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Authors: Mongolia,

Papel mojado (12 page)

Y el de los cobros del Santander lo instruyó Manuel Marchena, colaborador de la Fundación Wolters Kluwer, una formidable plataforma vinculada a José María Michavila, presidente del Consejo Asesor de la multinacional en España y colaborador de
El Mundo
. La editorial es socia de referencia desde hace años de múltiples proyectos de
Expansión
, el diario económico de Unidad Editorial, con promociones conjuntas e incluso la edición del suplemento del diario económico.

Michavila, el ex ministro de Justicia de Aznar y hoy socio de Ángel Acebes, consejero de Estado y asesor de JP Morgan, nunca ha sido imputado en el caso Gürtel, pero se ha visto involucrado en muchas de sus operaciones en varios frentes: Euis, el bufete al que estaba vinculado siendo diputado al Congreso, era el despacho de referencia de algunos de los ayuntamientos de la Comunidad de Madrid más salpicados y muy particularmente de Boadilla, epicentro del escándalo. Michavila dejó el escaño y el bufete tras el estallido del caso. Además, su hermana Ana era la plenipotenciaria jefa de Gabinete del ex presidente valenciano Francisco Camps en los años de esplendor de la trama en la comunidad.

La irrupción de Marchena fue precisamente tras unas jornadas de Wolters Kluwer a las que asistió el magistrado en Quintanilla de Onésimo, en febrero de 2010, en un curso codirigido por Michavila. Marchena acababa de ser nombrado instructor de la causa contra Garzón sobre el Santander en el Supremo y dictó una conferencia sin que nunca haya trascendido su retribución.

El curso estaba codirigido por Michavila y otro de los patronos de dicha fundación, Enrique López, muy próximo al PP. En aquel momento, López lideraba el acoso contra Garzón desde otra trinchera —la Audiencia Nacional— con el caso Faisán: también en febrero de 2010 redactó un auto insólito afeando esta instrucción y exigiendo «una investigación más allá de lo normal» sobre el presunto chivatazo, asunto que también llevaba el juez Garzón.

López no contó algo a sus compañeros de sala: es cuñado de Miguel Hernán Manovel, número dos del holding de Ulibarri, imputado en Gürtel, impulsor de la querella que acabó costando la carrera a Garzón y socio de
El Mundo
. Fue Hernán Manovel quien firmó las cuentas de la empresa que presuntamente utilizó el constructor en el intento de pelotazo de Boadilla que motivó las presuntas comisiones grabadas: el juez López presionaba, pues, al magistrado que investigaba a la empresa de su cuñado al tiempo que invitaba a cursos pagados por un socio estratégico de Unidad Editorial al instructor de una de las causas abiertas contra el mismo juez en el Supremo.

Las huellas de imputados vinculados al diario
El Mundo
se extienden también al otro gran escándalo de corrupción que estalló en la pasada legislatura: el caso Palma Arena, del que luego se desgajó el conocido como caso Urdangarín. El epicentro de la corrupción investigada en Baleares es el ex presidente autonómico ya condenado a seis años de cárcel, Jaume Matas: el gran baluarte del director de
El Mundo
en la batalla a favor de su polémica piscina y también patrón de la Fundación Wolters Kluwer hasta su caída en desgracia.

Pero la relación fraternal de ayuda mutua va incluso más allá: cuando en 2007 perdió las elecciones, Matas desembarcó en Estados Unidos como alto ejecutivo de un proyecto liderado por el Grupo Barceló, que acababa de conseguir una jugosa concesión del Ejecutivo autonómico… y era accionista en la edición de Baleares de
El Mundo
.

Hay otro condenado ya por el caso: Antonio Alemany, el periodista que escribía los discursos del presidente y que luego él mismo elogiaba con entusiasmo… desde las páginas del periódico
El Mundo
. Y no era un colaborador esporádico de Ramírez: fue nada menos que editorialista y columnista de
El Mundo y El Día de Baleares
durante veinte años.

A lo mejor es cierto que para seguir la corrupción en España hay que estar necesariamente al tanto de
El Mundo
.

 

 

Q
UINTA PARTE

LOS MEDIOS DEL PODER

 

 

 

El cuarto poder es la banca

 

 

A los medios y a los periodistas les gusta verse a sí mismos como el cuarto poder. Una imagen poderosa que les convierte, además, en pilar básico de la democracia, como control externo para evitar los desmanes del poder ejecutivo, legislativo y judicial y obligarles a rendir cuentas.

