Su padre entró poco después en la habitación, con el ceño fruncido y la cara agria. Miró severamente a
Jorge
.
—¿Has entrado en el despacho esta noche? —preguntó.
—Sí, he entrado —contestó
Jorge
rápidamente.
—¿Qué es lo que has hecho aquí? —preguntó su padre—. Sabes muy bien que tengo prohibido que ningún niño entre en mi despacho.
—Sí, lo sé —dijo
Jorge
—. Pero es que estaba toda la noche oyendo cómo tosía
Timoteo
y llegué a no poder soportarlo. Por eso, alrededor de la una, salí al jardín y lo traje aquí. Ésta era la única habitación que tenía fuego en la chimenea. Acomodé al perro en el suelo y le di unas friegas en la garganta con el aceite que tiene mamá para los resfriados.
—¡Le has dado friegas al perro con aceite alcanforado! —exclamó su padre, sorprendido—. ¡Qué locura! ¡Como si eso pudiera hacerle algún bien!
—Yo no estoy loca —dijo
Jorge
—. Al contrario, me he portado con mucho juicio.
Timoteo
está hoy mucho mejor de la tos. Siento haberme metido en el despacho. Y, por supuesto, no he tocado nada de lo que hay aquí.
—
Jorge
, ha ocurrido algo muy serio —dijo su padre mirándola gravemente—. Han roto unos cuantos tubos de ensayo que yo estaba utilizando para hacer unos importantes experimentos. Y, lo que es peor, han desaparecido las hojas más importantes del libro que estoy escribiendo. Prométeme por tu honor que no sabes nada de todo eso.
—No sé nada de todo eso —dijo
Jorge
mirando a su padre directa y serenamente, con ojos más brillantes y azules que nunca.
Él se convenció en seguida de que
Jorge
decía la verdad. Ella no tenía la menor idea de nada que se relacionase con el percance ocurrido aquella noche. Entonces, ¿dónde estaban las hojas desaparecidas?
—
Jorge
: esta noche, a las once, antes de irme a la cama, todo estaba en orden —dijo el padre—. Repasé mi trabajo y lo leí, sobre todo, las hojas esas que son tan importantes para mí. Pero esta mañana habían desaparecido.
—Entonces seguro que las han robado entre las once y la una —dijo
Jorge
—. Yo estuve aquí desde la una hasta las seis.
—Pero ¿quién puede haberlas robado? —dijo su padre—. La ventana está bien cerrada y segura. Y nadie, salvo yo, podía saber que esas hojas contenían un trabajo de lo más importante para mí. Es algo muy extraordinario.
—El señor Roland sí lo sabía, seguramente —dijo
Jorge
despacio.
—No pienses cosas raras —dijo su padre—. Aunque hubiera sabido que se trataba de algo muy importante, él nunca hubiera robado nada. Es muy buen amigo mío. Por cierto, esto me recuerda algo que te concierne a ti: ¿por qué no has ido a clase hoy,
Jorge
?
—Porque no quiero volver a dar clases nunca más con el señor Roland —dijo
Jorge
—. Se trata, simplemente, de que le odio.
—¡
Jorge
, no quiero que hables así! —dijo su padre—. ¿Es que quieres que te obligue para siempre a separarte de
Timoteo
?
—No —dijo
Jorge
sintiendo cómo le temblaban las piernas—. Y yo pienso que no es nada noble obligarme a hacer cosas con la amenaza de separarme de
Timoteo
. Si... si lo haces así, creo que me escaparé de casa con él.
No había lágrimas en los ojos de
Jorge
. Estaba quieta y serena en la silla mirando a su padre con ojos desafiantes. ¡Era, en verdad, una chica muy difícil y complicada! Su padre suspiró, recordando que él, en su niñez, también había sido calificado de «difícil y complicado». Seguramente
Jorge
había heredado su carácter. ¡Ella, que, si quisiera, podría ser una chica agradable y simpática, se estaba volviendo de lo más imposible!
