Read Single & Single Online

Authors: John Le Carré

Tags: #Policíaca, Intriga

Single & Single (27 page)

– Un gran hombre debería ser juzgado sólo por sus amigos, señor Oliver. No debería ser juzgado por quienes están inveteradamente predispuestos en contra de él a causa de la envidia y la mezquindad de sus espíritus.

Nada menos que la fecha de mi nacimiento, pensó Oliver.

Es última hora de una tarde cercana a la Navidad. Oliver colabora con Brock desde hace apenas unos días, y sin embargo vive aún en un estado de desasosiego. El papel de espía lo obliga a depender de voluntades más fuertes que la suya, a obedecer como nunca antes. Esta noche, a instancias de Brock, se quedará trabajando en la oficina y continuará con su escrutinio de las cuentas de los clientes en bancos
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antes de que Tiger tenga ocasión de corregirlas. Sentado tras su escritorio, con los nervios a flor de piel, retoca el borrador de un contrato en espera de que Tiger asome la cabeza a la puerta para despedirse. En lugar de eso, Tiger lo llama a su presencia. Cuando Oliver comparece, Tiger, como de costumbre, parece no saber qué hacer con él.

– Oliver.

– Sí, padre.

– Oliver, ha llegado la hora de iniciarte en los misterios de la cámara acorazada de los socios.

– ¿Estás seguro de que es ése tu deseo? -pregunta Oliver. Y es más que dudoso que sea él la persona más indicada para darle a su padre lecciones de seguridad personal.

Tiger está seguro. Una vez iniciada una actividad, debe convertirla en un asunto de trascendental importancia, ya que todo aquello que Tiger hace es como mínimo trascendental.

– Es absolutamente confidencial, Oliver. Algo entre tú y yo, y nadie más en el mundo. ¿Queda claro?

– Por supuesto.

– Nada de susurros en confianza a nuestra amada de turno, ni siquiera a Nina. Esto queda sólo entre nosotros dos.

– Completamente de acuerdo.

– Promételo.

– Lo prometo.

Henchido de un elevado sentido de su propia solemnidad, Tiger revela el secreto. La combinación de la cámara acorazada no es otra que la fecha de nacimiento de Oliver. Tiger la introduce mediante el disco e invita a Oliver a accionar el enorme tirador. La puerta de acero se abre.

– Padre, estoy conmovido.

– No deseo tu gratitud. La gratitud no tiene ningún valor para mí. Esto es un símbolo de confianza mutua. Encontrarás un whisky aceptable en el armario. Sirve un par de vasos. ¿Cómo dice el viejo Yevgueni cuando quiere una copa? «Hablemos en serio.» He pensado que podríamos cenar juntos después. ¿Qué te parece si telefoneo a Kat? ¿Está libre Nina?

– En realidad Nina tiene un compromiso esta noche. Por eso me proponía quedarme a acabar unas cosas.

– «¡Y cuando me apuñalan por la espalda, Gupta, dime de quién es la mano que empuña el cuchillo! -bramaba Gupta por el ojo de la cerradura-. ¿Es la mano más cercana a mi corazón? ¿Es la mano a la que he dado de comer y beber como a ninguna otra? Gupta, si te confesase que hoy es el día más triste de mi vida, no exageraría en absoluto mi actual situación personal, pero la autocompasión es impropia de un hombre de mi talla.» Éstas fueron sus palabras, señor Oliver. Tal como salieron de labios del señor Tiger.

