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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Pirata (19 page)

BOOK: Starship: Pirata
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—He empezado a darme cuenta… al menos, por lo que respecta a las joyas —dijo Cole—. ¿Qué roban hoy en día los piratas competentes?

—Todo lo que se pueda vender directamente en la Frontera Interior, sin tener que pasar por un intermediario.

—¿Por ejemplo?

—Envíos de grano. Envíos de cojinetes y piezas de maquinaria. Todo lo que necesiten los mundos coloniales, como, por ejemplo, embriones de ganado congelados. Piénsalo bien, ¿para qué diablos sirve un collar de diamantes?

—Lo que dices tiene sentido —reconoció el hombre—. Ahora pienso que vi demasiadas películas de piratas cuando era pequeño. —De pronto, sonrió—. He sido víctima de mis nociones erróneas.

—Pues haberle preguntado a algún miembro de tu tripulación.

—Aparte de un crío en edad adolescente que tampoco tiene mucha idea, toda mi tripulación vino conmigo desde la República —respondió Cole—. No hemos tenido tiempo para reclutar a nadie. De hecho, ni siquiera he conocido a ningún pirata, salvo a la tripulación de la
Aquiles
, que quería matarnos. —Calló por unos instantes y clavó los ojos en la mujer—. No había conocido a ninguno hasta ahora.

—¿Por qué me miras de ese modo? —le preguntó ella con recelo.

—Estoy a punto de hacerte una propuesta.

—¿Sexo o negocios?

—Negocios.

—De acuerdo, entonces te escucho.

—Tú necesitas una nave. Yo necesito formación. ¿Por qué no te alistas en la
Theodore Roosevelt
? Entretanto buscaremos a Tiburón Martillo. En cuanto hayamos capturado tu antigua nave, te la devolveremos, a cambio de la mitad del botín que hayan conseguido desde que te la quitaron. Todo lo que hubiese en la nave antes de que te la quitaran será tuyo.

—¡Vaya un pirata! —la mujer resopló—. ¿Y cómo sabes que no te voy a mentir? Quizá me quede con el botín que robó Tiburón.

—¿Y tú cómo sabes que te voy a dar algo? —replicó Cole.

Val le observó por unos instantes y luego se rió.

—Cole, tan sólo un hombre honrado me diría una estupidez como ésa y tendría esperanzas de seguir con vida. ¡Trato hecho! —Le tendió la mano y se la estrechó con energía—. ¿Cuándo partimos hacia tu nave?

—Dentro de un día o dos, para estar seguros de que nadie me siga —dijo él—. Tuve que huir de McAllister.

Val se rió.

—Bueno… al fin y al cabo, eres pirata por voluntad propia.

—No —respondió Cole con seriedad—. Yo no quería ser pirata. Me obligaron… pero, como parece que ése es mi destino, trataré de ser un pirata competente.

—Creo que me lo voy a pasar bien a tus órdenes —dijo Val—. Tomemos un trago por ello.

—Tú conoces los productos locales, así que serás tú quien pida.

La mujer se inclinó y le habló al puerto de comunicación de la mesa.

—Dos coñacs cygnianos. Del Hemisferio Norte. Que no sean de después de 1940 G. E. ¿Ha quedado claro?

—Entendido —respondió el ordenador.

—Preparadlos rápido —añadió Val—. Tenemos sed.

—Si tienes sed, bebe agua —dijo Cole—. Ese mejunje es tan caro que hay que beberlo poco a poco.

La mujer estaba a punto de responderle cuando dos hombres, uno fornido, y el otro alto y delgado, se acercaron a la mesa.

—Marchaos —dijo Val.

—Queremos hablar con tu amigo, Dominick.

—Largaos —dijo la mujer—. Ya hemos dejado dinero en el bote. Además, ahora me llamo Val.

—¿Cómo diablos quieres que nos acordemos de todos tus nombres? —se quejó el alto—. Tan sólo querríamos charlar un rato con el señor Cole.

