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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Universo de locos (17 page)

BOOK: Universo de locos
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—Keith Winton. De momento, por lo menos. Después que se hayan publicado los primeros números es posible que pongan a otra persona al frente de la revista —dijo Marion.

—Bien. Se lo dejaré para que lo examine. ¿Y quién es el que lleva
Historias de aventuras
? —dijo Keith.

—El señor Winton dirige esa revista también. Esa y las
Historias sorprendentes
son su trabajo. Creo que ahora se encuentra libre; voy a ver si puede recibirlo. La señorita Hadley está ocupada ahora, pero quizá esté libre cuando termine de hablar con el señor Winton, señor Winston. ¡Oh!, ¿se ha decidido a buscarse un seudónimo para sus trabajos?

Keith chasqueó los dedos con simulado disgusto.

—Me había olvidado. He puesto el nombre de Karl Winston. Bien, Veremos si el señor Winton tiene alguna objeción que hacer. Voy a hablar con él sobre esto y le diré que no he usado mi nombre nada más que para reportajes, de manera que no hay inconveniente si quiere que use un
nom de plume
para mis cuentos.

Marion ya había apretado un botón en el tablero de la centralita. Habló un momento por el aparato pero Keith no pudo oír nada de la conversación.

Ella sacó el dedo y volvió a sonreír.

—Lo va a recibir. Le he dicho que era un amigo mío.

—Muchas gracias —dijo Keith, agradecido. Sabía que esos detalles tenían su importancia. No es que una amistad le permitiese vender un cuento sin valor. Pero le ayudaría a conseguir que se examinara su trabajo cuanto antes, y si su trabajo era aceptado le facilitaría conseguir rápidamente el cheque.

Después que había empezado a andar hacia las oficinas de Keith Winton, se dio cuenta de que nadie podía suponer que él supiera dónde estaban, pero ya era demasiado tarde cuando se acordó, de manera que siguió caminando.

Un momento más tarde Keith Winton se sentó frente a Keith Winton, y estirando la mano para saludarlo por encima del escritorio, dijo:

—Yo soy Karl Winston, señor Winton. Tengo un par de cuentos que quisiera que usted leyera. Podría habérselos enviado por correo, desde luego, pero pensé que me gustaría conocerlo personalmente, mientras me encuentro en esta ciudad.

X. Slade del W. B. I.

Keith estudiaba a Winton mientras hablaba. Winton no era mal parecido. Tenía aproximadamente la misma edad de Keith, con unos centímetros más de altura y unos kilogramos menos de peso. Su cabello era más oscuro y algo más rizado. No se parecían en nada. Y usaba unas gafas con unos cristales bastante gruesos. Keith nunca había llevado gafas y disfrutaba de una visión perfecta.

—¿Usted no vive en Nueva York? —estaba preguntando Winton.

—Sí y no —dijo Keith—. Quiero decir que nunca he vivido aquí hasta ahora, pero es muy posible que me decida a quedarme. O quizá regrese a Boston. He estado trabajando en un periódico allí y además haciendo algunas novelas por mi cuenta. —Tenía su historia bien preparada y no vacilaba—. He pedido licencia y si consigo ganarme la vida como escritor independiente en Nueva York, es probable que no regrese allí.

»Le he traído dos cuentos cortos que quisiera que usted examinara —añadió Keith—: uno es para
Aventuras Románticas
y el otro para la nueva revista de fantasía científica que Marion me ha dicho que están preparando.

Sacó del sobre dos de los cuentos y se los entregó por encima del escritorio.

—Ya sé que es pedir mucho —dijo Keith—, pero le agradecería que los leyera tan pronto como le sea posible. Me gustaría escribir algo más que tengo planeado sobre estos temas y no quisiera empezar a trabajar hasta que sepa, de acuerdo con lo que le parezcan éstos, si voy por el buen camino.

Winton sonrió.

—Lo haré tan pronto como pueda.

Miró los títulos de los dos relatos y dijo:

—Tres y cuatro mil palabras. Muy bien, precisamente son la clase de escritos que necesitamos. Y si los argumentos se ajustan a las revistas, son la clase de historias que queremos.

—Magnífico —dijo Keith—. Da la casualidad que tengo una cita en este mismo edificio para el viernes, pasado mañana. De manera que, ya que tendré que venir por aquí, ¿le importaría si paso a verlo para saber si ha tenido tiempo de leerlos?

Winton arrugó el ceño ligeramente.

—No puedo prometerle que lo haga tan aprisa, pero haré lo que pueda. De todos modos, si tiene que venir a este edificio quizá le convenga pasar a verme.

Keith dijo:

—Muy agradecido, señor Winton.

A pesar de que no le había prometido nada, Keith sabía que era casi seguro que los cuentos estarían leídos el viernes. Y si uno o los dos eran aceptados, entonces sería la ocasión de mencionar la cuestión del cheque. Ya tendría una historia preparada para explicar su necesidad de tener el dinero con esa urgencia.

