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Authors: John Curran

Tags: #Biografía, Ensayo, Intriga

Los cuadernos secretos (4 page)

1
Se anuncia un asesinato:
Los comienzos de una trayectoria

Ahí fue donde empezó todo. De pronto vi con toda claridad cuál iba a ser mi camino. Y resolví no cometer sólo un asesinato, sino cometerlo a gran escala.

Diez negritos
, epílogo

SOLUCIONES QUE SE REVELAN

Muerte en el Nilo • Maldad bajo el sol • Sangre en la piscina • La muerte de lord Edgware • Muerte en la vicaría • El misterioso caso de Styles • Inocencia trágica • Testigo de cargo

Se suele considerar que la Edad de Oro de la ficción de detectives en Gran Bretaña es la que se comprende entre el final de la Primera Guerra Mundial y el final de la Segunda, es decir, la época que va de 1920 a 1945. Es la época de esplendor de la casa de campo y de los fines de semana animados por la presencia de un asesino, las evidencias que aporta la criada de voz gangosa, el césped de la entrada que cubre la nieve, el policía desconcertado que acude en busca de ayuda a un aficionado que tiene verdaderas dotes de detective. El ingenio alcanzó cotas nunca vistas por medio de la letal embolia causada por una inyección de aire con una jeringuilla hipodérmica, el sello de correos con la superficie adhesiva impregnada por un veneno, la daga en forma de carámbano de hielo que se desintegra después de ser utilizada.

En estos años dieron comienzo a sus carreras literarias todos los nombres que hoy relacionamos estrechamente con la novela policíaca clásica. Es la época que dio lugar a la endiablada brillantez de John Dickson Carr, que inventó más formas de entrar y salir de una habitación cerrada de las que nunca se habían inventado ni seguramente se inventarán jamás; presenció la irrupción del ingenio que desplegaron Freeman Wills Crofts, el maestro de la coartada irrebatible, y Anthony Berkeley, pionero de las soluciones múltiples. En esta época nació lord Peter Wimsey, creación de Dorothy L. Sayers, autora cuyas obras de crítica y de ficción ayudaron mucho en la mejora del nivel literario y de la aceptación del género; apareció Margery Allingham, quien demostró por medio de su personaje, Albert Campion, que un buen relato de detectives también podía ser una novela de verdadera calidad; surgió también Ngaio Marsh, cuyo héroe, Roderick Alleyn, acertó a combinar la profesión de policía con el talante de un caballero. En Estados Unidos apareció Ellery Queen con su característico penúltimo capítulo, titulado «Desafío al lector»: en él retaba al detective de salón a resolver el rompecabezas planteado; se coronó S. S. Van Dine con su pomposo personaje, Philo Vance, que pulverizó diversos récords editoriales; hizo eclosión Rex Stout con una creación de auténtico peso, Nero Wolfe, que resolvía los crímenes mientras cuidaba su colección de orquídeas.

Tanto los ministros como los arzobispos cantaron las alabanzas de una buena novela de detectives; los poetas (Nicholas Blake, también conocido como Cecil Day Lewis), los profesores universitarios (Michael Innes, también conocido como el profesor J. I. M. Stewart), los sacerdotes (el reverendo Ronald Knox), los compositores (Edmund Crispin, también conocido como Bruce Montgomery) y los jueces (Cyril Hare, también conocido como el juez Gordon Clark) hicieron sus aportaciones y expandieron la forma del género. R. Austin Freeman y un científico como el doctor John Thorndyke plantaron las semillas de la moderna novela de crímenes desde el punto de vista forense; Gladys Mitchell introdujo a un detective y psicólogo en una creación tan chocante como la señora Bradley; Henry Wade, por su parte, abonó el terreno para las novelas policíacas de procedimiento judicial con su inspector Poole. Hubo libros que adoptaron la forma epistolar, como es
Los documentos del caso
, de Sayers, o de interrogatorios transcritos escrupulosamente en busca de las pruebas concluyentes, como hizo Philip Macdonald en
El laberinto
; en definitiva, hubo hasta informes policiales tomados de la realidad, incluidas las pistas físicas, en forma de telegramas y de billetes de tren, como hizo Dennis Wheatley en
Asesinato cerca de Miami
. Los planos de una casa, los acertijos, los horarios, las notas al pie empezaron a proliferar; los lectores fueron teniendo conocimiento profundo de las propiedades del arsénico, de la interpretación de los horarios de tren, de los intríngulis de la Ley de Legitimidad aprobada en 1926. Se iniciaron series por entregas como «El Club del Crimen», de la editorial Collins, y el «Detection Club»; Ronald Knox publicó un «Decálogo del relato de detectives» y S. S. Van Dine escribió un conjunto de «normas» del género.

