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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (16 page)

Un silencio bastante largo.

—Esperaba que hubiera otra copia del archivo —dijo Wallace.

—Ya le dije...

—Sé lo que me dijo, joder. Esperaba que estuviera mintiendo.

—¿Todo eso es otro truco para descubrir si estoy mintiendo o no?

—Es usted lo bastante listo como para ser más estúpido que si no fuera listo —dijo Wallace—. Esto es real. Necesito que me diga ahora mismo, Peter, que me mintió antes y que tiene una copia de seguridad del archivo en uno de sus ordenadores de por aquí.

Y entonces Wallace redujo la voz a un grave gruñido y habló durante unos dos minutos. Durante este tiempo, Zula no pudo distinguir ni una sola palabra de lo que estaba diciendo.

Cuanto terminó, todo lo que Peter pudo decir, durante un minuto por lo menos, fue «joder». Lo dijo de una docena de formas diferentes, como un actor buscando la entonación adecuada.

—Bueno, no importa —dijo por fin, a punto de echarse a llorar—, porque le dije la verdad antes. ¡No hay ninguna otra copia!

Ahora le tocó a Wallace el turno de decir «joder» muchas veces.

—Así pues tenemos que pagar el rescate —dijo Peter—. ¿Mil piezas de oro?

—Es lo que dice —respondió Wallace.

—¿Cuánto es en dinero de verdad?

—Setenta y tres dólares.

Peter, después de un momento, dejó escapar una carcajada que a Zula le pareció extraña. Estaba al borde de la histeria.

—¿Setenta y tres dólares? ¿Todo este problema puede resolverse con setenta y tres míseros dólares?

—Conseguirlos no es lo difícil —dijo Wallace.

Algo en la forma en que sonó la risa de Peter le dijo a Zula que era hora de llamar al 911. Era mejor hacerlo desde el teléfono fijo para que la operadora tuviera la dirección del edificio. Se levantó lo más silenciosamente que pudo y se acercó a la esquina donde Peter tenía todas sus cosas de cocina. Sujeto a la pared había un teléfono inalámbrico. Lo cogió y lo encendió, luego se lo llevó al oído para comprobar el tono.

En cambio, oyó una serie de bips de llamada.

Alguien ocupaba la línea, en otra extensión, marcando un número distinto.

—Bienvenido al directorio de ayuda Qwest —dijo una voz grabada.

—Buenos días, Zula —dijo Wallace por la otra extensión—. Sé que está en el edificio porque su ordenador ha aparecido de repente en la red de Peter. Le he estado echando el ojo al teléfono de aquí abajo. Tiene un pequeño indicador que avisa cuándo se está usando otra extensión.

La conexión se cortó. Abajo, Zula pudo oír ruidos y golpes cuando Wallace le hizo algo violento a la línea.

—¿Qué está haciendo? —exclamó Peter, más confuso que otra cosa.

—Poniéndonos al mismo nivel —dijo Wallace. Zula pudo oírlo subir a la carga las escaleras.

Zula llevaba una mochilita de mensajero en bici en vez de monedero. La había dejado en el suelo, en lo alto de las escaleras. Wallace rebuscó en su interior, sacó su teléfono, las llaves del coche. Con la otra mano cerró la tapa de su portátil y lo recogió.

—Cuando se sienta más social, estaré encantado de verla abajo —anunció. Luego se dio media vuelta y bajó las escaleras.

Oyó el bip de su Prius mientras lo abría con el mando a distancia. Por algún motivo, eso la sacó de su parálisis. Se acercó a la bolsa. Estaba empezando a desear haberle hecho caso a sus parientes de Iowa que decían que Seattle estaba solo un paso por encima de Mogadishu y que no dejaban de insistirle que se hiciera con un permiso de armas y que comprara una pistola. En un bolsillo exterior de la bolsa tenía una navaja plegable, que cogió ahora y guardó en el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros. Luego bajó las escaleras para ver a Wallace cerrar la puerta de pasajeros del Prius y pulsar el botón de cierre. Se guardó el llavero.

—Su móvil y el de Peter están sanos y salvos dentro del coche —anunció. Zula terminó de bajar las escaleras y vio los dos teléfonos el uno al lado del otro en el salpicadero del coche.

—Muy desagradable por mi parte, ¿verdad? —dijo Wallace, mirándola intensamente a los ojos—. Pero para que resolvamos este problema tenemos que confiar unos en otros y concentrarnos, y ustedes los jóvenes hoy en día sustituyen la comunicación por el pensamiento, ¿no? Así que vamos a ponernos a pensar.

Zula pudo sentir la mirada de Peter, supo que si se volvía a mirarlo, se abriría un canal entre ellos e intentaría decir algo, con un gesto o una expresión, probablemente a modo de disculpa. Por tanto, no lo miró. Peter necesitaba mucho más dar una disculpa que ella recibir una, y, haciendo caso a la sugerencia de Wallace, quiso concentrarse en resolver el problema y salir de aquí.

—¿Tenemos que entregar mil PO en un lugar al pie de las montañas Torgai? —dijo.

