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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (26 page)

La respuesta, naturalmente, era que la tierra era una esfera y por eso era geométricamente imposible cubrirla toda con cuadrículas. Podías hacerlo en una buena parte, pero al final tenían que insertar un pequeño ajuste: mover una fila de secciones al este o al oeste con relación a la fila que tenía debajo.

Como eran los años setenta, y como Chet era un fracasado escolar con el cerebro dañado, no pudo dejar de percibir algo enorme, algo cósmico en este descubrimiento. Tampoco pudo evitar llegar a la conclusión de que el error que había cometido aquella preciosa noche iluminada por la luna había sido una especie de mensaje desde arriba, una advertencia de que, durante el sucio trabajo diario de trapichear con maría, había dejado de atender asuntos más grandes y más cósmicos.

Se mudó al oeste, como hacían los norteamericanos en aquellos días en que buscaban lo cósmico. A pocos kilómetros del Pacífico, se encontró con el grupo de moteros que colaboraban con Richard en sus asuntos de contrabando. Entre ellos adquirió una especie de aura chamanística y se convirtió en el sumo sacerdote de una fracción disidente que se hicieron llamar los Paladines Septentrionales para distinguirse de su grupo paterno predominantemente californiano. Se trasladaron al norte de la frontera y se establecieron en el sur de Columbia Británica. Un segundo accidente casi fatal tan solo aumentó la reputación mística de Chet.

Poco después de que le dieran de alta tras el segundo accidente, los Paladines Septentrionales se embarcaron en un proyecto para, como lo expresó Chet, «ponernos en contacto con nuestra masculinidad».

Cuando Richard conoció esta iniciativa en mitad de una conversación de bar sobre temas aparentemente no relacionados, el asombro y el horror lucharon por la supremacía en su cerebro mamífero mientras el reptiliano empezaba a cortar todas las salidas, convencionales y no convencionales, del bar; lubricó todo su cuerpo de sudor; y aceleró su pulso a una frecuencia que probablemente atascó los radares de la policía montada de la autopista 22. Pues había conocido a estos hombres demasiado bien en sus días premasculinos y no podía imaginar por dónde iban a salir ahora. Sin embargo, a través de los siguientes minutos de discusión marginalmente coherente, comprendió que lo que Chet realmente pretendía era que se mantuvieran en contacto con su masculinidad pero con un conteo de cadáveres más modesto. El cambio de énfasis parecía coincidir con que algunos de los principales supervivientes se habían casado y tenían hijos. Se deshicieron de la mayor parte de las armas y se aprovecharon de las leyes sorprendentemente permisivas de Canadá hacia las espadas, y se pusieron a recorrer las carreteras provinciales con espadones de cinco palmos atadas a la espalda. Se reunían en los claros de los bosques para enzarzarse en duelos y justas de pega con armas de gomaespuma, y acudían a las ferias medievales para beber cerveza con sus nuevos hermanos del alma de la Sociedad de Anacronismos Creativos. Recorriendo los caminos del sur de Columbia Británica con las guarniciones de sus espadones asomando sobre sus hombros, se convirtieron en una característica familiar de esa parte del mundo autoconscientemente estrafalaria. Los Paladines Septentrionales se convirtieron en protagonistas de cuñas de noticias en los telediarios de la televisión regional, y dejaron de cometer delitos.

Volviendo su atención a los asuntos que le ocupaban dentro de la cabina del avión, Richard continuó leyendo la
Gaceta de T’Rain
, un periódico diario (en formato electrónico, naturalmente) creado por un microdepartamento que funcionaba independiente de la oficina de Seattle y que resumía todo lo que había sucedido en T’Rain durante las veinticuatro horas anteriores: logros notables, guerras, duelos, saqueos, estadísticas de mortandad, plagas, hambrunas, subidas inesperadas en los precios de las materias primas
.

MORTANDAD EN TORGAI ALCANZA 1.000.000 %

(recogido por los corresponsales de la
Gaceta
Gresh’nakh el Olvidado, Erikk Blöodmace y Lady Lacewing de Fäerie)

Montañas Torgai — La tasa de mortandad en esta región inesperadamente asolada por la guerra aumentó hoy en un inesperado un millón por ciento. Los observadores locales atribuyeron la inusitada cifra a una llegada «histórica» de extranjeros, impulsados, debido a un fenómeno astral todavía inexplicado, a pagar tributo a un troll local. Los visitantes o, como los llaman los lugareños, «la carne», están cargados de tributos y por tanto son un blanco tentador para los salteadores de caminos (la marca del millón por ciento es considerada por los analistas una importante barrera psicológica que separa un infierno asolado por la guerra de una tormenta de sangre milenarista).

