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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (18 page)

BOOK: Mundo Anillo
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—Basta —dijo Luis.

Los dos se lo quedaron mirando.

—Esta discusión es prematura —dijo Luis—. ¿Por qué no enfocáis los telescopios sobre las pantallas cuadradas? Luego, los dos tendríais mayor número de detalles y la discusión resultaría más divertida. —Nessus quedó mirándose con un ojo fijo en el otro. El kzin escondió las uñas—. Desde un punto de vista más pragmático —continuó Luis—, todos tenemos los nervios de punta. Estamos cansados, hambrientos. A nadie le gusta combatir con el estómago vacío. Por mi parte, me voy a descansar un ratito con los auriculares somníferos. Y os sugiero que hagáis otro tanto.

Teela se quedó estupefacta:

—¿No piensas mirar lo que pasa? ¡Vamos a ver la cara interior!

—Míralo tú y luego me lo cuentas todo. —Y salió.

Se despertó con la cabeza pesada y famélico. Estuvo en el camarote el tiempo necesario para pedir una comida portátil. Se dirigió al salón con la comida en una mano.

—¿Cómo van las cosas?

Teela le respondió, en tono indiferente desde una pantalla de lectura:

—Te lo has perdido todo. Navíos piratas, Demonios de las Tinieblas, dragones espaciales, plantas caníbales, todos lanzados sobre nosotros en simultáneo ataque. Interlocutor tuvo que rechazarlos a puño limpio. Te hubiera encantado.

—¿Y Nessus?

El titerote le respondió desde la sala de mandos:

—Interlocutor y yo hemos decidido acercarnos a las pantallas cuadradas. Él se ha echado a dormir un rato. Pronto estaremos en el espacio abierto.

—¿Alguna novedad?

—Sí, bastantes. Enseguida te lo explico.

El titerote operó los controles de la pantalla panorámica. Debía de haber estudiado a fondo la simbología kzinti en alguna parte.

La imagen que apareció en la pantalla parecía la Tierra vista desde gran altura. Montañas, lagos, valles, ríos, zonas que podrían ser Desiertos...

—¿Desiertos?

—Eso parece, Luis. Interlocutor obtuvo espectros de temperatura y humedad. Buen número de datos demuestran que el Mundo Anillo ha retornado a un estado salvaje, al menos en parte. ¿Cómo explicar si no la existencia de desiertos? Encontramos otro profundo océano salado en el lado opuesto del anillo, tan grande como el de este lado. Los espectros confirman la presencia de sal. Es evidente que los ingenieros se vieron en la necesidad de compensar esas enormes masas de agua.

Luis hincó el diente en su comida portátil.

—Cuando enfocamos el visor sobre las pantallas cuadradas, Interlocutor accedió a examinarlas más de cerca —comentó Nessus.

—¿Por qué? —increpó Luis.

—Descubrimos una peculiaridad. Las pantallas cuadradas se mueven a una velocidad suficientemente superior a la orbital para permitir un margen de seguridad.

Luis casi se atraganto.

—No es imposible —añadió el titerote—. Tal vez las pantallas cuadradas sigan órbitas elípticas estables equivalentes. No es indispensable que se mantengan a una distancia constante de la primaria.

Luis tragó a toda prisa para poder hablar:

—Es una locura. ¡Haría variar la duración de los días!

—Por un momento hemos pensado que podía servir para diferenciar el verano del invierno, acortando y luego volviendo a alargar las noches —dijo Teela—. Pero tampoco parece tener sentido.

—Claro que no. Las pantallas cuadradas cubren su circuito en menos de un mes. ¿De qué sirve un año de tres semanas?

—Ahí está el problema —dijo Nessus—. Era una anomalía demasiado pequeña para poder detectarla desde nuestro propio sistema. ¿A qué se debe? ¿Tal vez la gravedad aumenta en las proximidades de la primaria y ello exige una mayor velocidad orbital? En cualquier caso, los objetos que ocultan el sol merecen ser examinados más atentamente.