Y Agatha Christie publicó
El misterioso caso de Styles
.

Poirot investiga…

En su
Autobiografía
, Christie da una detallada relación de la génesis de
El misterioso caso de Styles
. A estas alturas se conocen de sobra los hechos más relevantes: el desafío inmortal —«Me apuesto cualquier cosa a que no logras escribir un buen relato de detectives»— que le lanzó su hermana Madge, o los refugiados belgas de la Primera Guerra Mundial a los que se dio asilo en Torquay, que fueron los que inspiraron la nacionalidad de Poirot, o el conocimiento avezado que tenía Christie de los venenos gracias a su trabajo en un dispensario local, así como su dedicación intermitente al libro y su consiguiente terminación durante dos semanas de encierro en el hotel Moorland, precisamente a instancias de su madre. No fue éste su primer empeño en el campo de la literatura, ni fue tampoco ella la primera de la familia que tuvo aspiraciones literarias. Tanto su madre como su hermana Madge escribían ocasionalmente, y su hermana había logrado mucho antes que Agatha que se estrenase una obra teatral suya,
El pretendiente
, en un teatro del West End londinense. Agatha había escrito una novela larga y tediosa (son las palabras con que ella la calificó) y unos cuantos relatos y esbozos. Había publicado incluso un poema en un periódico local. Si bien la anécdota de la apuesta que su hermana cruzó con ella es verosímil, está claro que ese acicate por sí solo no pudo espolearla en la creación de la trama, en la redacción del borrador y en la corrección de éste para que llegara a ser un libro de éxito. Es evidente que poseía un don innato y una facilidad enorme con la palabra escrita.

Aunque comenzó a escribir la novela en 1916 (
El misterioso caso de Styles
de hecho se desarrolla en 1917), no se publicó hasta pasados otros cuatro años. Y su publicación iba a exigir una determinación y una contumacia poco habituales por parte de la autora, puesto que fueron más de uno los editores que rechazaron el manuscrito. Y así hasta que en 1919 John Lane, de la editorial The Bodley Head, le propuso que se reuniera con él con vistas a la publicación. Sin embargo, aún en ese momento la lucha entablada estaba lejos de terminar.

El contrato que le propuso John Lane, fechado el 1 de enero de 1920, se aprovechó de su ingenuidad y desconocimiento del medio editorial. (Es digno de mención que en el contrato se redacte el título con una anomalía:
The Mysterious Affair of Styles
, en vez de
at Styles
, en un posible descuido del editor.) Percibiría un diez por ciento sólo después de que se vendieran dos mil ejemplares en el Reino Unido, y se comprometía a escribir y entregar otros cinco títulos más. Esta cláusula dio lugar a una nutrida correspondencia a lo largo de los años siguientes. Es posible que fuese por estar tan entusiasmada ante la publicación, o bien porque no tenía entonces ninguna intención de dedicarse profesionalmente a escribir, pero también es muy probable que no leyese con el debido detenimiento la letra pequeña del contrato.