Apoyándose en un báculo de mago de dos metros y medio mientras chapoteaba por un río de sangre que le llegaba hasta las rodillas en la calle del mercado de la Cañada de las Gaitas (una comunidad que antaño se ufanaba de su estatus como «Puerta de Torgai») Shekondar el Temible, un alquimista local, negó que la tendencia fuera una influencia negativa en la imagen de la ciudad, insistiendo en que la llegada de «carne» y bandidos, piratas de tierra y asesinos que habían venido a asolarlos eran un regalo para el desarrollo económico de la región y una bonanza para los comerciantes locales, sobre todo aquellos que, como Shekondar trataban con artículos como pociones curadoras y piedras de afilar mágicamente ampliadas, tan demandadas por los recién llegados.

En la Posada del Caminante, una cervecería local situada en la escarpada carretera que va de la Cañada de las Gaitas a las montañas, podía oírse una versión más modesta de la situación en los comentarios de una voz apenas audible entre la muralla de cadáveres apilados hasta el techo de la taberna local, y que se identificó como Buenhombre Bullicio, el tendero. Tras sugerir que todos los visitantes y la atención podían ser «demasiado buenos», la voz que se identificó como Bullicio se quejó de que muchos clientes, citando como excusa la alta montaña de carne putrefacta que bloqueaba por completo el acceso al bar, se habían marchado del lugar sin pagar sus bebidas.

Los recopiladores de este documento tenían todos licenciaturas en artes liberales en instituciones muy caras de alto estatus y escribían de esta forma, como Richard había advertido demasiado tarde, como forma de seguridad en el trabajo. La dirección se había acostumbrado a leer la
Gaceta
todas las mañanas mientras tomaban el café y probablemente le habría pagado a esta gente por escribir aunque no hubiera sido parte oficial del presupuesto de la Corporación 9592.

La expresión «fenómeno astral todavía inexplicado» era un hiperenlace que conducía a una serie de artículos separados en la wiki interna. Pues era una ley férrea de la política editorial de la
Gaceta
que el mundo de T’Rain visto a través de las pantallas de los jugadores debía ser tratado como la verdad a pie de tierra, la única realidad observable o informable por sus corresponsales. Las rarezas debidas a las decisiones tomadas por los jugadores eran atribuidos a «extrañas luces en el cielo», «influencias arcanas más allá del conocimiento de incluso los más eruditos observadores locales», «prodigios inexplicables», «debido probablemente a la intervención de un caprichoso semidiós local», «un rayo del cielo», o, en un caso, «un inesperado revés de la fortuna que incluso los más avezados lugareños reconocían sin precedentes y que en efecto, si se viera en una obra literaria, habría sido considerado como un clarísimo ejemplo de
deus ex machina
». Pero naturalmente una de las tareas más importantes del personal de la
Gaceta
era informar de la conducta de los jugadores, es decir, de las cosas que pasaban en el mundo real, y por eso esas frases siempre enlazaban con artículos que no pertenecían a la
Gaceta
y estaban escritos en una memo-habla corporativa que siempre desalentaba a Richard cuando cliqueaba para echarle un vistazo.

En este caso, el memorándum explicativo suministraba la información de que las montañas Torgai eran pasto de una banda que se llamaban a sí mismos los da O shou, probablemente una abreviatura de da O[ro] shou, «hacedores de oro», donde la conversión de «Oro» a «O» era debido a la influencia del rap gangsta o porque era más fácil de teclear. Llevaban años controlando el lugar. Todo muy normal. Había muchos pequeños enclaves como este. Nada en las normas impedía que una banda de jugadores suficientemente dedicada y bien organizada conquistara y retuviera una zona concreta de terreno. La «carne» estaba allí a causa de REAMDE, que había estado presente de fondo desde hacía ya varias semanas pero que recientemente había resurgido en un curva de crecimiento exponencial y desde hacía unas doce horas pareció capaz de apoderarse de todo el poder informático del universo, hasta que su propio tamaño y rápido crecimiento hicieron que fuera víctima del tipo de fricción del mundo real en la que siempre caen al parecer los crecimientos exponenciales y convierten esas gráficas de palo de hockey en perezosas S. Lo cual no era decir que no fuera todavía un serio problema y que docenas de programadores y administradores de sistemas no estuvieran trabajando en turnos de dieciocho horas seguidas para intentar contener al bicho. Pero no iba a apoderarse del mundo y no iba a detener a la compañía, y mientras tanto miles de personajes aumentaban sus puntos de experiencia matándose unos a otros en la taberna de Buenhombre Bullicio.

Corvallis Kawasaki lo recogió en la pista del aeropuerto de Renton. Conducía el inevitable Prius.

—Podría usar una puñetera limusina Lincoln —se quejó Richard mientras se sentaba en el asiento delantero.

