Y el resto, el resto del mundo es silencio y lo mejor que puede hacer es permanecer en silencio. Las verdades ideológicas, emotivas, biológicas (en el sentido no bioquímico de la palabra), apenas si tienen poder determinante. Tampoco sirven apenas las verdades dialécticas aportadas por el marxismo, ya han sido utilizadas para dar de sí todo lo que podían: la aparición de un poder antagónico a escala universal: la URSS. El industrialismo en su etapa superacional y la progresiva racionalización del mercado universal, han convertido la dialéctica en dinámica racionalizada y racionalizadora.

Khan es menos optimista que Sylvester. El viejo ex funcionario cree que la Historia y la Geografía dependen fundamentalmente de la Estadística y la Topografía. Su lema predilecto es: «La Humanidad será perfecta el día en que prescinda definitivamente del principio idealista de que el hombre es la medida de todas las cosas». Khan, de acuerdo en el fondo, sostiene que hasta llegar a la plena asunción de esta filosofía media un período histórico muy peligroso en el que serán liquidadas las verdades morales, ideológicas y emotivas. Pero ambos monstruos se entusiasmaron con la aparición de Kennedy: «Kennedy —declaró Sylvester al redactor de Christian Science Monitor— dará un acelerón considerable a ese período de liquidación, al mismo tiempo desarmará a la derecha americana y a la izquierda universal».

Sylvester y Khan están muy divididos en el asunto Bacterioon. Sylvester opina que es un poder reaccionario y que puede manifestarse por lo tanto bajo formalizaciones revolucionarias o de extrema derecha. Khan ve en Bacterioon una estratagema más de la internacional comunista y sus centros impulsores: China, Cuba, Vietnam del Norte, Corea del Norte, La Sorbona, Berkeley, el barrio madrileño de Arguelles y las comunidades catalanas de benedictinos y capuchinos de Montserrat y Sarria. Sylvester hila más fino: «Bacterioon es la sustancia del relativismo y de la duda de la propia duda, pero esa sustancia está manipulada por un cerebro fanático antihistórico. De momento, ante la estrategia kennedysta, se disfraza de escepticismo, pero pronto sacará la pistola». Sylvester reconoce que es difícil mantener la capacidad de entusiasmo, una vez castrados los órganos emotivos y racionales individuales. Pero para ello hay más de cuatro marcas de pastillas no alucinógenas, que a partir de 1964 serán repartidas con carácter gratuito en todas las escuelas públicas de un país marginal (Austria) a título experimental. De no ser nocivos los resultados, todos los niños norteamericanos recibirán las mismas tabletas durante su diaria toma de leche federal en polvo.

Khan, que está en todo y es, en el fondo, un opositor entusiasta de Sylvester, ha convencido a sus computadores para que programen un plan nacional de Tabletas Para la Integración (TPI). De momento están en fase experimental, entre simios jóvenes, las pastillas contra el marxismo-leninismo y contra la opinión, muy extendida, de que unas razas tienen el pene más largo que otras.

El ayuda de cámara de los Kennedy me ha hecho un regalo espléndido. Tres trajes del presidente que apenas si se ha puesto en dos o tres ocasiones y media docena de pares de zapatos muy usados. El sastre presidencial me los ha probado, en quince días estarán a mi medida. Me ha ido de perilla porque empezaba a estar mal de ropa y estas cosas en Washington son caras. Creo que este regalo presidencial puede reportarme algún disgusto. El embajador de una nación con la que nos unen entrañables lazos de amistad también iba detrás de los trajes y ya le había lanzado alguna indirecta a Jacqueline. Ella, que es una delicia de mujer cuando no se ve en la precisión de expresar abstracciones, le respondía invariablemente: «Calma, calma, habrá para todos». Que conste que yo no moví ni un dedo para conseguir el regalo.