Solo ante la cámara acorazada, Oliver contempló el disco. Conserva la calma, se dijo. Éste no es momento de sucumbir al pánico. Y si éste no es momento, ¿cuándo lo es? Primero, aunque fuese únicamente por constatar lo apurado de su situación, introdujo la combinación antigua: dos a la izquierda, dos a la derecha, cuatro a la izquierda, cuatro a la derecha, dos a la izquierda, y accionar el tirador. Se negó a moverse. La fecha de mi nacimiento no es ya la clave. Al otro lado de la puerta, Gupta proseguía con su lamentación mientras Oliver se sermoneaba desesperadamente. Tiger no deja nada al azar, razonó; no hace nada ajeno a su amor propio. Sin convicción, marcó los dígitos de la fecha de nacimiento de Tiger. Sin resultado. ¡El día de la conmemoración!, pensó con mayor optimismo, e introdujo las cifras 050480, fecha en que se fundó la empresa, celebrada tradicionalmente durante un paseo en barco por el Támesis y champán. Pero no ocurrió nada por lo que brindar. Oyó la voz de Brock: «A ti te basta con respirar para presentir sus reacciones, adivinar sus movimientos, ponerte en su papel. Lo has tenido aquí.» Oyó la voz de Heather: «Las chicas contamos las rosas, Oliver…; es por saber cuánto nos quieren.» Asqueado por el naciente presentimiento, hizo girar de nuevo el disco con dedos sudorosos: tres a la izquierda, dos a la derecha, dos a la izquierda, cuatro a la derecha, dos a la izquierda. Con sobriedad, con estoicismo, sin permitirse manifestaciones de emoción. Estaba introduciendo la fecha de nacimiento de Carmen.

– ¡Señor Oliver, no es ajeno a mis competencias telefonear al 091 y solicitar el oportuno servicio! -vociferaba Gupta-. ¡Ése será mi siguiente paso, ya lo verá!

Los pasadores se descorrieron, la puerta se abrió, y el reino secreto se mostró ante él: cajas, carpetas, libros y papeles apilados con la obsesiva precisión de Tiger. Apagó la luz y salió al despacho. Gupta se retorcía las manos, disculpándose con un patético gimoteo. Oliver tenía la cara al rojo vivo y un nudo en el estómago, pero consiguió hablar con autoridad, un oficial del Imperio Británico de Single en India.

– Gupta, necesito saber con toda urgencia qué hizo mi padre desde el momento que recibió la noticia de la muerte del señor Winser.

– Enloqueció, señor Oliver. Se desconoce por qué canales le llegó exactamente la noticia. En la oficina se rumorea que fue una llamada telefónica, ignoramos de quién, pero quizá de un periódico. Se le extravió la mirada. «Gupta -me dijo-, nos han traicionado. Una serie de acontecimientos ha culminado en un trágico desenlace. Tráeme el abrigo marrón.» Era un hombre incapaz de razonar, señor Oliver, un hombre confuso. «¿Se va, pues, a Nightingales, el señor?», pregunté. Siempre que va a Nightingales, se pone su abrigo marrón. Para él, es un emblema, un símbolo, un regalo de su santa madre de usted. Así que, cuando se lo pone, tengo la certeza de que es ése su destino. «Sí, Gupta, voy a Nightingales. Y en Nightingales buscaré el consuelo de mi querida esposa y mandaré una señal de socorro a mi único hijo vivo, cuya ayuda necesito imperiosamente en estos difíciles momentos.» En ese instante entró sin llamar el señor Massingham. Es un hecho en extremo insólito, considerando la respetuosa actitud del señor Massingham en otras ocasiones. «Déjanos solos, Gupta.» Fue su padre quien habló. Ignoro el contenido de la conversación entre ambos caballeros, pero fue breve. Los dos estaban pálidos como espectros. Alguna visión los había asaltado simultáneamente y querían comparar sus respectivas notas. Esa fue mi impresión, señor Oliver. Se mencionó a un tal señor Bernard. Ponte en contacto con Bernard; hay que consultar con Bernard; ¿por qué no le dejamos esto a Bernard? De pronto su padre ordenó silencio. Ese Bernard no es de fiar. Es un enemigo. La señorita Hawsley se deshacía en lágrimas. No sabía que fuese capaz de llorar, excepto por sus perritos.

– ¿Recuerdas si mi padre hizo preparativos para algún viaje? ¿Mandó llamar a Gasson?

– No, señor Oliver. No actuaba de manera racional. Si volvió a pensar racionalmente, fue más tarde, diría.

