– No me queda otro remedio.
– No lo adornaré, no especularé, no admitiré preguntas adicionales. Pese a que la conducta de ciertas personas ha sido absolutamente deplorable. Bien. Somos abogados. Nos pagan por respetar los instrumentos de la ley. No nos pagan por demostrar que lo negro es negro o lo blanco es blanco. -Volvió a secarse la frente-. Quizá el doctor Mirsky no sea la
locomotora
de este tren -insinuó, susurrando.
Oliver, confuso, movió la cabeza en un inteligente gesto de asentimiento.
– Quizá la locomotora esté enganchada
detrás.
–
Quizá -convino Oliver, más confuso todavía.
– Es un hecho sabido, y no violo por tanto el secreto profesional, que desde hace dos años ciertas cosas no han ido bien.
– ¿Para Single?
– Para Single, para ciertos clientes. Mientras los clientes ganan dinero. Single lo administra. Pero ¿qué ocurre cuando los clientes dejan de poner huevos? Single no puede hervirlos.
– Claro.
– Es lógico. Sucede también a veces que los huevos se rompen. Eso es un desastre. -Una repugnante instantánea de la cabeza de Winser reventando como un huevo-. Los clientes de Single son también mis clientes. Estos clientes tienen intereses muy diversos. Yo ignoro qué intereses exactamente; eso no forma parte de mi trabajo. Si me dicen que son exportaciones, son exportaciones. Si son la industria del ocio, son la industria del ocio. Si son piedras preciosas, materia prima, componentes técnicos o electrónicos, lo acepto igualmente. -Se enjugó los labios-. A esto lo llamamos «multifacético». ¿De acuerdo?
– Sí -contestó Oliver, pensando: Habla claro; suéltalo ya, sea lo que sea.
– Era una sociedad sólida, había buen ambiente, y los clientes estaban satisfechos, así como los cortesanos. -¿Qué cortesanos? Una instantánea de Massingham con las mallas, las jarreteras amarillas y el jubón de Malvolio-. Se obtenían considerables sumas, se acumulaban los beneficios, iba en alza la industria del ocio, pueblos, urbanizaciones, hoteles, también importaciones y exportaciones, y qué sé yo. La estructura era excelente. Yo no soy tonto. Tu padre tampoco. Tomamos nuestras precauciones. Venimos del mundo académico pero tenemos también sentido práctico. ¿Lo aceptas?
– Totalmente.
–
Hasta… -
Conrad cerró los ojos, respiró hondo, pero mantuvo el dedo en el aire-. Al principio se trataba sólo de alguna que otra situación embarazosa. Indagaciones de entidades gubernamentales insignificantes. En España. En Portugal. En Turquía. En Alemania. En Inglaterra. ¿Orquestadas, quizá? No lo sabíamos. Donde antes todo era
aceptación,
ahora había
desconfianza.
Cuentas bancarias congeladas pendientes de investigación. Misteriosamente. Operaciones suspendidas sin previa explicación. Algunas detenciones, a mi juicio injustificadas. -El dedo descendió-. Incidentes aislados. Pero para cierta gente no tan aislados. Demasiadas preguntas, respuestas insuficientes. Demasiados accidentes que resultan no ser una mera coincidencia… en fin. -Nuevas idas y venidas del pañuelo de seda. El sudor brotando de él como rocío. Gotas de sudor como lágrimas en las bolsas de los ojos-. Ésas compañías no me pertenecen, Oliver. Yo soy abogado, no comerciante. Lo mío es lo que consta en el
papel,
no lo que viaja en el
barco.
No abro cada plátano para comprobar si es un plátano u otra cosa. Yo no redacto el…
manifest…
¿Cómo se dice?
– Casi igual: «manifiesto».
– Por favor, si yo te vendo una caja, no soy responsable de lo que guardes en ella. -Se pasó el pañuelo por el cuello. Hablaba cada vez más deprisa y le faltaba el aliento-. Yo proporciono asesoría, basada en la información recibida. Cobro una minuta, y adiós muy buenas. Si la información no es correcta, ¿quién puede responsabilizarme? Puedo estar mal informado. No es un delito estar mal informado.
