Authors: Christopher Moore
—Dámela, Okata. —Hizo con la mano el gesto de agarrar.
Él la puso en posición sentada contra la verja de hierro forjado que rodeaba los escalones de su apartamento y cogió el arma, poniéndola luego en la mano de ella. Entonces apretó con firmeza el cañón y dijo algo profundo en japonés.
—No, no voy a matarme —dijo ella, y él sonrió.
Soltó el cañón del arma y ella barrió el cuerpo de Bella con perdigones hasta que el arma dejó de disparar. Luego tiró el arma por encima de la verja e hizo a Okata un gesto para que la ayudara a entrar en su apartamento. Para cuando Okata la ayudó a cruzar la puerta, el cuerpo de Bella no era más que un montón de viscosos pedazos de carne. Por la mañana, cuando los alcanzara el sol, solo sería una mancha chamuscada en la acera con goterones de plástico quemado que habían sido zapatos, gafas y un traje de Kevlar.
Okata la llevó hasta la ducha, donde le enjuagó las heridas, la secó y le llevó el último litro de sangre de cerdo que aún guardaba en la nevera.
Jody sintió una horrible punzada de culpa. Había estado esperándola, probablemente estaba en la calle, buscándola, cuando apareció por la esquina perseguida por Bella.
Una vez se bebió la sangre y se le curaron las piernas lo bastante como para sostenerla, fue hasta el banco de trabajo y encendió la luz. Allí estaba el último grabado. Sin terminar, pero con dos de los bloques de madera ya tallados del todo: el negro y el rojo. Era ella, en la ducha, el pelo rojo cayendo por su espalda en medio del agua, trozos de ceniza negra en un charco a sus pies.
Okata estaba a su lado, mirando el grabado con ojo crítico, como si hubiera algo que pudiera corregir en cualquier momento. Ella se inclinó y lo miró a la cara desde el grabado.
—Eh —dijo—. Gracias. —Vale —dijo él. —Perdón —dijo ella.
Perro Fu
Abby estaba tumbada en el futón del gran salón del loft. Las jaulas de ratas vacías estaban amontonadas en un rincón y Fu había desatornillado una de las láminas de contrachapado de las ventanas para dejar pasar algo de luz. Llevaba desde las seis de la mañana controlando los signos vitales de Abby. Al menos tenía signos vitales. Cuando empezó no tenía ni eso. Ella abrió los ojos a mediodía.
—Fu, capullo, soy mortal. —¡Estás bien! —La rodeó con los brazos. Ella lo apartó. —¿Dónde está Tommy? ¿Dónde está la condesa? —Tommy está en el dormitorio. No sé dónde está Jody. —¿No ha llamado? —No. —¡Mierda puta! ¿También has vuelto humano a Tommy? —No. Empecé a hacer el suero, pero él no quería hacer nada mientras el otro vampiro siguiera vivo. Pero tendremos que hacerlo, Abby. No vivirá mucho más si no lo hacemos. —Lo sé. Nos lo dijo el pirata rasta del barco negro. ¿Otro vampiro? ¿Solo uno?
—Rivera llamó mientras estabas inconsciente. Los Animales acabaron con uno en el Safeway.
—¿Les dijiste que no se acercaran al barco negro?
—Lo hizo Tommy.
—¿Qué pasa con Chet?
—No lo sé.
—Podría estar… Eh, ¿dónde está mi cola?
—Se te cayó cuando volviste a ser humana.
—¿La guardaste?
—Pues, no. La dejé en la mesita y se quemó cuando salió el sol.
—¿Has quemado mi cola? Era parte de mí.
—Una parte asquerosa de ti.
—Eres un racista, Fu. Me alegro de que hayamos roto.
—¿Hemos roto?
—Íbamos a hacerlo, ¿verdad? ¿No era de eso de lo que querías hablarme? ¿De que yo soy demasiado compleja y misteriosa para ti y de que tú necesitas recuperar tus valores tradicionales de friki científico y vivir en Sunset con tus padres, en vez de en esta impresionante guarida de amor con la diosa de tu novia vampira, que nunca volverá a follar contigo, ni aunque se lo supliques, ni siquiera por compasión, por mucho que le mole tu sexi pelo a lo manga? ¿No era eso lo que ibas a decirme?