—Y luego rezar para que el creador de nuestro virus sea un criminal honrado que entregue la clave pronto —respondió Wallace.

—Si vamos a viajar con tanto oro, seremos pasto de ladrones —señaló ella.

—Solo son setenta y tres dólares —dijo Peter.

—Para un adolescente que está en un cibercafé de China, es una enormidad —replicó Zula—. Y robar a los viajeros en camino es mucho más rápido que extraerlo de una mina.

—Por no mencionar más divertido —dijo Wallace.

—¿Pero cómo sabrán sus personajes que lleva tanto oro encima? —preguntó Peter.

—Tengo una idea —anunció Wallace, sonriente. Se volvió hacia Peter y lo apuntó con un dedo—. Tú, cierra el jodido pico. Si puedes ser útil de alguna otra manera, como hacer café, ya puedes ir empezando. Pero Zula y yo no tenemos tiempo para explicarte hasta el último puñetero detalle de lo que es T’Rain.

Se volvió a mirar a Zula.

—¿Nos ponemos cómodos arriba?

—¿Cuál es tu personaje más poderoso? —preguntó Zula mientras conectaba su adaptador en lo que hacía las veces de salón para Peter, que se encontraba en lo que hacía las veces de cocina, preparando café.

—Solo tengo uno. Un t’kesh metamorfo malvado —respondió Wallace. Estaba conectando con T’Rain usando la terminal de trabajo de Peter.

—Déjame verlo —dijo Zula. Lanzó la aplicación de T’Rain en su portátil y conectó. Estaba sentada en una silla de oficina, que ahora giró en dirección a Wallace todo lo que le permitía el cable de conexión. El t’kesh metamorfo de Wallace era visible en la pantalla del terminal.

—¿Y tú qué tienes? —preguntó Wallace, echándole un vistazo a su portátil—. Apuesto a que un zoo entero de personajes.

—Los empleados no tienen privilegios en el juego. Tenemos que construir nuestros personajes desde cero, igual que los clientes.

—Probablemente es una política corporativa inteligente —dijo Wallace, aunque parecía un poco decepcionado.

—Tengo dos. Ambos de las fuerzas del Bien —dijo Zula—. Pero naturalmente eso ya no importa.

—El de la izquierda —dijo Wallace, doblando el cuello para ver su pantalla—, es el más adecuado para estos tiempos, ¿no?

Estaba hablando, naturalmente, de gamas.

Hasta la semana antes de Navidad, habría sido difícil para los personajes de Zula y Wallace hacer nada juntos en T’Rain, porque los de ella eran buenos y el de él era malvado. Los de ella no podrían haberse internado mucho en territorio del Mal, o el de él en el del Bien. Se habrían reunido en un desierto o una zona de guerra, pero eso no los habría ayudado en aquella misión, ya que las montañas Torgai eran una isla de firme territorio del Mal que era fácilmente abordado desde las zonas del Bien del oeste.

Pero entonces, cuando millones de estudiantes cogieron sus vacaciones de Navidad y se encontraron con enormes cantidades de tiempo libre para jugar a T’Rain, comenzó la Guerra de la Realineación. Había sido preparada con sumo cuidado, con meses de antelación, por grupos todavía desconocidos. Básicamente consistía en un grupo hasta ahora no identificado, formado por personajes del Bien y del Mal, que lanzaron una guerra relámpago bien organizada contra un grupo diferente, también mezcla de Bien y Mal, que ni siquiera era consciente de ser un grupo hasta que el golpe les cayó encima. Los agresores fueron bautizados, por Richard Forthrast, como las Fuerzas de la Luz. Las víctimas del ataque eran la Coalición Terrosa. Estos términos, usados al principio para los informes internos de la Corporación 9592, se filtraron a la comunidad de jugadores y ahora aparecían estampados en las camisetas.

El personaje de Wallace era identificable a cien metros de distancia como perteneciente a la Coalición Terrosa. El primer personaje de Zula (el de la izquierda) era también terroso. Su otro personaje era claramente lumínico. Lo había creado en Nochebuena cuando quedó claro que grandes partes del mundo de T’Rain iban a volverse inaccesibles a su personaje terroso por los enormes avances que se hacían en todos los frentes por las legiones de las Fuerzas de la Luz, superiores en número. En consecuencia, su personaje lumínico, siendo más nuevo, era más débil. Cuánto más débil era cuestión de interpretación. En una ruptura radical con la tradición de los juegos de rol, T’Rain no usaba niveles numéricos para indicar el poder de sus personajes; en cambio, usaba el aura, que era una escala en tres partes calculada a partir de varias estadísticas, incluyendo el rango del personaje en su red de vasallos, el tamaño y poder general de esa red, la cantidad de experiencia almacenada, el número de cosas que sabía hacer, y la calidad de su equipo. A medida que el aura de un personaje aumentaba adquiría ciertas ventajas, pero nunca de un modo completamente predecible.