—Oh, quería decirle una cosa —dijo Keith— respecto al nombre. —Y Keith le explicó la semejanza entre los nombres de Karl Winston y Keith Winton y señaló que estaba dispuesto a usar un seudónimo si Winton creía que debía hacerse.

Winton sonrió y dijo:

—No tiene importancia, realmente. Si Karl Winston es su nombre, tiene perfecto derecho a usarlo. Y como yo no escribo nada para publicación... Además, ¿quién se fija en el nombre del director de una revista?

—Otros directores pueden hacerlo —dijo Keith.

—Si es que realmente va a dedicarse a escribir como independiente, también les enviará sus trabajos a ellos, de manera que ya sabrán que Karl Winston no es un seudónimo mío. De manera que no se preocupe sobre esa cuestión, a menos que sea usted quien quiera usar un
nom de plume
para sus trabajos.

—Y tampoco tendrá importancia —dijo Keith sonriendo—, a menos que consiga vender algún trabajo.

Se puso de pie y le tendió la mano.

—Muchas gracias, señor Winton. Volveré el viernes a esta misma hora. Adiós, señor Winton.

Regresó al escritorio de Marion Blake.

—La señorita Hadley está libre ahora —dijo ella—, creo que podrá verla tan pronto como le pase su llamada —pero esa vez no tocó ningún botón en el tablero de la centralita. En cambio lo miró con curiosidad.

—¿Cómo sabía dónde se encontraba la puerta de la oficina del señor Winton?

Keith sonrió:

—Es que soy telépata.

—En serio, tengo curiosidad por saberlo.

—Entonces le diré que la primera vez que mencionó el nombre del señor Winton, dirigió la mirada hacia aquella puerta —dijo Keith—. Quizá no se acuerda, pero lo hizo. De manera que supuse que aquélla era su oficina, y de todos modos si me hubiera equivocado, usted me habría llamado.

El rostro de Marion se aclaró. Había pasado ese trance con éxito. Pero, pensó, tendría que estar en guardia a todas horas. Pequeños errores como ese podrían llevarlo al desastre.

Ahora había apretado un botón y de nuevo estaba en el aparato sin que él pudiera escuchar ni una palabra. Volvió a sacar la comunicación del tablero y le dijo:

—La señorita Hadley lo recibirá ahora.

Esta vez Keith se acordó de esperar hasta que Marion le indicó el camino.

Mientras andaba, Keith se sentía como si estuviera abriéndose paso por un arenal. Pensó: no debería hacer esto. Debo de estar loco. Lo mejor sería dejar el cuento en la oficina para que se lo entregasen más tarde, o enviárselo por correo. No debería verla ahora.

Respiró profundamente y abrió la puerta.

Y entonces supo por qué era mejor que no hubiera venido. Su corazón hizo un doble salto mortal cuando la vio sentada en el escritorio, mirándolo con una sonrisa impersonal y lejana.

Vista de cerca estaba el doble de hermosa de lo que él la recordaba. Pero eso no era posible…

¿O sí era posible? De alguna manera que él aún no comprendía, este era un universo completamente diferente. Existía aquí un Keith Winton completamente distinto. ¿Por qué no podía existir otra Betty Hadley ligeramente distinta? Sólo pocos días antes, él no hubiera podido imaginar un doble de Betty Hadley más hermoso que el original. Pero este doble lo era.

Y él se sentía doblemente enamorado.

Sin darse cuenta de que la estaba mirando fijamente, siguió observando, tratando de encontrar dónde estaba la diferencia. Rasgo por rasgo, ella era la misma.

Era tan difícil de explicar como la diferencia entre las muchachas de las portadas de las revistas. Aquí los dibujos eran más… bien, no podía darle un nombre.

Lo mismo le sucedía con Betty; ella era la misma persona, y sin embargo, ahora la encontraba el doble de hermosa y sentía que estaba doblemente enamorado de ella.

Lentamente la sonrisa se le fue borrando del rostro, y cuando preguntó: —¿Bien? —él se dio cuenta del largo rato que hacía que la estaba observando.

Keith dijo:

—Mi nombre es Kei… Karl Winston, señorita Hadley. Yo, este,..

Sin duda ella se dio cuenta de que él estaba perdido, y lo ayudó a salir a flote.

—La señorita Blake me ha dicho que usted es un amigo de ella y escritor. ¿Por qué no se sienta, señor Winston?

—Muchas gracias —dijo él, sentándose en la silla que estaba frente al escritorio—. Sí, he traído un cuento que… —Y después de empezar, continuó hablando en una forma comprensible, contándole más o menos la misma historia que ya había explicado a Keith Winton.

Y mientras tanto sus pensamientos andaban muy lejos de lo que contaba.

Después, de alguna manera, se encontró despidiéndose, terminada la entrevista, y estuvo fuera de la puerta sin haber cometido ningún error.

En ese momento decidió firmemente que no se volvería a torturar acercándose tanto a ella. Valdría la pena soportar ese tormento si tuviera una posibilidad entre un millón, pero ni siquiera eso tenía.

Se sentía tan descorazonado que casi pasó delante de la centralita sin ver que Marion Blake lo estaba llamando.

