Read Otra aventura de los Cinco Online

Authors: Enid Blyton

Tags: #Infantil y Juvenil, Aventuras

Otra aventura de los Cinco (15 page)

—Oh, sí —dijo
Jorge
—. Claro que a lo mejor lo que yo he pensado es una tontería, pero es el caso que allá abajo en el despacho, hay ocho recuadros en el entrepaño de la pared y, además, el suelo es de piedra ¡y la habitación está orientada al Este! Una serie de coincidencias, ¿verdad? Justo lo que decían aquellas instrucciones de la tela antigua.

—¿Hay allí también un armario? —preguntó Julián.

—No, pero sí todo lo demás. Yo me pregunto si no será que la boca del camino secreto está en el despacho y no en la granja. Al fin y al cabo, las dos cosas forman una sola propiedad, como sabes.

—¡Estupendo, Jorge! ¡Tal vez tengas razón! A lo mejor la entrada al camino secreto está en esta casa. ¿No es maravilloso? —dijo Dick—. Vamos rápido al despacho a ver si encontramos algo.

—No seas tonto —dijo Julián—. ¿Es que quieres que nos metamos en el despacho, ahora que está allí tío Quintín trabajando? ¡Prefiero enfrentarme con veinte leones antes que con el tío! Sobre todo, después de lo que le ha ocurrido.

—Bueno, nosotros tenemos simplemente que averiguar si lo que dice
Jorge
es cierto. Se trata únicamente de que tenemos que averiguarlo —dijo Dick olvidándose de hablar en voz baja.

—¡Calla, idiota! —dijo Julián dándole un golpe—. ¿Es que te has propuesto que toda la casa suba y se meta aquí?

—Lo siento —dijo Dick—. Pero, caramba, todo esto es muy interesante. Es una nueva aventura.

—Tal como yo había dicho —dijo
Jorge
ávidamente—. Escuchad: podemos esperar hasta medianoche, cuando todos estén ya dormidos, para bajar y meternos en el despacho. ¿Os parece que probemos suerte? A lo mejor mi idea es equivocada, pero tenemos que comprobarlo. Creo que no podré dormir ya hasta que no comprobemos si uno de los ocho recuadros que hay encima de la chimenea se mueve.

—Yo tampoco podré pegar ojo —dijo Dick—. Oíd: ¿no sube alguien? ¡Vámonos, Julián! Volveremos aquí a medianoche y bajaremos luego al despacho para ver si
Jorge
tiene razón.

Los dos chicos fueron a su dormitorio. Ninguno de los cuatro podía dormir, sobre todo
Jorge
. Estaba boca arriba en la cama, despierta, y dándole vueltas y más vueltas a todo lo que había ocurrido desde las vacaciones.

«Es un terrible rompecabezas —pensó—. Al principio no entendía nada, pero ahora parece que las piezas van encajando entre ellas.»

CAPÍTULO XIV

El camino secreto, por fin

Los cuatro chicos empezaron a deslizarse escaleras abajo en la oscura noche. Ninguno de ellos hacía el menor ruido. Se metieron en el despacho.
Jorge
cerró tras sí la puerta con mucho cuidado y encendió la luz.

Lo primero que hicieron fue dirigir la vista a los ocho recuadros que había en el entrepaño de encima de la chimenea. Sí: eran exactamente ocho. Cuatro en una fila y cuatro en la fila de abajo. Julián sacó la vieja tela, la extendió sobre la mesa y todos se pusieron a examinarla.

—La cruz está en medio del segundo recuadro en la fila de arriba —dijo Julián en voz baja—. Voy a intentar correrlo. ¡Esperaos vosotros!

Se dirigió a la chimenea. Los otros le siguieron, con los corazones latiendo apresurados y muy excitados. Julián palpó y comprimió hacia el centro del segundo recuadro. Nada ocurrió.

—¡Aprieta más fuerte! ¡Golpéalo! —dijo Dick.

—No me atrevo a hacer mucho ruido —dijo Julián pasando los dedos sobre el entrepaño para ver si había alguna rugosidad indicadora de un resorte o palanca escondidos.

