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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (15 page)

BOOK: Mundo Anillo
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Y, ¿por qué no? Una especie tan poderosa como la de los anillícolas y tan aislada a causa de su supuesta carencia de naves hiperlumínicas, podría muy bien invitarles a aterrizar. Tal vez eso esperaban los titerotes.

En la nave viajaban tres especies; cuatro, si se consideraba al macho y la hembra humanos como pertenecientes a especies distintas, idea nada descabellada desde el punto de vista de un kzin o un titerote. (¿Y si Nessus y el Ser último fuesen del mismo sexo? También cabía la posibilidad de que se precisasen dos machos y una hembra irracional para engendrar un nuevo titerote.) Los anillícolas podrían comprender en el acto la viabilidad de la coexistencia pacífica entre distintos tipos de vida racional.

Sin embargo, demasiados de esos objetos —las linternas de rayos láser, los aturdidores empleados en los duelos— podían emplearse como armas.

Despegaron con los impulsores inertes, a fin de no causar daños en la isla. Al cabo de media hora salían del débil campo de gravedad de la roseta de los titerotes. De pronto, Luis advirtió que, a excepción de Nessus, que había llegado con ellos, y de la imagen proyectada del titerote Chiron, no habían visto ni un solo titerote en el mundo de los titerotes.

Una vez superada la velocidad de la luz, Luis comenzó a inspeccionar el contenido de los armarios y pasó hora y media entregado a esta tarea. Más valía prevenir que curar, se dijo. Sin embargo, el armamento y el resto del equipo le dejó un desagradable regusto, algo así como un presentimiento.

Demasiadas armas y todas ellas podían tener también otros usos. Linternas de rayos láser. Motores de fusión. Cuando decidieron bautizar el hiperreactor en su primer día de vuelo, Luis sugirió que le llamasen «Embustero». Teela e Interlocutor aceptaron la sugerencia, cada uno por sus propios motivos particulares. Nessus no puso objeciones, también por razones que él sabía.

Estuvieron viajando a hipervelocidades durante toda una semana, en el curso de la cual cubrieron un poco más de dos años luz. Cuando volvieron a entrar en el espacio einsteiniano ya estaban dentro del sistema de la G2 del anillo; y Luis Wu seguía abrigando el mismo inquietante presentimiento.

Alguien estaba absolutamente convencido de que aterrizarían en el Mundo Anillo, ¡nej!

8. El Mundo Anillo

Los mundos de los titerotes avanzaban por el norte galáctico a una velocidad muy próxima a la de la luz. Interlocutor había girado en el hiperespacio hasta situarse al sur galáctico del sol G2. En consecuencia, cuando el «Embustero» salió de la Zona Tenebrosa se encontró navegando directamente hacia el sistema del Mundo Anillo, a gran velocidad.

La estrella G2 era un refulgente punto blanco. En sus viajes de regreso de otras estrellas, Luis había visto brillar a Sol de forma muy parecida desde el borde del sistema solar. Pero esta estrella lucía un halo apenas visible. Luis nunca olvidaría esa primera visión del Mundo Anillo. Desde el borde del sistema, el Mundo Anillo era un objeto perceptible a simple vista.

Interlocutor puso los grandes motores de fusión a toda marcha. Proyectó los discos impulsores achatados fuera del plano del ala y alineó sus ejes con la popa de la nave, añadiendo así su fuerza impulsora a la de los cohetes. El «Embustero» entró marcha atrás en el sistema, con el resplandor de dos soles gemelos, y empezó a desacelerar a doscientas gravedades.

Teela no lo sabía, pues Luis no se lo había explicado. No quería preocuparle. Si la gravedad de la cabina se interrumpiese sólo un instante, todos quedarían aplastados como escarabajos bajo el tacón de una bota.

Pero la gravedad de la cabina funcionaba con discreta perfección. En todo el sistema de supervivencia no se sentía más que una ligera atracción del mundo de los titerotes, y el monótono y apagado ronroneo de los motores de fusión. Éste se filtraba hasta ellos a través de la única abertura existente, un conducto no más grueso que el muslo de un hombre, y, una vez dentro, resonaba por toda la nave.

Incluso a hipervelocidades, Interlocutor prefería desplazarse en una nave transparente. Le gustaba gozar de amplia visibilidad y la Zona Tenebrosa no parecía preocuparle. Conque seguían encerrados en un espacio transparente, a excepción de las cabinas privadas, y no era fácil habituarse a semejante escenario.

La sala de estar y la cabina de control, cuyas paredes, suelo y techo se fundían en una curva continua, no sólo resultaban transparentes sino también invisibles. En el aparente vacío destacaban algunos bloques sólidos: Interlocutor en el diván del piloto, el banco en forma de herradura lleno de botones verdes y anaranjados que le rodeaba, los marcos de neón de las puertas, el grupo de divanes en torno a la mesita, el bloque de cabinas opacas en la popa; y, naturalmente, el triángulo plano del ala. A lo lejos y alrededor de estas formas lucían las estrellas. El universo parecía muy próximo y estático; en efecto, la estrella con el anillo quedaba directamente a popa, tapada por los camarotes, y no podían verla crecer.

