Authors: Christopher Moore
Okata contravino su rutina y tomó el autobús F en vez de ir andando. Permaneció en el viejo tranvía durante todo su recorrido por la calle Market, dejando atrás el edificio Ferry y atravesando algunas manzanas de Embarcadero, donde se bajó y se tomó un momento para contemplar el extraordinario barco de vela negro atracado en el muelle nueve, antes de arrastrar hasta su casa sus cuatro litros de sangre.
Cuando ella despertó, él estaba sentado junto al futón con una gran sonrisa y una taza de té llena de sangre de cerdo.
—Hola —dijo con una gran sonrisa.
—Hola —dijo la chica quemada, enseñando los colmillos al sonreír. El pelo le había crecido durante el día, y ahora le llegaba hasta el pecho, pero estaba seco y quebradizo.
Okata le entregó la taza y le sujetó la mano mientras tragaba la sangre. Cuando acabó, le dio una servilleta de papel y volvió a llenarle la taza. Entonces se sentó y bebió té de su propia taza mientras ella sorbía la sangre. Observó la forma en que el color volvía a su piel como si tuviera una luz rosa en su interior, y la forma en que su cuerpo se hinchaba a medida que volvía la carne a sus huesos, como si la estuvieran rellenando.
—¿Has comido? —dijo ella. Hizo el gesto de coger arroz con palillos y luego lo señaló. No, no había comido. Se le había olvidado comer.
—No —dijo—. Perdón.
—Necesitas comer. Comer. —Hizo el movimiento y él asintió.
Mientras ella se tomaba la tercera taza de sangre, él cogió una bola de arroz de la neverita y la mordisqueó. Ella le sonrió y brindó con su taza de sangre contra la taza de té.
—Eso es. Mazel tov!
—Mazel tov! —dijo Okata.
Brindaron y él comió y ella bebió sangre, y él vio que a ella se le llenaba la sonrisa y le brillaban los ojos. Él le enseñó lo que le había comprado en la tienda de Levi’s y en la de Nike, y en la de Victoria’s Secret, aunque apartó la mirada e intentó ocultar una sonrisa de niño pequeño al mostrarle las bragas y el sujetador de satén rojo. Ella le felicitó y se puso las ropas contra el cuerpo, y se rió cuando parecieron demasiado grandes y tomó un buen trago de sangre, derramándosela por las comisuras de la boca y en el kimono.
Y ella vio los zapatos nuevos de él y los señaló y le guiñó el ojo.
—Sexi —dijo.
Él sintió que se sonrojaba y sonrió y dio un pequeño paso de baile, un baile universal de éxtasis a lo Snoopy para mostrar lo cómodos que eran los zapatos. Ella se rió y pasó su mano por ellos mientras ponía los ojos en blanco.
Cuando él se hubo bebido toda la tetera y ella casi cuatro litros de sangre, la chica quemada se sentó en el borde del futón y se echó atrás la espesa melena pelirroja. Ya no era un esqueleto chamuscado, un espectro ennegrecido, una vieja reseca, sino una joven voluptuosa, pálida como la nieve y fría como la habitación, pero tan vibrante y aparentemente viva como cualquier otra persona.
Él apartó la mirada cuando ella se estiró y se le abrió el kimono.
—Okata —dijo ella. Y él la miró a los pies—. Vale. No pasa nada.
Se cerró la bata y le acarició la mejilla. Tenía la mano fría y suave y él se apretó contra ella.
—Necesito una ducha —dijo ella. Hizo un gesto de lavarse, de lluvia cayendo—. ¿Una ducha?
—Sí.
Le llevó una toalla y una pastilla de jabón, y le mostró la ducha, que daba a la habitación y estaba abierta junto a un lavabo con pie. El inodoro estaba en un armarito al otro lado.
—Gracias —dijo ella. Se levantó, dejó que el kimono le resbalara por los hombros y lo colocó con cuidado sobre el futón, luego cogió el jabón y la toalla y se dirigió a la ducha, sonriéndole por encima del hombro cuando pisó la bandeja.
