Authors: Christopher Moore
Y yo miro el reloj que me dio la condesa y suelto, con mi voz de soy una mierda pinchada en un palo: «Poco más de la una».
«A la calle Polk.»
Y yo pregunto: «¿Por qué a la calle Polk?».
Y él: «Porque no se me ocurre nada y vamos a recurrir a la magia».
Y yo: «¡Mola! ¡Vamos a hacer magia negra!».
Estuve tentada de hacer una danza de caderas para celebrar lo de la magia negra, pero pensé que eso descubriría mi secreto.
Pues eso, que entramos en una cafetería de la calle Polk, toda llena de jipis y roqueros y parejas y borrachos intentado serenarse y eso. Y todo el mundo se vuelve y nos mira. Y está a punto de darme un pasmo porque me doy cuenta de que no me he retocado el maquillaje desde que reboté de morros contra el contrachapado de la guarida de amor.
Así que voy y digo: «Tommy, psssst, ¿parezco un cadáver caníbal puesto de crac?».
Y él se detiene y me mira un momento y suelta: «No más de lo habitual».
Y yo: «¿Tengo ojos de mapache?».
Y él: «Digamos que con lo de la sangre seca alrededor de la boca has llevado a un nivel superior tu atuendo de payaso triste. Estás mona».
Para ser un paleto de Indiana, Flood puede llegar a ser un encanto. Me siento como si hubiera tomado la decisión correcta al elegirlo para ser mi Señor Oscuro, aunque solo tenga diecinueve años en vez de quinientos.
Así que siento como si tuviera que decirle algo agradable y le suelto: «Con esta ropa no estás tan patético». Y me doy cuenta de que no ha sonado tan bien como me habría gustado, y digo: «Mientras esperamos lo de la magia y eso, quiero un café con leche de soja triple con sangre tipo O».
Y Flood va y dice: «Está aquí».
Lo sé. Me quedé en plan «¿quéeeeee?».
Pues eso, que Flood me envía a por cafés y dice que me reúna con él en una mesa del fondo, y cuando lo hago está sentado con un gay gigagordo que lleva una túnica púrpura de mago estampada con estrellas y lunas plateadas, y tiene la cabeza afeitada con el tatuaje de un pentagrama, como el que le dibujé a Ronnie con rotuladores. ¡Lo sé! Y en la mesa tiene una bola de cristal sobre una base con dragones, y un cartel que dice: «Madame Natasha. Se adivina el futuro. Cinco dólares. Todos los beneficios se destinan a la investigación contra el sida».
Así que me acerco y Flood dice: «Madame Natasha, esta es mi esbirra, Abby Normal».
Y yo digo: «Enchanté», en un puto francés perfecto. «Una pasada de rímel, Madame.» Llevaba pestañas postizas en plan araña y lápiz de ojos con purpurina hasta las orejas.
Y Madame Natasha va y dice: «Oh, qué encanto eres por decirlo, niña. Tu conjunto también es très chic, pero deberías ponerte una chaqueta. Una cosita como tú se helará con la niebla».
Y yo estoy a punto de soltar mi discurso antimadre de «Tú no mandas en mí», cuando noto que no me importa. Es como si pudiera llevarme mejor con la robomadre si ella fuera un gay giganorme.
Así que me siento junto a Madame Natasha porque Flood está en el sitio del cliente. Y va él y me dice: «Madame Natasha me leyó la buenaventura cuando llegué a la ciudad, y dijo que conocería a una chica, pero no paraba de salir la carta de la muerte, y no entendía por qué». Y entonces mira a Madame y dice: «Acertó de lleno. Acabé conociendo a una chica muerta».
Y Madame va y dice: «Oh, cielos», y saca un pequeño abanico de una de su barbillas y empieza a abanicase.
Pues eso, que saco la bolsa de sangre y le echo un poco a mi café, y luego al de Flood, y él dice: «Abby, aparta eso».
Y yo: «¿Por qué?».