El mundo que el software de Plutón había creado era casi exactamente del mismo tamaño que la Tierra, lo que significaba que viajar por él usando formas de transporte temáticamente adecuadas (es decir, medievales) requería un montón de tiempo. En teoría eso podría haberse resuelto jugando con la misma definición del tiempo: podías imaginar, por ejemplo, saltar desde el principio de un viaje por mar de tres meses hasta el final. Eso estaba bien con los juegos de un solo jugador, pero era totalmente imposible en un marco multijugador. El progreso del tiempo en T’Rain había sido sincronizado con el del mundo real.

La solución de Plutón había sido generar informáticamente un sistemas de líneas ley que se entrecruzaban por todo el mundo con una densidad comparable a la del sistema del metro de Nueva York. Esto se utilizó como base de un sistema de teleportación que funcionaba dirigiendo a los personajes a las intersecciones de las líneas ley. El número de líneas e intersecciones era increíblemente colosal y el hecho de que solo ciertos tipos de personajes podían acceder a ciertas líneas lo volvía mucho más complejo. Nadie podía utilizar el sistema sin ayuda del software que seguía la pista de todo y proporcionaba sugerencias para llegar del punto A al punto B.

Y por eso, tras unos momentos de trabajo, Zula y Wallace pudieron teleportar a sus personajes a una ciudad en las llanuras ante las montañas Torgai. El personaje de Wallace se dirigió a un cambista y adquirió mil piezas de oro, que aparecerían como un cobro de 73 dólares en la tarjeta de crédito de Wallace. De ahí se teleportaron a la intersección de la línea ley más cercana que pudieron encontrar en las coordenadas especificadas en la nota de rescate de REAMDE, y a partir de ahí sería una cabalgada de quince minutos en las rápidas monturas que ambos poseían.

El punto de intersección de la línea ley estaba marcado por un simple túmulo que apareció a la vista en ambas pantallas. Zula hizo volverse a su personaje (un mago k’shetriae) hasta que vio al t’kesh de Wallace a unos treinta metros de distancia (el proceso de teleportación implicaba cierto error posicional).

El rasgo más notable del paisaje era que estaba cubierto (no, pavimentado) con cadáveres en diversos estados de descomposición.

Un pedrusco, del tamaño de una pelota de ejercicio, cayó del cielo y golpeó el suelo cerca de ellos. Como los meteoritos no eran más comunes en T’Rain que en la Tierra, Zula sospechó de alguna causa artificial. Al volverse hacia la más cercana de las montañas Torgai, un pequeño pico a un par de cientos de metros de distancia, vio una batería de tres trabuquetes, uno de los cuales estaba recargando. Los otros dos estaban a punto de disparar. Su tembloroso peso y sus correas parecían mal hechas, caóticas, improbable que funcionaran. Pero lograron lanzar dos pedruscos más en su dirección. Zula tuvo que esquivar uno. No muy lejos había un macizo rocoso que parecía que podría proporcionar refugio. Zula corrió hacia él e inmediatamente fue blanco de un escuadrón de arqueros a caballo ocultos en la alta hierba cercana. Invocó algunos hechizos que deberían haberla protegido de la andanada de flechas, pero una de ellas la alcanzó con un tiro de suerte y la mató. Su personaje desapareció de la pantalla y se fue al Limbo.

Zula volvió la cabeza para ver cómo le iba a Wallace. No mucho mejor. Estaba acorralado bajo un pedrusco y había sido rodeado por otro escuadrón de arqueros a caballo que galopaban hacia él y disparaban rodeándolo. Su nivel de salud era bajo y caía rápidamente.

—No te dejes capturar —le advirtió ella.

—Lo sé —dijo él, y cliqueó un icono en su pantalla que indicaba CAER SOBRE TU ESPADA.

¿ESTÁS SEGURO DE QUE QUIERES CAER SOBRE TU ESPADA?, preguntó una caja de diálogo.

SÍ, cliqueó Wallace.

Unos segundos después su personaje fue también al Limbo.

—Es tan obvio —dijo Wallace, después de dedicar unos momentos a recuperar la compostura—. Este REAMDE ha infectado... ¿a cuántos ordenadores?

—Se calcula que a unos doscientos mil —respondió Peter, que estaba sentado en un rincón con su ordenador y hacía una búsqueda. Pero solo podía ver rumores de Internet en el dominio público. Zula, gracias a su acceso a la RPV, sabía que la cifra real se acercaba al millón.

—Todas las víctimas han ido al mismo puñetero sitio con mil piezas de oro. Así que, naturalmente, los ladrones se emboscan en la intersección de línea ley mas cercana.

—Les dará beneficios muy rápidamente —reconoció Zula.

—¿Entonces esos tipos te han robado el dinero? —preguntó Peter, violando la regla establecida antes por Wallace de que no hiciera preguntas estúpidas sobre el funcionamiento de T’Rain.

—No, porque caí sobre mi espada, y morí, y fui al Limbo con todo mi equipo —respondió Wallace—. Si me hubiera debilitado lo suficiente para que me hubieran capturado, podrían haberse hecho con el oro y todo lo demás. Pero tuve suerte. Lo que estamos haciendo es probablemente lo mejor.

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