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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (13 page)

¿Quiénes habían construido el Mundo Anillo? ¿Serían guerreros?

Meses más tarde, Luis se diría que la mentira de Interlocutor había marcado el momento clave para él. Aún estaba a tiempo de echarse atrás, por el bien de Teela, naturalmente. El Mundo Anillo ya resultaba aterrador sólo en términos de cifras abstractas. La sola idea de acercarse a él en una nave espacial, de aterrizar en él...

Luis había visto el pavor del kzin ante los mundos volantes de los titerotes. La mentira de Interlocutor era un magnífico acto de valor. Y Luis no tenía intención de quedar como un cobarde.

Se sentó y volvió la cabeza para observar la reluciente proyección; sus ojos se posaron en Teela y maldijo secretamente su estupidez. Tenía el rostro iluminado de admiración y deleite. Se la veía tan ansiosa como fingía estarlo el kzin. ¿Sería tan estúpida como para ni siquiera sentir miedo?

La cara interior del anillo poseía una atmósfera. El espectroanálisis revelaba que el aire tenía una densidad igual a la del aire terrestre y aproximadamente la misma composición: perfectamente respirable para el hombre, el kzin y el titerote. Imposible adivinar qué impedía su dispersión. Tendrían que averiguarlo personalmente.

En el sistema del sol G2 no había absolutamente nada, a excepción del anillo en sí. Ni planetas, ni asteroides, ni cometas.

—Deben de haberlo limpiado —comentó Luis—. No querrían que nada pudiera chocar contra el anillo.

—Evidentemente —dijo el titerote de los rizos plateados—. Si algo chocara contra el anillo, se estrellaría a una velocidad mínima de mil doscientos kilómetros por segundo, la velocidad de rotación del propio anillo. Por resistente que sea el material del anillo, siempre cabría el peligro de que un objeto sobrevolara la superficie exterior y cruzara el sol para irse a estrellar contra la superficie no protegida y habitada.

El sol en sí era una estrella enana amarilla algo más fría que Sol y un poquito más pequeña.

—Necesitaremos trajes antitérmicos —dijo el kzin.

—No, —dijo Chiron—. La temperatura de la superficie interior es perfectamente tolerable para nuestras tres especies.

—¿Cómo lo sabéis?

—La frecuencia de la radiación infrarrojo emitida por la superficie exterior...

—Me has dejado como un tonto.

—Nada de eso. Hemos estado estudiando el anillo desde el día que lo detectamos, y vosotros sólo habéis tenido unos cuantos minutos. La frecuencia de infrarrojos indica una temperatura media de doscientos noventa grados absolutos, la cual naturalmente corresponde tanto a la superficie interior como a la cara exterior del anillo. En tu caso, Interlocutor-de-Animales, será unos diez grados por encima de la temperatura óptima. Y es la temperatura óptima para Luis y Teela.

—No saquéis conclusiones precipitadas de este interés por los detalles, ni os asustéis —añadió Chiron—. Jamás permitiríamos un aterrizaje a menos que los propios constructores del anillo insistieran en ello. Sólo deseamos que estéis preparados para cualquier eventualidad.

—¿No poseéis detalles sobre las formaciones superficiales?

—Siento decir que no. La capacidad detectora de nuestros instrumentos resulta insuficiente.

—Podríamos intentar hacer algunas deducciones —dijo Teela—. El ciclo noche-día de treinta horas, por ejemplo. Su mundo primitivo debe de haber girado a esa velocidad. ¿Creéis que es ése su sistema de origen?

—Hemos llegado a esa conclusión, puesto que todo indica que no poseían naves hiperlumínicas —dijo Chiron—. Aunque también cabe la posibilidad de que trasladaran su mundo a otro sistema valiéndose de técnicas parecidas a las nuestras.

—Y es fácil que así lo hicieran —gruñó el kzin— en vez de destruir su propio sistema, al mismo tiempo que construían el anillo. Creo que encontraremos su propio sistema no muy lejos de allí y tan vacío de mundos como ése. Deben de haber recurrido a técnicas de terraformación, para colonizar todos los mundos de su propio sistema, antes de decidirse a emplear este método más desesperado.

Teela dijo:

—¿Desesperado?

—Entonces, una vez construido su anillo en torno al sol, deben de haberse visto obligados a trasladar todos sus mundos a este sistema para efectuar el trasvase de población.

—Tal vez no fuese necesario —intervino Luis— Podrían haber empleado grandes naves transespaciales para poblar su anillo, si éste no estaba muy lejos de su propio sistema.

—¿Por qué es un método desesperado?

Los tres se la quedaron mirando.

—Yo diría que construyeron el anillo para..., para... —vaciló—. Porque les dio la gana. —dijo Teela.

—¿Para divertirse? ¿Para disfrutar con el espectáculo? ¡Por Finagle! Teela, piensa en la cantidad de recursos que han tenido que detraer de otros fines. Recuerda que deben de haber tenido un terrible problema de población. Cuando se vieron en la necesidad de construir un anillo para poder disponer de espacio vital, probablemente carecían de los medios necesarios. Sin embargo, lo construyeron: porque lo necesitaban.