Y él como que mueve la cabeza hacia la gente, que no nos mira ni nada, sino que está concentrada leyendo y enviando mensajes. Y dice: «Los asustarás».
Y voy yo y le digo: «Oh, por favor. Han visto cómo llevo maquillados los ojos, han visto cómo me visto, han visto mi pelo de color oscuro y misterioso y solo pensarán que quiero asustarlos simulando que me echo sangre en el café. Así que ahora están simulando con ganas que no les asusto para no darme esa satisfacción, porque entonces no serían gente sofisticada de ciudad. Este no es mi primer funeral, so paleto».
«Oh, me cae bien», dice Madame. «Tiene agallas.»
Y Flood va y dice: «Okey mackey».
Y yo: «Como sigas diciendo “Okey mackey” me veré obligada a buscarme otro Señor Oscuro».
Y Madame dice: «Suena un poco garrulo, cariño».
Y Tommy suelta: «No os preocupéis por mi forma de hablar. Me recuerdas, ¿verdad, Madame? ¿Me recuerdas?».
Y la Madame: «Oh, sí, sí, ahora sí. Eres el que se masturbaba a niveles olímpicos, ¿verdad?».
Y Flood: «Eh, no, esa parte era de otro, eh…».
Así que como el amo necesitaba que le echara una mano, ya me entendéis, le dije: «Oh, tranqui, es por el estrés, lo hace todo el mundo. Yo ahora mismo me estoy sobando la almendra para descargar algo de tensión. Sí. Sí. ¡Sí! ¡Oh, por Jesús zombi fóllame rey león Simba hakuna matata! ¡Sí!». Y me orgasmizo un poco y hago como que me resbalo jadeando en mi asiento. Entonces miro a Madame con un solo ojo y digo: «¿A que están alucinando?».
Y ella como que asiente mientras me mira con los ojos muy abiertos y eso. Así que, listo, he disipado del todo la vergüenza de mi Señor Oscuro. Pero hay un morador diurno carroza que me mira por encima de su Wall Street Journal con cara de asco, así que le hago: «¡Rawr!».
Y Flood me mira.
Y voy yo y le digo: «¡Cállate, es cosa de vampiros. No deberían dejarle salir de noche, ni usar mi oscuridad sin permiso». Así que volví a rugir al del Wall Street Journal, por cotilla.
Bebimos café durante un rato mientras Madame miraba sus cartas y, entonces, como que alzó la mirada y parecía decepcionada porque aún siguiéramos allí, pero Flood estaba alerta.
«La mujer que me dijiste que conocería, la conocí. Vivimos juntos.»
Y la Madame alza la mano, que significa: «Calla de una puta vez», en el idioma de las pitonisas. Y vuelve a mirar un rato más las cartas. Y luego mira su tarro de propinas.
Entonces Flood me mira y como que mueve la cabeza hacia el tarro de propinas. Así que saco uno de cien de mi bolsa de mensajero y lo meto en el tarro.
Y Flood suelta: «¡Abby!».
Y yo le digo: «Hola, ¿la mujer que amas? ¿Quieres regatear por encontrarla?».
Y él: «Vale».
Así que Madame Natasha reparte unas cartas más y dice: «Una pelirroja».
Y los dos: «Sí».
Y ella: «Está herida, pero no está sola».
Y los dos: «Ajá».
Y ella pone seis cartas más y dice: «Esto no puede estar bien».
Y Flood va y dice: «Si ha vuelto a salirte la carta de la muerte, no pasa nada, ya lo hemos superado».
Y Madame dice: «No, no es eso». Y vuelve a barajar las cartas, pero no en plan guay, como un profesional, sino despacio y por toda la mesa, como si intentara confundir a las cartas.
Entonces vuelve a barajarlas. Y con cada carta abre más los ojos, hasta que coloca la última carta y dice: «Oh, cielos».
Y los dos decimos: «¿Qué? ¿Qué?».
Y ella: «En treinta años echando las cartas nunca había pasado esto».