– Ni siquiera en Navidad -dijo Oliver, incitándolo a hablar del tema.
– Bien, Navidad -accedió Conrad, y tomó aire-. La Navidad pasada. Cinco días antes, para ser exactos. El 20 de diciembre el doctor Mirsky me envía por mensajero, sin más ni más, un ultimátum de sesenta y ocho páginas. Un
fait accompli
dirigido a la inmediata atención de tu padre, cliente mío. «Devuélvase en el acto copia contrafirmada, etcétera… Fecha límite, 20 de enero.»
– Exigiendo ¿qué?
– De hecho, el traspaso de toda la estructura de compañías creadas,
intacta,
a manos de Trans-Finanz Estambul, una compañía
nueva, offshore,
por supuesto, pero ahora además compañía matriz de Trans-Finanz Viena, como consecuencia de una enrevesada maniobra planeada por el doctor Mirsky y otros, siendo nombrado presidente de dicha compañía el doctor Mirsky, así como gerente y director ejecutivo. -Hablaba ya a toda velocidad-. ¿Nombrado por quién? Otra cuestión. Ciertos cortesanos de tu padre… cortesanos
desleales,
diría yo… poseen también acciones de esa nueva compañía. -Sobrecogido por su propio relato, Conrad volvió a secarse la frente y siguió adelante-. Un gesto típico, en realidad, propio de una mentalidad polaca. En Navidad nadie presta atención a nada, todo el mundo está preparando pasteles, comprando regalos para la familia… y entonces, firme aquí inmediatamente. -Le tembló la voz pero no por ello perdió impulso-. El doctor Mirsky no es una persona de fiar. Tengo muchos amigos en Zúrich. No actúa correctamente ni mucho menos. Y ese Hoban… -Movió la cabeza en un gesto de negación.
– Traspasar la estructura ¿cómo? Es una red enorme. Sería como traspasar el metro de Londres.
– ¡Así es!
Genau.
Exactamente. El metro de Londres es una comparación perfecta. -Alzando el valeroso dedo una vez más, Conrad abrió una carpeta y extrajo un grueso documento encuadernado en tela roja, que sostuvo cerca de su estómago-. Me alegro de que hayas venido, Oliver, de verdad. Me alegro mucho. Haces unos comentarios muy acertados, como tu padre. -Empezó a hojear el documento, ofreciendo simultáneamente una versión del contenido-… todas las acciones y activos controlados por la Casa Single en representación de ciertos clientes deberán transferirse sin demora a Trans-Finanz Estambul… eso es un robo declarado… todas las operaciones
offshore
pasarían a ser administradas por el doctor Mirsky y su esposa y su perro completamente a su antojo… quizá desde Estambul, no lo sé, quizá desde lo alto del monte Cervino… ¿Por qué un polaco es el representante de un ruso en Turquía?… Casa Single, como signataria, renuncia a
todos
los derechos, atiende, por favor…
todas
las atribuciones respecto a los asuntos de la compañía serán redefinidas, a fin de excluir a Casa Single, naturalmente… reemplazada con mucho gusto por ciertos cortesanos, la elección de los cuales quedará al arbitrio de los señores Yevgueni y Mijaíl Orlov o las
personas nombradas
por ellos, quienes obviamente son ciertos cortesanos ya claramente identificados en el ultimátum… es un golpe de Estado en toda regla. Una conspiración palaciega, sin duda alguna.
– ¿Y si no? -preguntó Oliver-. ¿Si Tiger se niega? ¿Si él y usted se niegan? ¿Qué pasa entonces?
– Haces bien en preguntarlo, Oliver. Es una pregunta totalmente lógica, diría.
Si no,
¿qué? Era un chantaje.