Okata se sentó, más bien se cayó, en el pequeño taburete junto al futón, y miró mientras ella se lavaba los últimos restos de ceniza de la piel, y luego dejaba que el agua corriera por ella, hasta que el apartamento quedó lleno de vapor, cansancio y maravilla.
Él cogió el cuaderno del suelo y empezó a dibujar.
La vio moverse entre el vapor como un espíritu, secándose y peinándose con los dedos. Salió del vapor, dejó caer la toalla en el suelo junto al banco de trabajo. Él apartó la mirada cuando ella se acercó, y ella se arrodilló y le levantó el mentón con el dedo hasta que tuvo que mirarla. Tenía ojos verdes como una piedra de jade.
—Okata —dijo—. Gracias.
Entonces lo besó en la frente, y en los labios, y le apartó el cuaderno de dibujo con mucha suavidad y lo dejó caer al suelo, y lo empujó hacia el futón y volvió a besarle a medida que le desabrochaba la camisa.
—Vale —dijo él.
Las crónicas de Abby Normal,
la alicaída monosexualidad de un cadáver monín y marginado
Al igual que el protagonista de la novela de Herman Hesse,
El lobo estepario
(que todo el mundo sabe que significa «lobo natural de Paros»), se topa con el cartel de no se permite la entrada a todos en el teatro de la magia, lo de los romances no está hecho para mí. La soledad es mi acompañante. La amargura, mi maromo.
Oh, fue bonito despertarse con la puesta de sol, casi en brazos de mi Señor Oscuro, abrazaditos en nuestro cobertizo en la azotea. Seguramente no debí pillar la paloma que encontré debajo del alero para chuparle el cuellecito, pero diré en mi defensa que el desayuno es la comida más importante del día y que juro no volver a comer nada con plumas porque es una mierda. Aun así, creo que mi señor Flood me habría perdonado que le escupiera plumas ensangrentadas en los pantalones de lino si mi cola no hubiera dificultado nuestro plan de búsqueda.
Ya está, ya lo sabe todo el mundo. Tengo cola. Que es como la razón por la que debíamos volver a la guarida de amor en vez de seguir buscando a la condesa. Fu llamó justo antes de que amaneciera para decirme que todas las ratas habían muerto.
Así que voy y suelto: «¿Nos andamos con rodeos, Fu? Si me echas de menos solo tienes que disculparte y humillarte un poco y seguimos como si nada».
Y va él y me suelta: «No, Abby, no lo entiendes. Es algo en su ADN. Expiran a la semana de ser vampiros».
Y yo le digo: «Mi pobre y triste Perro Fu, ¿seguro que no es tu manubrio lo que usa las ratas muertas para enviar un SOS y recuperar su almejita? ¿Hmmm?».
Y él dice: «No, Abby, pillaste ADN de rata junto con el vampirismo, por lo mismo por lo que Chet tiene ADN humano».
Y yo: «Ya».
Y él: «Tienes que volver aquí. Abby, sé que tienes cola».
Y yo: «Mierda puta», y apagué el teléfono.
Así que cuando Flood y yo despertamos en el cobertizo de la azotea le solté: «Igual tenemos que ir a ver a Fu».
Y Flood va y dice: «Llámale y dile que han venido unos vampiros viejos a limpiar esto. Que se vaya preparando. Llegaremos en unos minutos».
Y voy yo y digo: «Le mensajearé. Ahora mismo no me hablo con él».
Así que Tommy me enseñó que no puedes correr demasiado deprisa, o alguien sabría que pasaba algo, así que hay que ir en ráfagas, y que no debía saltar sobre los coches y eso porque esa mierda te delata enseguida como nosferatu. Pero les hice «Rawr» a algunos turistas del tranvía, porque lo estaban pidiendo a gritos. Y si les preguntáis a ellos, os dirán: «La chica daba très miedo, y en Follavacas, Nebraska, sabemos que “Rawr” es de vampiros porque tenemos valores familiares y eso».
