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Relatos de Faerûn (30 page)

Por cierto. El Nauseabundo Otyugh es un local más bien destartalado, un antiguo almacén al que Aurora y su catálogo dejaron sin clientela. El segundo piso del local contaba con una gran terraza en la que era posible dedicarse a la ocupación preferida de quienes habitan Scornubel, esto es, beber hasta perder el conocimiento mientras uno contempla cómo otros hacen lo mismo calle abajo. Yo llevaba dos semanas dedicándome a ambas actividades con éxito considerable y estaba más que dispuesto a convertirme en permanente expatriado de Aguas Profundas, empapándome del sol y el alcohol a todas horas mientras me quejaba ante todo el mundo de lo horrible que resultaba vivir en una ciudad como Aguas Profundas, donde la mitad de los nobles son magos y la mayoría están emparentados entre sí.

A todo esto, como es natural, yo me reprendía por no haberme marchado de Scornubel a tiempo. Ampi había insistido en que nos fuéramos hacía una semana, pero yo me resistí. No quería ser como tantos de mis primos, marionetas manejadas por sus sirvientes, juguetes en manos de sus mayordomos, esclavos de sus mágicos homúnculos. En su momento le dije a Ampi que, si efectivamente tenía prohibido el regreso a Aguas Profundas, no había mejor exilio para mí que la terraza del viejo Nauseabundo, desde donde uno podía entretenerse contemplando el paso de las caravanas. Sin embargo, Scornubel se encontraba a apenas unos centenares de kilómetros del Camino del Comercio que sale de Aguas Profundas y, según parecía, no lo suficientemente lejos de los manejos del tío abuelo Maskar.

Mis extravíos mentales se vieron interrumpidos cuando me fijé en el joven que apareció a mi derecha en lugar de la paciente camarera que había estado trayendo las bebidas. Me dije que aún no era mediodía, de forma que no podía haberse producido el cambio de turno. Si fuera tan tarde, alguien habría salido ya a ofrecerme el menú del día.

Fijé en él un ojo inyectado en sangre y descubrí que el recién llegado, que traía cerveza en una bandeja de plata, era un halfling. Su ancha sonrisa de marfil relucía bajo las sombras producidas por un sombrero de paja mal entretejida. Pestañeé dos veces y cuando el halfling no desapareció, me dije que tendría que hablar con él.

—¿Sí? —pregunté. Así de ingenioso me sentía yo en aquel momento.

—Dicúlpeme, señó —repuso el pequeño semihumano, descubriéndose de su sombrero y mostrando unos cabellos rojizos y enmarañados—. Según entiendo yo, e usté el caballero que anoshe etaba alojao en el último piso. El caballero en cuyo cuarto hubo un etrépito de padre y muy señor mío...

Deseé contar con poderes mágicos para comprender mejor la extraña jerga en que se expresaba aquel sujeto. Finalmente me contenté con recurrir a una respuesta que nunca falla.

—¿Sí?

—Verá, señor... Yo etaba en el pasillo y lo oí casi todo. En un momento dao, el vozarrón dijo que andaba usté buscando al Cuervo.

Asentí lentamente con la cabeza, tratando de mostrar expresión de sagacidad, por mucho que temiese que el melón se me cayera de los hombros en cualquier momento y rodara por los suelos.

—¿Y tú eres...?

—Gaspar Millibuck, a su servisio —respondió el halfling—. Verá... Yo mimo ando detrá del Cuervo y se me ocurrió que un caballero como usté, que cuenta con la ayuda de eso vozarrone, igual podría ayudarme. Yo soy más bien canijo, pero entre los do igual podríamo echarle el guante a ese ladrón.

—Aja —dije yo, pugnando por disipar la neblina que cubría mi mente en aquellos instantes—. ¿Y por qué quieres agarrar al Cuervo?

Yo no me chupaba el dedo. Era sabido que los halflings siempre contaban con un mínimo de tres razones para hacer algo, dos de las cuales iban contra las leyes del país.