Y, a lo mejor, siguen siéndolo. Pero es más dudoso que el poder resida en su interior: la crisis ha acelerado tanto la financiarización de las empresas periodísticas, un fenómeno especialmente visible en España, que hoy muchos de los principales grupos periodísticos se han convertido en una unidad más del propio sector financiero.

La banca ha tenido siempre una gran influencia sobre los medios de comunicación por una doble vía: mediante la contratación de publicidad —los bancos suelen encontrarse entre los principales anunciantes— y la concesión de créditos. Pero la última burbuja y su posterior pinchazo han tenido efectos muy profundos en los medios que van mucho más allá: al igual que sucedió en muchos otros sectores del capitalismo de casino que se expandió antes del
crash
de 2008, las empresas periodísticas tradicionales crecieron de forma espectacular construyendo grandes conglomerados multimedia siempre mediante el apalancamiento, con deudas gigantescas que la crisis convirtió en inasumibles.

Como no pudieron pagar las deudas, la gran banca acreedora se ha ido incorporando al capital de las empresas: ya no es que influyan, sino que son directamente los dueños, con un enorme coste para la independencia periodística en un momento en que toda la información gira alrededor de los bancos: reforma financiera, preferentes, salarios de los ejecutivos, dación en pago, agujeros contables, rescate financiero, pensiones, etcétera.

 

 

El fenómeno ha afectado a todos los grandes medios, sin excepciones. Pero el caso del Grupo Prisa, editor de
El País
, dueño de la Cadena SER y tradicional referente de los progresistas de este país, es especialmente simbólico.

En plena borrachera, la deuda del Grupo Prisa llegó a alcanzar los cinco mil millones de euros —el equivalente a la deuda de todos los clubes de fútbol juntos— y después de muchas operaciones de venta de activos y de refinanciación de deuda logró situarla a mediados de 2012 en torno a los tres mil quinientos millones, una cifra que sigue siendo estratosférica para una empresa hundida en la Bolsa con una capitalización por debajo de los trescientos millones y con un primer ejecutivo que en 2011 se embolsó doce millones.

Por el camino, además, se incorporaron al capital los fondos especulativos de Wall Street agrupados en el vehículo Liberty Acquisitions Holdings. Y en el verano de 2012 se acordó la entrada del Banco Santander, CaixaBank y el HSBC. Además, como la deuda sigue siendo insostenible la empresa abrió su capital a otros veinte bancos (véase la lista completa en la tabla adjunta de las páginas anteriores).

El Santander, CaixaBank y HSBC controlarán a partir de 2014 más del 20 por ciento de las acciones del grupo y serán el núcleo de referencia, por encima de los fondos de Liberty y, por supuesto, de la familia Polanco, que ha sido completamente relegada. Los tres bancos asumieron, junto a Bankia, el enorme crédito puente por valor de mil setecientos millones de euros que permitió financiar la ruinosa opa por la que el grupo se hizo con el 100 por cien de Sogecable. Ahora estos bancos serán los dueños de Prisa, con un Consejo de Administración que ya está literalmente tomado por la banca —hay consejeros con vínculos en Credit Suisse, Bankinter, BBVA, Santander, CaixaBank, la patronal bancaria, Citi y Bankia— con un enorme coste para la independencia periodística del proyecto, ya muy perceptible para cualquier lector.

El problema periodístico es si cabe más grande aún porque en esta crisis la gran mayoría de temas calientes tienen que ver con la banca, ya sea directa o indirectamente, desde la dación en pago hasta el rescate financiero, pasando por las pensiones. Pero, además, como el mismo fenómeno de reconvertir deuda impagable en acciones se ha dado en muchos otros sectores, la banca atesora una cartera creciente de participaciones industriales: en el paquete de influencia de Isidro Fainé en los medios, por ejemplo, no solo hay que tener en cuenta CaixaBank. También incluye, lógicamente, las multinacionales en las que controla una participación accionarial relevante: Repsol, Gas Natural, Telefónica, Abertis… Y todo el sector financiero atesora más acciones que nunca de empresas que, con la crisis, no han podido devolver créditos.