El padre no sabía qué resolución tomar con ella. Decidió llamar a su mujer. Se dirigió a la puerta del despacho.
—Quédate ahí. Volveré en seguida. Quiero hablarle de ti a tu madre.
—Por favor, no le cuentes todo esto al señor Roland —dijo
Jorge
, que tenía la convicción de que el preceptor estaba dispuesto a urdir los más terribles castigos para ella y para
Timoteo
—. Oh, papá, ten en cuenta que si
Timoteo
hubiese podido estar en casa toda la noche, durmiendo en mi cuarto como siempre lo hacía, hubiera oído en seguida que alguien había entrado en tu despacho para descubrir tu secreto y habría ladrado fuerte hasta despertar a toda la casa.
Su padre no respondió. Pero sabía perfectamente que lo que decía
Jorge
era verdad.
Timoteo
no hubiera permitido que nadie entrase en el despacho. Hubiera sido muy raro que no ladrara si alguien intentase entrar en la casa por la ventana. Pero su perrera la tenía al otro lado de la casa. Era muy posible que no hubiera oído nada.
La puerta se cerró.
Jorge
quedó tranquilamente sentada en la silla contemplando la repisa de la chimenea donde había un reloj emitiendo su tictac. Se sentía muy desgraciada. ¡Hacía mucho tiempo que todas las cosas le salían mal!
Miró un poco más arriba y pudo ver el entrepaño de madera que había en la pared. Contó los recuadros. Eran ocho. ¿Cuándo había oído ella hablar de ocho recuadros? Ah, claro, cuando intentaban encontrar el camino secreto. Había ocho recuadros dibujados en la vieja tela. ¡Qué lástima que no hubiera en la granja Kirrin ocho recuadros de madera agrupados en cualquier sitio!
Jorge
echó una ojeada a la ventana y empezó a considerar la posibilidad de que estuviera orientada al Este. Se acercó para mirar dónde estaba el sol, que ya no entraba en la habitación, aunque sí por la mañana temprano. Seguramente la habitación estaba orientada al Este. Caramba, caramba, era aquélla una habitación que daba al Este y que tenía ocho recuadros en la pared. ¿Y el suelo? ¿Era de piedra?
El suelo estaba cubierto por una espesa alfombra.
Jorge
fue a un rincón del despacho. Allí levantó la alfombra por el pico. Pudo ver que el suelo estaba construido con grandes piedras lisas. ¡El suelo del despacho era también de piedra!
Volvió a sentarse en la silla y a contemplar los recuadros de madera, haciendo esfuerzos por recordar cuál de ellos era el que estaba señalado con una cruz en la tela. Pero era tarea inútil. La entrada del camino secreto tenía a la fuerza que estar en la granja Kirrin.
Pero ¿no podía estar, a lo mejor, en «Villa Kirrin»? Cierto que el lienzo que contenía la clave se había encontrado en la granja, pero eso no quería decir que precisamente allí tenía que estar la boca del camino secreto, aun cuando la señora Sanders así lo creía.
Jorge
empezó a sentirse excitada.
«Puedo palpar los ocho recuadros hasta topar con el que está señalado en el lienzo con una cruz —pensó—. Seguramente uno de ellos es deslizable.»
Cuando empezaba a probar suerte se volvió a abrir la puerta y su padre entró en el despacho. Estaba muy serio.
—He estado hablando con tu madre —dijo—. Está conforme conmigo en que te has comportado muy mal, muy arisca y rebelde. No podemos tolerar que seas así. Debes ser castigada,
Jorge
.
Jorge
miró ansiosamente a su padre. ¡Con tal que no castigasen también a
Timoteo
...! Pero, por supuesto, no fue así.
—Te irás a la cama ahora mismo para pasarte allí el resto del día, y al perro no lo verás durante tres días —dijo su padre—. Encargaré a Julián que le lleve la comida y que le dé los paseos durante este tiempo. Y si persistes en ser tan rebelde,
Timoteo
se irá de casa para siempre. En realidad, tengo el temor de que ese perro ejerza sobre ti una mala influencia.