El halfing examinó el pelaje de sus pies.

—E que el Cuervo también ha robao algo que pertenece a mi familía, y le supone que tengo que recóbralo. No puedo volver a casa hata que lo haya recobrao.

A pesar de estar empapado en cerveza, mi corazón latió con simpatía por aquel pequeño individuo atrapado en una situación tan parecida a la mía.

—¿Y qué es lo que el Cuervo os robó?

—Oro, seño —contestó el halfling al instante—. Todo el oro del orfanato.

—¿Un orfonato? —repetí, meneando la cabeza—. Creí haber entendido que se lo habían robado a tu familia...

—Así e, señó. —El halfling asintió rápidamente con la cabeza—. En mí familia todo somo huérfano. Hemo tenío mu mala suerte.

—Ya —murmuré, preguntándome qué sería lo que andaba buscando en realidad.

Por supuesto, Ampratines no andaba cerca, y ya era casi mediodía. Si me las arreglaba para hacer progresos sin el concurso de mi extraño aliado, tanto el genio como mi tío abuelo se verían obligados a reconocer que yo sabía arreglármelas por mí mismo.

—Muy bien —dije—. Llévame ante el Cuervo. Arreglaremos las cosas de hombre a hombre.

—Ah, eso e imposible —murmuró el halfling—. El Cuervo no e un hombre, sino un doppelganger que tiene el podé de cambia de forma a volunta. Creo que sé dónde encontralo, pero e presiso que eterno preparaos para entra en acción cuando llegue el momento. ¿Me ayudará? ¿En atención a lo demá huerfanito, por lo meno?

Con lágrimas en los ojos, alzó la mirada hacia mí. Por supuesto, le dije que sí. Al fin y al cabo, se supone que uno es de buena cuna. Y además, ese pequeñín sabía cómo dar con el Cuervo, lo que me facilitaría mucho las cosas.

Eché mano a la jarra de cerveza que el halfling acababa de traer, pero no la terminé. Asimismo devolví intacta la siguiente cerveza que me trajeron y pedí una tablilla, un estilo y papel. Estaba yo ocupado en redactar una carta destinada a mi tío abuelo Maskar en la que consignaba que la situación estaba bajo control, cuando Ampi reapareció de improviso. Un momento antes no había nada junto a mi hombro izquierdo, pero al siguiente ahí estaba él, el djinn más noble que vieran los siglos.

—Imagino que habrás encontrado algo —solté un tanto bruscamente, quizá por efecto de la resaca—. Has estado fuera casi toda la mañana.

Ampi hizo una pequeña reverencia.

—Mil disculpas, lord Tertius. Me ha llevado cierto tiempo averiguar cuál es la naturaleza exacta de ese artefacto y saber qué pasó con él. Finalmente hablé con una sílfide empleada por tu tío abuelo como deshollinadora. Según parece, la sílfide presenció buena parte de los sucesos de esta desagradable historia.

—Pues bien, escúpelo ya de una vez —dije con impaciencia, mientras daba golpecitos con el estilo sobre la tablilla.

—La Esfera Tripartita es un artefacto de Netheril —explicó el genio, llevándose las manos a la espalda como un escolar que estuviera recitando la lección—. Netheril fue un reino de magos que desapareció hace millares de años, antes de la fundación de Cormyr o Aguas Profundas. Según se dice, el menos habilidoso de esos magos contaba con poderes superiores a los de los magos más reputados de los Reinos.

—¿Un reino poblado por seres como mi tío abuelo Maskar? —Me costó reprimir un estremecimiento—. Uno se queda de piedra.

—Muy cierto, mi señor —dijo Ampratines—. Según parece, la Esfera Tripartita era un arma muy potente, pues poseía la capacidad de eliminar toda la magia que hubiera en su entorno inmediato. Ninguna bola de fuego podía estallar en su vecindad, ningún conjuro era efectivo, ninguna mágica arma servía de nada. Se entiende que fuera tan apreciada en aquel reino habitado por magos.

