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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (39 page)

BOOK: Mundo Anillo
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No le extrañaba que un hombre atrapado en un propulsor portátil destrozado hubiera tenido miedo de dejarse caer. Pero otros, al verse allí encerrados en sus coches y remolques, habían preferido la larga caída a la muerte por deshidratación.

—No sé sobre qué podrá usar Interlocutor su desintegrador —comentó Luis.

—Lo he estado pensando muy seriamente.

—De nada nos servirá que haga un agujero en la pared. Ni en el techo, aparte de que está fuera de su alcance. Si consigue darle al generador del campo magnético que nos tiene aquí suspendidos, caeremos treinta metros hasta el suelo. Y si no lo hace, permaneceremos aquí hasta morir de hambre, o hasta que decidamos soltarnos, ya desesperados.

—Así es.

—¿No sabes decir más que eso? ¿Así es?

—Necesito más información. ¿Podríais describirme lo que veis a vuestro alrededor? Yo sólo logro divisar un trozo de pared curva.

Se fueron turnando para describir el bloque de celdas cónico, al menos lo que conseguían distinguir bajo el foco de luz. Interlocutor también encendió sus faros, y consiguieron ver algo más.

Pero cuando acabó de enumerar todo lo que veía, Luis seguía ahí atrapado, colgando cabeza abajo, sin agua ni comida, y suspendido a una altura suficiente para hacer mortal la caída.

Luis sintió que en el fondo de su estómago comenzaba a formarse un chillido, como una burbuja, bien escondida y controlada, pero siempre amenazando con salir a flote. Pronto llegaría a la superficie...

Y se preguntó si Nessus les abandonaría.

Las cosas se presentaban mal. El interrogante tenía una clara respuesta. El titerote tenía todos los motivos para largarse y ninguno para permanecer a su lado.

A menos que aún confiara hallar nativos civilizados en el lugar.

—Tanto los vehículos flotantes como la antigüedad de los esqueletos indican que nadie se ocupa del mantenimiento de la maquinaria del bloque de celdas —aventuró Interlocutor— Los campos magnéticos que nos han atrapado debieron de recoger algunos vehículos cuando la ciudad ya había sido abandonada; pero en el Mundo Anillo ya no quedan vehículos. Ello explica que continúen funcionando las máquinas; nada les ha hecho consumir energía en mucho tiempo.

—Es posible —dijo Nessus—. Pero algo está interceptando nuestra conversación.

Luis sintió que se le aguzaban los oídos. Vio abrirse las orejas de Interlocutor como abanicos.

—Deben de contar con una técnica excelente para captar un circuito cerrado. Me pregunto si el curioso tendrá un traductor.

—¿Puedes averiguar algo sobre él?

—Sólo la dirección en que se halla situado. La fuente de la interferencia radica más o menos en el lugar donde ahora os encontráis. Es posible que el curioso esté exactamente encima vuestro.

En un gesto reflejo, Luis intentó mirar hacia arriba. Imposible. Estaba cabeza abajo y dos globos antichoque, así como la aerocicleta, se interponían entre él y el techo.

—Hemos encontrado la civilización del Mundo Anillo —dijo en voz alta.

—Es posible; creo que un ser civilizado podría haber reparado el fusil de precisión, como le llamabas. Pero lo principal... aguarda un momento.

Y el titerote comenzó a canturrear Beethoven, o los Beatles, o algo que sonaba a clásico. A Luis incluso le pareció que iba improvisando sobre la marcha.

El canturreo continuó y continuó. Luis empezaba a sentir sed. Y hambre. Y le palpitaban las sienes.

Ya había abandonado toda esperanza más de una vez, cuando el titerote volvió a hablar.

—Hubiera preferido usar el desintegrador, pero no puede ser. Luis, tú tendrás que encargarte de esto; eres descendiente de primates y por tanto puedes trepar mejor que Interlocutor. Coge la...

—¿Trepar?

