Authors: Christopher Moore
Al otro lado de la ventana, Marvin ladró tres veces rápidas, lo que Rivera interpretó como una advertencia, pero que traducido del perro era: «Eh, ¿me dais una puñetera galleta, o qué?».
Tommy
Las palabras trajeron de vuelta a Tommy. Las palabras lo habían abandonado durante la semana que había pasado con la manada de gatos vampiro, al igual que durante todas las semanas anteriores, cuando estuvo atrapado dentro de la estatua de bronce. Su mente se había vuelto animal, al igual que su cuerpo cuando escapó de su prisión. Había tenido que depender de sus instintos por primera vez desde que Jody lo había convertido en vampiro, y sus instintos lo condujeron hasta Chet, el enorme gato vampiro afeitado, y su progenie vampira. Con ellos había aprendido a usar sus sentidos vampíricos, a ser un cazador, a buscar por primera vez presas de sangre: ratones, ratas, gatos, perros y, sí, personas.
Chet era el animal alfa de la manada, Tommy, el macho beta, pero estaba alcanzando rápidamente un nivel en el que podría aspirar a la posición de Chet. Irónicamente, había sido Chet quien le había devuelto las palabras, las cuales, a su vez, le devolvieron la cordura. Dentro de la nube de niebla, fusionado con los demás animales, sentía lo que ellos sentían, sabía lo que ellos sabían, y Chet conocía palabras, asignaba palabras a conceptos y experiencias, del mismo modo en que lo hacía un humano, precisamente lo mismo que antes había impedido a Tommy convertirse en niebla. Como humano, tenía la gramática grabada en su cerebro y le adjudicaba palabras a todo, y, como escritor, cuando no podía relacionar una palabra a una experiencia, esta carecía de valor para él. Para convertirte en niebla solo había que limitarse a «ser». Las palabras se interponían en su camino. Le vedaban ese estado.
El gato Chet no había sido una criatura de palabras, dado que su cerebro felino no estaba hecho para archivar ese tipo de información, pero al convertirse en vampiro, un vampiro creado por el vampiro primario, su cerebro cambió y los conceptos pasaron a expresarse en palabras. Cuando la nube de cazadores fluyó bajo la puerta para atacar al Emperador (hacia el olor a perro, hacia el reconocimiento, pues Chet había conocido al Emperador en vida) la palabra «perro» pasó por la mente felina de Chet, pasando a su vez por la mente de todos los cazadores, y al pasar por la de Tommy tuvo un efecto transformador, ya que las palabras, carentes de sentido para los gatos, se derramaron en su mente, despertando recuerdos, personalidad e identidad.
Salió de la nube materializándose en el oscuro almacén, donde pudo ver la señal calórica del Emperador, agazapado en un rincón, enarbolando un cuchillo ante él. Tommy se movió tan deprisa que al Emperador le habría costado ver lo que pasaba aunque la habitación hubiera estado iluminada. El vampiro cogió al viejo, lo metió en el barril, cerró la tapa apretándola con tanta fuerza que deformó los bordes metálicos y colocó el barril al revés para que su peso reposara en la tapa. El instinto y la experiencia le dijeron que los cazadores no tendrían suficiente espacio para materializarse dentro, así que el Emperador estaría a salvo aunque el barril no fuera hermético, mientras la tapa siguiera en su sitio. Dentro no cabía ni el gato, literalmente, y eso salvaría al viejo.
Tommy volvió a fusionarse con la nube para salir de la habitación, intentando imponer a los demás cazadores el concepto de peligro, relacionando la palabra «perro» de Chet con una imagen que reconocieran sus mentes felinas y, poco a poco, la nube vampira, tras palpar la habitación con sus tentáculos buscando presas sin encontrar ninguna accesible, reptó por debajo de la puerta y se alejó en busca de sangre que no estuviera encerrada tan fuerte ni oliera tan peligrosa.