El aire olía a ozono y a titerotes.

Nessus, contra todas las expectativas, no se había puesto a temblar aterrorizado cuando sus oídos zumbaron bajo el efecto de las doscientas gravedades, sino que permanecía tranquilamente sentado con los demás en torno a la mesita del salón. Si algo le inquietaba, lo ocultaba muy bien.

—No tendrán hiperondas —les estaba diciendo—. Las matemáticas del sistema permiten pronosticarlo sin error posible. La hiperonda es una generalización de las matemáticas de la hipervelocidad y es imposible que conozcan la hipervelocidad.

—Sin embargo, podrían haber descubierto las hiperondas por casualidad.

—No, Teela. Podemos probar las bandas de hiperondas, puesto que no nos queda otra posibilidad hasta haber desacelerado, pero...

—¡Nej! ¡Esperar, siempre esperar! —Teela se levantó bruscamente y abandonó el salón a paso rápido.

Luis se encogió dé hombros cuando el titerote le miró desconcertado.

Teela estaba de un humor de perros. Toda esa semana de viaje a hipervelocidad la había aburrido mortalmente, y la perspectiva de otro día y medio de inactividad, hasta que la nave hubiera desacelerado, casi la hizo subirse por las paredes. ¿Pero qué podía hacer Luis? ¿No esperaría que él cambiara las leyes de la física?

—Habrá que tener paciencia —ratificó Interlocutor. Hablaba desde la cabina de mandos y tal vez no hubiera captado la inflexión en las últimas palabras de Teela—. Ninguna señal en las bandas de hiperondas. Puedo aseguraros que los ingenieros del Mundo Anillo no están intentando comunicarse con nosotros a través de ninguna forma conocida de hiperonda.

El tema de las comunicaciones ocupaba casi todas sus conversaciones. Mientras no consiguieran ponerse en contacto con los ingenieros del Mundo Anillo, su presencia en ese sistema habitado tendría todas las trazas de un acto de piratería. Hasta entonces no habían tenido indicios de que alguien les hubiera detectado.

—He dejado los receptores conectados —dijo Interlocutor—. Si tratan de comunicarse por frecuencias electromagnéticas, enseguida lo sabremos.

—Pero no lo sabremos si intentan lo más lógico —replicó Luis.

—Tienes razón. Muchas especies han empleado la banda de hidrógeno frío en busca de mentes distintas situadas en la órbita de otras estrellas.

—Como los kdatlyno, que así pudieron descubrirnos.

—Y luego nosotros conseguimos esclavizarles.

La radio interestelar zumbaba con el sonido de las estrellas. En cambio la banda de veintiún centímetros permanecía convenientemente silenciosa, barrida de toda interferencia por infinitos años luz cúbicos de hidrógeno interestelar frío. Era la banda más idónea para cualquier especie interesada en establecer contacto con una raza extraña. Por desgracia, el hidrógeno caliente como una nova que desprendía el «Embustero» tenía inutilizada esa banda.

—No olvides —dijo Nessus— que nuestra órbita de caída libre no debe cruzarse con el anillo en sí.

—Me lo has dicho más de mil veces, Nessus. Tengo una memoria excelente.

—Debemos procurar que los habitantes del Mundo Anillo no nos consideren una amenaza. Confío que no lo olvidarás.

—Eres un titerote. No confías en nada —dijo Interlocutor.

—Calma, calma —dijo Luis con voz cansada. En esos momentos no estaba para quisquillas. Se retiró a dormir en su camarote.

Fueron pasando las horas. El «Embustero» iba cayendo cada vez más lentamente hacia la estrella con el anillo, precedido por chorros paralelos de luz y calor de nova.

Interlocutor no descubrió el menor indicio de que alguna luz coherente estuviera incidiendo sobre la nave. O bien los anillícolas no habían percibido aún el «Embustero», o no poseían láseres de comunicación.

Durante la semana transcurrida en el hiperespacio, Interlocutor había pasado muchas horas muertas en compañía de los humanos. Luis y Teela se encontraban a gusto en el camarote del kzin: les resultaba agradable la gravedad ligeramente más elevada y los grabados que representaban una selva de un color naranja-amarillento y antiguas fortalezas construidas por otra especie, así como los penetrantes y siempre cambiantes olores de un mundo extraño. Su propio camarote estaba decorado sin ninguna fantasía, con paisajes de ciudades y mares cultivados semicubiertos de algas genéticamente manipuladas. Al kzin le gustaba ese camarote más que a ellos.

Incluso habían intentado comer una vez en el camarote del kzin. Pero éste devoraba como un lobo hambriento y se quejó de que la comida humana olía a basura quemada, y en eso quedó el experimento.