—Cuando termine de explicártelo podrás hacer todas las preguntas que quieras, Luis. Coge la linterna de rayos láser, dondequiera que la hayas puesto. Usa el rayo para reventar el globo que tienes delante. Tendrás que agarrarte al material del globo antes de caer. Luego puedes trepar por él hasta situarte encima de la aerocicleta. Entonces...

—Has perdido el juicio.

—Déjame acabar, Luis. Toda esta actividad tiene como finalidad destruir el fusil de precisión, como lo llamabas. Lo más probable es que haya dos, uno debe estar situado encima, o debajo, de la puerta de entrada. El otro puede estar en cualquier parte. El único indicio que puede servirte de guía es que debe ser parecido al primero.

—Claro, y también puede ser distinto. En fin, no tiene importancia. ¿Crees que puedo agarrarme al material de un globo que acaba de reventar con la rapidez suficiente para...? No, no puedo.

—Luis. ¿Cómo puedo acudir en vuestra ayuda con un arma apostada a punto de destrozar mi maquinaria?

—No lo sé.

—¿Esperas que trepe Interlocutor en lugar tuyo?

—¿Saben trepar los gatos?

—Mis antepasados eran gatos de pura raza, Luis —dijo Interlocutor—. Aún no tengo curada la mano quemada. Y no sé trepar. De todos modos, lo que sugiere el herbívoro es una locura. En el fondo, todo ello no es más que una excusa para abandonarnos.

Luis lo comprendía. Tal vez dejó traslucir el miedo.

—Aún no tengo intención de abandonaros —dijo Nessus—. Esperaré. Tal vez se os ocurra un plan mejor. Tal vez el curioso se presente. De un modo u otro, esperaré.

Ahí colgado cabeza abajo e inmovilizado entre dos globos rígidos, no era raro que a Luis Wu le costara calcular el tiempo. Nada cambiaba. Nada se movía. Podía oír silbar a Nessus a lo lejos; pero, excepto eso, nada parecía ocurrir.

Por fin, Luis comenzó a contar los latidos de su propio corazón. Setenta y dos por minuto, calculó.

Exactamente diez minutos más tarde se le oyó decir:

—Setenta y dos. Uno. Pero, ¿qué estoy haciendo?

—¿Hablabas conmigo, Luis?

—¡Nej! Interlocutor, no lo soporto más. Prefiero morir ahora mismo antes que enloquecer.

—Yo mando aquí, Luis, estamos en situación de combate. Y te ordeno que te serenes y esperes.

—Lo siento. —Luis intentó bajar los brazos, hizo una pausa, luego otro esfuerzo para bajar los brazos, otra pausa. Ya lo tenía: el cinturón. La mano había quedado demasiado adelante. Intentó mover el codo hacia atrás, descansó, otro empujón hacia atrás...

—Lo que sugiere el titerote es un suicidio, Luis.

—Es posible. —Ya la tenía: la linterna de rayos láser. Con dos sacudidas más logró zafarla del cinturón y apuntarla hacia delante; quemaría el panel de mandos, pero al menos no se quemaría él.

Disparó.

El globo comenzó a desinflarse lentamente. Al mismo tiempo, el globo que tenía detrás le aplastó contra los mandos. Al disminuir la presión, le resultó más fácil introducirse otra vez la linterna de rayos láser en el cinturón y agarrar dos puñados del arrugado material colgante.

También había empezado a deslizarse de su asiento. Más y más rápido... se agarró con fuerza obsesiva, y cuando por fin su cuerpo giró y comenzó a caer, sus manos no resbalaron sobre la tela. Se quedó ahí suspendido bajo la aerocicleta, con un foso de treinta metros bajo los pies y...

—¡Interlocutor!

—Estoy aquí, Luis. He conseguido sacar mi propia arma. ¿Quieres que te reviente el otro globo?

—¡Sí! —Se interponía justo en su camino, impidiéndole cualquier movimiento.