—¡Oiga, señor Winston!

Dio media vuelta y se esforzó por sonreír.

—Muchas gracias, señorita Blake —dijo—, por decirles a ambos que era un amigo suyo, y…

—Oh, no es nada. Lo he hecho con gusto. Pero el caso es que tengo un mensaje para usted de parte del señor Winton.

—¿Sí? Pero es que acabo de hablar con él.

—Ya lo sé —dijo Marion—. El señor Winton acaba de marcharse, hace unos minutos, para acudir a una reunión importante. Y me ha dicho que tenía algo que quería preguntarle y que regresaría a las doce y media. Y que si le podía telefonear sobre esa hora, es decir entre las doce y media y la una, a la hora de cerrar, se lo agradecería.

—Desde luego —dijo Keith—. Con mucho gusto. Y repito las gracias, señorita Blake.

Keith sabía que ahora debería invitarla de nuevo a tomar algo; o preguntarle si le gustaría ir a bailar juntos o a un teatro. Lo haría, por supuesto, si una de las tres historias que había traído hubiera estado ya vendida. Pero hasta entonces sus escasos recursos no le permitían arriesgarse a pagarle el favor que le debía.

Caminó hasta la puerta principal, tratando de adivinar qué sería lo que Keith Winton quería preguntarle tan pronto después de la entrevista. Había estado en la oficina de Betty menos de quince minutos; Winton no había tenido tiempo material de leer ni siquiera uno de los dos cuentos.

Pero ¿por qué preocuparse? Telefonearía a las doce y media y entonces se enteraría.

Mientras iba hacia los ascensores en el gran vestíbulo de las oficinas de la Compañía Borden, la puerta de uno de los ascensores se abrió. El señor y la señora Borden salieron de él, y la puerta se cerró detrás.

Desprevenido, Keith hizo una inclinación y los saludó. Los dos contestaron a su saludo y el señor Borden murmuró algo inaudible, de la forma que uno puede hacer cuando alguien que uno no recuerda lo saluda.

Pasaron a su lado y entraron en las oficinas que él acababa de abandonar.

La cara de Keith se puso seria mientras esperaba el ascensor. Era obvio que no lo conocían y él no debía haberlos saludado. Era una pequeña equivocación, pero tenía que mantenerse alerta para evitar inclusive las pequeñas equivocaciones.

Había casi cometido un grave error, cuando había empezado a presentarse como Keith Winton en vez de Karl Winston, allí en las oficinas de Betty Hadley. Y ahora que se acordaba, Betty le había dirigido una mirada peculiar cuando él había empezado a presentarse, cuando había dicho aquel Kei…, antes de que pudiera corregirse. Casi como si… pero eso era absurdo. Consiguió, por fin, eliminar el pensamiento.

Tan grandes diferencias y tan extrañas semejanzas. Y de nuevo se le ocurrió, mientras entraba en el ascensor, que las semejanzas de este universo podrían ser más peligrosas para él que las diferencias; las cosas más familiares podían inducirlo a graves errores, tal como saludar a los Borden.

Este último sin duda no tenía mucha importancia, pero cuán fácil sería incurrir en otros que sí tendrían importancia y mucha. Alguna equivocación que lo delatara, que mostrara que no era la persona que trataba de parecer a fin de poder sobrevivir. La constante posibilidad de incurrir en un grave error lo tenía preocupado.

Y aunque él no lo sabía, tenía razones para estar preparado, puesto que ya había cometido un error fatal.

Se detuvo un momento fuera del edificio, preguntándose qué haría ahora. No se sentía con ánimos de regresar al hotel a escribir otro cuento, por lo menos en ese momento. A la tarde y durante la noche, cuando tendría que quedarse en la habitación por culpa de la Niebla Negra, ya habría tiempo de escribirlo. Tres relatos (aunque los tres eran nuevas versiones de trabajos que ya había hecho y todos bastante cortos) eran suficientes para dos días de trabajo. Tenía la seguridad de que los cuentos eran buenos; sería mejor mantener la calidad y no agotarse trabajando y producir material inferior. Sí, sería mejor que no trabajase esa tarde y que volviera a escribir por la noche.

Si terminaba una historia esta noche y otra mañana, tendría algo más para enseñar a Winton cuando lo visitara el próximo viernes. Parecía gracioso, pensó, encontrarse ahora al otro lado de la barrera, teniendo que llevar los trabajos a las editoriales en vez de ser los escritores y agentes quienes le trajeran las obras a él. Quizá tendría que buscarse un agente. Pero no, eso tendría que esperar hasta que hubiera vendido uno o dos y fuera ya conocido en Borden. Y por ahora él podía colocar sus trabajos con más éxito que ningún agente.

Siguió paseando hasta Broadway y luego fue hacia el norte hasta Times Square. Se quedó mirando el edificio del Times, preguntándose qué era lo que encontraba de extraño en ese edificio bien conocido, hasta que descubrió que las cintas de los titulares de noticias que funcionaban por medio de luces eléctricas en la parte alta de la construcción no se deslizaban centelleando como lo habían hecho antes.

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