—No con tantas palabras. Me mudo a Berkeley. Es duro, Abby…
—No malgastes aliento, s’il vous plaît, ya he superado lo tuyo. No pienso seguir padeciendo tus groseras banalidades y eso.
—Ha llamado tu madre. Quiere que vayas a casa.
—Sí, seguro. ¿Es que ahora me salen monos voladores del culo sin cola?
—Dice que le han llegado tus notas. Aprobaste la clase de biología del señor Snavely.
—¿Ah, sí?
—Dijo que casi se desmaya. Jared dice que fue por tu proyecto para mejorar nota. ¿Por qué no me dijiste que te llevaste a la escuela una de las ratas?
—Bueno, no creí que saliera tan bien. La rata ya estaba vampirizada, así que cuando la saqué de la caja de zapatos, parecía como muerta. Y el señor Snavely me soltó: «Oh, qué bonito, Allison, una rata muerta». Pero en el laboratorio de biología daba el sol, y la rata entró de repente en combustión espontánea, y voy yo y digo: «Fijaos bien, cabrones, la combustión espontánea de roedores es la onda del futuro».
—Bueno, pues te ha aprobado porque no ha conseguido descubrir cómo lo hiciste.
—Soy la Señora Oscura de biología. Temedme. ¡Rawr!
Entonces lo besó con fuerza, pero no tanto como cuando era vampira, lo cual era un alivio, pero entonces lo apartó y lo abofeteó.
—Ay. No creo que seas una zorra.
—Lo sé, esto ha sido nuestro agridulce beso de ruptura. Ahora me iré a penar hasta que despierte mi señor Flood y reanudemos la búsqueda de la condesa. Estoy hambrienta. ¿Quieres que vayamos a tomar un sándwich a un Starbucks? Tengo como diez de los grandes en la bolsa de mensajero.
La guarida de amor
Despertó al anochecer con el rostro de ella en la mente y el pánico recorriéndole la columna vertebral. Salió del dormitorio de un salto y entró en el salón, donde Abby colgaba en ese momento el teléfono.
—Era la condesa —dijo Abby—. Está bien. Llegará en unos minutos.
—¿Y tú estás bien? Estás viva. Tienes calor. —Podía ver el calor que emitía y la saludable aura vital que la envolvía.
—Sí, gracias. Fu destruyó mi cola. —Se volvió y miró a la cocina—. ¡Ese tontaco traicionero, racista y rompecorazones!
—Eres un poco dura. Te ha salvado la vida.
—Tengo el corazón roto. Estoy afligida. Inconsolable. He perdido mi cola. Voy a tener que volver a hacerme todos los piercings y los tatuajes.
—Pero te has lavado la cara y ya no tienes los ojos en plan mapache.
—Gracias. Me gustan las manchas de sangre de tus pantalones.
—Hola —dijo Perro Fu desde la cocina, donde llenaba una jeringuilla con lo que parecía sangre—. Tengo tu suero listo para cuando estés preparado.
—No estoy preparado.
—Tienes que estarlo, ¿sabes?
Sonó el timbre. Tommy pulsó el intercomunicador.
—Soy yo —dijo Jody.
La dejó pasar y un instante después estuvo en lo alto de las escaleras, besándolo. Él la apartó y le miró la ropa manchada de sangre, desgarrada en codos y rodillas.
—¿Qué te ha pasado? ¿Dónde estabas?
—Uno de los vampiros viejos me emboscó en una azotea frente al barco negro. Me hizo esto con un arma que tienen. Es horrible. No podemos dejar que se nos acerquen con estas cosas.
—¿Cómo conseguiste escapar?
—Yo estaba escondida en el fondo de una piscina, pensando en lo que podía hacer, cuando Chet la atacó. Me fui de allí mientras Chet la montaba.
—Eso es. ¡Viva Chet! —dijo Abby.
—¡Abby! —Jody corrió hasta Abby y la abrazó, la besó en la frente—. Me tenías tan preocupada. Estás viva. Viva de verdad.