—Está claro —convine—. Si la esfera estaba cerca, los magos se tornaban tan inofensivos como corderillos.

—Efectivamente —dijo el djinn—. Como resultado, incontables magos de Netheril trataron de esconderlo en lugares inaccesibles, mientras que otros hechiceros contrataron a guerreros mercenarios para que dieran con él. Así sucedió una y otra vez, hasta la desaparición del reino de Netheril. La esfera siguió oculta hasta hace unos doce años, momento en que una partida de aventureros la encontró en Anauroch. Tu tío abuelo al momento entendió los peligros que se derivaban, así que lo compró y lo escondió en la más profunda de sus mazmorras.

—Lejos de las miradas curiosas, lejos de otros magos —comenté.

—Justamente. El artefacto viene a ser una combinación de tres globos de cristal, cada uno de los cuales está flotando en el interior de otro. Dichos globos son de un cristal iridiscente y recuerdan las pompas de jabón. Como tantos otros artefactos, es indestructible por medios normales, razón que llevó a tu tío abuelo a guardarlo bajo llave en lugar seguro. Pero fue robado de ese lugar hace dos semanas por un ladrón conocido como el Cuervo. A lo que parece, el Cuervo en estos momentos se dirige a Scornubel por el Camino del Comercio.

—Se explica que el tío abuelo Maskar quiera que recupere ese cacharro.

—En parte —apuntó el genio—. Si te ha escogido a ti, es porque eres uno de los escasos miembros de su familia que carece de poderes mágicos. Seguramente piensa que tú correrás menos riesgos para recobrarlo.

—O que mi pérdida no será tan importante si fracaso en la misión —musité—. Bien, por lo menos cuento con tu ayuda.

Ampratines palideció, lo que era muy raro en un genio.

—Me temo que no puedo ser tan útil como piensas. Esa esfera antimágica también tiene el poder de hacer desaparecer a los seres como yo que se encuentren cerca. De hecho, su intenso poder antimágico impide que sea detectado por medios mágicos. Quizá lo mejor sería alertar a las autoridades de este lugar sobre lo que está sucediendo.

Fruncí el ceño.

—Las autoridades del lugar... —Meneé la cabeza y añadí—: Si se hicieran con una cosa así, la guardarían bajo siete llaves mágicas, y el tío abuelo Maskar estaría furioso conmigo hasta la próxima Crisis de los Avatares. No, tendremos que arreglárnoslas por nuestra cuenta.

—Pero, señor... Las propiedades antimágicas implican que...

—Ni pero ni pera —zanjé, levantando la mano—. Mientras tú te entretenías en charlar con una sílfide cubierta de hollín, yo he estado haciendo mis propias y diligentes averiguaciones. En este preciso momento, mis agentes están recorriendo la ciudad en busca de ese tal Cuervo.

—Tus... —Ampratines se quedó de una pieza, todo lo que de una pieza puede quedarse un ser básicamente compuesto de aire—... agentes? —El genio trató de que sus palabras sonaran como una pregunta, con cierto éxito.

—Exacto —respondí, levantándome un tanto dificultosamente—. Yo mismo me encargaré de resolver esta cuestión sin necesidad de que intervengas.

—Pero, señor...

—Caramba... —Me froté la frente con la mano. Las dos resacas estaban saliendo a la luz—. Si dices que no puedes ayudarme, no voy a insistir en ello. Más te valdría tener un poco de fe en las intuiciones de la familia Wands.

—Como quieras, mi señor —respondió el genio, a pesar de su expresión de escaso convencimiento.

Sonreí. Por fin había quedado claro quién estaba al mando.

—Eso sí, si puedes, prepárame una de esas tortillas místicas que tan bien van para la resaca. Siento como si los Reinos enteros estuvieran latiendo en el interior de mi cabeza.

Ampratines iba a decir algo más, pero se contuvo a tiempo.