Cuando comprendió qué era lo que había firmado, insistió en que con ofrecer sólo un libro ya había cumplido su compromiso contractual, al margen de lo que John Lane aceptara o no. Cuando éste le manifestó sus dudas en lo referente a que
Poirot investiga
, un volumen de relatos breves y no una novela, pudiera considerarse parte del contrato por el cual se obligó a entregar seis libros, la escritora, ya entonces rebosante de confianza, apuntó que ya les había ofrecido una novela titulada
Visión
, que no era de detectives, en tanto que tercer título de la serie. Que los editores no la aceptasen como tal, en lo que a ella respectaba, era asunto de su exclusiva incumbencia. Si John Lane no hubiera tenido la pretensión de aprovecharse del descubrimiento literario que había hecho por casualidad, es muy probable que Christie hubiese permanecido durante más tiempo con la editorial. Sin embargo, la espinosa correspondencia que se conserva de aquella primera época de su carrera demuestra que fueron duros años de aprendizaje en los que se familiarizó con las mañas de los editores, además de ser cartas en las que se demuestra que Agatha Christie era una alumna aventajada. En relativamente poco tiempo se transforma y deja de ser una neófita temerosa e inexperta, nerviosa cuando se sienta al borde de la silla en el despacho de John Lane, para ser una profesional con plena confianza en sus posibilidades, que va directa al grano y tiene un resuelto interés en todos los aspectos relativos a sus libros: el diseño de cubierta, el marketing y la promoción, los porcentajes de derechos, la publicación por entregas, los derechos de traducción y adaptación cinematográfica, incluso la ortografía que se emplea a uno y otro lado del Atlántico.

A pesar de los informes de los lectores, que fueron favorables en el año anterior, en octubre de 1920 Christie escribió al señor Willett, empleado de John Lane, preguntándose si su libro «se iba a publicar alguna vez» y señalando que prácticamente ya tenía terminado el segundo. Esto dio por resultado que recibiera la propuesta de cubierta para el libro, a la que dio su visto bueno. Al final, en 1920, tras aparecer
El misterioso caso de Styles
por entregas en
The Weekly Times
, se publicó también ese mismo año en Estados Unidos. Y casi a los cinco años de haber empezado a escribirlo, el primer libro de Agatha Christie se puso a la venta en el Reino Unido el 21 de enero de 1921. Incluso tras su publicación hubo mucha correspondencia en torno a la declaración de ventas y los cálculos incorrectos de los royalties, así como en torno a los diseños de cubierta. Por hacer justicia a John Lane, es preciso decir que los diseños de cubierta y los textos de contracubierta y de solapas fueron en adelante uno de los temas recurrentes en la correspondencia que mantuvo con Collins a lo largo de toda su vida.

Veredicto…

Los informes de los lectores editoriales sobre el manuscrito de
Styles
, a pesar de algunas aprensiones, fueron prometedores. Uno de ellos va derecho a las consideraciones comerciales: «A despecho de sus defectos manifiestos, Lane podría vender la novela francamente bien… Tiene cierta frescura». Hay un segundo informe aún más entusiasta: «Está en conjunto bien contada y bien escrita». Y un tercero especula sobre el potencial futuro que atesora «si es que sigue escribiendo novelas de detectives, pues es evidente que tiene verdadero talento para el género». A todos gustó mucho el personaje de Poirot, y alguno reseña «la exuberante personalidad de monsieur Poirot, una variación sin duda bienvenida sobre el “detective” de las novelas románticas», «un hombre bajito y jocundo, encarnado en la persona de un detective belga que ha sido famoso en el pasado». Aunque Poirot podría tomarse a mal esa referencia al «pasado», por cuanto que sigue teniendo fama, queda claro que su presencia fue un factor de peso en la aceptación de la novela. En un informe fechado el 7 de octubre de 1919, un lector muy perspicaz comenta que «de no ser por el relato del juicio a que se somete John Cavendish, yo diría que se trata de una novela escrita por una mujer». (Como en el manuscrito apareció su nombre con las iniciales, A. M. Christie, otro de los lectores habla en su informe del señor Christie.) Todos los informes se muestran de acuerdo en que la aportación de Poirot al juicio de Cavendish no era convincente y que estaba necesitada de una revisión.

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