Si
Casa Single no se aviene al plan maestro de Mirsky, ciertos cortesanos anónimos se negarán de inmediato a colaborar… lo cual naturalmente tendrá consecuencias catastróficas… en adelante estos cortesanos considerarán
nulo
cualquier acuerdo existente… si los demandamos, presentarán de inmediato una contrademanda por violación del secreto profesional, administración incompetente, falta de ética, y no sé cuántas cosas más. Por otro lado… es sólo una insinuación, diría, pero está en el ultimátum, entre líneas. -Se tocó una aleta de la reluciente nariz para indicar su desarrollado sentido del olfato, al tiempo que la velocidad de sus palabras seguía en aumento-. Por otro lado, decía, en el eventual caso de incumplimiento por parte de Casa Single, cierta información negativa acerca de las actividades en el extranjero de Casa Single puede llegar
casualmente
a oídos de ciertas autoridades internacionales y también nacionales. Es una auténtica vergüenza: un polaco amenazando a un inglés en Suiza.
– ¿Y qué medidas tomaron, usted y Tiger, a la vista de ese ultimátum? ¿Qué hicieron?
– Habló con ellos.
– ¿Mi padre?
– Naturalmente.
– ¿Cómo?
– Desde esa misma butaca en la que tú estás sentado -dijo Conrad, señalando el teléfono que se hallaba entre ellos-, desde aquí, varias veces. A cuenta mía. No importa. A menudo durante horas.
– ¿Con Yevgueni?
– Exacto. Con el mayor de los Orlov. -Empezaba a reducir la marcha-. Tu padre tuvo una actuación brillante, diría. Mostrándose encantador, pero a la vez firme. Incluso hizo un juramento. Sobre la Biblia literalmente. Aquí tenemos una, como es lógico, y frau Marty se la trajo. «Yevgueni, juro solemnemente que nadie te ha traicionado, que por parte de Casa Single no se ha cometido ninguna indiscreción; todo eso es una infame invención de Mirsky y los cortesanos anónimos.» El señor Yevgueni es muy influenciable, tengo la impresión. Ahora por un lado, ahora por otro, como un péndulo. Tu padre hizo también ciertas concesiones. Era inevitable. Se establecería tal acuerdo, se anularía tal otro; era un paquete de medidas. Aun así, dentro del paquete se incluía una situación humana muy precaria, muy frecuente, esto es, un anciano que no sabía a quién debía escuchar. El mayor de los Orlov cuelga el teléfono, ¿ya quién tiene delante? Los cortesanos. Cada uno con su correspondiente daga escondida tras la espalda. -El doctor Conrad, a modo de demostración, ocultó un puño tras su propia espalda-. ¿Cuánto durará el acuerdo? No mucho, creo. Sólo hasta que el anciano cambie de opinión persuadido por alguien, o suceda el próximo desastre.
– Y sucedió -apuntó Oliver tras otro tenso silencio, que sólo rompió el doctor Conrad, momentáneamente exhausto, para susurrar en repetidas ocasiones las palabras «Dios mío»-. El
Free Tallinn
fue abordado; se produjo un tiroteo; unos días después le volaron la cabeza a Winser, y mi padre, presa del pánico, vino aquí para apagar el fuego.
– Sólo que con este fuego ya no fue posible.
– ¿Por qué?
– Ardía con demasiada violencia. Se había propagado mucho. Era más peligroso.
– ¿Por qué?
– En primer lugar tenemos un
episodio:
un barco detenido en alta mar, material confiscado, miembros de la tripulación muertos, algunos quizá
capturados…,
no lo sabemos. Eran asuntos que no podían pasarse por alto, aunque no fuesen en modo alguno responsabilidad de tu padre, y menos aún mía, tal como el contenido de los cargamentos…
– ¿Y en segundo lugar? -lo interrumpió Oliver.
– No obtuvimos respuesta.
– ¿Cómo?
– Nadie nos contestó. Literalmente.
– ¿Desde dónde? ¿Quiénes?
– Desde ninguno de los números de teléfono o fax de ninguna de las oficinas. Ni Estambul, ni Moscú, ni San Petersburgo. Probamos con Trans-Finanz de aquí, Trans-Finanz de allá, las líneas de teléfono particulares, las líneas generales, y nada, no hubo respuesta.