—Marchaos —dijo Val—. Ni siquiera sois cazadores de recompensas. No sois más que una escoria que piensa que podrá pagarse la bebida haciéndole chantaje a este hombre.

—Queremos que nos pague algo más que la bebida —respondió el alto.

—No soy el hombre que buscáis —dijo Cole—. No conozco a nadie que se llame Cole.

—El precio que tendrás que pagarnos para que nos lo creamos acaba de subir —dijo el fornido.

—¡Y vuestra esperanza de vida acaba de bajar! —les espetó Val. De pronto, se puso de pie entre los hombres. Lo que tuvo lugar entonces fue una demostración de fuerza y destreza como Cole no había visto durante todos sus años en el Ejército. Al cabo de unos segundos, los dos hombres estaban tendidos en el suelo, sangraban profusamente y gemían de dolor. Tres amigos suyos atacaron a la Valquiria, que los despachó como si hubieran sido niños torpes, y no hombres corpulentos y endurecidos. Dos de ellos cayeron en menos de medio minuto. A continuación, Val agarró al tercero antes de que pudiera escapar, lo levantó en volandas, le dio varias vueltas y lo arrojó por los aires. Aterrizó sobre una mesa con un ¡
chas
! de huesos que se rompían y el mueble se partió bajo el impacto. El hombre resbaló hasta el suelo y se quedó inmóvil.

Cole se puso en pie, pasó por encima de los cinco hombres inconscientes y se dirigió a la puerta.

—Vamos —dijo.

—¿Adónde? —preguntó Val.

—A mi nave.

—Pensaba que querías asegurarte de que nadie te siguiera.

—Si espero a que esos tíos despierten, no será necesario que nadie me siga —dijo Cole—. Les bastará con una ojeada para saber dónde estoy.

—¿Y qué hay de nuestra bebida? —preguntó Val.

—Te invito en el próximo planeta donde paremos. ¡Ahora vámonos de aquí!

—Mejor me encargo de que no se levanten —dijo Val—. Nadie los va a echar de menos.

—Eso déjaselo a Tiburón —dijo Cole—. No nos hace ninguna falta que veinte de sus amigos nos persigan.

—No tienen amigos.

—¿Vienes o no? —preguntó Cole.

Val se encogió de hombros.

—¡Qué diablos! Son problema tuyo, no mío.

Anduvieron un kilómetro y medio hasta la nave de Cole, y el hombre se dio cuenta de que tendría que esforzarse mucho para seguir el ritmo de las zancadas de la pirata. En cuanto hubieron despegado, contactaron con la
Teddy R
. para cerciorarse de su posición.

Estaban en el turno rojo y Forrice se hallaba al mando. El molario contempló la imagen que tenía ante los ojos y dijo:

—¿Quién es esa que te acompaña? ¿Tu nueva novia?

—Cuatro Ojos, ya puedes saludar a la nueva oficial tercera de la
Teddy R
.

Capítulo 16

Cole se hallaba en su minúsculo despacho de la
Teddy R
., cara a cara con Forrice, y Sharon Blacksmith.

—El capitán eres tú —decía Forrice—. Puedes nombrar y destituir a los oficiales que quieras cada vez que te apetezca, pero en esta nave viajan muchas personas que pusieron en juego su vida por ti, que no podrán regresar jamás con su familia, y que no se tomarán bien que nombres tercer oficial a una extraña.

—Conoce el mundo de la piratería mucho mejor que el resto de la tripulación junta —dijo Cole—. Y, además, me ha salvado la vida.

—Tal vez lo hayas olvidado —dijo el molario—, pero en esta nave no hay ni una sola persona que no te haya salvado la vida… ¿o es que ahora piensas que escapaste tú solo de la mazmorra de Timos III?

