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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (21 page)

Hasta ahí, una observación corriente. Hizo un poco de investigación más tarde y descubrió que los aeropuertos más sofisticados habían contratado a psicólogos para abordar el problema y diseñar algún truco astuto. Por ejemplo, insertaban digitalmente imágenes falsas de armas en la señal de vídeo de una máquina de rayos X, con la suficiente frecuencia para que los observadores vieran falsas siluetas en color de revólveres y semiautomáticas y aparatos explosivos pasar ante sus campos de visión varias veces al día, en vez de una cada diez años. Eso, según la investigación, era suficiente para impedir que sus neuronas de reconocimiento de pautas fueran reclamadas y readjudicadas por otros procesos cerebrales que fueran más fructíferos, o al menos más entretenidos.

El cerebro, por lo que Richard podía determinar después de echarle un vistazo al azar a todo lo que encontró en Google, era como la red eléctrica de Mogadishu. En Mogadishu sucedían muchas cosas que requerían hilo de cobre para transmitir energía e información, pero solo había una cantidad limitada de cobre, y lo que no se empleaba de manera activa solía caer en manos de las milicias y acababa formando parte de la red de energía improvisada de algún señor de la guerra ansioso de poder. Lo mismo que con el cobre en Mogadishu sucedía con las neuronas del cerebro. Los cerebros de la gente que se ganaban la vida con oficios de mierda increíblemente aburridos mostraban zonas oscuras en las zonas relacionadas con los procesos relacionados con el trabajo, ya que todas esas neuronas casi nunca ejercitadas eran desviadas y enviadas a otra parte y usadas para dar energía a circuitos usados para seguir la pista de las clasificaciones deportivas y las hazañas de los famosos.

Así que la epifanía con el escáner de equipajes del aeropuerto fue al mismo tiempo desalentadora y alentadora. Desalentadora porque unos psicólogos ocupacionales se le habían adelantado y habían encontrado una solución, y alentadora porque gente con título universitario había defendido la idea básica.

Para hacer que sirviera para MACUMAPPIS, Richard tenía que, (a) encontrar otro trabajo desesperadamente aburrido que usar como
experimentum crucis
, y (b), diseñar un modo de trasladar sus procesos básicos al Combate con Armas Medievales. Entre sus años de adicto a World of Warcraft y sus años como fundador/creador de T’Rain, había cogido aproximadamente la mitad de las neuronas de su cerebro y las había arrastrado y soldado a los centros corticales responsables de empuñar un hacha con las dos manos, empuñar un escudo, disparar flechas y lanzar hechizos. En una tarde de aventuras al azar por el mundo imaginario de T’Rain que D-al-cuadrado y Skeletor habían creado, Richard podía disparar más neuronas que Einstein mientras elaboraba la idea de la teoría de la relatividad. Desde luego, muchas más neuronas que el empleado medio de un supermercado o un guardia de seguridad privada durante un turno de ocho horas. Y el poder de Internet debería hacer que toda esa actividad neural pudiera ser relanzable: deberías poder unirla toda para que funcionara.

En aquella época hubo una alarma de seguridad en un aeropuerto donde un capullo entró en el vestíbulo atravesando una puerta de salida, esquivando el puesto de seguridad. Como siempre sucedía en esos casos, todo el aeropuerto tuvo que ser cerrado. Los aviones que esperaban para despegar tuvieron que regresar a las puertas de embarque y descargar a todos los pasajeros y equipajes. Todos los pasajeros tuvieron que ser expulsados de la zona estéril del aeropuerto y luego los obligaron a dar la vuelta y pasar de nuevo por los controles de seguridad. Los vuelos se retrasaron, y los retrasos se ramificaron por todo el sistema global de comunicación aérea, alcanzando un coste final de decenas de millones de dólares. Todo podría haberse evitado si el empleado de la AST (un empleado cuya única misión era tener los puñeteros ojos abiertos e impedir que la gente atravesara la puerta equivocada) hubiera hecho su trabajo. Richard no daba crédito. ¿Cómo podía incluso el empleado más perezoso y torpe meter así la pata? La respuesta, al parecer, no tenía nada que ver con la pereza ni la torpeza. Era de nuevo la historia del cobre de Mogadishu. Los caminos neurales requeridos para conseguir la tarea, aparentemente sencilla, de identificar a un peatón que atraviesa una puerta en sentido contrario, en el cerebro de ese empleado, hacía mucho tiempo que habían sido desarraigados y encasquetados a otros usados para otros procedimientos más importantes, o al menos usados con más frecuencia.

