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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Relato

Terra Nostra (117 page)

BOOK: Terra Nostra
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—Imbécil, dice Tiberio, sólo has duplicado mis pesadillas. Guardias, embárrenle el céfalo en la cara a este bruto, frieguen el hocico y ios dientecillos del pescado contra los del pescador; y ahora qué dices, imbécil, ¿volverás a tener la osadía de subir esos acantilados detrás de mi palacio y hacerme creer que cualquiera, hasta el fantasma de Agrippa, puede hacerlo si tú lo has hecho, qué dices?

—Digo, César, que todo está bien y que doy gracias de haber pescado un céfalo de suaves carnes y no haberte traído un cangrejo…

Y Tiberio ríe, manda a un hombre de la guardia traer un cangrejo de la cocina y a un criado traer a la guardia de relevo que a esta hora descansa en la barraca y hace que al desventurado pescador le frieguen la cara con el cangrejo hasta que el hombre llora, sangrante, y temiendo perder la vista, es arrojado fuera del palacio.

—Cree tú también, desde ahora, en un fantasma usurpador, le dice Tiberio al aire, al pescador, a Teodoro, a sí mismo; y luego ordena a la guardia de relevo que tome a los hombres de la guardia nocturna que no fueron capaces de impedir el paso a un miserable pescador y llegaron al aposento imperial después que los propios criados; seguramente le engañaban, no eran verdaderos soldados los componentes de esa guardia, sino esclavos liberados en los testamentos de sus amos, orcivi, liberados por la gracia de Orcus, dios de la muerte; poco duraría la tal gracia; que se recompense a estos cobardes de la guardia nocturna dándole mucho de beber a cada hombre y que luego a cada uno le aten las partes genitales para que no puedan orinar y así pasen la noche con el agua estrangulada y los riñones [linchados y sólo en la mañana, cuando él, Tiberio César, pueda asistir al espectáculo, sean todos y cada uno arrojados al mar desde lo alto del acantilado; y que una banda de marinos espere en el mar para romperles los huesos con garfios y remos a los que no mueran ahogados, y aún a éstos; y mírense en mi justicia, los de la guardia de relevo.

Piensa el consejero Teodoro que peor es la suerte de los parricidas, quienes son azotados con varas, cosidos dentro de un saco de cueto junto con un perro, un gallo, un mono y una serpiente, y arrojados al mar.

—Teodoro: tenía entre mis animales una serpiente. Un día, la descubrí devorada por las hormigas. El augur me previno contra el poder de las multitudes.

—Haces bien en prevenirte, César; ya ves, te resististe a asistir al gladatorio de Fidanae; el anfiteatro se derrumbó y murieron veinte mil espectadores; pudiste ser uno de ellos. Aléjate de la muchedumbre, César. Recuerda a tu antepasada, la segunda Claudia, cuya mascarilla de cera cuelga allí, junto al balcón.

—Lo haré. Y tú trata de recordar por qué no me has informado sobre esa leyenda que corre…

—Señor: me pides tantas cosas.

Tiberio aplaude ruidosamente; vengan mis criados, desvístanme; condúzcanme al baño, convoquen a mis pescad i tos, tengan lista la cena y la fiesta, las muchachas, los efebos, olvidemos a los pescadores y a los fantasmas, regresen los pescadores al mar y los fantasmas a sus cenizas; adiós pescador, ven pescadito…

—César, corre el rumor: esta aparición no es, desde luego, el fantasma de Agrippa, sino la persona muy verdadera de su esclavo, Clemente, el cual ha aprovechado un extraño parecido físico, siendo de la misma edad y altura, con su amo, para difundir la nueva de que el heredero no murió. Esta noticia se murmura secretamente, a la manera de las historias prohibidas, en la soledad de la noche o gracias a la pareja protección de las multitudes en los espectáculos, pues ni la noche ni la muchedumbre poseen rostro discernible; la escucha todo necio que tiene las orejas paradas, todo descontento subversivo; Clemente sólo se muestra de noche y nunca dos veces en el mismo lugar; quien le ve o le escucha una vez no vuelve a verle o escucharle, pues el hombre es tan veloz e intangible como el rumor que disemina. La publicidad, unida a la inmovilidad, revela las verdades con demasiada nitidez, César; la impostura requiere del misterio y el veloz movimiento de un lugar a otro. Toda Italia cree que Agrippa vive…

—Agrippa es sólo cenizas; que Italia las conozca…

—El esclavo Clemente se las robó, César.