De pronto, bajo sus manos, el recuadro se deslizó suavemente, lo mismo que había ocurrido en el vestíbulo de la granja Kirrin. Los chicos se sintieron entusiasmados.

—No es lo suficientemente grande para poder meternos dentro —dijo
Jorge
—. No puede ser la entrada del camino secreto.

Julián sacó una linterna del bolsillo de su bata, iluminó la cavidad que el recuadro había dejado al descubierto y profirió una exclamación en voz baja.

—Hay una especie de palanca con un grueso alambre atado a ella. Voy a tirar a ver qué ocurre.

Tiró, pero no tenía fuerza suficiente para mover la palanca, que parecía estar clavada en la pared. Dick empezó a ayudar a su hermano.

—Se está moviendo algo —dijo Julián—. ¡Vamos, Dick, tira fuerte!

De pronto la palanca se separó de la pared, haciendo mover el alambre. Al mismo tiempo un inefable ruido se produjo debajo de la alfombra, enfrente mismo de la chimenea. Ana por poco se desmaya.

—¡Julián! ¡Hay algo debajo de la alfombra que se mueve! —dijo, aterrorizada—. ¡Lo estoy notando! ¡Debajo de la alfombra, rápido!

La palanca no se podía separar ya más de la pared. Los chicos dejaron de tirar y miraron al suelo. Enfrente de la chimenea, bajo la alfombra, algo se había movido. No había duda de ello: la alfombra, en lugar de estar estirada, se había combado.

—Una piedra del suelo se ha movido —dijo Julián con voz altamente excitada—. Debe de estar en contacto con el alambre y la palanca de aquí. ¡Rápido! ¡Levantad la alfombra y arrolladla!

Con manos temblorosas los chicos empezaron a enrollar la alfombra. Al fin vieron lo que había pasado. Una gran piedra lisa de las que formaban el suelo había salido de su sitio, empujada de algún modo por el alambre que estaba atado a la palanca de detrás del recuadro de la pared. En el lugar donde la piedra estaba antes se veía ahora un espacio oscuro.

—¡Mirad esto! —exclamó
Jorge
en un excitado susurro—. ¡Es la boca del camino secreto!

—¡Estaba aquí, al fin! —exclamó Julián.

—¡Vamos adentro! —dijo Dick.

—¡No! —dijo Ana, temblando ante la idea de tener que meterse por aquel negro agujero.

Julián encendió la linterna y enfocó el oscuro espacio. La piedra, al deslizarse, había dejado espacio suficiente para que por él pudiera pasar una persona.

—Supongo que esto será una vía subterránea que termina fuera de la casa —dijo Julián—. ¡Caramba, qué ganas tengo de averiguarlo!

—Pues es muy sencillo —dijo
Jorge
—. Averigüémoslo.

—No ahora —dijo Dick—. Está muy oscuro y debe de hacer mucho frío ahí dentro. No tengo ganas de meterme por el camino secreto a medianoche. No es que no esté deseando explorarlo, pero vale más que lo dejemos para mañana.

—Tío Quintín se pondrá a trabajar aquí mañana —dijo Julián.

—Él dijo que la mañana la iba a dedicar a despejar de nieve la puerta principal —dijo
Jorge
—. Podemos aprovechar la oportunidad para meternos en el despacho. Es sábado. No tendremos que dar clases.

—Está bien —asintió Julián, resignado. Tenía unas ganas enormes de explorar el camino en aquel mismo instante—. Pero, ¡por Dios bendito! ¡Dejadme al menos que eche una ojeada a ver si se trata, en realidad, de un camino secreto! ¡Hasta ahora lo único que sabemos es que detrás de la piedra hay una cavidad!

—Yo te ayudaré a entrar —dijo Dick.

Le dio a su hermano la mano para que se apoyara y Julián se introdujo ágilmente dentro de la cavidad, con la linterna encendida. A poco, profirió una fuerte exclamación.

—¡Esto es, desde luego, la boca del camino secreto! De aquí sale un pasadizo que va por debajo de la casa. Es muy estrecho y está muy abajo. Pero puedo ver que se trata de un pasadizo. ¡Cómo me gustaría saber a dónde lleva!

Se estremeció. Hacía allí dentro mucho frío y humedad.