El transcurso del tiempo podía apreciarse siguiendo el curso del reborde negro de una pantalla cuadrada sobre el sol.

El kzin salió pronto de su habitación, saludó amablemente a los humanos que estaban en el salón y sustituyó a Nessus en la sala de mandos.

Poco después volvió a aparecer. No se oyó ningún ruido que pudiera indicar un altercado; pero de pronto Luis vio al titerote que retrocedía ante una asesina mirada kzinti. Interlocutor parecía dispuesto a matar.

—Muy bien —dijo Luis, resignado—. ¿Qué pasa ahora?

—Este herbívoro —comenzó a quejarse el kzin, y la ira le cortó las palabras. Volvió a empezar—: Nuestro esquizofrénico dirigente-desde-el-último-lugar nos ha tenido en una órbita de consumo mínimo desde que me fui a descansar. A este paso tardaremos cuatro meses en llegar a la banda de pantallas cuadradas. —A ello siguió una sarta de maldiciones en la Lengua del Héroe.

—Tú mismo nos colocaste en esa órbita —dijo suavemente el titerote.

El kzin subió el tono de voz:

—Quería alejarme lentamente del Mundo Anillo para poder echarle un vistazo a la superficie interior. Luego podíamos acelerar directamente hacia las pantallas cuadradas. ¡Y llegar allí en cuestión de horas, en vez de meses!

—No te excites, Interlocutor. Si aceleramos hacia las pantallas nuestra órbita cortará la del Mundo Anillo. Es algo que deseo evitar.

—Podrías poner rumbo al sol —dijo Teela.

Todos se la quedaron mirando.

—Si los anillícolas temen que nos estrellemos sobre ellos —explicó pacientemente Teela—, lo más probable es que estén estudiando nuestra trayectoria. Si nuestra trayectoria nos lleva directamente al sol, ello significará que no constituimos ningún peligro para ellos. ¿Os dais cuenta?

—Buena idea —reconoció Interlocutor.

El titerote se encogió de hombros:

—Tú eres el piloto. Haz lo que quieras, pero no olvides...

—No tengo la menor intención de atravesar el sol. A su debido tiempo me alinearé con las pantallas. —Y el kzin regresó a la cabina de mando con gran estrépito. No es fácil para un kzin producir estrépito.

La nave se puso paralela al anillo. Apenas se notó el cambio; obedeciendo las instrucciones recibidas, el kzin sólo había utilizado los elevadores inertes. Interlocutor redujo la velocidad orbital de la nave y ésta comenzó a caer hacia el sol; luego puso proa hacia el centro y aceleró.

El Mundo Anillo era una gran banda azul surcada de cordones y aglomeraciones de relucientes nubes blancas. Y se estaba desvaneciendo visiblemente. Interlocutor tenía prisa.

Luis marcó el código para pedir dos ampollas de mocha y le tendió una a Teela.

Comprendía el enojo del kzin. El Mundo Anillo le llenaba de pánico. Abrigaba el convencimiento de que tendría que aterrizar... y deseaba hacerlo antes de perder el control de sus nervios.

Interlocutor regresó al salón:

—Llegaremos a la órbita de las pantallas cuadradas dentro de catorce horas. Nessus, los guerreros del Patriarca aprendemos a ser pacientes desde la infancia, pero los herbívoros tenéis más paciencia que un cadáver.

—Nos movemos —dijo Luis, y comenzó a incorporarse. En efecto, la proa de la nave se estaba apartando del sol.

Nessus chilló y se plantó de un salto en el otro extremo del salón. Estaba en el aire cuando el «Embustero» se encendió como un flash. La nave dio un bandazo...

Discontinuidad.