—¿Por qué has tardado tanto en contarme esto? ¿Cómo quieres cjue me entere, si no es por ti? ¿Debo esperar a que un pescador idiota suba a contármelo?

—César: no he querido añadir temor a tus temores; ¿qué nos importa una impostura condenada a desaparecer, sea por la fuerza del ridículo, sea por la de las armas que pueden aplastar sin misericordia a una chusma de esclavos? Que el rumor se agote a sí mismo; ningún milagro dura más de nueve meses; cansa; búscame nuevas maravillas… Además, Agrippa no es el primer heredero asesinado. También lo fue Cesarión, el hijo de Julio César y Cleopatra.

Basta; agua tibia, agua lustral; cómo me descansa, cómo me renueva; pronto, mis pescaditos, niños tiernos, dóciles, al agua, yo sentado y ustedes nadando, veloces, tiernos, entre mis piernas, pescaditos, ustedes bronceados y yo pálido, ustedes esbeltos y yo fofo, entre mis piernas, pescaditos, hasta encontrar su anzuelo de oro, mi débil llama, mi viejo pene cansado, mis testículos apasados, anden, pescaditos; qué inútil, pero qué delicioso, pescaditos, no cejen, no se impacienten, no importa, laman, chupen, acaricien; basta. Teodoro, voy a salir del agua, séquenme, vístanme, la toga, el laurel, los coturnos, que todo esté preparado en el sigma lunar, los mújoles y los cangrejos y el agua tibia para mezclar con el vino y las ánforas bien selladas con yeso; cárguenme hasta allí; recuéstenme; entren mis jóvenes ninfas, mis pervertidos jóvenes; coman, beban, lean el libro de la poetisa Elefantis donde se describen más de trescientas posturas, una para cada noche del año; tú, Cintia, y tú, Gayo, y tú, Lesbia, introduce tu lengüecita en el hermoso sexo depilado de Cintia y tú Cintia introduce en tus labios el sabroso pene babeante de nuestro Gayo y tú Persio monta a Gayo, aparta los tiesos pliegues de su ano, reblandece con tus dedos ensalivados el culo de nuestro efebo e introduce por él tu duro y largo pene africano y tú Gayo chupa los irisados pezones de nuestra Cintia, y los niños, los pescaditos, que se acerquen, que acaricien con sus manos bronceadas lo que queda libre, las nalgas de Lesbia y los testículos de Persio y las axilas de Gayo y el ombligo de Cintia; y tú Fabiano mastúrbate, que tu mano se deslice poderosa desde la raíz de la verga hasta la cabeza escarlata, así, así, que tus pesados duraznos sientan la dulce energía de tu mano, que tus lúbricos pellejos se estiren y brillen reventones de sangre y de semen, siempre me he preguntado por qué no eyacularnos sangre, sería vistoso, roja sangre y blanca toga, que tus nervios se hinchen como tripas de cerdo, así, así, oh, riégalos ahora, báñalos de leche plateada, a todos, a los niños, a los hombres, a las mujeres, ahora despréndanse todos, rómpase la cadena, beban el semen de nuestro Fabiano, embárrenselo entre los pechos, entre las piernas, recójanlo con los dedos y métanse ese espeso vino por el culo, que sus cuerpos se cubran de la costra de ardiente nieve de nuestro cabrío, de nuestro garañón fuerte y hermoso y velludo, casi blanco de tan rubio y lleno de rojas cicatrices en el hoyo de las nalgas y la punta del pene y los labios pintados, hermoso Fabiano de las puntas coloradas, ahora cambien todos de posición, no se vengan todavía, ahora téjase una nueva guirnalda, ahora cada uno busque una boca, un pubis, una vagina, un pene, unos testículos, un ano, unos senos, unas axilas, unos pies, un ombligo nuevo, baquen, desnudos, en Venus, luchen cara a cara, ataquen sin temor y hiéranse de muerte, luchen sin cuartel, no teman, no habrá descendencia, no habrá fruto, las mujeres están extirpadas, muerta la semilla de los hombres, sus cuerpos son puros, lavados, depilados, lústrales, plenos, envidiable Príamo, Teodoro, que sobrevivió a todos sus parientes y no dejó descendencia alguna: él fue la culminación de su estirpe, también Tiberio quiere serlo, puede serlo, debe serlo…