El globo no se desinfló. De un costado salió un chorro de polvo que duró unos dos segundos, luego todo el globo desapareció en un gran remolino de aire. Interlocutor lo había destrozado con un rayo del desintegrador.

—Sólo Finagle sabe cómo consigues hacer puntería con ese artefacto —exclamó Luis. Luego comenzó a trepar.

No le resultó difícil mientras pudo sostenerse de los jirones del globo. En otras palabras: pese a las horas que había pasado cabeza abajo con la sangre afluyéndole al cerebro, Luis logró no resbalar. Pero la tela acababa cerca de los soportes para los pies; y la aerocicleta casi había dado la vuelta por efecto de su peso, conque seguía colgado debajo.

Se izó hasta el vehículo, se aferró con las rodillas. Comenzó a balancearse.

Interlocutor-de-Animales estaba emitiendo unos curiosos ruidos.

Cada nueva oscilación hacía balancearse más la aerocicleta. Luis pensó, porque no le quedaba más remedio, que la mayor parte del metal debía de estar en el vientre del vehículo. De lo contrario, éste siempre giraría y Luis acabaría colgado debajo, dondequiera que se colocase, en cuyo caso Nessus no hubiera hecho esa sugerencia.

La aerocicleta casi dio toda la vuelta. Luis sintió náuseas y tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Si ahora se le obstruían las vías respiratorias, todo habría terminado.

La aerocicleta giró en sentido contrario, dio media vuelta, y quedó exactamente boca arriba. Luis se tendió sobre el vientre del vehículo y agarró el otro extremo del globo desinflado. Por fin lo tenía.

La aerocicleta continuó girando. Luis estaba a horcajadas con el torso apoyado sobre el vientre de la máquina. Esperó, agarrándose con todas sus fuerzas.

El armazón inerte se detuvo un momento, pareció titubear, volvió a girar en sentido contrario. Los canales semicirculares le zumbaban y Luis devolvió —qué— ¿el almuerzo del día anterior? Lo devolvió de un modo explosivo, en grandes suspiros agonizantes, sobre el metal y sobré su manga; pero no se desvió más de unos centímetros de la posición inicial.

El vehículo continuaba balanceándose como si estuviera en alta mar. Pero Luis estaba bien anclado. Por fin levantó la vista.

Una mujer le estaba observando.

Parecía completamente calva. Su rostro le recordó a Luis la escultura de alambre del salón de banquetes de la torre del Cielo. Las facciones, y también la expresión. Se la veía serena como una diosa o una muerta. Y Luis sintió ganas de ruborizarse, o esconderse, o desaparecer.

Sin embargo, lo que hizo fue decir:

—Interlocutor, nos están observando. Pásale el mensaje a Nessus.

—Un momento, Luis. Estoy mareado. Cometí el error de mirar cómo trepabas.

—De acuerdo. Es..., me pareció que era calva, pero no lo es. Tiene una estrecha franja de cuero cabelludo que le va de oreja a oreja y confluye en la base del cráneo. Lleva el cabello largo, por debajo del hombro. —No añadió que tenía el cabello espeso y oscuro, ni que le caía por encima de un hombro cuando se inclinó ligeramente hacia delante para observar a Luis Wu; ni que tenía un cráneo fino y delicado, ni que sus ojos parecían atravesarlo—. Parece ser un Ingeniero; o bien pertenece a la misma raza o bien sigue las mismas costumbres. ¿Has tomado nota de todo?

—Sí. ¿Cómo te las arreglas para trepar así? Parecías desafiar la gravedad. ¿Qué eres tú, Luis?

Sin dejar de aferrarse a su aerocicleta inutilizada, Luis rió.

El esfuerzo le dejó agotado.

—Eres un kdaptista —dijo—. No lo niegues.

—Me educaron en esas creencias, pero no llegaron a arraigar en mí. ¿Has conseguido comunicarte con Nessus?

—Sí. He tocado la sirena.

