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Authors: John Curran

Tags: #Biografía, Ensayo, Intriga

Los cuadernos secretos (3 page)

BOOK: Los cuadernos secretos
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Mathew me acompañó en una visita guiada por toda la casa: el impresionante vestíbulo, en el que estaba el gong con el que se llamaba a cenar («El espejo del muerto»), un baúl con refuerzos de latón («El misterio del cofre español») y varios retratos de familia, todos ellos imponentes
(Navidades trágicas)
; una colección descabalada de equipamiento deportivo en un rincón, bajo las escaleras, compuesta entre otros elementos, o al menos así lo quise imaginar, por el palo de golf para zurdos («Asesinato en las caballerizas»), unas cuantas raquetas de tenis (
Hacia cero
o, de un modo menos truculento,
Un gato en el palomar
) y un bate de jugar al cricket de aspecto completamente inocente. Dominaban el salón un piano de cola
(El truco de los espejos)
y una puerta que se obstinaba en no permanecer abierta del todo a no ser que se la sujetase con un objeto
(Se anuncia un asesinato)
; en la vitrina en que se exhibían las piezas de porcelana estaba el conjunto de figurillas de «El cadáver de Arlequín» que sirvieron de inspiración a
El enigmático Mr. Quin
. Más allá del piano, el ventanal era el mismo por el que sale con delicadeza Hércules Poirot tras tomar el té de las cinco en
El templete de Nasse House
.

En el piso de arriba, subiendo por una escalera de caracol hecha de madera, estaban los cuartos de baño que aún ostentan los nombres de los niños refugiados
(Inocencia trágica)
tras la Segunda Guerra Mundial, cada uno de ellos pegado a las estanterías, además de una librería en la que se conservaban ejemplares dedicados y firmados de algunos escritores («Para Agatha, con sonrojo, de Ngaio Marsh»). A la mañana siguiente disfruté de las vistas panorámicas del río y de los montes del condado de Devon, además de atisbar la casa del embarcadero
(El templete de Nasse House)
y el mirador del Battery
(Cinco cerditos)
.

En el rellano de la primera planta había una estantería giratoria
(Telón)
con multitud de ediciones de bolsillo; siguiendo por el pasillo, al final, se encontraba el dormitorio de Dame Agatha, requisado por su propia creación mientras duró la escritura de
El templete de Nasse House
. A la vuelta de la esquina estaba colgado de una percha el vestido para tomar el té que había llevado la madre de Dame Agatha en una fotografía reproducida en
Autobiografía
, y más adelante, por el mismo pasillo, estaba el arranque de las escaleras de la parte posterior, muy similares a las que usa la señorita Marple en el momento culminante de
Un crimen dormido
.

En lo alto de la escalera había dos habitaciones cerradas, custodios silenciosos de un tesoro literario inimaginable y máximo objeto del deseo de cualquier entusiasta de Agatha Christie (aunque en realidad sean accesibles a muy pocas personas). En la mayor de los dos se encontraba la totalidad de las ediciones inglesas y norteamericanas en tapa dura, todas ellas firmadas, muchas con anotaciones personales, así como los libros que se han publicado sobre la Reina de la Novela de Misterio y sobre sus obras. La segunda habitación era alargada y estrecha, y estaba literalmente forrada de anaqueles y cajones en los cuales se conservaban más libros, en tapas duras y en bolsillo, primeras ediciones y ediciones del Club del Libro, muchas de ellas autografiadas, así como mecanoscritos y manuscritos, cartas y contratos, carteles y anuncios de obras teatrales, fotografías y sobrecubiertas, cuadernos de notas, agendas y diarios. En una de las estanterías más bajas había una caja de cartón normal y corriente, dentro de la cual se guardaba una colección de sus viejos cuadernos escolares…

Desplacé la caja para dejarla en el suelo, me arrodillé y retiré el primero de los cuadernos de ejercicios. Tenía unas tapas rojas y una minúscula etiqueta blanca en la que ostentaba el número 31. Lo abrí. Éstas fueron las primeras palabras que leí: «El cadáver en la biblioteca… Personajes… Mavis Carr… Laurette King». Fui hojeando las páginas al azar… «Muerte en el Nilo… Puntos destacados todavía por introducir… el 8 de octubre… La secuencia de Helen desde el punto de vista de la chica… Sangre en la piscina… El inspector visita a sir Henry… Le pregunta por el revólver… El misterio del cofre de Bagdad, 24 de mayo, 1951… Obra teatral, acto primero… Un desconocido llega a una habitación a oscuras, encuentra la luz, la enciende, ve a un hombre muerto… Se ha anunciado un asesinato… Letitia Bailey a la hora del desayuno».