Y así empezaron el primer proyecto piloto APPIS. Rodaron un vídeo de los empleados de la Corporación 9592 caminando por un pasillo. Lo metieron en una demo, que mostraron a varios aeropuertos regionales demasiado pequeños y sin recursos para permitirse caras puertas unidireccionales con alarmas, y por eso tenían que confiar en la tecnología del aburrido empleado sentado en una silla junto a la puerta. De esos encuentros consiguieron un acuerdo que les permitía acceso a imágenes de seguridad continua de un par de esos aeropuertos. Las imágenes, naturalmente, solo mostraban a gente atravesando la salida.

Introdujeron esas imágenes en un software de reconocimiento de imágenes que identificaba las formas de los humanos individuales y las trasladaba a datos vectoriales en 3D. Eso hizo posible importar todos los datos en el motor de juego de T’Rain. Las mismas posiciones y movimientos fueron trasladadas a avatares del mundo de T’Rain. El flujo de pasajeros humanos atravesando el pasillo con sus chaquetas, tacones altos, sus sudaderas de los Chicago Bears, se convirtieron en un flujo de k’shetriae, dwinn, trolls y otros personajes fantásticos, vestidos con cotas de malla, armaduras y túnicas de mago que recorrían un pasadizo de piedra a la salida de la poderosa Ciudadela de Garzantum.

El gran mariscal del imperio garzantiano anunció entonces que podían ganarse enormes cantidades de oro, se obtendría gran honor y se entregarían valiosas armas y armaduras a todo aquel que capturara a un duende que intentase entrar en dicho pasadizo. A los personajes que se ofrecieron voluntarios para ese servicio se les entregó un instrumento especial, el Cuerno de Vigilancia, y se les dijo que lo hicieran sonar cada vez que divisaran a un duende intentando entrar. Se concedieron puntos extra por enfrentarse al duende y (naturalmente) por iniciar un combate con armas medievales.

Ahora bien, en todos los aeropuertos del mundo (real) puestos juntos, el número de personas que entraban por las puertas de salida eran tal vez uno o dos por año: no los suficientes para llamar la atención, ni asegurar la vigilancia de ni siquiera el más perseverante jugador de T’Rain. Así que el sistema APPIS suavizó los términos generando automáticamente duendes ficticios que iban en dirección opuesta y enviándolos por ese túnel a un ritmo de uno cada par de minutos, todos los días, siempre. Hubo que buscar algún equilibrio (el valor de las recompensas tuvo que reducirse en relación a la frecuencia de los duendes en camino inverso), pero con un ajuste mínimo pudieron establecer el sistema de tal modo que el cien por cien de todos los duendes inversos fueran capturados. El número total de esos duendes que tenía que ser generado cada año se acercaba a los doscientos mil, cosa que no suponía ningún problema, porque generarlos era gratis. El truco, naturalmente, era que una diminuta minoría de esos duendes inversos no eran, en realidad, criaturas generadas por ordenador. Eran representaciones de formas humanas reales que habían sido captadas por las cámaras de seguridad de los aeropuertos mientras entraban por donde no debían. En la realidad, naturalmente, esto sucedía tan raramente que probar el sistema era casi imposible, y por eso ejecutaban simulacros, varias veces al día, donde empleados uniformados de la AST se presentaban en la salida y mostraban credenciales al aburrido guardia de turno y luego entraban contracorriente. En exactamente el cien por cien de todos esos casos, algún jugador de T’Rain, en algún lugar del mundo (casi siempre un granjero de oro en China) se llevaba al instante a la boca el Cuerno de Vigilancia y soplaba una poderosa andanada y corría a enfrentarse al correspondiente duende inverso: un hecho que, a través de un habilidoso enlace entre los servidores de la Corporación 9592 y los sistemas de seguridad del aeropuerto, hacía que se encendieran las luces rojas y sonaran las alarmas y las puertas se cerraran automáticamente en el aeropuerto en cuestión.