...La nave dio un bandazo a pesar de la gravedad de la cabina. Luis se agarró al respaldo de una silla; Teela cayó en su propia cápsula-diván, con increíble exactitud; el titerote, hecho un ovillo, fue rodando hasta dar con la pared. Todo ello en medio de un intenso resplandor violeta. La oscuridad duró sólo un instante y pronto fue sustituida por una resplandeciente luz violeta.

Venía de fuera, del exterior del fuselaje.

Después de dejar el «Embustero» bien encarado, Interlocutor debía de haber confiado el mando al piloto automático. Y entonces, pensó Luis, el piloto automático había rectificado la dirección de Interlocutor, por considerar que un meteorito de las dimensiones del sol podía resultar peligroso y era preciso evitarlo.

La gravedad de la cabina volvía a ser normal. Luis se incorporó. No se había lastimado. Y, aparentemente, tampoco Teela estaba herida. Permanecía de pie junto a la pared mirando fijamente a través de la luz violeta.

—La mitad del tablero de mandos ha quedado inutilizado —anunció Interlocutor.

—Y también han desaparecido la mitad de los instrumentos —dijo Teela—. Te has quedado sin ala.

—¿Cómo dices?

—Hemos perdido el ala.

Así era. Y con ella habían perdido todo lo que iba montado sobre el ala: reactores, tubos de fusión, las vainas con el equipo de comunicaciones, el equipo de aterrizaje. Nada restaba del «Embustero» excepto la parte protegida por el fuselaje de Productos Generales.

—Nos han disparado —dijo Interlocutor—. Y aún siguen tirando sobre nosotros, probablemente con rayos láser. A partir de este momento, la nave se halla en estado de guerra. Y, en consecuencia, yo tomo el mando.

Nessus no discutió esa decisión. Seguía hecho un ovillo. Luis se arrodilló a su lado y le palpó con ambas manos.

—Finagle sabe que no soy médico de extraterrestres. Pero no creo que esté herido.

—Sólo está asustado y quiere esconderse en su propio vientre. Tú y Teela tendréis que atarle y mantenerle tranquilo.

A Luis no le sorprendió encontrarse obedeciendo órdenes. Estaba muy trastornado. Un minuto antes estaban en una nave espacial. Ahora, ésta se había convertido en poco más que una aguja de cristal que iba cayendo hacia el sol.

Condujeron al titerote hasta su cápsula de supervivencia y le ajustaron la red de seguridad.

—No nos encontramos ante una cultura pacífica —dijo el kzin—. Un láser de rayos X constituye siempre un arma ofensiva. De no ser por nuestro fuselaje invulnerable, estaríamos todos muertos.

—También debe de haber desaparecido el campo estático de diseño esclavista —dijo Luis—. Imposible saber cuánto tiempo estuvimos extasiados.

—Unos pocos segundos —le rectificó Teela—. Esa luz violeta tiene que ser la nube de metal de nuestra ala fluorescente.

—Activada por el láser, claro. Creo que comienza a disiparse.

Y tenía razón: el resplandor era ya menos intenso.

—Por desgracia, nuestras armas automáticas son exclusivamente defensivas. ¡Cómo va a saber un titerote lo que son armas ofensivas! —se lamentó Interlocutor—. Hasta nuestros motores de fusión estaban en el ala. ¡Y el enemigo continúa disparando sobre nosotros! Pero sabrán lo que significa atacar a un kzin.

—¿Vas a perseguirlos?

A Interlocutor le resbaló el sarcasmo del comentario:

—Así es.

—¿Con qué? —explotó Luis— ¿Sabes qué nos han dejado? Un hipermotor y un sistema de supervivencia. ¡Eso es todo! ¡Son delirios de grandeza creer que podemos hacer una guerra en esto!

—¡Eso cree el enemigo! Pero no saben...

—¿Qué enemigo?

—...que quien desafía a un kzin...

—¡Armas automáticas, zoquete! ¡Un enemigo hubiera comenzado a disparar en cuanto nos tuvo a tiro!

—Yo también he estado cavilando sobre su desusada estrategia.