—Sí. Fu me ha hecho humana. Quiero volver a ser nosferatu.
Todos se volvieron para mirar a Fu, que seguía en la cocina.
—No puedo hacerlo, Abs. No sobrevivirías a una segunda vez. Lo intenté con las ratas. Solo puedes ser humana.
—Estoy condenada —dijo Abby.
—Jody —dijo Tommy—, ¿qué ha sido de la vampira que te atacó?
—Murió. Aniquilada. Alguien me rescató justo antes de que me matara. Así que solo queda uno, ¿no?
—No queda ninguno —repuso Tommy—. Llamó Rivera. Los Animales acabaron con el otro. En el barco negro solo queda Elijah.
Jody se llevó la mano al rostro.
—Tenemos que hablar, Tommy.
—Lo sé —dijo él.
—Jody —les interrumpió Perro Fu—, no tengo forma de saber cuándo podría Tommy, eh, expirar. Podría pasarle más deprisa que a Abby.
—Ven conmigo. —Jody cogió a Tommy de la mano y lo condujo al dormitorio—. Tengo que enseñarte algo. Vosotros dos, no entréis en la habitación, ¿me oís?
Tommy y Jody
—Ahora no podemos ponernos a hacer el amor como locos, Jody. Nos oirán y normalmente acabamos rompiendo todos los muebles.
—¿Aprendiste a hacerte niebla cuando estabas con Chet? Dijiste que habías aprendido.
—Sí, así es como conseguí estas prendas de ropa. Son estúpidas, ¿verdad?
—Tommy, la vampira, la anciana, se llamaba Bella, me dijo algo. Bésame. Bésame y hazte niebla. No pienses en ello, no pares, fúndete en el beso.
Ella lo besó y lo sintió mientras dejaba de ser sólido y lo imitó haciéndose niebla, hasta que fueron una sola entidad, compartiendo cada secreto, cada miedo, cada victoria, todo, la misma esencia de lo que eran, envolviéndose el uno al otro, rodeándose el uno al otro mientras vivían la historia del otro, reviviendo juntos todas las experiencias que habían tenido, con consuelo y alegría, con abandono y pasión, sin palabras ni limitaciones, y, como suele pasar con dos personas enamoradas, el tiempo perdió todo significado y podrían haber seguido así, de ese modo, eternamente.
Cuando finalmente recuperaron la forma sólida estaban desnudos, en la cama, riendo como niños enloquecidos.
—Uau —dijo primero Tommy.
—Sí —dijo.
—Así que Okata te salvó.
—Sí, necesitaba salvar a alguien. Siempre había necesitado salvar a alguien.
—Lo sé. Me parece bien, ¿sabes?
—Sí, lo sé.
—No puedo hacerlo, Jody. Es algo asombroso, y te adoro, pero no puedo hacerlo.
—Lo sé —dijo ella, porque lo sabía—. Ahora soy esto, Tommy. Me gusta esto, me gusta la noche, me gusta el poder. Me gusta no tener miedo. Nunca fui nada hasta que fui esto. Me gusta ser esto.
—Lo sé —dijo él. Sabía que ella siempre había sido mona, pero no guapa. Que siempre se había sentido insatisfecha con quien era, preocupada por lo que los hombres, o su madre, o cualquiera, pensase de ella. Pero ahora era bella. Y fuerte. Justo lo que quería ser—. Necesito las palabras, Jody. Son lo que soy.
—Lo sé.
—No soy un vampiro. Soy un escritor. Vine aquí para ser escritor. Quiero poner «gelatinoso» en una frase. Y no solo una vez, sino una y otra vez. En la azotea, bajo la luz de la luna, en un ascensor, haciendo la colada, y cuando esté agotado quiero revolcarme en mi propio sudor gelatinoso y usar «gelatinoso» en mis frases hasta caer desmayado.
—No creo que gelatinoso signifique lo que crees que significa.
—Da igual. Es lo que necesito hacer. Necesito escribir algo.