Así que tras correr en ráfagas durante tres manzanas, le hice «Rawr» a un taxi que se detuvo ante mis impresionantes poderes oscuros y el billete de cien dólares que le enseñé, y llegamos a la guarida de amor, donde nos abrió Jared.
Y Jared me soltó: «¡ODM, ODM, ODM,Abs, las ratas han muerto!».
Y yo digo: «No es noticia. La pasada de barco robot pirata con vampiros sí que es noticia».
Y Jared: «¿En serio?».
Y yo: «Total».
Y él suelta un gritito de niño gay que es un poco vergonzoso, así que le pregunto: «¿Dónde está Fu?».
Y Fu sale del dormitorio y yo voy a besarlo y él como que se aparta y me enseña sus frasquitos con sangre y dice: «Nada de besos, Abby, que esto es frágil». Así que lo dejo.
Y él dice: «Abby, tenemos que cambiarte. Ahora mismo».
Y yo: «De eso nada, Fu. He acabado con tu mezquina debilidad humana».
Y él hace un gesto señalando hacia las jaulas de ratas, y todas las ratas están tumbadas en ellas. Y yo le suelto: «¿Y qué?».
Y Fu dice: «Fueron cayendo una tras otra en el plazo de pocas horas. Hay alguna incompatibilidad en el virus vampírico».
«¿Es un virus?», dice Tommy.
«No sé qué es exactamente, pero se pega al ADN anfitrión y se transporta al infectado con el ADN».
Y yo digo: «¿Y qué?».
Y es entonces cuando Fu le farfulla a Flood que tengo cola, y yo quiero arrastrarme hasta un agujero y morir en él, solo que sería redundante.
Entonces va Jared y dice: «¿Queréis algo para beber? ¿Un poco de sangre o algo?».
Y yo: «No, gracias, ya he tomado una paloma».
Y Flood: «Yo sí tomaré un poco».
Está a punto de dar un sorbo al vaso que le ha llenado Jared, y le veo los colmillos, que resultan très sexi ahora que no quiere desgarrarme el cuello con ellos, y dice: «Oh, Abby, si esto resulta estar drogado, arráncale los brazos a Steve».
Y yo: «Vale». Y a Fu le digo: «Rawr. Cállate».
Y Fu dice: «No le he echado drogas».
Así que le contamos a Fu y a Jared lo del barco y lo de los vampiros viejos y que han venido de limpieza y lo que dijo el tal Kona sobre los vampiros de segunda generación.
Y Fu suelta: «Eso eres tú, Tommy».
Y Flood suelta: «Lo sé. Tengo que encontrar a Jody. Y Jared y tú tenéis que salir de este apartamento. Id adonde sea, y quedaos allí hasta que todo se despeje o el Cuervo leve anclas.
Y Fu dice: «¿Y cómo se os ocurrió ir al muelle?».
Entonces le contamos lo de Madame Natasha y el barco hundido en el norte de la ciudad y eso, y él pone los ojos en blanco porque no cree en la magia, pese a que le está poniendo los ojos en blanco a dos vampiros.
Y dice: «¿Habéis mirado en El Barco Hundido?».
Y los dos: «¿Quéeeeee?».
Y él: «Es un bar de la calle Jackson. Se construyó sobre uno de los barcos de la fiebre del oro que quedó allí abandonado. En el sótano se puede ver la carcasa del barco.
Y Flood: «¿El Barco Hundido? ¿Se llama así?».
Y yo: «Resulta obvio».
Y Flood dice: «Necesitamos ir allí».
Y Fu: «No, tengo que haceros humanos a los dos. Podéis caer muertos en cualquier momento».
Así que suelto: «Como si no. Hay que encontrar a la condesa».
Y Tommy dice: «Luego. Todo eso luego».
Así que Fu suelta: «Bueno, entonces llevaos esto». Y nos da algo que parece una linterna de aluminio con una erección de cristal azul».
Y yo: «Eh, podemos ver en la oscuridad, y también el calor, y tenemos de reserva a alguien que puede ver el futuro, así que, gracias, pero…».
«Son láseres ultravioleta», dice Fu, en medio de mi rechazo. «Los usan para fundir polímeros sensibles al ultravioleta en cámaras al vacío.»