—A tu gusto, mi señor —se limitó a decir.

Dicho esto, se desvaneció en el aire.

Me apoyé en la baranda de la terraza de El Nauseabundo Otyugh, fingiéndome sumido en profundas meditaciones. Lo que en realidad estaba haciendo era contar los segundos que faltaban para que Ampi volviera con la cura para mi funesto dolor de cabeza.

—¿Ése es el Cuervo? —pregunté al halfling—. ¡Pero si es una mujer!

—¡Sshh! —instó el pequeño humanoide de cabellos rojos bajo los pliegues de su ajada túnica marrón—. Tiene tanto de mujé como yo de dragón rojo. ¡E un doppelganger! ¡Y se va a da cuenta de todo si sigue gritando y mirándolo con eso ojo de merluzo!

La mujer que no era una mujer estaba sentada a una mesa en el comedor atestado. Vestida con ropas de viaje de cuero y una capa azul, estaba situada directamente frente a nosotros, por lo que era difícil observarla con disimulo. A su lado tenía una bolsa de viaje, sobre la mesa. La mujer que no era una mujer miró con aire distraído en nuestra dirección, momento en que yo mismo me escondí bajo los pliegues de mi capa marrón con capucha y desvié la mirada, tratando de no seguir mirándola como un merluzo.

Su compañero de mesa acaso fuera un gigante de las colinas, o acaso un ogro, pues era tan alto como Ampi y casi igual de corpulento. Ese individuo estaba envuelto en una capa igualmente enorme, de color escarlata, que lo llevaba a semejar una gran puesta de sol sentada a la mesa.

Nos encontrábamos en El Unicornio de Jade, un lugar que había tenido la desgracia de aparecer incluido en la ya mencionada Guía de Volo. En consecuencia, el local estaba lleno de advenedizos, forasteros, mercenarios encallecidos y pisaverdes que se las daban de aventureros. Como El Unicornio tenía mala reputación (según Volo), la mayoría de los parroquianos se cubrían el rostro con las capuchas de sus anchas capas. Aquello parecía un congreso de fantasmas, espectros y aparecidos.

El Cuervo era la única excepción. Ella, él, o lo que fuese, estaba descubierta de su capucha, mostrando unos cabellos dorados que se le caían sobre los hombros como cerveza derramada. Parecía tener un poco de sangre elfa, pues sus orejas eran un tanto puntiagudas, mientras que su barbilla era redonda y un tanto blanda. Tuve que recordarme que todo aquello era una ilusión. Ella —él— era un ser dotado de poderes de transformación que le permitían mostrarse como el rey Azoun o mi tío abuelo Maskar, si así lo quería. En su envoltura original, un doppelganger era un humanoide delgado y esbelto, sin sexo y sin cabello, cuyo cuerpo proyectaba una sombra color gris claro. Lo que no resultaba demasiado apetitoso.

El Cuervo estaba sumido en animada conversación con el gigantesco atardecer que era su compañero de mesa, aunque en un momento dado frunció el ceno y señaló la maleta de mano con sus dedos delgados. Aunque nos encontrábamos demasiado lejos para escucharlos, saltaba a la vista que estaban regateando o así.

La verdad, no hacía falta ser un mago de primera para adivinar sobre qué estaban regateando. La bolsa era del tamaño idóneo para transportar la bola de cristal de un hechicero. O una Esfera Tripartita.

Fuera lo que fuese lo que Crepúsculo le estuviera diciendo en aquel momento, ella pareció calmarse un poco. Tras escuchar en silencio, asintió con la cabeza, echó mano a la bolsa, se levantó y se dirigió a la puerta. Crepúsculo seguía sentado a la mesa. Todas las miradas convergían en ella, pero cuando llegó a la puerta, el doppelganger se volvió y, durante un instante brevísimo, me miró directamente a los ojos. No sé si de veras sucedió o no, pero en aquel momento sentí como si el mundo entero se hubiera detenido y empezado a girar en sentido contrario al habitual.

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