—¡Eso no es verdad, no lo es! —gritó
Jorge
—. ¡Oh, qué desgraciado va a sentirse sí no me ve durante tres días enteros!
—No tengo nada más que decir —dijo su padre—. Vete en seguida a la cama y reflexiona sobre lo que te he dicho,
Jorge
. Estoy muy disgustado por tu comportamiento durante estas vacaciones. Realmente, había creído que el trato con tus primos te había hecho cambiar, pero, por lo que veo, sigues siendo la chica extraña de siempre.
El padre abrió la puerta y
Jorge
la atravesó muy erguida, con la cabeza enhiesta. Oyó los murmullos de los demás que estaban comiendo. Subió la escalera y se desnudó, metiéndose en seguida en la cama. ¡Qué desgracia más terrible no poder ver a
Timoteo
durante tres días! ¡Era algo que no podía soportar! Nadie tenía la menor idea de lo que ella quería a
Timoteo
.
Juana subió al dormitorio con una bandeja y un plato.
—Vaya, señorita, ¡qué pena que tenga que quedarse en la cama! —dijo cariñosamente—. Pero si se porta bien, muy pronto la veremos andar por casa.
Jorge
empezó a probar la comida. No tenía nada de apetito. Se echó en la cama y empezó a pensar intensamente en
Timoteo
y en los ocho recuadros del despacho. ¿Sería posible que los signos del lienzo se refirieran a ellos? Se puso a contemplar la ventana, llena de profundas ideas.
—¡Vaya! ¡Está nevando! —dijo de pronto, incorporándose—. Lo supuse cuando vi esta mañana el cielo tan plomizo. ¡Y nieva fuerte! ¡Seguramente por la noche nevará mucho más todavía! ¡Oh, pobre
Timoteo
! Espero que Julián se dé cuenta de que la perrera está totalmente desguarnecida contra la nieve y haga algo.
Jorge
, en la cama, no hacía más que pensar. Juana volvió y se llevó la bandeja. Nadie más fue a verla.
Jorge
estaba segura de que a sus primos les habían prohibido subir a verla y hablar con ella. Se sentía sola y desamparada.
Empezó a pensar en las hojas de manuscrito que había perdido su padre. ¿Las habría robado el señor Roland? Al fin y al cabo, él estaba muy interesado con el trabajo de su padre y parecía entender de ello. El ladrón tenía que haber sido alguien que conociera perfectamente dónde estaban aquellas importantes hojas del manuscrito. Era casi seguro que
Timoteo
habría ladrado si alguien hubiese entrado en el despacho por la ventana, aunque, también era verdad, el can estaba en el extremo opuesto de la casa.
Timoteo
tenía un oído muy fino.
—Estoy segura de que ha sido alguien que vive en esta casa —dijo
Jorge
—. De los chicos nadie ha sido, eso es seguro. Y tampoco mamá ni Juana. Sólo puede haber sido el señor Roland. Y, además, yo lo descubrí la otra noche en el despacho cuando
Timoteo
me despertó con sus gruñidos.
Se sentó de pronto en la cama.
«¡Claro! El señor Roland se empeña en que el perro no viva en la casa porque piensa volver a hacer una incursión por el despacho y tiene miedo de que despierte a todo el mundo con sus ladridos —pensó—. No quiso de ninguna manera que volviera a entrar, aun cuando mi padre y todos compartían mi deseo. Estoy segura de que el señor Roland es el ladrón! ¡Ya lo creo que estoy segura!»
La muchachita se sentía muy excitada. ¿Era posible que el señor Roland hubiera robado las hojas del manuscrito y roto los tubos de ensayo? ¡Cómo echaba de menos a sus primos! ¡Cuántas ganas tenía de hablar con ellos un rato sobre todas estas cosas!