La nube ascendió por el hueco de ascensor, atravesó el edificio y salió a la calle, donde Tommy y algunos gatos se solidificaron, desprendiéndose de ella. Ya consciente de sí mismo, Tommy miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba desnudo. Ahora que volvía a pensar con palabras, todo lo experimentado desde que lo liberaron de la estatua era como un borrón sensorial en su memoria. Pero recordaba al Emperador, una de las primeras personas que había conocido al llegar a la ciudad y que había sido amable con él, que de hecho le había conseguido el trabajo en el Safeway, donde conoció a Jody.
Jody. Tanto la palabra como el instinto lo abrumaron al pensar en ella; recuerdos de alegría y dolor tan puros como el estado mental de cazador. Buscó en un torbellino de palabras e imágenes algo que la abarcara. Jody. «Necesidad.» Esa era la palabra.
Necesitaba ropa y lenguaje para poder moverse por el mundo donde la encontraría a ella. No comprendía cómo sabía eso, pero lo sabía. Pero antes necesitaba alimentarse. Se subió a la acera tras la nube cazadora, nuevamente preparado para cazar y, por primera vez en semanas, la palabra «sangre» apareció en su cerebro.
Las palabras lo trajeron de vuelta.
El tristemente famoso Perro Fu
—Tienes el coche destrozado —explicó Cavuto.
—Lo sé —dijo Stephen Perro Fu Wong. Se apartó y los dos policías entraron en el
loft
—. Las cazadoras están listas.
—También tienes el apartamento destrozado —comentó Cavuto, mirando el contrachapado que tapaba la parte frontal donde antes estuvieron las ventanas.
—Y lleno de ratas —añadió Rivera.
—Ratas muertas —dijo Cavuto, meneando una de las jaulas de plástico con la tapa precintada. La rata del interior rodó dentro como, bueno, como una rata muerta.
—No están muertas —dijo Jared—. Es de día. Están no muertas.
Jared vestía una camiseta del grupo Skull-Fuck Symphony, unos vaqueros negros ceñidos de mujer y vendas elásticas color carne desde media pantorrilla hasta la mediasuela de unas Converse Chuck Taylor negras. Llevaba la cresta de color magenta, en forma de pinchos como los de la estatua de la Libertad.
Cavuto lo miró y negó con la cabeza.
—Chaval, la tolerancia tiene un límite hasta dentro de la comunidad gay.
—Me hice daño en el tobillo —gimió Jared.
—Hemos tenido un par de días malos —repuso Fu asintiendo.
—Lo he supuesto —dijo Rivera—. ¿Dónde está tu horripilante novia?
—No es horripilante —dijo Jared—. Es compleja.
—En casa —dijo Fu.
—Como acordó en su negra alianza con vosotros —dijo Jared, esforzándose por sonar ominoso.
—¿De pronto te ha salido acento inglés? —preguntó Cavuto.
—Hace eso cuando quiere sonar más gótico —dijo Fu.
Intentaba ponerse delante de las ruinas de la estatua de bronce de Jody y Tommy, pero dado que era el doble de grande que él solo consiguió atraer más la atención sobre los restos.
Rivera sacó un bolígrafo de la chaqueta y lo pasó por los bordes serrados del caparazón de bronce. Lo retiró con un coágulo marrón rojizo.
—Señor Wong, ¿qué diablos ha pasado aquí?
—Nada —dijo Jared, sin acento inglés.
Fu miró a un inspector y al otro, esperando que se dieran cuenta de lo desesperanzadoramente más listo que era respecto a ellos y se rindieran, pero no apartaron la mirada. Se limitaron a seguir mirándolo como si se hubiera metido en un lío. Se acercó al futón que hacía las veces de sofá, empujó hasta el suelo un montón de jaulas con ratas no muertas, se sentó y acunó el rostro en las manos.
—Creía haber encontrado una bonanza científica, una nueva especie, una nueva forma de reproducción de las especies… Diablos, y puede que sea así, pero todo está tan fuera de control. ¡Es por la puta magia!