—Solo quería charlar contigo un poco —explicó C-plus, toqueteando el botón del limpiaparabrisas, tratando de encontrar ese punto, siempre tan difícil de encontrar en Seattle, en que dejara el cristal visualmente transparente pero no arrastrara las hojas sobre el cristal seco. Al fondo de la pista se veía la ensenada septentrional del lago Washington, que estaba salpicado de olas blancas. Había sido un aterrizaje incómodo, y Richard se sentía un poco sudoroso.

Corvallis había crecido en la ciudad cuyo nombre llevaba, hijo de un catedrático de ciencias cognitivas japo-americano y una investigadora india de biotecnología, pero culturalmente era oregoniense puro. Nadie en la compañía sabía exactamente cómo se ganaba la vida. Pero era difícil imaginar el lugar sin él. Puso el Prius en marcha, o como se llamara cuando tirabas de la palanca que lo hacía avanzar, y se desplazaron a velocidad segura y tranquila entre los aviones aparcados, sacudiéndose contra sus cinturones de seguridad, y salieron por una puerta y llegaron a algo que parecía una calle.

—Sé que vas a ver a Devin mañana y que todo lo que tienes en la cabeza es la guerra.

Se detuvo levemente antes de decir «guerra», y lo dijo de forma curiosa, con énfasis.

—¿Qué guerra?

—La Guerra de la Realineación.

—¿Así es como la llaman ahora los chicos guai?

—Sí. Supongo que funciona mejor en e-mail que en conversación. De todas formas, sé que estaréis preparados, pero quiero que sepas que hay algunos interesantes temas tecno-legales en torno a REAMDE.

—Dios, eso suena al típico coñazo del que siempre he intentado escapar antes de retirarme.

—No creo que estés retirado de verdad —respondió suavemente Corvallis—. Quiero decir, acabas de llegar de Elphinstone y mañana tomas un avión para Misuri y de allí...

—Es un retiro selectivo —explicó Richard—, un retiro de las cosas aburridas.

—Creo que eso se llama ascenso.

—Bueno, como quieras llamarlo, no quiero «puestas al día»... ¿Es esa la expresión que usas?

—Sabes perfectamente bien lo que es.

—Detalles desagradables de las consecuencias legales de REAMDE. Quiero decir, ya hemos tenido virus antes, ¿no?

—La última vez que comprobé teníamos 281 virus activos, y eso fue hace una hora.

Richard tomó aire pero C-plus lo interrumpió.

—Y antes de que vayas adonde vas, déjame señalar que la mayoría de ellos no hace uso de nuestra tecnología como mecanismo de pago. De modo que REAMDE no es solo otro virus. Presenta nuevos problemas.

—Porque nuestros servidores están siendo utilizados para transferir el botín.

—Da la casualidad de que los federales todavía no piensan en modo APPIS, y por eso no están muy puestos en términos como «botín», «tesoro», «prendas», «trofeos» o todo lo que evoque un escenario ficticio de combate con armas medievales. Para ellos, todo son pagos. Y como nuestro sistema usa dinero real, todo es, bueno, real.

—Siempre he sabido que eso iba a darse la vuelta y morderme en el culo algún día —dijo Richard—. No sabía cómo ni cuándo.

—Bueno, la verdad es que te ha mordido en el culo montones de veces.

—Lo sé, pero cada una parece la primera.

—El creador del virus REAMDE ha tomado algunas... decisiones interesantes.

—¿Interesantes en tanto son malas para nosotros? —preguntó Richard. Porque esto quedaba claramente implicado en el tono de Corvallis.

—Bueno, eso depende de si queremos ser la espada vengadora del Departamento de Justicia, o dar largas y decir que no es nuestro problema.

—Continúa.

—Las instrucciones del archivo epónimo REAMDE solo dicen que las piezas de oro tienen que ser dejadas en un lugar concreto de las montañas Torgai. No dicen que el oro sea enviado por correo o transferido a ningún personaje concreto.

—Obviamente, porque en ese caso podríamos cerrar la cuenta de ese personaje.

—En efecto. Así que el creador del virus toma posesión del oro cogiéndolo simplemente del suelo donde la víctima lo ha dejado caer.

—Lo cual podría hacer cualquier personaje del juego.

—Teóricamente —dijo Corvallis—. En la práctica, obviamente, no puedes recoger el oro a menos que puedas llegar a ese lugar de las montañas Torgai. Y para convertir esas piezas de oro en dinero del mundo real, hay que llevarlas físicamente a una ciudad con un CB.

—No «físicamente» —le corrigió Richard—. Siempre cometéis el mismo error. Es un juego, ¿recuerdas?

—Vale, físicamente en el mundo del juego —dijo Corvallis, y su tono de voz sugería que Richard se estaba comportando de manera un poco pedante—. Ya sabes a qué me refiero. Tu personaje tiene que ser capaz de sobrevivir al viaje desde el punto de recogida, atravesar las montañas, llegar a la ciudad o la intersección de línea ley más cercana, y acudir a un CB.

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