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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (35 page)

BOOK: Mundo Anillo
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El ojo parecía aproximadamente del tamaño adecuado para un dios con una cabeza como la Luna de la Tierra.

Luis tardó unos instantes en aprehender plenamente lo que veía. Y su cerebro aún se negó rotundamente a creerlo durante unos cuantos segundos más. Luego toda la imagen pareció esfumarse como una instantánea mal iluminada.

En medio del zumbido que le llenaba los oídos logró oír (o intuir) que alguien gritaba.

«¿Estaré muerto?», se preguntó.

Y, «¿fue ése un grito de Nessus?» Pero el circuito estaba desconectado.

Era Teela. Teela, que jamás había sentido miedo en su vida, ahora se cubría el rostro con las manos, para protegerse de esa enorme mirada azul.

El ojo permanecía inmóvil frente a ellos, en dirección a babor. Parecía atraerles hacia sí.

«¿Estaré muerto? ¿Habrá venido a juzgarme el Creador? ¿Qué Creador?»

Por fin, Luis Wu se vería obligado a definirse y decidir en qué Creador creía, si es que creía en alguno.

El ojo era blanco y azul, con una ceja blanca y una pupila negra. Blanco como las nubes, azul como la distancia. Parecía formar parte del mismo cielo.

—¡Luis! —gritó Teela—. ¡Haz algo!

«No puede ser cierto —se dijo Luis. Tenía la garganta como si se hubiera tragado un bloque de hielo compacto. El cerebro le daba vueltas, acorralado, dentro del cráneo—. Es un universo gigantesco, pero a pesar de todo ciertas cosas son realmente imposibles.»

—¡Luis!

Por fin, logró recuperar la voz.

—Interlocutor. Eh, Interlocutor. ¿Qué ves?

El kzin tardó un momento en responder. Su voz sonaba extrañamente inexpresiva.

—Veo un enorme ojo humano frente a nosotros.

—¿Humano?

—Sí. ¿Tú también lo ves?

La palabra que a Luis no se le hubiera ocurrido utilizar nunca lo cambiaba todo. Humano. Un ojo humano. Si el ojo hubiera sido una manifestación sobrenatural, un kzin hubiera debido ver un ojo kzinti, o nada en absoluto.

—Entonces es un fenómeno natural —dijo Luis—. Tiene que serlo.

Teela le miraba suplicante.

Pero, ¿cómo explicarse que los estuviera atrayendo hacia sí?

—Oh —dijo Luis Wu. Y torció bruscamente el manillar hacia la derecha. Las aerocicletas comenzaron a torcer hacia giro.

—Nos estamos saliendo de nuestra ruta —advirtió de inmediato Interlocutor—. Luis, rectifica el rumbo. O déjame conducir a mí.

—No querrás pasar a través de esa cosa, ¿verdad?

—Es demasiado grande para dar un rodeo.

—Interlocutor, no es mayor que un cráter de Platón. Podemos dar la vuelta en una hora. ¿Por qué correr el riesgo?

—Si tienes miedo, puedes abandonar la formación, Luis. Da un rodeo en torno al ojo y reúnete conmigo al otro lado. Tú puedes hacer otro tanto, Teela. Yo no me desviaré de mi ruta.

—¿Por qué? —Incluso el propio Luis notó el tono entrecortado de su voz—. ¿Crees que esa... formación nubosa accidental puede poner en entredicho tu virilidad?

—¿Mi qué? Luis, mi capacidad para procrear nada tiene que ver con esto. Lo que está en cuestión, es mi valor.

—¿Por qué?

Las aerocicletas iban surcando el cielo a velocidad de crucero, dos mil kilómetros por hora.

—¿Por qué está en cuestión tu valor? Aún no me has contestado. Quieres arriesgar nuestras vidas.

—No. Nada os impide dar un rodeo en tomo al Ojo si queréis.

—¿Y cómo te encontraremos luego?

El kzin se quedó pensativo un momento.

—Reconozco que tal vez tengas razón. ¿Has oído hablar de la herejía del predicador Kdapt?

—No.

—En los tristes días que siguieron a la Cuarta Tregua con el hombre, el predicador Kdapt creó una nueva religión. El propio Patriarca le ejecutó personalmente en un combate cuerpo a cuerpo, pues llevaba una partícula nominal propia, pero su religión herética se ha seguido practicando clandestinamente hasta nuestros días. El predicador Kdapt creía que Dios el Creador había hecho al hombre a su imagen y semejanza.

—¿Al hombre? Pero... ¿El predicador Kdapt era realmente un kzin?

—Sí. Pero vosotros siempre salíais vencedores, Luis. Durante tres siglos y cuatro guerras no habíais dejado de vencer. Los discípulos de Kdapt se cubrían con máscaras de piel humana para rezar. Confiaban lograr confundir al Creador el tiempo suficiente para que les permitiera ganar una guerra.

—Y cuando has visto ese ojo que nos miraba desde el horizonte...

—Sí.

—Por favor.

—Luis, debes reconocer que mi teoría es más probable que la tuya. ¡Una formación nubosa accidental! ¡Francamente, Luis!