Rivera y Cavuto se desplazaron hasta el centro de la habitación y se pararon ante Fu. Rivera alargó una mano y le apretó el hombro.
—Céntrate, Stephen. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué hay sangre por toda la estatua?
—Estaban dentro. Tommy y Jody. Abby y yo los metimos en bronce cuando estaban inconscientes, durante el día.
—¿Entonces no se fueron de la ciudad como dijisteis? —preguntó Cavuto.
—No, estuvieron aquí todo el tiempo. Abby dijo que no les pasaría nada, que cuando estaban en forma de niebla era como si soñaran. ¡En forma de niebla! ¿Qué demonios significa eso? Eso no es posible.
—¿Y te sentiste tan mal que los liberaste? —aventuró Rivera.
—No, Jared fue quien liberó a Jody.
—Totalmente por casualidad —dijo Jared—. Y la tía se puso hecha una zorra.
Fu explicó que Jared había liberado a Jody, que Abby y Jody habían liberado a Tommy, que Jody tiró a Tommy por la ventana y que Tommy huyó en la noche, desnudo.
—Así que anda por ahí —dijo Fu—. Los dos andan por ahí.
—Lo sabemos —dijo Cavuto.
—¿De verdad? —Fu alzó la mirada por primera vez—. ¿Lo sabíais?
—La vieron en el hotel Fairmont, y tenía bolsas de sangre en una habitación. La encontraremos. Y el Emperador vio a Tommy Flood, desnudo, durmiendo con los gatos vampiro. Dijo que ese gato, Chet, ya no es un gato. Explícanos eso, chico científico.
Fu asintió.
—Supuse que podía pasar algo así. Las ratas son más listas.
—Eso ayuda —dijo Cavuto.
—No, es que he descubierto que la sangre de vampiro transporta características de la especie anfitriona. Cuanto más distante esté del vampiro primario, que creemos que es el viejo vampiro que convirtió a Jody, menor es el cambio que se experimenta. Abby dijo que Chet fue transformado por el vampiro primario, así que está adquiriendo características humanas. Se hace más fuerte, grande y listo que los demás gatos vampiro. Se está convirtiendo en algo nuevo.
—¿Algo nuevo?
—Sí. Lo hemos descubierto con las ratas. Las primeras que convertimos con sangre de Jody son más listas que las que convertimos con la sangre de esas ratas. Cada generación que se distancia del origen es menos y menos inteligente. Bueno, no hemos tenido tiempo de hacer pruebas completas, pero, por el tiempo que tardan en aprender a recorrer el laberinto, es evidente que su inteligencia innata es mayor en las más cercanas al progenitor humano. Y son más fuertes porque Jody solo estaba a una generación del vampiro primario. Creía tener un algoritmo que reflejaba esto, pero entonces se convirtieron en niebla y se fusionaron y lo jodieron todo.
—Claro —dijo Cavuto—, vamos a asentir todos con la cabeza y a hacer como si tuviéramos alguna idea de lo que nos estás diciendo hasta que nos expliques qué diablos estás diciendo.
Fu se levantó y les hizo señas para que le siguieran al dormitorio. Cubriendo toda la cama había un laberinto de contrachapado, con pequeños diodos iluminando cada intersección. Una plancha de plexiglás cubría la parte superior.
—Los diodos de luz ultravioleta son para impedir que se conviertan en niebla y escapen del laberinto —dijo Fu—. No basta para hacerles daño, solo para volverlas sólidas.
—Qué bien, una ciudad de juguete —dijo Cavuto—. Como tenemos tiempo de sobra…
Fu lo ignoró.
—Las ratas convertidas con sangre de Jody se aprendían el camino de salida del laberinto con más rapidez y lo memorizaban más deprisa que las convertidas con sangre de rata. Todo era consistente, hasta que se escaparon y se fusionaron en una sola nube de niebla. Después de eso, todas se conocían el laberinto, aunque no las hubiéramos hecho pasar por él.