—Transmítele lo siguiente. Está a unos seis metros de mí. Me está mirando como una serpiente. No quiero decir que sienta un gran interés por mí, pero es lo único que parece interesarle. Parpadea, pero no aparta los ojos ni un momento. Está sentada en una especie de casilla. Tres de las paredes debían ser de vidrio o algo parecido, pero se han esfumado, y sólo quedan un par de escalones y una plataforma. Está sentada con las piernas colgando sobre el borde. Debió de ser un sistema para observar a los prisioneros. Va vestida con un mono abombado que le cubre hasta las rodillas, y con mangas hasta los codos... En fin, no tiene interés para un extraterrestre. El tejido es sintético, sin duda alguna, y o bien es nuevo o se limpia solo y es muy duradero. Está... —Luis interrumpió su descripción porque la chica había dicho algo.

Esperó. Ella repitió sus palabras; una frase corta.

Luego se levantó con gran donaire y subió las escaleras.

—Se ha ido —dijo Luis—. Seguramente he dejado de interesarle.

—Tal vez haya vuelto junto a sus aparatos de escucha.

—Es muy posible que tengas razón.

Si alguien estaba fisgando en sus conversaciones en ese edificio, no costaba adivinar que debía de ser ella.

—Nessus ha dicho que debes enfocar tu linterna de rayos láser con un rayo ancho y de baja intensidad, y dejar que ella te vea usándolo como foco la próxima vez que se presente. Tampoco debo dejarle ver mi desintegrador. Esa mujer podría matarnos con sólo desconectar un interruptor. No debe saber que tenemos armas.

—Entonces, ¿cómo nos desharemos de los fusiles de precisión?

Interlocutor le transmitió la respuesta al cabo de unos segundos.

—No es necesario. Nessus dice que intentará otra cosa. Viene hacia aquí.

El titerote debía de saber lo que se traía entre manos.

Luis se frotó la mejilla contra el fresco y pulido metal.

Se adormeció.

Durante todo ese rato sólo estuvo marginalmente consciente del lugar en que se hallaba. Cuando su aerocicleta se movía o se desplazaba un poco, se despertaba sobresaltado y se agarraba fuertemente al metal con las rodillas y a la tela del globo con los puños. Todo su sueño fue una constante pesadilla.

Por fin un rayo de luz penetró entre sus párpados y en el acto estuvo despierto.

La luz del día se filtraba a través de la hendedura que les había servido de puerta de acceso. En medio del resplandor, vio la aerocicleta de Nessus, boca arriba, al igual que el titerote, el cual se mantenía sujeto a su asiento gracias a una red, en vez de globos antichoque.

La hendedura volvió a cerrarse tras él.

—Bienvenido —dijo Interlocutor, arrastrando las palabras—. ¿Podrías ponerme cabeza arriba?

—Aún no. ¿Ha reaparecido la muchacha?

—No.

—Ya volverá. Los humanos son curiosos, Interlocutor. No creo que haya visto nunca a un miembro de nuestra especie.

—¿Y qué? Yo lo que quiero es estar cabeza arriba —gimoteó Interlocutor.

El titerote apretó unos cuantos botones en su panel de mandos. Y se produjo un milagro: su aerocicleta dio la vuelta.

Luis sólo pronunció una palabra.

—¿Cómo?

—Desconecté todo el mecanismo en cuanto advertí que la onda pirata se había apoderado de mis mandos. Si el campo elevador no me hubiera atrapado, aún me ¿Quedaba tiempo para poner en marcha los motores antes de estrellarme contra el asfalto?. En fin —dijo animosamente el titerote—, el próximo paso no será muy difícil. Cuando aparezca la chica, mostraos amistosos. Luis, puedes intentar tener relaciones sexuales con ella si crees que la cosa puede salir bien. Interlocutor, Luis será nuestro amo; nosotros seremos sus servidores. La mujer podría ser xenófoba; la tranquilizará pensar que un ser humano domina a estos seres de otras especies.

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