—Mucho has adelantado en tu propósito, César: envenenaste a Germánico tu hijo adoptivo; y permitiste que tu nuera envenenara a tu otro hijo, pero luego la condenaste a viajar sin término, cargada de cadenas y en una litera cerrada, con sus hijos prisioneros: no existirán para el mundo; mandaste asesinar a tus nietos; a Ñero en la isla de Poncia; a Druso en el sótano del palacio; ambos murieron de hambre; Druso trató de comerse el relleno de su colchón; mandaste desperdigar los restos del muchachito. César: no tienes descendencia, puedes ser tan feliz como Príamo. Sólo te amenaza un fantasma, y ese fantasma, ya lo sabes, es un esclavo, tiene nombre y cuerpo, se le puede hallar y crucificar; puedes castigarle, como has castigado a tantos. Justos castigos, César, dignos de tu magnificencia y ecuanimidad, al patricio vendido como esclavo porque cortó los pulgares de sus hijos a fin de hacerles inservibles para la guerra; a las cohortes decimadas por su cobardía en combate; a todos los hombres torturados y encarcelados y privados por ello de la ciudadanía…

—…sí, repítelo, ahora que me deleito con el placer de los cuerpos, hazme ese bien, Teodoro, déjame pensar en aquello mientras miro esto, pensar en el dolor mientras veo el placer, y mi placer se duplicará y te viviré agradecido, mira, mira, Teodoro, mi sexo crece de sólo pensarlo, milagro, milagro, no cejen, Persio, Fabiano, pescaditos, Lesbia, cuéntame lo que le hice a Agrippina, la esposa de mi hijo Germánico, cuando se atrevió a sospechar de mí, Cintia, Gayo, sigan…

—La exiliaste a la isla de Pandateria, César, y como persistió en decir que tú asesinaste al valiente Germánico, hiciste que un centurión la golpease hasta hacerle saltar un ojo, y como entonces, tuerta, la mujer dejó de comer para morir de hambre, ordenaste a tus soldados abrirle la boca con ganchos y rellenársela de comida…

—…sigan, habla, consejero, habíame de los castigos injustos, excítame…

—Condenaste a muerte y quemaste los libros de un poeta que llamó a Bruto y a Casio los últimos romanos…

—…yo soy el último romano, Teodoro, sólo yo; Roma es la unidad de toda la historia, lo que el mundo ha deseado siempre, a partir de las más desoladas tribus y primitivas aldeas, la unidad, Roma la ha conquistado, Roma ha conquistado algo más que tierras, mares, ciudades, pueblos, botines, ha conquistado la unidad: una sola ley, un solo emperador, no puede, no debe haber nada sino la dispersión después de Roma que es Tiberio y de Tiberio que es Roma; que regrese Agrippa resurrecto al trono y que entre sus manos, como arenas de la luna, se pierdan el poder y la inmensidad reunidos de Roma; lo deseo, créeme, tanto como deseo besarle el culo a Cintia, que suceda eso después de mí…

—Está pasando en tu tiempo, César; oye las quejas: no has nombrado los puestos vacantes de las decurias de caballeros ni has cambiado a los tribunos de los soldados, ni a los prefectos y gobernadores de las provincias: una inmensa inquietud responde a tu desidia…

—…pronto, todos, cada uno dele al más cercano el beso negro, el beso de mierda, pronto…

—Has abandonado durante años a España y a Siria sin gobernadores consulares, has permitido que Armenia sea avasallada por los partos, Moesia por los dacios y las provincias galas por los alemanes. El pueblo dice que en todo ello hay peligro y deshonor para el imperio, y te culpan.