– Presta atención, Gupta -dijo Oliver, manteniendo aún el tono severo-. La suerte del señor Tiger depende de que recuperemos ciertos documentos perdidos. He contratado a un equipo de investigadores privados para ayudarme en la búsqueda. Debes permanecer en tu vivienda hasta que abandonen el edificio. ¿Lo has entendido?

Gupta recogió su hamaca y se escabulló escalera abajo. Oliver aguardó hasta que oyó cerrarse la puerta del sótano. Desde el escritorio de Tiger telefoneó al equipo de vigilancia apostado en la acera de enfrente y farfulló la estúpida contraseña que Brock le había dado para la ocasión. Descendió a toda prisa hasta la planta baja y abrió la puerta delantera. Entró primero Brock y lo siguieron varios agentes vestidos de negro y con mochilas para las cámaras, trípodes, focos y demás trastos.

– Gupta ha bajado al sótano -informó Oliver a Brock con un susurro-. Algún idiota no se dio cuenta de que Gupta había tomado por costumbre irse a dormir arriba. Yo me marcho.

Brock masculló algo dirigiendo la voz al cuello de la chaqueta. Derek entregó la mochila a su compañero más cercano y se colocó junto a Oliver. Oliver bajó con paso vacilante por los peldaños de la entrada, escoltado por Derek y seguido por Aggie, que lo cogió del brazo en un gesto amigable mientras Derek lo sujetaba del otro brazo. Un taxi paró ante ellos. Tanby iba al volante. Derek y Aggie ayudaron a Oliver a entrar y se acomodaron con él en el asiento trasero, uno a su izquierda y otro a su derecha. Aggie le puso una mano en el brazo, pero él la retiró. Cuando torcían en Park Lane, soñó despierto que estaba en India y apoyaba su bicicleta contra un tren detenido y subía a bordo, pero el tren no arrancaba porque había cadáveres en la vía. Al llegar ante el piso franco, Aggie fue a llamar al timbre mientras Derek dejaba a Oliver en la acera y Tanby esperaba para recogerlo. Oliver no tenía conciencia de haber subido por la escalera, sino sólo de hallarse tendido en el camastro en ropa interior, deseando que Aggie estuviese junto a él. Al despertar, vio la luz de la mañana tras las raídas cortinas de la ventana abuhardillada, y a Brock, no a Aggie, sentado en la silla, tendiéndole una hoja de papel. Oliver se acodó en el colchón, se frotó la nuca y aceptó la fotocopia de una carta con un logotipo impreso: dos guanteletes de malla entrelazados en un saludo… ¿o era en combate? El rótulo curvo trans-finanz viena rodeaba los guanteletes. La letra era de una máquina electrónica y. tenía un indefinible acento extranjero:

Para el señor don T. Single, personal; por mensajero.

Querido señor Single:

Tras nuestras negociaciones con un representante de su distinguida firma, tenemos el placer de notificarle formalmente nuestra reclamación a la Casa Single de una suma de £200.000.000 (doscientos millones de libras esterlinas), que consideramos una compensación justa y razonable por las pérdidas sufridas y la divulgación de información confidencial revelada al amparo del secreto profesional. El pago deberá realizarse en el plazo de treinta días mediante ingreso en la cuenta de Trans-Finanz Estambul, cuyos datos ya conocen, a la atención del doctor Mirsky. En caso de no efectuarse dicho pago, tomaremos nuevas medidas. Recibirán una prueba documental por separado en su domicilio particular. Le agradecemos de antemano su pronta respuesta.

Firmado Y. I. Orlov con mano vacilante y anciana, y contrafirmado con las pulcras iniciales de Tiger como constatación de que se había leído y tomado buena nota del contenido.

– ¿Te acuerdas de Mirsky? -preguntó Brock-. Era Mirski con «i» hasta que pasó dos años en Estados Unidos y adquirió sabiduría.

– Claro que me acuerdo. Un abogado polaco. Una especie de socio comercial de Yevgueni. Me encargaste que le prestara atención.