—Acerca la mano, que voy a subir —le dijo a Dick. Pronto estuvo de nuevo en el caldeado despacho.

Los chicos se miraron unos a otros llenos de contento y excitación. Tenían ante ellos una aventura. ¡Una verdadera aventura! Era una lástima que no pudieran meterse de lleno en ella a aquellas horas.

—Procuraré traer mañana con nosotros a
Timoteo
—dijo
Jorge
—. ¡Oh!, por cierto, ¿cómo vamos a cerrar la boca del túnel cuando estemos todos dentro?

—No podemos dejar la alfombra arrollada junto a la boca —dijo Dick—. Ni tampoco podemos dejar abierto el recuadro de la pared.

—Veré si hay alguna manera de volver la piedra a su sitio —dijo Julián.

Se dirigió a la cavidad de la pared y palpó por todos sitios con los dedos. Al final encontró una gran prominencia, la que comprimió fuertemente. Entonces la palanca que primero había manipulado volvió al sitio de antes, impulsada por el alambre. Mientras tanto, la piedra se había deslizado otra vez por el suelo, produciendo un ruido extraño.

—¡Caramba, parece cosa de magia! —dijo Dick—. ¡Realmente lo es! Es fantástico que todo este mecanismo funcione a las mil maravillas después de los años que hace que nadie lo maneja. ¡Es la cosa más maravillosa que he visto en mi vida!

Se oyó un ruido procedente de la habitación de encima. Los chicos quedaron en silencio y aguzaron el oído.

—¡Es el señor Roland! —dijo Dick—. Nos ha oído. ¡Rápido! ¡Hay que meterse en la cama antes de que pueda vernos!

Apagaron la linterna y cerraron cuidadosamente la puerta del despacho. Se deslizaron luego escalera arriba con un asombroso silencio y latiéndoles tan fuerte y rápidamente el corazón, que parecía que sus latidos tendrían que oírse por toda la casa. Las chicas pronto estuvieron seguras en su dormitorio, lo mismo que Dick en el suyo. Pero no tuvo la misma suerte Julián, el cual fue visto por el señor Roland cuando, con la linterna en la mano, iba a entrar en el dormitorio.

—¿Qué haces por aquí, Julián? —preguntó el preceptor con aire sorprendido—. ¿Es que has oído algún ruido extraño? Por supuesto, yo sí que lo he oído.

—Sí, he oído varios ruidos raros por allí abajo —dijo Julián sin mentir—. Pero quizá la causa del ruido sea la nieve que empieza a caer del tejado al suelo, ¿no le parece?

—No lo creo —dijo el preceptor, dubitativo—. Iremos abajo a mirar.

Fueron abajo, pero, desde luego, no había nada que ver. Julián se alegró una enormidad de haber descubierto la manera de volver la piedra a su sitio. El señor Roland era la última persona a que hubiera querido ver descubriendo el secreto.

Volvieron arriba y Julián pudo meterse en la cama.

—¿Ha ido bien todo? —preguntó Dick.

—Sí —dijo Julián—. Pero no hablemos ahora. El señor Roland anda por ahí despierto y no quiero que sospeche nada.

Acabaron durmiéndose. Cuando despertaron por la mañana pudieron ver que todo alrededor de la casa estaba blanco. Había nevado abundantemente y la nieve lo cubría todo bajo una espesa capa. ¡No podía verse la perrera de
Timoteo
! Sin embargo, había huellas de zarpas a su alrededor.

Jorge
profirió un grito cuando vio cuánto había nevado.

—¡Pobre
Timoteo
! Voy a ir ahora mismo a recogerlo y meterlo en la casa. ¡Me importa un comino lo que vayan a decirme! ¡No quiero que acabe enterrado bajo la nieve!

Se vistió y salió corriendo escalera abajo. Se dirigió a la perrera. La nieve le llegaba a las rodillas. Pero ¡
Timoteo
no estaba allí!

Un fuerte ladrido procedente de la cocina la hizo dar un salto. Juana, la cocinera, estaba dando golpes en la ventana, llamándole la atención.