—¡Armas automáticas! Láseres de rayos X para destrozar los meteoritos. Programados para derribar cualquier cosa susceptible de chocar contra el anillo. En cuanto nuestra posible órbita de caída libre cruzó sobre el anillo, ¡zas! ¡Se dispararon los láseres!

—...es posible. —El kzin comenzó a cubrir las partes inutilizadas del tablero de mandos—. Pero ojalá te equivocases.

—No lo dudo. Sería un alivio poder echarle la culpa a alguien, ¿verdad?

—Lo que sí arreglaría las cosas sería que nuestra trayectoria no pasara por el anillo—. El kzin había tapado la mitad del tablero. Continuó tapando paneles mientras hablaba—. Nuestra velocidad es considerable. Suficiente para sacarnos del sistema y hacernos traspasar la discontinuidad local, con lo cual podríamos emplear el hipermotor para regresar hasta la flotilla de los titerotes. Pero, condición previa para ello es que no choquemos con el anillo.

El razonamiento de Luis no iba tan lejos:

—Si no hubieras tenido tanta prisa —dijo con amargura.

—Al menos no nos estrellaremos contra el sol. Las armas automáticas no dispararán hasta que nuestra trayectoria haya dado la vuelta al sol.

—Los láseres siguen funcionando —informó Teela—. Puedo ver las estrellas en medio de los destellos, pero éstos siguen ahí. Luego, aún debemos de ir directos a la superficie del anillo, ¿verdad?

—Siempre y cuando los láseres sean automáticos, sí.

—¿Y nos mataremos si nos estrellamos contra el anillo?

—Pregúntaselo, a Nessus. Su raza construyó el «Embustero». A ver si consigues que salga de su ovillo.

El kzin soltó un gruñido despectivo. Ya había tapado la mayor parte del tablero de mandos. Sólo se mantenían encendidas unas cuantas míseras lucecitas, en señal de que parte del «Embustero» continuaba aún con vida.

Teela Brown se inclinó sobre el titerote, que seguía hecho una bola bajo la frágil trama de su red antichoques. Muy por el contrario de lo que esperaba Luis, no había dado la menor señal de pánico desde el inicio del ataque con rayos láser. Deslizó las manos hasta la base de los cuellos del titerote y comenzó a rascar suavemente, como le había visto hacer a Luis en ocasiones parecidas.

—Te estás portando como un tonto —riñó gentilmente al asustado titerote—. Vamos, saca las cabezas. A ver, mírame. ¡Te lo perderás todo!

Doce horas más tarde, Nessus continuaba en estado catatónico.

—¡Cuando intento hacerle salir sólo consigo que se encoja aún más! —Teela parecía al borde de las lágrimas. Se habían retirado a cenar en su camarote, pero ella no consiguió comer nada—. No lo hago bien, Luis. Lo sé.

—Pones todo el acento en el aspecto excitante, en las muchas cosas que pueden ocurrir, y Nessus no quiere excitaciones —puntualizó Luis—. No te preocupes. Cuando le necesitemos ya sacará las cabezas.

Teela caminaba de un modo extraño, medio a trompicones; aún no se había adaptado del todo a la diferencia entre la gravedad de la nave y la gravedad de la Tierra. Parecía a punto de decir algo, luego cambió de opinión, sólo para volver a pensárselo mejor y, por fin, soltar la pregunta:

—¿Tienes miedo?

—Sí.

—Ya me lo parecía —confirmó ella, y reanudó sus paseos arriba y abajo por el camarote. Al cabo de un rato preguntó—: ¿Y cómo es que Interlocutor no tiene miedo?

En efecto, el kzin había desplegado una incesante actividad desde el ataque: había hecho inventario de las armas disponibles, había realizado primitivos cálculos trigonométricos para intentar establecer la trayectoria de la nave, todo ello jalonado de órdenes concisas y razonables, enunciadas en un tono que instaba a una obediencia inmediata.

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