Luis había recuperado toda su capacidad de raciocinio.

—Olvida lo de accidental. Tal vez los ingenieros que construyeron el Anillo incorporaron esa formación imitando un Ojo como una broma, o para señalar algo especial.

—¿Cómo qué?

—¿Quién sabe? Algo grande. Un parque de atracciones, una iglesia importante. La sede del Sindicato de ópticos. Con las técnicas que poseían y todo el espacio disponible, podría ser cualquier cosa.

—Una cárcel para voyeurs —dijo Teela, que de pronto había cogido el hilo—. ¡Una universidad para detectives privados! ¡Un nuevo diseño proyectado en un tride gigante! Yo también me he asustado mucho al principio, Interlocutor. —Su voz había recuperado el timbre normal—. Creí que era... no sé lo que pensé. Pero soy de tu misma opinión. Lo atravesaremos juntos.

—De acuerdo, Teela.

—Si parpadea, moriremos juntos.

—«La mayoría siempre es cuerda» —repitió Luis—. Voy a llamar a Nessus.

—¡Por Finagle, eso es! ¡Seguramente ya debe haberlo cruzado o debe haberlo circunvalado!

Luis se rió más fuerte de lo normal. Una reacción lógica después del terrible susto pasado.

—No me dirás que crees que Nessus nos está abriendo camino, ¿verdad?

—Pues...

—Es un titerote. Cuando se perdió de vista, dio media vuelta y se situó a nuestra zaga. Lo más probable es que acoplara su aerocicleta a la de Interlocutor. De este modo, Interlocutor no puede atraparle y nosotros tenemos que pasar primero por todos los posibles peligros que puedan aguardarle a él.

—Me sorprende tu habilidad para pensar como un cobarde, Luis —dijo Interlocutor.

—No la desdeñes tanto. Estamos en un mundo desconocido y necesitamos comprender los puntos de vista de seres totalmente distintos.

—Muy bien, puedes llamarle, puesto que parecéis entenderos tan bien. Por mi parte, pienso encararme con el Ojo y descubrir lo que oculta. Luis llamó a Nessus.

En la imagen del intercom sólo se veía el lomo del titerote. Su crin se agitaba ligeramente al compás de su respiración.

—Nessus —le llamó Luis. Después, más alto—. ¡Nessus!

El titerote se movió inquieto. Luego asomó una cabeza triangular con expresión de asombro.

—Ya estaba a punto de tocar la sirena.

—¿Una emergencia? —Las dos cabezas se habían extendido y escudriñaban inquietas a su alrededor.

A Luis le costaba un gran esfuerzo mirar directamente al enorme ojo azul que tenía delante. Su mirada se apartaba involuntariamente de él.

—Podríamos decir que sí. Mis compañeros de expedición se han vuelto locos y están a punto de lanzarse a una acción suicida. No creo que podamos permitirnos perder la mitad de nuestros efectivos.

—Explícate, por favor.

—Mira delante tuyo y dime si ves una formación nubosa en forma de ojo humano.

—La veo —dijo el titerote.

—¿Tienes idea de qué puede haberla provocado?

—Es evidente que se trata de algún tipo de tormenta. Sin duda, ya habrás comprendido por qué no hay huracanes en espiral en el Mundo Anillo.

—¡Oh! —A Luis ni siquiera se le había ocurrido formularse esa pregunta.

—Los huracanes adquieren su forma de espiral por efecto de una fuerza resultante de la diferencia entre las velocidades de dos masas de aire situadas en latitudes distintas. Un planeta es un esferoide rotatorio. Si dos masas de aire se aproximan a un punto con objeto de llenar un vacío parcial, una desde el norte y otra desde el sur, sus velocidades residuales las llevarán más allá del punto de confluencia. Así se forma un remolino de aire.

—Ya sé cómo se forman los huracanes.

—Entonces comprenderás que en el Mundo Anillo todas las masas de aire contiguas poseen prácticamente la misma velocidad. Luego, no puede producirse el efecto de arremolinamiento.

Luis contempló la tormenta en forma de ojo que tenía delante.

—¿Qué clase de tormenta puede producirse entonces? Yo diría que ninguna. Simplemente no habrá circulación de aire.

—Te equivocas, Luis. El aire caliente subirá y el aire frío bajará. Pero estos efectos no podrían provocar una tormenta como la que tenemos ante nuestros ojos.

—Y que lo digas.

—¿Qué se propone hacer Interlocutor?

—Volar a través del centro de ese engendro de Finagle, con Teela lealmente a la zaga.

El titerote soltó un silbido de una tonalidad tan pura y hermosa como un rayo láser de rubí.

—Parece un poco arriesgado. Las envolturas sónicas pueden protegerles de los estragos de cualquier tormenta normal. Pero ésta no parece una tormenta normal ni mucho menos...

—Estaba pensando que tal vez fuese artificial.

—Sí... Los anillícolas sin duda establecieron su propio sistema de corrientes en torno al Anillo. Pero ese sistema debió dejar de funcionar cuando se interrumpió el suministro de energía en el Anillo: Pero no acabo de ver... ah. Ya lo tengo, Luis.