—¡Está muy bien! ¡No podía soportar verlo entre la nieve y me lo he traído a la cocina, pobrecito! Tu madre me dijo que podía meterlo en la cocina, con la condición de que no vinieses a verlo.

—¡Oh, qué bien! ¡
Timoteo
ya no pasa frío! —dijo
Jorge
muy contenta.

Le gritó a Juana:

—¡Muchísimas gracias! ¡Es usted muy buena!

Volvió a la casa y les contó a los demás lo que había ocurrido. Todos se sintieron enormemente satisfechos.

—Y nosotros tenemos también una porción de noticias que darte —dijo Dick—. El señor Roland está en cama con un fuerte resfriado. Hoy no nos podrá dar clases. ¡Hurra!

—Caramba, eso sí que es una buena noticia —dijo
Jorge
sintiéndose tremendamente animada—.
Timoteo
en la cocina, calentándose, y el señor Roland, en la cama. ¡La cosa no puede ir mejor!

—Ahora podremos explorar el camino secreto sin ningún peligro —dijo Julián—. Tía Fanny tiene que pasarse la mañana en la cocina ayudando a Juana, y tío Quintín piensa dedicarse a despejar de nieve la puerta principal. Creo que lo mejor que podemos hacer es decirles a los mayores que vamos a darnos clases nosotros mismos, y entonces, cuando veamos que cada uno de ellos está en su tarea, iremos tranquilamente a explorar el camino secreto.

—Pero ¿por qué tenemos que estudiar y dar clase? —dijo
Jorge
, desalentada.

—Tonta, porque si no lo hacemos, nos harán ir a ayudar a tu padre a despejar la nieve —dijo Julián.

O sea que, ante la sorpresa de su tío, Julián le propuso pasarse la mañana con los demás en el cuarto de estar dándose clases mutuamente.

—Bueno, yo había pensado que quizás os gustase más ayudarme a quitar la nieve, pero tal vez sea mejor que os pongáis a estudiar.

Los chicos se sentaron todos con sus libros de estudio alrededor de la mesa en el cuarto de estar, con aire muy aplicado. Oyeron al señor Roland tosiendo en su cuarto. Oyeron también a su tía dirigirse a la cocina y empezar a hablar con Juana. Oyeron también a
Timoteo
dando zarpazos en la puerta de la cocina. Luego, inesperadamente, pudieron oír sus pasos a través del pasillo. Después, un enorme e imperativo ruido en la puerta y, por fin, ¡allí apareció triunfante el viejo amigo
Timoteo
, con su ansiosa mirada clavada en su querida amita!

—¡
Timoteíto!
—gritó
Jorge
corriendo junto a él.

Extendió los brazos alrededor del cuello del can y lo abrazó fuertemente.

—Parece como si hiciera un año que no lo ves —dijo Julián.

—A mí me ha parecido un año todo este tiempo —dijo
Jorge
—. Por cierto: mi padre está inmerso en la tarea de quitar nieve. ¿No podríamos ir ya al despacho? Estoy segura de que nadie nos descubrirá. Tenemos mucho tiempo por delante.

Dejaron el cuarto de estar y se dirigieron al despacho. Poco después estaba Julián tirando de la palanca del recuadro secreto.
Jorge
ya había arrollado la alfombra. La piedra volvió a apartarse. ¡El Camino Secreto estaba otra vez abierto!

—Metámonos —dijo Julián—. ¡Rápido!

Se metió en el agujero. Dick le siguió. Detrás iba Ana y, por último,
Jorge
. Julián los condujo en seguida al estrecho y profundo pasadizo que había descubierto la noche antes. Luego se detuvo y miró hacia arriba. Quizás hubiera sido mejor haber dejado extendida la alfombra sobre el suelo, por si a alguien se le ocurría ir al despacho. Tardó pocos segundos en cumplir el cometido. Luego regresó y se reunió con los demás dentro del pasadizo. ¡Por fin iban a explorar el Camino Secreto!

Other books

Death of a Bovver Boy by Bruce, Leo
Son of Avonar by Carol Berg
Death Al Dente by Leslie Budewitz
PsyCop 5: Camp Hell by Jordan Castillo Price
The Crystal Mirror by Paula Harrison


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024