Corvallis y la mayoría de los técnicos odiaban esta idea por su pura falsedad, que resultaba escandalosamente obvia para cualquier persona con conocimientos técnicos que pensara en ello durante más de unos segundos. Si su software de reconocimiento de pautas podía identificar a los viajeros en movimiento y vectorizar sus posiciones corporales lo suficientemente bien como para trasladar sus movimientos a T’Rain, entonces podía igualmente advertir, de manera automática, sin ninguna intervención humana, cuándo una de esas figuras caminaba en dirección contraria y hacer sonar las alarmas. No había ninguna necesidad de introducir jugadores humanos en la mezcla. Deberían considerar el reconocimiento de pautas como un asunto separado.

Richard comprendía y reconocía todo esto... y no le importaba.

—¿Me dijisteis o no me dijisteis que todo era marketing? ¿Qué parte de vuestras propias palabras no comprendisteis?

El objetivo del ejercicio no era construir un sistema de seguridad en los aeropuertos racional y eficiente. Más bien, era (por usar otra de esas frases portentosas sacadas del mundo de las matemáticas) una prueba de existencia. Cuando estuviera establecida y en marcha, podrían señalarla, y a su tasa de éxito al cien por cien, para reivindicar la premisa de APPIS, que era que los problemas del mundo real (sobre todo los problemas difíciles de resolver, como la tendencia a aburrirte ante un trabajo terrible) podían ser abordados convirtiéndolos en escenarios de combate con armas medievales, y luego (y aquí se incluían dos términos modernísimos de alta tecnología) subiéndolos a la nube para poder ser recolectados por publitarea.

El sistema, a pesar de su falsedad (que era fundamental, evidente, y frecuentemente señalada por los blogueros frikis), se convirtió inmediatamente en tema favorito de las conferencias de la industria tecnológica de la Costa Oeste. APPIS tuvo que convertirse en una división separada y pasó a una nueva planta del edificio de oficinas de Seattle, que convenientemente había sido dejado vacante por un banco en quiebra. Nuevas ideas y propuestas conjuntas empezaron a llegar, como muchos duendes inversos, a tal ritmo que el personal de APPIS apenas podía hacer sonar sus Cuernos de Vigilancia lo bastante rápido. Los frikis ociosos del mundo, impacientes con el lento ritmo con que los programadores de la Corporación 9592 se plegaban a sus demandas, empezaron a generar sus propias aplicaciones APPIS. La más popular de estas fue un sistema que aceptaba vídeos de baja calidad de una sala de reuniones, suministrados por teléfono, y transmografiar la escena en una colección de velludos señores de la guerra sentados alrededor de una enorme mesa de madera en un bosque medieval. Cada vez que un participante en la reunión se llevaba una botella de agua vitaminada o una tacita de café con leche desnatada a los labios, el correspondiente avatar bebía copiosamente de una jarra de cerveza de cinco litros y eructaba ruidosamente, y cada vez que alguien le daba un bocadito a una barrita energética, el avatar mordía un humeante trozo de carne en la enorme pata de un cordero. Las presentaciones en PowerPoint, en este escenario, se convertían en diversas apariciones que flotaban en forma de numinoso vapor sobre la olla de los hechiceros. En la primera versión de la aplicación, los avatares de cascos cornudos decían exactamente lo mismo que sus contrapartidas humanas en la sala de reuniones del mundo real, lo que creaba algunas graciosas yuxtaposiciones, pero se volvió aburrido después de un tiempo. Pero entonces la gente empezó a crear añadidos de forma que si, por ejemplo, la nueva propuesta de alguien era rechazada por un jefe gruñón, el hecho podía convertirse en una escena de combate donde la cabeza cercenada del infeliz lacayo acababa en el extremo de una pica. Grandes porciones de la economía global, parecía, estaban siendo reconducidas a sus equivalentes en T’Rain de modo que pudieran ser traducidas a un ambiente de combate con armas medievales. Mejoras demostrables en productividad se anunciaban cada día en la relevante sección de la página web de la Corporación 9592 (por un heraldo medieval, naturalmente, y con una trompeta de verdad).