Y Tommy me mira en plan «¿qué?». Y yo lo miro en plan «ni puta idea».
Así que Fu se embala: «Si nos apuntarais a Jared o a mí con ellas solo nos quemaríais, como una lámpara solar de alta intensidad. Pero para eso tendríais que enfocarnos durante cinco segundos».
Así que Flood me mira en plan «¿qué?». Y yo lo miro en plan «no he pillado nada».
Así que Fu le quita la linterna a Tommy y suelta: «Así». Y apunta la linterna a una de las jaulas de ratas muertas, y la baña con un rayo de azul intenso y bang, carbón de rata instantáneo.
«No se pueden mantener encendidas como las cazadoras ultravioleta. Estas funcionan con un condensador que acumula la carga y la libera en descargas de dos segundos, pero seguro que en ese tiempo podréis cortar a un vampiro en dos. Las hice para Rivera y Cavuto.»
Y Tommy dice: «Pues no se las deis, joder, que vienen a por Jody y a por mí».
«Y a por mí», digo yo.
«Y a por mí», dice Jared. Y todos lo miramos y suelta: «No por ser vampiro, sino porque el poli grandullón me odia». Entonces parece avergonzarse, y de pronto dice: «Chicos, os sangran los ojos».
Y miro a Tommy y suelto: «¿QCÑ?».
Y Fu dice: «Si las usáis, tendríais que poneros gafas de sol con filtro ultravioleta o, bueno, os harán daño en los ojos».
Así que Flood va y dice: «Es bueno saberlo».
Y Fu dice: «Debéis saber que no pueden convertirse en niebla si están heridos o quedan expuestos a una cantidad importante de rayos ultravioleta. Lo he probado con las ratas. Lo que significa que tampoco vosotros podréis hacerlo».
Y los dos: «Ajá».
Y él: «¿Qué vais a hacer?».
Y Flood dice: «Iremos a El Barco Hundido a ver si encontramos a Jody, y supongo que luego intentaremos abordar un barco pirata. ¿Y tú?».
«Primero desmontaré el laboratorio, pero conozco a unos tíos de mi programa a los que les sobra una habitación en Berkeley. Puedo quedarme allí.»
Y Flood dice: «Llévate a Jared contigo. Elijah lo conoce. Todo el que conociera Elijah, o conociera su existencia, corre peligro».
Y Jared suelta: «Noooo, Berkeley es demasiado machorro».
Así que se lo explico a Tommy: «A Jared le dan miedo las lesbianas machorras. Y se inventaron en Berkeley».
Y Fu como que mira a Jared, y luego a mí, y luego a Flood, y a sus ratas muertas, y suelta: «¿No puedes dejar aquí a Abby para que pueda volverla humana?».
Y Flood me mira y yo suelto: «Por favor, zorrón, que tengo un sable láser». Y cogí a Fu y lo besé con ganas, pero pude sentir que se apartaba de mí.
Y me dice: «Abby, cuando esto se acabe…».
Y yo como que le pongo el dedo en los labios: «Shh, shh, shh, Fu. No hagas incómodo el momento con lloriqueos. Llevo toda la vida preparándome para esto».
Y es así.
Así que nos quedamos un tanto cortados.
Y fuera Flood va y me dice: «¿Estás bien?».
Y yo digo: «Sí. ¿Me consideras un bicho raro porque tengo cola?».
Y él: «No, por eso no».
Lo que fue una pasada por su parte.
Así que corrimos en plan discreto hasta Walgreens, donde compramos tres gafas de sol y un móvil desechable para Tommy, y yo me compré unos osos gummi que ahora mismo estoy mojando en sangre para comérmelos, arrancándoles de un bocado la cabeza de osito. Luego vamos al distrito financiero y buscamos el bar llamado El Barco Hundido en la parte antigua de la calle Jackson, y tienen un gran dibujo de un barco de vela, con un letrero grande donde pone El Barco Hundido, y no estamos ni a dos manzanas de la azotea en la que pasamos la noche, y yo suelto: «Ups».