—…no me hables de obligaciones, Teodoro, háblame de placeres…

—Has mandado matar al hombre que azotó a un esclavo cerca de tu estatua, y al hombre que se cambió de ropa cerca de otra estatua tuya…

—…¿han bebido todos bastante?, pues orinen, orinen unos en boca de los otros, pronto…

—…has mandado matar a un hombre que entró en un mingitorio con un anillo que tenía tu efigie y a otro que entró con anillo similar a un burdel…

—…ahora los hombres de pie, Fabiano y Persio y Gayo, cójanse por el trasero y las mujeres de rodillas besándoles los testículos y todos pensando que van a morir, que les espera la tumba, que a la hora de la muerte van a pensar en sus cuerpos como en odres ridículos, y en sus actos como bufonadas indecentes que les condenaron a muerte; cuenta, consejero; alia mis placeres…

—Mataste a un patricio que permitió que se le rindieran honores en su aldea natal sólo porque en otra ocasión, pero en esa misma fecha y lugar, se te habían rendido a ti; el tiempo de cada aldea, César, se inicia el día en que tú la visitas…

—Cuánta minucia, nada visito hoy, estoy encerrado en mi villa de Capri, contento, imaginando, imaginando lo sublime: ¿cómo puedo hacer que coincida mi muerte con la de mi imperio? No puedo tolerar el pensamiento de que alguien me suceda, sería como si nuestra bella Cintia, en vez de ofrecerme sus blancas nalgas de animado marfil, empezara a sentir en estos momentos los dolores del parto y se acostara aquí, en mi sigma, a dar a luz, imagina el horror; igual horror me da imaginar que alguien pueda sucederme, recostarse en mis lugares, tocarle una teta a Lesbia, arrancarle un pelo del pubis a Fabiano, no, no, mueran todos antes y muera yo solo con mi imperio, Teodoro, hay que estar alertas, al menor pretexto, ejecuciones, que no quede nadie, quiero morir solo pero morir el último, ejecuten, Teodoro, ejecuten, eyaculen, ejecuten y que los cadáveres sean arrojados de las escaleras luctuosas del foro y arrastrados al Tíber por garfios…

—Ya se ha hecho, César…

—…que puesto que es costumbre impía estrangular a las vírgenes, primero las violen los verdugos y luego las ahorquen…

—Ya se ha hecho, César…

—…que nadie se suicide sin mi consentimiento…

—Cármulo acaba de suicidarse, César, el descontento Cármulo.

—…¡entonces se me ha escapado!, ves, consejero, cuánta liviandad, qué falta de atención y escrúpulo…

—También Agrippina venció en su destierro, también ella acabó por morir de hambre, como lo deseaba…

—…¡que nadie se me vuelva a escapar, atentos todos!…

—¿Nadie, César?, ¿ni los que quieren morir?

—Ni esos…

—¿Cómo les condenarás, entonces?

—Obligándoles a vivir…

—¿A quién más acudiremos, César? Italia está llena de espías, de delatores, de hombres resentidos y agraviados. El juego es inmenso, aun los ofendidos por ti piensan que su caso no tiene por qué ser único y delatan a un amigo o a un enemigo y los parientes de éstos a otros amigos y enemigos y así Italia se funda sobre la venganza de las venganzas y no sabemos a dónde vamos a parar; y se dan casos de que quienes no tienen a nadie asesinado por ti en sus familias, se sienten menospreciados y velozmente urden una intriga que les haga merecer tal honor; a todos los delatores se les escucha, sus deseos son tus muertes; ¿a quién más podemos acudir…?

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