– ¿Está diciéndome que ellos quedaron incomunicados?
Un gesto de cansancio.
– Topábamos con un muro. No era posible localizar al señor Yevgueni; tampoco a su hermano. Estaba en paradero desconocido; no había manera de ponerse en contacto con él. Se nos informó de que ya se habían establecido las pertinentes comunicaciones con Casa Single, y era sólo cuestión de que Casa Single cumpliese con sus obligaciones económicas o afrontase las consecuencias. Adiós y gracias.
– ¿Quién dijo eso? Lo de afrontar las consecuencias… ¿quién lo dijo?
– El señor Hoban de Viena, salvo que no estaba en Viena. Hablaba por un teléfono móvil desde otra parte, no sé dónde, quizá desde un helicóptero, quizá desde la grieta de un glaciar, quizá desde la luna. Llamamos a eso la comunicación moderna.
– ¿Y Mirsky?
– Tampoco era posible localizarlo. Otra vez el muro, a tu padre no le cabía la menor duda. Deseaban rodearlo de un muro de silencio. Presión y miedo. Es una combinación de sobra conocida. Muy eficaz, dicho sea de paso. A él y también a mí. -Conrad se amilanaba por momentos ante los ojos de Oliver. Se enjugaba los labios, se encogía de hombros y, como abogado escrupuloso, veía la fuerza de los argumentos de la otra parte, pese a quejarse de sus atrocidades-. Mira, en cierta medida es razonable. Han sufrido enormes pérdidas; Single ha proporcionado el servicio, y el servicio quizá no ha sido plenamente satisfactorio, así que responsabilizan a Single y exigen una indemnización. Objetivamente, ésa es una práctica comercial corriente. Fíjate en Estados Unidos, si no. Eres un trabajador, te rompes el dedo con vete a saber qué, y cien millones de dólares, por favor. Single pagará o no pagará. Quizá pague una parte. Quizá haya una negociación.
– ¿Le ha dado mi padre instrucciones de negociar?
– Es imposible. Ya lo has oído. No contestan. ¿Cómo puede uno negociar con un muro? -Se puso en pie-. Te he hablado con franqueza, Oliver, tal vez con demasiada franqueza. No sólo eres abogado, sino también el hijo de tu padre. Y ahora adiós, ¿eh? Buena suerte. Como decimos por aquí, rómpete una pierna y el cuello.
Oliver permaneció inmóvil en la butaca, haciendo caso omiso de la mano que Conrad le tendía.
– ¿Qué ocurrió, pues? Vino aquí. Telefoneó. No hubo respuesta. ¿Qué hicieron después?
– Tu padre tenía otros compromisos.
– ¿Dónde se alojaba? Era ya última hora de la tarde. ¿Se molestó en preguntárselo? ¿Adónde fue? Usted es su abogado desde hace veinte años. ¿Sencillamente lo puso en la calle a esas horas?
– Por favor, Oliver, estás dramatizando. Eres su hijo. Pero también eres abogado. Escucha, por favor -dijo Conrad. Oliver escuchaba, pero tuvo que esperar un rato. Y el mensaje, cuando por fin llegó, incluía continuas pausas forzadas por una respiración entrecortada y anhelante-. También yo tengo mis problemas. El colegio de abogados suizo…, otras entidades oficiales…, la policía incluso…, se han dirigido a mí. No me acusan de nada, pero me han perdido el respeto y estrechan cada vez más el círculo. -Se humedeció los labios con la lengua y los apretó-. Por desgracia, tuve que informar a tu padre de que estos asuntos escapan a mis competencias profesionales. Dificultades con los bancos…, cuestiones fiscales…, cuentas congeladas, quizá…, de todo eso podemos hablar. Pero marineros muertos…, cargamentos ilegales…, un abogado asesinado, y acaso no sólo uno…, eso me sobrepasa. Por favor.