Y los dos: «¿Qué? ¿Qué?».
Y ella: «Mirad».
En la mesa había catorce cartas con todo tipo de figuras y números. Y yo a punto de decirle: «Explica, porfa». Pero entonces veo por qué abría tanto los ojos. Son todas del mismo palo. Así que digo: «Todas son espadas».
Y va ella y dice: «Sí. Y no estoy segura de cómo interpretar esto».
Y yo: «¿Ella está herida, no está sola y todas las cartas son espadas?».
Y ella: «Sí, querida, es lo que acabo de decir, pero no sé lo que significa».
«Pues yo sí. ¿Puedes volver a barajarlas?» Y meto otros cien en el tarro.
Y ella dice: «Vale».
Entonces vuelve a repartirlas, y esta vez hay muchas espadas, pero también de otros palos, y digo: «¿Y bien?».
Y la Madame dice: «En esta configuración, las espadas indican el norte, pero también el aire, quizá un barco de vela. No tiene sentido».
Y los dos: «¿Qué? ¿Qué?».
Y ella: «¿Un barco hundido?».
Y yo: «Tiene todo el sentido del mundo».
Y Flood: «¿Lo tiene?».
Y yo: «No te muevas de aquí, Madame. Puede que volvamos».
Y Flood: «¿Qué? ¿Qué?».
Y yo suelto: «Se me olvidó contarte lo del hombrecito de la espada».
Y él: «Te haces muy deprisa a esto de la magia, Abby».
Y yo: «¿Intentas decirme que soy
happy
? Porque no es cierto. Soy compleja».
Lo soy, sí. Callaos. Lo soy.
Ahora me mira como si tuviéramos que irnos. Y eso que tecleo a una pasada de velocidad. Bueno, ya vale, tronco, le estás restando profundidad a mi literatura. Ya voy. Menudo quejica. Tengo que irme. Se nos acaba la noche. Ciao.
Los Ancianos
Makeda se puso las gafas y miró cómo se encendían los ladrillos de la esquina del edificio. Encontrarían a los gatos guiándose por su conducta, porque hasta los gatos vampiro son gatos y marcan su territorio. Elijah les había contado dónde había empezado de vampiro y por dónde era más probable que se movieran. Las gafas especiales combinadas con la visión vampírica les permitían ver brillar el fósforo que los gatos expulsaban con la orina. Incluso ver una especie de vida media. Lo marcado días antes brillaría de forma más apagada que algo marcado solo unas horas antes.
—Por allí —dijo Makeda.
Rolf inclinó la cabeza hacia el
loft
del segundo piso que tenía las ventanas cegadas con maderas.
—Ese es el
loft
donde Elijah dijo que convirtió al primer gato. Hay gente en él. Suena como si fueran dos.
—También fue ahí donde lo dejaron frito con una chaqueta cubierta de luces solares —repuso Makeda—. Yo voto por ocuparnos primero de los gatos, son menos complicados.
Rolf asintió hacia Makeda, que bajó al callejón de un salto sin decir otra palabra. Siguieron el rastro, una marca aquí y allá, a lo largo de muchas manzanas, hasta llegar a Mission, donde el rastro empezó a dispersarse.
—No sé por dónde seguir —dijo Bella—. Necesitamos un lugar elevado.
Rolf miró a su alrededor y localizó el edificio más alto de la zona.
—¿Qué tal ese que parece que tiene un robot pterodáctilo enganchado? —repuso, señalando al edificio federal de cristal negro.
—Es una abominación —dijo Makeda.
—Habló la abominación —gruñó Rolf—. Iré yo. Tengo que subir en forma sólida, así que necesito las gafas.
Se quitó el abrigo y dejó caer las armas encima de él.
—Nos haremos niebla si pierdes asidero —dijo Makeda—. Toma tus gafas. Si te caes de esa cosa en forma sólida tendremos que rascarte del suelo y meterte en una bolsa para llevarte de vuelta al barco.