Hay un tipo de intelectual ingenuo que durante casi treinta años se ha adueñado de la crítica cultural. Las emociones de ese intelectual se exteriorizan preferentemente en la solitaria sensibilidad de su esfínter anal. Los latidos del esfínter han subrayado toda su predisposición al cabalismo. Cuando se insinúa la posibilidad de seres extraterrestres, el intelectual ingenuo se estremece porque ¿acaso la Atlántida no pudo ser una colonia marciana? ¿Escepticismo lingüístico?: Rimbaud. Todo es para él una novela policiaca inducida. ¿Marrase?: Nietzsche y el Nazarín de Pérez Galdós. Cuando el intelectual esfínter posee una daga malaya y lleva un kimono más o menos japonés, su cabalismo es extremo oriental y las abundantes dinastías chinas le aportan improbables personajes que nadie se toma la molestia de identificar históricamente. Yo, que no soy un intelectual, que soy un agente secreto con cultura autodidacta, hoy he jugado al cabalismo. Ha sido cuando he visto llorar a John F. Kennedy al enterarse de la muerte de dos niñas negras atropelladas por un jeep. Entonces me he inventado una máxima poética china del siglo
VI
A. C. (hacia mediados de siglo). Dice así:

Los altos montes azules

se fingen a veces cielo
.

Sólo la continuidad del río

conoce la sombra de sus valles
,

su consistencia muerta

de piedras caídas de una altura sorda
.

Nuestra tribu llevaba plumas en el corazón y pintura de guerra en el alma. En las reuniones, yo, a veces, conseguía distanciarme, situarme en la noche, más allá del cristal. Desde allí veía la fragilidad de mi gente en la inmensidad hostil del mundo, entonces me reconciliaba incluso con el perverso biólogo, porque estaba condenado a muerte, como todo el mundo, y además iba a llevar una vida muy perra mientras tanto. Yo ya sabía que la actitud épica, incluso tan oscura como podía serlo en nosotros, proporciona mucho alimento moral y un pequeño lugar en la Historia, del que uno toma posesión no sin enjundia. A veces, la conciencia de estas compensaciones me hacía devaluar nuestro compromiso. Pero luego me evadía, salía fuera, me situaba detrás de los cristales y contemplaba la precariedad biológica de mi tribu. Cuan aplastables eran, qué débiles de uno en uno, frente a las ventoleras, qué víctimas propicias frente a los poseídos por el miedo a la Historia, qué patéticas podían ser, en cualquier momento, sus plumas y sus pinturas.

Muriel era siempre la más emplumada, la más pintada. Agresiva como un gallo peleón, alzaba el cuello por encima de nuestros abatimientos, en busca de la cabeza en que cebar el pico. Cuando le daba por la histeria épica yo me echaba a temblar y procuraba distraerla con conversaciones tangenciales: por ejemplo, la teoría del valor en Ricardo, Marx o Keynes. Muriel había leído quince veces El capital, había dirigido tres o cuatro seminarios sobre el librito y no lo entendía. Una vez, durante la lectura de un libro de Sweezy, gritó como víctima desganada y me señaló, convulsa, una página de letra pequeña:

—¡Aquí está todo, aquí está todo! Por fin lo entiendo.

Desde entonces aquella página de Sweezy fue en nuestro hogar algo así como el padrenuestro en el de los abuelos de usted, amigo lector, porque los míos no rezaban
.

Muriel tenía sus vencimientos, casi siempre provocados por la tarta de manzana y las ancianas. Le angustiaban las ancianas y procuraba ayudarles siempre a cruzar la calle, muchas veces sin consultar primero con ellas. La vejez le daba casi tanto miedo como la muerte: eran la obscenidad misma, eran la Obscenidad Absoluta, enseñando el culo arrugado y cárdeno en el fondo de un paisaje que entonces se revelaba absurdo. Muriel odiaba la literatura del tema de la muerte. Decía que estaba manipulada siempre por la clase dominante para evitar que la gente se preocupara por la vida y la realidad. Incluso las medievales danzas de la muerte le parecían burdas farsas alienantes que servían para compensar
post-mortem
las justas aspiraciones del proletariado medieval. Cuando yo intentaba oponerle la precisión de cuán difícil es aplicar el término proletariado a las clases populares de la Edad Media, Muriel se irritaba hasta la desconsideración.

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