Richard insistía, solo medio en broma, que quería ver mudarse a T’Rain el diez por ciento de la economía global. O al menos el diez por ciento de la economía de la información. Pero como la economía de la información había metido los dedos ya en casi todo, no suponía una gran limitación. Los obreros de las fábricas que veían pasar componentes en una cadena de montaje, inspeccionándolos en busca de defectos, deberían poder transformar su trabajo en algo que resultara más llamativo para las neuronas, como remontar un valle fluvial a lomos de un corcel alado, contemplar sus límpidas aguas mientras las rocas hendían su canal, buscando la que contenía restos de algún yacimiento mágico.

Lo cual era también, como explicó pacientemente C-plus, una idea ridícula ya que cualquier algoritmo de visión mecánica lo bastante listo para convertir un componente defectuoso en un peñasco con una veta en un valle fluvial virtual era lo bastante inteligente para hacer sonar una alarma en la línea de montaje y señalar la pieza defectuosa sin implicar a seres humanos ni mundos de fantasía virtuales. A lo que Richard respondió, con paciencia igual o superior, que le importaba una mierda porque en última instancia se trataba de marketing, y que las aplicaciones que la gente repartida por Internet estaban escribiendo eran mucho mejores que nada de lo que a él, Richard, se le podría haber ocurrido.

De cualquier forma, funcionó, a su modo chapucero y caótico, y T’Rain se convirtió así en un diagrama intensamente retocado del mundo real más del que ningún mundo de fantasía cuasi-medieval tenía derechos o motivos para ser. Y por eso habían acabado necesitando una aplicación para manejar calendarios y contactos y otras diversas actualizaciones con las que ni siquiera habían soñado cuando establecieron el mundo
ab initio
.

El propio Richard no era usuario de la aplicación calendario. Hacía casi todas sus incursiones en T’Rain en solitario, o en compañía de uno o dos viejos amigos, y por eso no la necesitaba: la sola idea de necesitar planificar su tiempo tan cuidadosamente lo desanimaba. Usaba el teléfono para ese tipo de cosas, y la integración de la aplicación del calendario en el teléfono era torpe y no merecía la pena soportarla. Aunque hubiera funcionado, solo habría significado más basura mostrando su calendario de trabajo, y menos de los días perfectamente vacíos que siempre le causaban tan agradable arrebato de endorfinas cuando aparecían en su pantalla, como por alguna gracia divina. Por tanto, no corría peligro de ser infectado por REAMDE. Y por eso, la mañana después de que Peter y Zula regresaran a Seattle, cuando Richard despertó en el Schloss en su grande y redondo dormitorio, casi medieval, y comprobó el correo electrónico del trabajo, pudo ver la escalada de mensajes de ALERTA SEGURIDAD del fin de semana con cierto despegue. Había un nuevo virus; se llamaba REAMDE (
sic
), que era una errata accidental o deliberadamente irónica a partir de README; llevaba unas cuantas semanas actuando, y en los últimos días se había vuelto exponencial, como solían hacer estas cosas. En realidad, era consecuencia de APPIS, y de todos los esfuerzos de Richard por convertir a T’Rain en un Centro de Beneficios por encima y más allá del mero mundo de los jugadores empedernidos. Como tal, era perfectamente adecuado desde un punto de vista comercial y de marketing: solo generaría historias en la prensa especializada sobre cómo T’Rain había dado el salto desde un mero producto residual para los prohibitivamente frikis técnicos a una aplicación comercial que los mundanos consideraban que tenían que poseer, junto con el Excel y el PowerPoint, y Richard ya podía predecir que en su próxima reunión cuatrimestral verían, en perspectiva, un ascenso en las ventas precisamente siguiendo la escalada en la publicidad gratuita generada por la llegada de este terrible virus.

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