Necesito escribir mi historia sobre la niña en el Holocausto. —Creía que era una niña creciendo en el sur segregacionista. —Lo que sea. Es importante. —Sabes que lo sé, ¿verdad? —Lo sé, pero es justo eso lo que te estoy diciendo, que necesito las palabras. Te quiero, pero necesito las palabras. —Lo sé. Hagamos que Fu te convierta en un chico de palabras. —¿Y tú te irás? —Tengo que irme. —Lo sé. ¿Sabes algo? Creo que esta fusión me ha estropeado. —¿Por qué? —Porque estás ahí completamente desnuda y no quiero otra ronda de sexo contigo. —¿De verdad? —Deja que lo piense. No, falsa alarma, estoy bien. —Ven aquí, escritorcillo. Vamos a romper algunos muebles.
El Cuervo
—Alabado sea el dulce amor de Jehová por darnos bollito nevado de ardiente cabello —dijo Kona—. Bienvenida, dulce hermana muerti. Bienvenida a bordo.
—Señora —dijo Jody—. Dulce señora muerti.
—Cierto, señora. Bienvenida a bordo.
La nave era una maravilla de tecnología y lujo. Kona le había prestado a Fu su brazalete de seguridad para que pudiera subir al barco y resetear la seguridad haciendo que la nave no matara a todo el que subiera a bordo. Luego Kona y él dieron una vuelta por la nave enseñándole las mil maneras diferentes en que estaba programada para matar a una persona. Era una trampa mortal elegante y redundante.
—Querrás volver a poner en marcha los sistemas —dijo Fu—. Hay un motivo para que tuvieran tanta seguridad.
Jody se despidió y lo acompañó hasta fuera del barco. Ahora que tenía uno de sus láseres ultravioletas en la mano y varios viales herméticos para sangre en la otra, siguió al falso rastafari hasta la cámara más profunda de la nave, donde no había ido Fu. Llegaron hasta una escotilla hermética blanca y ancha con un pequeña mirilla y cerrada por una pesada rueda de acero inoxidable.
Kona accionó el interruptor de la luz.
—Esto emitir solo pizca de ultravioleta, señora. Hace sólido a bastardo hijo de perra para que escapar no pueda.
Jody se asomó a la mirilla y una cara la golpeó, con un ladrido, dejando su saliva sanguinolenta en el grueso cristal.
—Vaya, hola, pequeñín. ¿Qué tal estamos?
El vampiro rugió. Era Elijah, el viejo vampiro que la había convertido, que en realidad había convertido a todos los vampiros, si la leyenda era cierta. Pero ahora parecía un animal salvaje, desnudo, enseñando los colmillos, rugiendo a la mirilla.
—¿Puede oírme? —preguntó Jody.
—Oh, sí, oye. Debes decir que vaya fondo de habitación. Así poder atraparlo con segunda puerta. Como esclusa. Así damos de comer viejo cabrón.
—Ponte al fondo de la habitación, Elijah. Necesito que hagas algo.
El vampiro le gruñó.
—Okey mackey —dijo, y se puso las gafas de sol, colocó el láser de Fu contra el cristal y convirtió en ceniza la oreja derecha de Elijah.
Él le rugió.
—Oh, sé que eso ha tenido que doler. ¿Oyes ese zumbido agudo, Elijah? Es el láser recargándose. Tarda cosa de un minuto. Cuando haya terminado, te quemaré la picha como no muevas tu anciano culo hasta el fondo de la celda —dijo, y sonrió.
—Hazlo, hermano, es una zorra muy fría y lo sabes. Deberías hacer lo que dice, ¿sí?
El viejo vampiro retrocedió más allá de la puerta interior, rugiendo, y Kona le dio al interruptor, cerrándola. Entonces abrió la pesada escotilla externa.
Jody dejó los viales dentro de la cámara, y dijo:
—Bueno, Elijah, necesito que llenes estos viales con tu dulce sangre de vampiro de primera generación.
Cerraron la escotilla exterior y Elijah gruñó y se resistió, pero cedió cuando le quemaron la otra oreja. Veinte minutos después, Jody tenía los cuatro viales llenos de sangre de Elijah y este lamía dos litros de sangre de atún de un cuenco de acero inoxidable.