Teela adoptó un aire desconcertado.

—Ahí viene Nessus —anunció Chiron.

Sin más, el titerote dio media vuelta y se alejó al trote entre la vegetación del parque.

7. De disco en disco

—¿Sigues empeñada en unirte a la expedición? —le preguntó Luis.

Teela le respondió con la misma mirada de asombro que le había lanzado cuando intentó explicarle qué era la zozobra del corazón.

—Sigues empeñada —confirmó con tristeza Luis.

—Desde luego. No comprendo qué pueden temer los titerotes.

—Comprendo que tengan miedo —dijo Interlocutor-de-Animales—. Los titerotes son cobardes. Pero lo que no entiendo es que insistan en averiguar más de lo que ya saben. Luis, ya han dejado atrás el sol con el anillo y se desplazan a una velocidad casi lumínica. Seguro que quienes construyeron el anillo no poseían medios para desplazarse a velocidades hiperlumínicas. Luego, no pueden hacer ningún daño a los titerotes, ni ahora ni nunca. No comprendo qué pintamos nosotros en todo esto.

—No me extraña.

—¿Intentas insultarme?

—No, en absoluto. El caso es que volvemos al tema de los problemas de población. ¿Cómo ibas a entenderlo?

—No sé. Explícate, por favor.

Luis escudriñó la selva domesticada en busca de Nessus:

—Seguramente Nessus podría explicártelo mejor. Es una lástima que no esté aquí. En fin, lo intentaré. Imagina un trillón de titerotes en este mundo. ¿Te haces a la idea?

—He podido comprobar cómo huele uno solo. La sola idea de una gran aglomeración me pone los pelos de punta.

—Bien, ahora imagínatelos en el Mundo Anillo. La cosa mejora un poco, ¿no?

—Sí. Dispondrían de un espacio ocho-elevado-a-siete veces superior... Pero aún no logro comprender. ¿Crees que los titerotes se proponen conquistar ese mundo? ¿Y cómo podrían trasladarse luego al anillo? No se fían de las naves espaciales.

—No lo sé. Tampoco les gusta la guerra. Ese no es el problema. El problema es averiguar si el Mundo Anillo es un lugar seguro para vivir.

—Uf...

—¿Te das cuenta? A lo mejor tienen pensado construir sus propios mundos anillo. Tal vez esperen encontrar uno vacío, en las Nubes de Magallanes. En todo caso, no es lo esencial. No harán nada sin tener la certeza de que es un lugar seguro.

—Ahí viene Nessus. —Teela se levantó y se acercó a la pared invisible—. Parece borracho. ¿Se emborrachan los titerotes?

Nessus no trotaba. Caminaba de puntillas y en esos momentos estaba dando un rodeo para evitar una hoja color amarillo cromo de un metro de altura, con una cautela aparentemente excesiva: iba posando cuidadosamente un casco tras otro en el suelo, al tiempo que sus cabezas planas husmeaban en todas direcciones. Casi había llegado a la cúpula de conferencias cuando algo parecido a una gran mariposa negra se posó en su grupa. Nessus gritó como una mujer y dio un salto hacia delante como si quisiera sortear una valla. Rodó por el suelo, y cuando terminó de rodar se quedó ahí hecho un ovillo, con la espalda doblada, las piernas plegadas y las cabezas y los cuellos escondidos bajo las piernas delanteras.

Luis corrió a su lado y gritó:

—Ciclo depresivo.

Logró encontrar la puerta de la cúpula invisible y salió disparado hacia el parque.

Todas las flores olían a titerote. (Si toda la vida del mundo de los titerotes tenía la misma estructura química, ¿como conseguía alimentarse Nessus a base de zumo de zanahoria caliente?) Luis fue siguiendo la línea quebrada de un bien cortado seto color naranja polvoriento. Consiguió llegar junto al titerote, se arrodilló a su lado y dijo:

—Soy Luis. Estás a salvo.

Tendió con cautela la mano hacia la maraña de crin que recubría el cráneo del titerote y empezó a rascárselo muy suavemente. El titerote se estremeció bajo el contacto; luego pareció calmarse.

Vaya susto se había llevado. Ni pensar en obligar al titerote a enfrentarse con el mundo en esos momentos. Luis preguntó:

—¿Era peligroso? ¿Eso que se posó en tu grupa?

—¿Eso? No. —La voz de contralto sonó ahogada, pero con una hermosa pureza y sin la menor inflexión—. Sólo era... un oledor de flores.

—¿Cómo te ha ido con los-que-dirigen?

—Nessus se estremeció:

—He ganado.

—Estupendo. ¿Qué has ganado?

—El derecho a procrear y un grupo de partenaires.

—¿Eso es lo que te tiene tan asustado?

«No sería de extrañar —pensó Luis—. Nessus podría ser la réplica de una mantis religiosa macho, un condenado del amor. O también cabía la posibilidad de que fuese virgen... de uno u otro sexo, o de cualquier sexo...»

—Podría haber fracasado, Luis. Les planté cara. Fingí un falso aplomo.

—Sigue.