Julián se lleva una sorpresa
Los chicos estaban echando mucho de menos a
Jorge
. Tío Quintín les había prohibido subir a su cuarto para verla.
—Unas cuantas horas de meditación tal vez mejoren su carácter —dijo.
—¡Pobre
Jorge
! —dijo Julián—. ¡Qué desgraciada es! ¡Anda, fijaos cómo nieva!
La nieve caía abundantemente. Julián se acercó a la ventana y contempló el paisaje.
—Tengo que salir al jardín y ver cómo lo pasa
Timoteo
—dijo—. No quisiera que el pobre se helara. Supongo que estará perplejo, preguntándose qué es la nieve.
Timoteo
estaba, en verdad, perplejo, contemplando cómo iba cubriéndose todo de una capa blanca. Se sentó en la perrera sin dejar de observar la caída de los copos. Se sentía muy desgraciado. ¿Por qué tenía él que estar en esa perrera, muerto de frío? ¿Por qué no venía
Jorge
a recogerlo? ¿Es que su amita ya no le quería? El perrazo estaba abatido: tan abatido como
Jorge
.
Se alegró mucho de ver a Julián. Dio un salto y se abalanzó sobre él, lamiéndole la cara.
—¡Buen perro! —dijo Julián—. ¿Te encuentras bien? Ahora voy a limpiarte esto de nieve y ponerte la perrera en otra dirección para que no se metan dentro los copos. Así, ¿ves?, está mejor. No, muchacho, no nos vamos de paseo. Al menos, por ahora.
El chico le dio unas palmaditas cariñosas y le prodigó otras carantoñas, pero en seguida volvió a meterse en la casa.
—¡Julián! El señor Roland va a salir él solo a dar un paseo. Tía Fanny está dedicada a sus ocupaciones y tío Quintín trabajando en el despacho. ¿No podemos aprovechar la ocasión para subir y hacerle a
Jorge
una visita?
—Nos lo han prohibido —dijo Julián, dubitativo.
—Ya lo sé —dijo Dick—. Pero valdría la pena de arriesgarnos con tal de darle una alegría a
Jorge
. Debe de ser terrible para ella tener que estar metida en la cama sabiendo, además, que no podrá ver a
Timoteo
durante varios días.
—Será mejor que vaya yo solo, que soy el mayor —dijo Julián—. Vosotros dos quedaos en el cuarto de estar y charlad. Así tío Quintín creerá que estamos todos reunidos abajo. Voy arriba un momento a ver a
Jorge
.
—Muy bien —dijo Dick—. Dile que no la olvidamos, ni a ella ni a
Timoteo
.
Julián subió silenciosamente la pequeña escalera. Abrió la puerta del cuarto de
Jorge
y se introdujo en él, cerrándola luego tras sí. Pudo ver a
Jorge
sentada en la cama y mirándolo agradablemente sorprendida.
—¡Sssssss! —dijo Julián—. Nadie sabe que he venido aquí.
—¡Oh, Julián! —dijo
Jorge
alegremente—. ¡Cómo me alegra que hayas venido! Me encontraba muy sola. Siéntate aquí, en la cama. Así, si oímos que alguien de pronto se acerca te podrás esconder debajo.
Julián se sentó en la cama.
Jorge
empezó en seguida a ponerlo al corriente de todo lo que había estado pensando.
—¡Estoy segura de que el señor Roland es el ladrón! ¡Ya lo creo que estoy segura! Por favor, Julián, no te creas que te digo eso porque le odio. No es por eso. Al fin y al cabo, yo lo vi una tarde registrando el despacho y luego otra vez, a medianoche. Seguramente se enteró de que mi padre estaba haciendo un trabajo importante y decidió robar las hojas manuscritas. Le ha venido como anillo al dedo que necesitásemos un preceptor. Estoy segura de que él es quien ha robado las hojas y de que se opone a que
Timoteo
viva en la casa para poder seguir haciendo sus fechorías sin que el perro pueda oírle y despertar a los demás.