Todos estos hipnóticos encabezamientos se encontraban sólo en uno de los cuadernos, y había más de setenta apilados con total discreción, con recato incluso, en aquella caja que no hubiera llamado en modo alguno la atención de nadie. Olvidé que estaba arrodillado y algo incómodo en el suelo de una habitación desordenada, polvorienta, y olvidé que en la planta baja me estaba esperando Mathew para cenar conmigo; olvidé que fuera de la casa, en la oscuridad de noviembre, llovía con fuerza, y que la lluvia salpicaba las ventanas. Ya sabía en cambio cómo iba a pasar el resto de la velada y la mayor parte del fin de semana. En realidad, según marcharon las cosas, fue así como pasé los cuatro años siguientes…

Era muy tarde cuando por fin, y a regañadientes, me fui a acostar esa noche. Había repasado sistemáticamente todas las páginas de todos los cuadernos, y cuando subí por las escaleras angulosas de la casa en total silencio traté de retener el máximo de toda la fascinante información que me fue posible recordar después de una lectura exhaustiva, pero a la fuerza veloz y abreviada. El hecho de que
Muerte en el Nilo
estuviera en principio destinada a ser un relato para la señorita Marple… El hecho de que hubiera más de diez personajes en las primeras fases de la elaboración de
Diez negritos
… El hecho de saber de repente qué intenciones tenía la autora con el final de
La venganza de Nofret
… El hecho de que hubiera sopesado distintas soluciones para
La casa torcida

A la mañana siguiente, Mathew me acompañó a dar un paseo por los jardines de la finca de Greenway. Comenzamos por lo que habían sido en otro tiempo los establos (el edificio en que después se alojaría la oficina del National Trust y la tienda de regalos y souvenirs), pasamos por delante de la cancha de tenis
(El templete de Nasse House)
y por el jardín cercado que tenía vistas a los amplios invernaderos; pasamos por delante de la extensión de césped en la que se jugaba al
croquet
y por detrás de la casa, para tomar el camino del jardín de la parte alta y disfrutar de espléndidas vistas del río Dart. Luego bajamos serpenteando hacia la casa del embarcadero, escenario de la desventurada muerte de Marlene Tucker en
El templete de Nasse House
, y terminamos en el mirador del Battery, contemplando el río frente al murete en el que la vibrante Elsa Greer
(Cinco cerditos)
posó para Amyas Crale, ya moribundo, muchos años antes (capítulo 4, apartado
Cinco cerditos
). Volvimos a la casa por el camino que toma la infortunada Caroline Crale en esa misma novela. A medida que nos acercábamos a la fachada principal recordé que ésa era la casa en la que Agatha Christie pasaba sus vacaciones, la casa a la que iba a descansar con su muy numerosa familia. No me fue difícil imaginar los veranos de medio siglo antes, en los que se servía el té en esa misma extensión de hierba bien cuidada, se oían los raquetazos desde la cancha de tenis, el clic de la bola al ser golpeada con la maza de jugar al
croquet
; allí mismo se tumbaban los perros perezosos a tomar el sol de la tarde, y los grajos levantaban el vuelo y graznaban en los árboles; allí arrancaba el sol destellos del río Dart y la música de Cole Porter se esparcía por el jardín desde el tocadiscos a la vez que el mayordomo ponía la mesa para cenar; allí se oía también el tenue tecleo de una máquina de escribir que llegaba por una de las ventanas de la primera planta…

Pasé casi veinticuatro horas en aquel fin de semana encerrado en la fascinante habitación de la primera planta, de la que salía sólo para comer (únicamente por insistencia de Mathew) y dormir. Rechacé varias propuestas para ir a comer a Dartmouth y para tomar el té en la biblioteca con algunos amigos de la familia; me escaqueé de las cortesías necesarias en la conversación de sobremesa, después de cenar y después de un prolongado desayuno, aunque justo es decir que la indulgencia sazonada con un punto de humor con que me trató Mathew fomentó tácitamente un comportamiento tan maleducado por mi parte. Con la misma escrupulosidad que Hércules Poirot en el despacho de Roger Ackroyd, examiné a fondo los mecanoscritos de
Telón
y de
Un crimen dormido
, las escenas originales y las suprimidas en el primer borrador de
La ratonera
, el manuscrito copiosamente anotado de
Noche eterna
, la publicación original en formato de revista de «La desaparición de Mr Davenby» [sic], los programas de mano para el estreno de
Muerte en el Nilo
y de
Cita con la muerte
, el libro oficial en el que se recogieron los recortes y las fotos de prensa para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la publicación de
Se anuncia un asesinato
, los recuerdos del estreno en el Royal de la adaptación de
Asesinato en el Orient Express
, y en todo momento, igual que la señorita Lemon a sus archivadores
[1]
, volvía una y otra vez a los hipnóticos cuadernos.