—¿Qué es?

—Debemos postular la existencia de un tragadero de aire, una región donde el aire desaparece cerca del centro de una tormenta. A partir de aquí, es posible deducir todo lo demás.

—En efecto: el tragadero de aire crea un vacío parcial. Las masas de aire afluyen desde giro y antigiro...

—Y desde babor y estribor.

—Sí, pero podemos prescindir de éstas —dijo con petulancia el titerote—. Sin embargo, el aire procedente de giro será fraccionariamente más ligero que el aire circundante. Luego, subirá. El aire procedente de la dirección contraria, de antigiro, será fraccionariamente más pesado...

Luis no conseguía visualizar exactamente el fenómeno.

—¿Por qué?

—Procede de antigiro, Luis. Su velocidad de rotación se ve ligeramente incrementada en relación al Anillo. La fuerza centrífuga lo hace bajar un poco. Y forma el párpado inferior del ojo. El aire procedente de giro, que sube, forma el párpado superior. Se produce un efecto de arremolinamiento, qué duda cabe, pero el remolino tiene un eje horizontal, en vez de vertical como ocurriría de estar en un planeta.

—¡Pero es un efecto tan mínimo!

—Sin embargo, es el único, Luis. Nada interfiere su acción, ni la frena. Puede haber estado actuando durante milenios, hasta formar lo que ahora ves.

—Es posible. Es posible. —El ojo ya le parecía menos amenazador. Como había dicho el titerote, debía ser algún tipo de tormenta. Tenía todos los colores de una tormenta, las nubes negras y las nubes blancas de las capas superiores iluminadas por el sol, y el oscuro «centro» de la tormenta hacía las veces de iris del Ojo.

—Subsiste el problema del tragadero de aire, como es lógico. ¿Por qué desaparece el aire cerca del centro de la tormenta?

—Tal vez haya una bomba aspirante aún en funcionamiento.

—Lo dudo mucho, Luis. De ser así, las perturbaciones atmosféricas de esta zona habrían sido planificadas.

—¿Entonces?

—¿Te has fijado en los puntos donde el material de base del Anillo asoma entre la tierra y las rocas? Sin duda esa erosión no ha sido planificada. ¿Has observado que esos puntos se iban haciendo más frecuentes a medida que nos aproximábamos a este lugar? La tormenta del Ojo debe de haber perturbado el clima en muchos miles de kilómetros a la redonda, cubriendo una superficie mayor que la de tu mundo o el mío.

Ahora le tocó silbar a Luis.

—¡Voto a nej! Pero en ese caso... Oh, ya comprendo. Un meteorito debe de haber perforado el Anillo en el centro de la tormenta del Ojo.

—Sí. Luego es posible traspasar la base del Anillo.

—Pero no con los instrumentos que, poseemos.

—Tienes razón. Pero aún nos falta comprobar si realmente existe tal perforación.

El pánico supersticioso de Luis ya sólo parecía una pesadilla.

La serenidad analítica del titerote era contagiosa y sedante. Luis miró directamente al Ojo sin temor y dijo:

—Tendremos que meternos dentro y averiguarlo. ¿No crees arriesgado intentar volar a través del iris?

—Lo más probable es que solamente encontréis algo de aire transparente y en reposo suspendido en un vacío parcial.

—Conforme. Voy a transmitir las buenas nuevas. Todos volaremos a través del Ojo de la tormenta.

El cielo comenzaba a oscurecerse cuando llegaron junto al iris. ¿Se estaría haciendo de noche? Imposible decirlo con certeza. Las nubes, cada vez más densas y negras, ya oscurecían bastante el lugar.

El ojo tenía casi doscientos kilómetros de longitud, y unos setenta de altura. Su contorno pareció tornarse más azulado a medida que se aproximaban. Comenzaron a distinguir las capas de nubes y las corrientes de aire. Ya empezaba a vislumbrarse la verdadera forma del Ojo: un túnel de vientos agitados, bastante uniforme, cuya sección transversal formaba la imagen de un ojo humano.

Pero no perdió su apariencia de ojo, a medida que se aproximaban zumbando hacia el iris.

Era como caer en el ojo de Dios. El efecto visual era horrible, aterrador, casi cómicamente exagerado. Luis tan pronto tenía ganas de reír como de gritar. O de echarse atrás. Con un observador bastaría para comprobar si había un agujero en la infraestructura del Mundo Anillo. Luis podría dar un rodeo...

Ya estaban dentro.

Recorrieron un negro corredor iluminado por los relámpagos, que centelleaban casi continuamente, delante y detrás suyo y por todos lados. El aire que les rodeaba aparecía despejado en un radio uniforme. Más allá de esa región del iris, se arremolinaban las nubes opacas, girando a su alrededor a velocidades superiores a las de un huracán.

—El herbívoro tenía razón —bramó Interlocutor—. No es más que una tormenta.

—Es curioso. Fue el único de los cuatro que no se quedó petrificado de miedo al ver el Ojo. Supongo que los titerotes no deben de ser supersticiosos —gritó Luis Wu.

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