—Sé muy bien cómo escapé —dijo Cole. Calló por unos instantes y le lanzó una mirada a Forrice—. ¿Recuerdas que hace un mes te dije que Aceitoso era el miembro más valioso de la
Teddy R
.? Porque su simbionte le permite trabajar durante varias horas, sin necesidad de aire ni de protección física de ningún tipo, en el frío del espacio y en planetas con atmósferas de cloro y metano.

—Sí.

—Pues bien: ahora es el segundo miembro más valioso. Esa mujer se sabe todos los planetas amigos, todos los piratas rivales, todos los lugares donde podremos vender los cargamentos que robemos. Es una enciclopedia andante de la piratería. Y, por si con eso no bastara, había capitaneado su propia nave.

—Y la perdió —observó Sharon.

—Yo no he dicho que sea perfecta —respondió Cole—. He dicho que es valiosa. Y también tiene otra virtud.

—¿Cuál? —preguntó el molario.

—Os mandaría a cagar a ti y a los cinco miembros de la tripulación que eligieras para pelear en equipo contra ella.

—Un momento —intervino Christine—. Antes de que el entusiasmo por sus cualidades nos desborde, querría estar segura de que entiendo bien la situación. No se va a quedar con nosotros para siempre. Estará aquí hasta que capturemos su nave y la recuperemos de manos de ese tal Tiburón Martillo y de su tripulación.

—Que casualmente también es la tripulación que estuvo a las órdenes de esa mujer —añadió Sharon.

—Correcto.

—¿Y luego nos va a dejar y regresará a su propia nave? —prosiguió Christine.

—En cuanto nos hayamos repartido el botín de Tiburón —dijo Cole.

—¿Y qué impedirá que nos joda todos los instrumentos y luego vuelva las armas contra nosotros?

—Confío en que no lo va a hacer.

—A mí me da igual que pongas tu vida en sus manos —dijo Forrice—. Pero no estoy de acuerdo con que también le confíes la mía y la del resto de los miembros de la tripulación.

—Tengo en cuenta tus objeciones —dijo Cole—. Pero ya te he explicado mis motivos. Es nuestra tercer oficial. Seguiré al mando del turno azul hasta que hayamos terminado de entrevistarla, pero luego se lo pasaré a ella.

—¿Y a qué te dedicarás tú?

—A lo de siempre. Pero ahora no tendré que hacerlo en horario restringido. —Los fue mirando de uno en uno—. Recordadlo: cada vez que he emprendido una acción en la
Teddy R
., el resultado ha sido bueno.

—Por eso no podremos regresar jamás a la República —dijo Forrice en tono sarcástico.

—Esa acción la emprendiste tú —dijo Cole—. Yo no me escapé de la mazmorra. Me sacasteis vosotros.

—De todas maneras, esto no me gusta —dijo Forrice.

—A mí tampoco —corroboró Sharon.

—Tomo nota de vuestras objeciones —dijo Cole—. Y el día en el que esto se convierta en una democracia, puede que llegue a haceros caso. Pero, mientras no llegue ese día feliz, soy el capitán y se hará lo que yo diga. ¿Hay alguien que piense discutírmelo?

Silencio.

—Está bien. He notado vuestra hostilidad y estoy seguro de que Val también va a notarla. Quiero que alguien trate de acercarse a ella, se haga amigo suyo, se esfuerce porque se sienta bien.

—Yo pensaba que eso lo harías tú —le dijo amargamente Sharon.

—La dirección de la nave me ocupa demasiado tiempo. Forrice y Christine no podrán, porque ellos se encargan de sus respectivos turnos.

—¡No me mires de esa manera, Wilson! —le espetó Sharon.

—¿No podrías intentarlo?

—¿Acercarme a ella? —exclamó Sharon—. ¡Pero qué diablos!, cuando estoy a su lado sólo le veo el ombligo. ¿Cómo voy a hacerme amiga de una Goliat?