Entre los papeles que se conservan de Agatha Christie sigue habiendo mucho material que data de sus comienzos de escritora: algunas novelas que no son propiamente de misterio, algunas novelas ligeras, algunas incursiones en el terreno del género de misterio y su novela anterior a
Styles
, titulada
Snow Upon the Desert [Nieve sobre el desierto]
. Entre los mecanoscritos originales de sus relatos cortos (que contienen algunas diferencias textuales con respecto a las versiones publicadas) también estaba «El incidente de la pelota del perro». La existencia de este relato era ya conocida entre los expertos en Christie, entre ellos mi buen amigo y colega Tony Medawar, entusiasta de Agatha Christie y editor de la antología
While the Light Lasts [Mientras dure la luz]
, si bien sus semejanzas con una obra ya publicada siempre habían obrado en contra de toda posible inclusión en sus colecciones póstumas. No tardé en convencerme de que precisamente esta semejanza, si bien con una diferencia de mucho peso, le daba un interés muy particular. Ahora podrá juzgar el lector por sí mismo.

En la visita que hice a la mansión al año siguiente tuve la fortuna de hacer lo que ahora denomino «el descubrimiento». Pasé el mes de agosto de 2006 en Greenway dedicado a clasificar y organizar los papeles de Dame Agatha de cara a su traslado, puesto que iban a salir de la casa antes de que comenzasen las obras de restauración. Los días laborables eran con frecuencia escenas de frenética y constante actividad; los obreros y los arquitectos, voluntarios y contratados, se encontraban prácticamente en todos los rincones de la casa. Los fines de semana, en cambio, tendían a la tranquilidad; aunque los jardines ya estaban abiertos al público los sábados, la vida en la casa era más sosegada; de hecho, era tanto el sosiego que resultaba imposible imaginar que hubiera nadie más en toda la finca. La tarde del sábado 19 de agosto estaba repasando la colección de manuscritos y mecanoscritos para ultimar el inventario antes de proceder a almacenarlos. El único mecanoscrito cosido de un relato, claramente distinto de las novelas, era
Los trabajos de Hércules
; desocupado, me puse a pensar en qué sentido resultaría diferente de la versión publicada, caso de que realmente lo fuera, a sabiendas de que los relatos que habían visto la luz por vez primera en las revistas con frecuencia eran objeto de enmiendas de mayor o menor bulto antes de que se publicasen en formato de libro. El prefacio y los relatos de la primera época se correspondían casi al detalle con las versiones publicadas y de sobra conocidas, pero cuando llegué al duodécimo, «La captura de Cerbero», vi que la línea con que arranca («Hércules Poirot dio un sorbo a su aperitivo y miró hacia el lago de Ginebra…») no me resultaba ni mucho menos familiar. A medida que seguí leyendo me di cuenta de que estaba ante algo inimaginable, porque en verdad era único: era algo hasta el momento desconocido, un relato sobre Poirot que nunca había visto la luz, un relato que había permanecido en silencio, entre una cubierta y una contracubierta, olvidado durante más de sesenta años, si bien había estado en manos de otros, había sido transportado de un sitio a otro, colocado varias veces en otras tantas estanterías a lo largo de todo ese periodo; de hecho, lo habían tenido varias personas entre las manos y a pesar de todos los pesares había logrado esquivar la atención de todas ellas hasta una tarde de verano, casi setenta años después de que fuera escrito. Abandoné la tarea de clasificación e inventario que me había impuesto llevar a cabo y me senté a leer por vez primera desde octubre de 1975, desde las conmovedoras palabras con que pone punto final a
Telón
(«Sí, hemos disfrutado de días muy buenos…»), una aventura desconocida y olvidada de Hércules Poirot.

A comienzos de 2006, cuando abordé a Mathew para sondearle en torno a la posibilidad de escribir un libro basado en los cuadernos de su abuela, con su generosidad de siempre se mostró de acuerdo nada más conocer mi propuesta. Poco después, la editorial HarperCollins manifestó el mismo entusiasmo. Seguía en el aire la cuestión relativa al tratamiento que podríamos dar a los dos relatos inéditos. Había repasado a fondo los cuadernos, leyéndolos despacio y con esmero, y había encontrado notas relativas a ambos relatos en las páginas de varios cuadernos. Mathew estuvo de acuerdo en que se publicasen, y yo le agradezco que me haya hecho el honor de que esa primera publicación de los dos nuevos relatos de la Reina de la Novela de Misterio me haya sido encomendada.

Al final de
El misterioso caso de Styles
Poirot dice a Hastings: «No importa. Consuélese, amigo mío. Tal vez algún día podamos salir a cazar juntos, quién sabe. Y ese día…». Quién iba a saber, desde luego, que casi un siglo después de que se escribieran esas palabras íbamos a reunirnos con Hércules Poirot para participar en una cacería más… Y entonces, por increíble que pudiera parecer, aún en otra más…

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