– De socio comercial nada. -Brock estaba espoleándolo, resuelto a ponerlo en marcha-. Mirsky es un sinvergüenza. Era un sinvergüenza comunista y ahora es un sinvergüenza capitalista. ¿Por qué hace de banquero de los doscientos millones de Yevgueni?

– ¿Y yo qué carajo sé? -Oliver le devolvió la carta.

– Levántate.

Malhumorado, Oliver se incorporó totalmente y, bajando los pies al suelo, quedó sentado al borde de la cama.

– ¿Me escuchas?

– Apenas.

– Siento lo de Gupta. No somos perfectos, y nunca lo seremos. Lo manejaste de maravilla. Y descubrir la combinación de la cámara acorazada fue una auténtica genialidad. Nadie más podría haberlo hecho. Eres el mejor agente que tengo. Esa no es ni mucho menos la única carta que encontramos. Nuestro amigo Bernard está ahí enterrado con su villa gratis, lo mismo que otra media docena de Bernards. ¿Me escuchas? -repitió Brock. Oliver fue al baño, abrió el grifo del lavabo y se echó agua a la cara-. Apareció también el pasaporte de Tiger -informó Brock a voz en grito a través de la puerta abierta-. O utiliza el de otra persona, o no ha ido a ninguna parte.

Oliver oyó esta noticia como si fuese sólo un fallecimiento más entre otros muchos.

– Tengo que telefonear a Sammy -dijo al salir del baño.

– ¿Quién es Sammy?

– Tengo que telefonear a su madre, Elsie, para decirle que estoy bien.

Brock le llevó un teléfono y permaneció a su lado mientras hablaba.

– Elsie…, soy yo, Oliver. ¿Cómo está Sammy? Bien… Ah, perfectamente. Bueno…, hasta la vista -dijo, todo en un tono monocorde, y colgó. Respiró hondo y, sin mirar a Brock, marcó el número de Heather en Northampton-. Soy yo. Sí. Oliver. ¿Cómo está Carmen?… No, no puedo… ¿Cómo? Pues avisa a un médico… Oye, ve a uno privado; yo lo pagare… Pronto
… -
Alzó la cabeza y vio el gesto de asentimiento de Brock-. Pronto irá alguien a hablar contigo… mañana o pasado… -Brock asintió de nuevo-. ¿Y no ha aparecido más gente extraña?… ¿Ningún otro coche resplandeciente ni llamadas anónimas? ¿Ningún otro ramo de rosas?… Bien. -Colgó-. Carmen se ha hecho una herida en la rodilla -protestó, como si todo fuese culpa de Brock-. Quizá tengan que darle unos puntos.

Capítulo 11

Conducía Aggie. Oliver, arrellanado en el asiento contiguo, de pronto se llevaba la mano a la cabeza con un amplio movimiento para mesarse el cabello, de pronto levantaba sus largas piernas y, resoplando ruidosamente, las dejaba caer de nuevo contra el suelo, o de pronto se preguntaba qué ocurriría si se insinuaba con Aggie, por ejemplo apoyando su mano en la de ella una de las veces que cambiase de marcha o deslizando los dedos por el interior del cuello de su jersey. Pararía el coche y me tumbaría de un golpe, decidió. Las colinas de color verde oliva de Salisbury Plain se extendían a ambos lados de la carretera. Rebaños de ovejas pacían en las laderas. El sol poniente doraba las casas de campo y las iglesias. El coche era un anónimo Ford con un planeador de juguete en la bandeja posterior y una segunda radio oculta bajo el salpicadero. Los precedía una camioneta, con Tanby al volante y Derek a su lado. Llevaba una cinta roja atada a la antena. A Aggie no le cae bien Derek, así que a mí tampoco. Dos motoristas en una sola moto cerraban la marcha; llevaban trajes de cuero y cascos decorados con vistosas flechas rojas. A veces la radio crepitaba y una fría voz femenina hablaba en clave. A veces Aggie respondía, también en clave. A veces trataba de animar a Oliver.

–…¿Has estado alguna vez en Glasgow, Oliver? -preguntó-. Allí hay mucha actividad.

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