Luis advirtió que Teela e Interlocutor-de-Animales se les habían acercado. Continuó rascando dulcemente la crin de Nessus. Este aún no se había movido.

—Los-que-dirigen me han ofrecido el derecho legal a reproducir mi especie si sobrevivo al viaje que debemos hacer. Pero ello no hubiera sido suficiente. Para procrear necesito compañeros. ¿Quién se aparearía voluntariamente con un maníaco de crin desordenada? Era necesario ponerse duro. «Buscadme un compañero» les he dicho «o me retiro del viaje. Si yo me retiro, también se retirará el kzin», he añadido. Estaban furiosos.

—No me extraña. Debías de estar en plena fase maníaca.

—La he ido alcanzando poco a poco. Les he amenazado con arruinar sus planes y al fin han cedido. «Un voluntario altruista debe aceptar aparearse conmigo cuando regrese del anillo», les he dicho.

—Muy bien. Bien hecho. ¿Y hay voluntarios?

—Uno de nuestros sexos es de propiedad... Es irracional; estúpido. Me bastaba con un voluntario. Los-que-dirigen...

Teela le interrumpió:

—¿Por qué no dices simplemente dirigentes?

—Estaba intentando traducir la idea a vuestros términos —dijo el titerote.

—Una traducción más exacta sería los-que-dirigen-desde-atrás. Hay un presidente egregio o portavoz-general o... la traducción exacta de su título es Ser último.

—El Ser último ha accedido a aparearse conmigo. Ha declarado que jamás osaría pedirle a otro que sacrificara hasta tal punto su dignidad.

Luis silbó:

—Vaya. Ya puedes encogerte, tienes motivo para ello. Suerte que el miedo no te ha entrado hasta ahora, cuando todo ha pasado. —Nessus se movió un poco, algo más relajado. Luis explicó—: El género es algo que me preocupa. O bien debo tratarte a ti en femenino, o bien debo emplear el femenino para el Ser último.

—No seas grosero, Luis. No se habla de sexo con razas extrañas.

Nessus asomó una cabeza entre las piernas y le lanzó una mirada reprobadora.

—Tú y Teela no os aparearíais ante mis ojos, ¿verdad que no?

—Por extraño que parezca, ya se ha planteado la cuestión, y Teela dice...

La cabeza del titerote desapareció de nuevo.

—¡Sal de ahí! No te haré daño —intervino Teela.

—¿De verdad?

—De verdad. Quiero decir, en serio. Te encuentro muy gracioso.

El titerote se desenrolló por completo:

—¿Has dicho que me encuentras mono?

—Sí. —Teela miró la mole anaranjada de Interlocutor-de-Animales— A ti también —añadió generosa.

—No es mi intención ofenderte —dijo el kzin—. Pero no vuelvas a repetir lo que acabas de decir. Jamás.

Teela quedó desconcertada.

Había un polvoriento seto anaranjado, de tres metros de altura y provisto de tentáculos azul cobalto que colgaban fláccidamente. Su aspecto parecía indicar un origen carnívoro. Ahí terminaba el parque y en esa dirección, Nessus condujo su pequeño grupo.

Luis esperaba encontrar una abertura en el seto y le cogió por sorpresa que Nessus se fuera derecho hacia las plantas. Pero el seto se abrió para dejar paso al titerote y luego volvió a cerrarse tras él.

Los demás le siguieron.

Habían atravesado el parque bajo un cielo azul celeste; pero cuando el seto se cerró tras ellos, éste era blanco y negro. Las nubes relucían blancas contra el cielo negro de la noche perpetua; en su vientre se reflejaban las luces de kilómetros de ciudad: en efecto, estaban en plena ciudad y los edificios se cernían amenazadores sobre sus cabezas.

A primera vista, sólo se distinguían de las ciudades de la Tierra por una cuestión de magnitud. Los edificios eran más gruesos, más macizos, más uniformes; y también más altos, terriblemente altos, de tal modo que todo el cielo aparecía cubierto por un conjunto de ventanas y balcones iluminados con estrechas fisuras rectilíneas de oscuridad que indicaban el cenit.

Pero, ¿cómo se explicaba que no hubieran visto la ciudad también desde el parque? En la Tierra había pocos edificios de más de un kilómetro de altura. Allí, no había ninguno que fuera más bajo. Luis supuso que el parque debía estar rodeado de campos de refracción de la luz. No tuvo tiempo de confirmar sus sospechas. Ese era el menos sorprendente de los milagros del mundo de los titerotes.

—Nuestro vehículo está en el otro extremo de la isla —dijo Nessus—. Saltando de disco en disco, llegaremos en menos de un minuto. Ya veréis.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, Teela. Como dice Luis, ya ha pasado lo peor. —El titerote iba dando saltos delante del grupo—. El Ser último será mi amor. Ahora sólo me falta regresar del Mundo Anillo.

Las calles eran blandas. A simple vista parecían de cemento con incrustaciones de partículas iridiscentes, pero caminar por ellas era como pisar un terreno húmedo y esponjoso. Después de recorrer una manzana muy larga, llegaron a un cruce.

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