—Eres tú quien tendrá que explicarle cómo funciona todo en la nave —dijo Cole—. Durante estos próximos días vais a pasar muchas horas juntas. Trata de ser más agradable con ella de lo que estás siendo ahora conmigo. —Calló por unos instantes—. No hay nada entre nosotros, y tampoco tiene ninguna intención de ponerse al frente de departamento de Seguridad. Simplemente dispone de mucha información valiosa, y si tenemos la suerte de encontrar a Tiburón no se quedará aquí por mucho tiempo, así que quiero que esté cómoda y tenga ganas de charlar.

—¿No habló contigo mientras veníais de Basilisco? —preguntó Sharon.

—No calló en ningún momento —dijo Cole—. Mis conocimientos sobre el coñac se han multiplicado por mil.

—¿Y se supone que tengo que hacerme amiga de una tía así? —preguntó Sharon.

—Bastará con un esfuerzo honrado.

Sharon hizo una mueca.

—Está bien, está bien, lo intentaré.

Cole se volvió hacia Forrice.

—Aún estoy enfadado contigo por haber prescindido de nosotros —dijo el molario—. Yo pensaba que habrías convocado esta reunión para preguntarnos lo que opinábamos.

Cole negó con la cabeza.

—He convocado esta reunión para comunicar mi decisión, no para discutirla.

—Bueno, pues yo pienso que es un error.

—Estás en tu derecho a pensarlo —dijo Cole—. Aquí dentro —añadió en un tono de voz más áspero—. En cuanto salgamos por esa puerta, todos los desacuerdos habrán desaparecido.

—Ya me conozco los protocolos —respondió Forrice de mal humor—. Pero, como todavía no hemos salido por esa puerta, voy a decirte que jamás en mi vida te había oído hablar con tanta prepotencia.

—Porque jamás en tu vida habías cuestionado mis criterios —dijo Cole—. Nos metimos a hacer de piratas sin estar preparados. Ninguno de nosotros tenía ni idea de nada, salvo lo que habíamos aprendido de malas novelas y peores hologramas. Tuvimos suerte y encontramos la manera de colocar los diamantes, pero, si ese hijoputa de McAllister hubiera sido un poco más competente, ahora mismo estaría en uno de los calabozos de la Armada, y únicamente a causa de mi ignorancia. Y ahora tenemos a bordo una fuente de información excepcional. Ha triunfado como pirata durante más de diez años. Nunca le han destruido una nave en combate, jamás la han arrestado, ha sacado un beneficio de todas y cada una de sus operaciones, se ha hecho con botines que no llamaron la atención de la Armada. Sabe dónde obtener información. Se sabe las características de la mayoría de las naves piratas de la Frontera. Conoce a los capitanes de las naves y sus métodos. Sabe dónde esconderse cuando la cosa se pone fea, tanto si se enfrenta a piratas rivales como a la Armada. Si nos vemos obligados a luchar cuerpo a cuerpo dentro de una nave, o en un planeta, valdrá dos veces más que Toro Pampas, y seis veces más que cualquier otro. No ha estado en el Ejército y tiene muchas aristas por pulir, y no me cabe ninguna duda de que bebe demasiado… pero la necesitamos. Y lo más importante: confío en ella. —Dejó de hablar y fue mirando de uno en uno a los tres oficiales—. Y, al menos por ahora, este tema queda cerrado.

—¡Eh, Cole! —dijo la voz de Val, y su imagen apareció un instante después.

—No es ésa la manera como abrimos las comunicaciones en esta nave —dijo Cole—. Pero, por esta vez, lo dejaré pasar. ¿Qué quiere?

—Acabo de ver las joyas que quiso vender en McAllister.

—¿Y?

—Tal como están, no podrá colocarlas en ninguna parte —dijo Val—. Ya eran famosas antes de que la cagara en McAllister. En estos momentos, todo el mundo sabe ya que Wilson Cole quiere deshacerse de ellas.

—¿Y tiene alguna propuesta? —preguntó Cole.

—Arránquele los diamantes y los rubíes a la diadema, y luego fúndala. Podría venderla como un lingote de oro.

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