Prisa es probablemente el caso más emblemático del fenómeno por su propio peso específico periodístico, por su relevancia como principal conglomerado mediático en español y por la magnitud de su deuda. Pero la financiarización de las empresas periodísticas se ha dado en el conjunto de los grandes medios: la banca ha entrado en el capital de todos o ha pasado a asumir directamente su gestión.

En el Consejo de Administración de Vocento, editor del histórico y ahogadísimo
ABC
, tienen asiento representantes del Banco Santander, BBVA y Lazard.

No hay distinción entre medios supuestamente progresistas y conservadores. El hombre fuerte del Grupo Zeta, editor de
El Periódico de Catalunya
, es Juan Llopart, financiero en la órbita de La Caixa, principal acreedor del grupo y ex consejero de Bankia, imputado en la causa que instruye la Audiencia Nacional.

La simbiosis entre el poder financiero y los medios es tan perfecta que en ocasiones se da incluso en dirección contraria: los dueños de medios ocupan puestos directivos en la banca.

El editor de
La Vanguardia
y dueño del Grupo Godó, Javier de Godó, es él mismo vicepresidente de La Caixa y consejero de CaixaBank, lo que tiene una miga especial porque esta entidad supervisa la gestión de
El Periódico
, su principal competidor. Y José Manuel Lara, el dueño de Planeta que controla Antena 3 y
La Razón
, es a su vez vicepresidente del Banco Sabadell.

Al único diario que le queda algo de aire para escrutar a la banca española —y lo explota siempre que puede, especialmente cuando afecta al Banco Santander— es
El Mundo
. Pero el diario de Pedro J. Ramírez tampoco escapa del fenómeno. Hay truco: su accionista de referencia es el grupo italiano RCS, que cuenta en su capital con los bancos Mediobanca (14 por ciento), Intesa Sanpaolo (5 por ciento), Banco Popolare (6 por ciento) y UBS (5 por ciento): es decir, la competencia de los bancos españoles.

El cuarto poder ya no debe lidiar más con la presión del sector financiero: ya es directamente el sector financiero.

 

 

Telefónica y la «omertá» mediática

 

Imagine que seis trabajadores se declaran en huelga de hambre porque uno de ellos ha sido despedido por bajas derivadas de una enfermedad, perfectamente justificadas con supervisión médica.

Y que los jueces subrayan que el despido es a todas luces improcedente. Y que la huelga de hambre genera una ola creciente de simpatía ciudadana y movilización en defensa de los huelguistas con una cascada de actos en los que participan miles de personas y decenas de intelectuales. Y que todos los partidos de izquierdas, incluido el socialista —tan poco sospechoso de radical—, se hacen eco de la lucha de los huelguistas. Y que con semejante cóctel informativo, que se prolonga durante un mes, la agencia estatal de noticias no difunde ni un solo teletipo sobre el conflicto. Y tampoco la principal agencia de noticias privada. Ni rastro en las páginas del diario de referencia de la ciudad donde transcurrió el conflicto.

Ni en las de ninguno de los grandes diarios nacionales, que como mucho relegan el conflicto al área digital, muy alejado de lo que seleccionan como
fit to print
.

Ya no hace falta imaginar nada más: todo esto sucedió en Barcelona entre el 5 y el 28 de noviembre de 2012. Y los trabajadores que estuvieron 23 días en huelga de hambre eran de Telefónica.

El conflicto en Telefónica puso de manifiesto la crisis de los medios de comunicación de referencia en España. El poder de las grandes multinacionales y su influencia en los medios receptores de los sustanciosos presupuestos en publicidad que manejan no son nuevos. Pero sí lo es su magnitud, multiplicada como consecuencia de la crisis económica.

Telefónica se ha convertido probablemente en la empresa más intocable de entre las muchas cada vez más intocables: gestiona el mayor presupuesto para inserciones publicitarias —si se incluyen también las partidas para este fin de sus accionistas de referencia—, controla —directamente o a través de sus accionistas clave— participaciones muy importantes en medios tan importantes como los del Grupo Prisa y Vocento, y tiene desde hace años conexiones muy directas con el tronco central político de este país —el PSOE y el PP— y la monarquía, lo que le asegura una gran y permanente influencia sobre el Gobierno, con independencia de quien lo dirija.

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