Él sonrió enseñando los colmillos y empezó a trepar despacio por la esquina vertical del edificio.
Bella sacó un paquete de cigarrillos de la chaqueta, cogió uno, lo encendió y soltó un largo chorro de humo tras Rolf.
—¿Y si Elijah mintió en lo de convertir a más humanos? Ya nos ha mentido antes.
Cuando se llevaron al viejo vampiro de la ciudad, lo acompañaba una mujer rubia, y afirmó que era la única. No sobrevivió al primer mes en el mar. «Recipientes débiles» llamaban a los que eran como ella.
—Tampoco admitió haber convertido al gato, hasta que vimos las noticias por internet.
—Tendremos que hablar con él cuando volvamos al barco, si hay tiempo. Rolf aterrizó en el pavimento a su lado. —Por allí. A unas seis manzanas. Hay una pauta a modo de rosetón con centro allí y que se dispersa en todas direcciones durante cosa de diez manzanas. He visto alrededor de un centenar de gatos en una azotea de por allí.
—Vamos allá, entonces —dijo Makeda. —Eso no es todo. Hay un grupo de hombres dándoles caza.
Son ocho. —¿Cómo sabes que van tras los gatos? —Porque dos de ellos han encendido sus cazadoras. Ahora mismo estaría ciego de no ser por las gafas. Llevan las cazadoras solares contra las que nos previno Elijah.
—Joder —dijo Makeda—. Ocho más que habrá que matar.
—Como mínimo —añadió Rolf—. ¿Cuánto falta para que se haga de día?
—Dos horas y media —respondió Bella, mirando el reloj—. ¿No tenemos un rifle de francotirador en el barco?
—En alguna parte —dijo Rolf. —Bueno, no podrán encender la cazadora solar si mueren antes de que estemos a menos de quinientos metros de ellos.
—Es sucio —repuso Makeda—. Las balas dejan cuerpos.
—Prefiero tener que deshacerme de un par de cadáveres a que me fría una chaqueta solar —comentó Bella, asumiendo ya el mando—. Rolf, tú y yo iremos a por los gatos. Mataremos a todos los que podamos. Makeda, sigue a los cazadores, guarda las distancias, mira adónde van y reúnete con nosotros en el barco. Esta noche, gatos. Mañana por la noche, humanos.
—Odio a los gatos —dijo Makeda.
—Lo sé —dijo Bella.
—Hay algo más —dijo Rolf—. En la azotea hay algo más con los gatos. Algo más grande.
—¿Qué quieres decir con «algo»? —preguntó Makeda.
—No lo sé —dijo Rolf—, pero no emite calor, así que es de los nuestros.
Tommy y Abby
De alguna manera, en su momento le había parecido lógico seguir la interpretación que hizo Abby de la sesión de Madame Natasha, pero una vez en el muelle, ante el barco negro, con la noche a punto de desaparecer, Tommy había dejado de estar tan seguro.
—¿Crees que está dentro?
—Igual sí. Vi la llegada de este barco en el
blog
de la ciudad. Había una foto y parecía guay y… oh, no sé, soy nueva en esto. No puedes esperar que sea buena en todo. ¿Por qué no te vuelves nebuloso y te cuelas a bordo?
Oyeron los pasos de pies desnudos sobre madera y una gorgona de rizos rubios apareció de pronto en lo alto del puente de mando de fibra de carbono negra.
—Paz, hermano. Paz, hermana. ¿
Qu’hay
?
Un joven muy moreno, emitía calor, pero tenía un delgado anillo negro dentro de su aura.
Abby le dio un codazo a Tommy y este asintió para indicar que lo había visto.
—¿Qué ha dicho? —preguntó Tommy.
—No lo sé —respondió Abby—. Parece australiano. Como me suelte que le haga un trabajo en las antípodas le doy una patada en los riñones con mis Chucks de amor prohibido.
—Okey mackey.
El rubio se llevó a los ojos unos binoculares de visión nocturna, miró rápidamente por ellos y los bajó.