Rivera se agachó y simuló examinar el laberinto.
—¿Qué estás diciendo, Stephen?
—Creo que cuando se juntan en forma de niebla comparten una misma consciencia. Lo que sabe una, lo saben las demás. Tras fusionarse, todas conocían el laberinto.
Rivera miró a Cavuto y alzó las cejas.
—El Emperador creía que Tommy estaba en la misma nube que los gatos vampiro.
—Estamos jodidos —dijo Cavuto.
Rivera miró a Fu buscando confirmación.
—¿Estamos jodidos?
Fu se encogió de hombros.
—Por lo que sé, Tommy tampoco era muy listo.
Rivera asintió.
—Ya, y si tu novia no estuviera colada por él, ¿estaríamos jodidos?
Fu titubeó un momento, pero se recompuso.
—Supongo que estarán limitados por la capacidad cerebral de su especie, así que los gatos vampiro seguirán siendo gatos, solo que muy listos. En cambio, Chet…
—Estamos jodidos —dijo Cavuto—. Dilo ya.
—Científicamente hablando, sí —dijo Jared, que estaba parado en el umbral del dormitorio.
—¿Cómo los detenemos? —preguntó Rivera.
—Con la luz del sol. La luz ultravioleta servirá —dijo Fu—. Tendréis que encontrarlos mientras duermen, o se escaparán. No son invulnerables al daño físico. Se les puede matar desmembrándolos o decapitándolos.
—¿Has hecho experimentos con eso? —preguntó Cavuto.
—Tuvimos algunos accidentes cuando intentamos devolverlas a su jaula —repuso, negando con la cabeza—, pero baso mi hipótesis en lo que me contó Abby del espadachín que vio en la calle.
—Parece un tío de lo más malote —dijo Jared—. ¿Lo habéis encontrado?
Cavuto cogió a Jared por un único pincho del pelo, lo empujó hasta un rincón, lo miró fijamente y se volvió hacia Fu.
—¿Los matan las cazadoras que nos has hecho?
—Si os acercáis lo bastante. Yo diría que son letales a partir de los cuatro metros. Supongo que podría hacer algo con más intensidad, como una linterna láser ultravioleta de gran capacidad. Podríais cortarlas a distancia con algo así.
—¡Sables láser! —dijo Jared, alzando la voz. Saltó a su alrededor excitado, pero se estremeció ante el dolor de sus tobillos—. ¡Ouch!
—Ya vale —dijo Cavuto—. Eres demasiado friki para ser gay. Voy a llamar al comité. Te revocarán la bandera arcoíris y no se te permitirá acercarte al desfile.
—¿Hay un comité?
—No —dijo Rivera—. Se está quedando contigo. —Entonces se volvió hacia Fu—: ¿Y algo que actúe de forma más generalizada, como una vacuna o algo parecido?
Fu lo pensó un momento.
—Claro, ¿a qué estamos? ¿A martes? Mañana tengo que curar el ébola, pero igual después de almorzar puedo hacer una vacuna para el vampirismo.
Rivera sonrió.
—Hay gente muriendo, Steve. Mucha gente. Y los únicos que tienen alguna posibilidad de acabar con ello están en esta habitación.
—Tú no —le dijo Cavuto a Jared.
—Zorra —replicó Jared.
—Trabajaré en ello —dijo Fu—. Pero no es tan grave como pensáis.
—Alégranos el día, chaval —dijo Cavuto.
—No todos pueden asimilarlo. Cuatro de cada diez animales convertidos en vampiros no pasan de la segunda noche. O se desintegran en el sitio, en una especie de descomposición interna, o se vuelven locos, como si les abrumaran sus sentidos agudizados y tuvieran un infarto cerebral que les altera el cerebro y les deja sin instinto de supervivencia. No se alimentan ni se esconden de la luz. Se queman durante el primer amanecer posterior a su conversión. Es como una evolución acelerada que el primer día acaba con los más débiles.