En esos momentos, Teela e Interlocutor estaban charlando en voz baja en un extremo de la mesa del salón. Luis escuchaba el silencio y el distante estrépito de los motores de fusión. Ya estaba acostumbrado a que su vida dependiera del buen funcionamiento del sistema de gravedad de una cabina. Su propio yate espacial alcanzaba las treinta gravedades. Pero su yate empleaba reactores inertes que no hacían ruido.

—Nessus —dijo en medio del crepitar de soles encendidos.

—Dime, Luis.

—¿Sabes algo que nosotros ignoremos sobre la Zona Tenebrosa?

—No entiendo tu pregunta.

—El hiperespacio te aterra. En cambio no te asusta esta caída a través del espacio montado sobre una columna de fuego. Tu especie construyó el «Tiro Largo»; deben de saber algo que nosotros ignoramos sobre el hiperespacio.

—Tal vez. Es posible que hayamos averiguado algo.

—¿Qué? A menos que sea uno de vuestros preciados secretos.

Interlocutor y Teela también estaban escuchando. Las orejas del kzin, que normalmente guardaba dobladas bajo unos pliegues de su pelambre, estaban extendidas cual traslúcidos parasoles color rosa.

—Sabemos que no hay ninguna parte inmortal en nosotros —explicó Nessus—. No entraré en el caso de tu raza. No es de mi incumbencia. Mi especie no posee ninguna parte inmortal. Nuestros científicos lo han demostrado. Tememos a la muerte, pues la sabemos definitiva.

—¿Y bien...?

—Las naves desaparecen en la Zona Tenebrosa. Ningún titerote se aproximaría a una singularidad a hipervelocidades; pese a ello, continuaban registrándose desapariciones, hablo de cuando nuestras naves aún iban pilotadas. Tengo confianza en los ingenieros que construyeron el «Embustero». Por tanto, confío en la gravedad de la cabina. No fallará. Pero los ingenieros también temen la Zona Tenebrosa.

Y otra noche transcurrió en la nave; Luis durmió poco y mal y tuvo espectaculares sueños. Y luego pasó también un día, y a Luis y Teela empezó a hacérseles insoportable su mutua compañía. La chica no tenía miedo. Luis comenzaba a sospechar que jamás la vería asustada. Sólo sentía un mortal aburrimiento..

Ese atardecer la estrella con el anillo comenzó a asomar detrás del bloque macizo de los camarotes individuales y al cabo de media hora pudieron verla en su totalidad. Era blanca y pequeña, de un brillo ligeramente menos intenso que el de Sol y la rodeaba una finísima línea de un tenue azul eléctrico.

Todos se agolparon detrás de Interlocutor cuando comenzó a activar la pantalla panorámica. Logró centrar la línea azul eléctrico de la superficie interior del Mundo Anillo, apretó el botón amplificador...

Prácticamente en el acto tuvieron la respuesta a uno de sus interrogantes.

—Hay algo en el borde —constató Luis.

—Centra el visor en el borde —ordenó Nessus.

El borde del anillo se amplió ante sus ojos. Era un muro, que se alzaba hacia dentro, en dirección a la estrella. Podían ver su negra pared exterior recortada contra el paisaje azul, iluminado por el sol. Un bajo muro exterior; en fin, bajo en comparación con las dimensiones del anillo en sí.

—Si el anillo tiene millones de kilómetros de ancho —calculó Luis—, el muro circundante debe de tener al menos unos mil kilómetros de altura. En fin, algo hemos averiguado. Eso es lo que impide que se disperse la atmósfera.

—¿Lo crees posible?

—En principio, sí. El movimiento rotatorio del anillo genera aproximadamente una gravedad. Es posible que tras varios milenios se haya perdido un poco de aire, pero no les sería difícil reemplazarlo. No hubieran podido construir el anillo de no contar con un sistema económico de transmutaciones, es decir, unos cuantos centavos de estrella por kilotón, y por lo menos una docena de requisitos más, todos igualmente imposibles.

—Me pregunto qué aspecto tendrá visto desde dentro.

Interlocutor captó la sugerencia, movió el botón de control y la imagen se desplazó. Aún no disponían de una ampliación suficiente para poder apreciar los detalles. Franjas azul brillante y de un blanco aún más intenso surcaban la pantalla, y entre ellas se dibujaba el difuso contorno rectilíneo de una sombra azul marino...

El borde más alejado apareció ante sus ojos. La pared parecía inclinarse hacia fuera.

Nessus, de pie en el marco de la puerta con las cabezas muy extendidas para mirar por encima del hombro de Interlocutor, ordenó:

—Amplíalo tanto como puedas.

La imagen se expandió.

—Montañas —dijo Teela—. Montañas de miles de kilómetros de altura.

En efecto, el muro circundante era irregular, su configuración hacía pensar en rocas erosionadas, del mismo color que la Luna.

—Ya no puedo ampliar más la imagen. Tendremos que aproximarnos más si queremos obtener mayores detalles.

—Será mejor intentar establecer contacto con ellos primero —dijo el titerote—. ¿Nos hemos detenido ya?

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