Read Los Caballeros de Takhisis Online

Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (31 page)

—Desde luego, mi señor —contestó el caballero, que envió a un mensajero en busca del comandante.

Tanis no tuvo que esperar mucho. Sir Thomas, poco partidario de las ceremonias, se presentó en persona, saludó cordialmente al semielfo, y luego, advirtiendo su impaciencia, lo invitó a mantener una conversación privada mientras paseaban por las almenas.

—Traes noticias —dijo Thomas cuando estuvieron a solas—, y, a juzgar por tu expresión, no son buenas.

—Entonces ¿es que no has recibido mi informe?

—¿Sobre qué? No he recibido nada nuevo desde hace una semana.

—Lord Ariakan ha lanzado su ataque. La Ciudadela Norte y Valkinord han caído, las dos. Puede que Kalaman se encuentre bajo asedio en estos momentos. A mi modo de entender, los caballeros negros están lanzando un ataque por dos frentes, con un ejército avanzando a través de las montañas Khalkist y el otro planeando avanzar río arriba desde Kalaman. —El comandante miraba pasmado a Tanis.

»Mi señor, los caballeros que fueron enviados para fortificar Kalaman fueron aniquilados hasta el último. —Tanis hablaba con voz queda—. Lucharon valerosamente, pero los superaba un inmenso número de enemigos. Tengo aquí una lista con el nombre de los muertos. —Sacó uno pliego doblado y se lo tendió a lord Thomas—. Hay que decir en favor de Ariakan que los muertos han sido tratados con todo respeto.

—Sí, era de esperar en él —comentó Thomas mientras ojeaba la lista con semblante ceñudo y la mandíbula tensa—. Los conocía, a todos ellos —dijo por fin. Enrolló el pliego y lo metió bajo el cinturón—. Me ocuparé de que sus familias sean informadas. Tú conocías a dos de ellos, me parece. Los muchachos Majere.

—Sí, los conocía. Ayudé a enterrarlos —contestó Tanis con expresión sombría—. Su hermano menor, Palin, fue hecho prisionero y está retenido para obtener un rescate. Fue su captor, un Caballero de Takhisis, quien nos trajo estas nuevas. También conoces a ese caballero, mi señor. Se llama Brightblade, Steel Brightblade.

—El hijo de Sturm Brightblade. Sí, recuerdo el incidente. Intentaste salvar al joven del Mal, pero acabó profanando la tumba de su padre y robando su espada.

Eso no era exactamente lo que había ocurrido, pero Tanis —que en su momento fue arrestado y acusado con los cargos de su participación en el «incidente»— sabía a qué atenerse y no quiso discutir. Había presentado los hechos ante el Consejo de Caballeros y, finalmente, había conseguido limpiar su nombre y el de su amigo Caramon. Pero había sido incapaz de convencer a los caballeros de que fue el propio Sturm quien había legado la espada a su hijo. Tampoco estaba muy seguro de lo que había pasado realmente al recordarlo ahora. Tenía la sensación de que tanto Sturm como él habían fracasado. A su modo de ver, Steel Brightblade estaba totalmente entregado al lado oscuro.

—Kalaman bajo asedio... —Thomas sacudió la cabeza, desconcertado—. Me cuesta creerlo, Tanis. No lo tomes a mal, pero lo cierto es que Ariakan sólo cuenta con un puñado de caballeros.

—Mi señor, según Palin, el ejército de Ariakan es mucho mayor que un «puñado». Es inmenso. Ha reclutado bárbaros de unas tierras del este, unos humanos que son tan altos como minotauros y que combaten con igual ferocidad. Los dirigen caballeros montados en dragones y tienen, entre sus filas, hechiceros renegados. Dalamar, jefe del Cónclave de Hechiceros, puede dar fe del poder de esos magos.

—Desde luego que podrá, siendo uno de ellos.

—No, mi señor. Estás equivocado. Esto es algo que casi nadie sabe, pero recientemente los hechiceros de las tres órdenes lanzaron un ataque contra los Caballeros Grises, como se los conoce. Los hechiceros de las tres órdenes fueron completamente derrotados. Uno de ellos, Justarius, murió. No sé con certeza de qué lado está Dalamar, pero no creo que sea de parte de Ariakan. Dalamar no puede perdonar a su reina por volverle la espalda a fin de conceder un poder mayor a sus propios magos.

Thomas frunció el entrecejo. Como todos los caballeros, no confiaba en los magos, fueran de la orden que fueran, y quería tener el menor trato posible con ellos. Desestimó la conversación sobre la magia con un gesto considerándola un tema sin importancia que no venía al caso.

—Kalaman puede resistir un asedio largo tiempo. El suficiente para que enviemos refuerzos.

—No estoy tan seguro de que... —empezó Tanis.

—¡Mi señor! —Un joven paje llegaba corriendo, jadeante, escaleras arriba—. ¡Mi señor ha llegado un correo! El...

—¿Y tus modales, muchacho? —lo reconvino—. Me acompaña un señor a quien debes respeto, así como a mí mismo. —Thomas agregó en voz baja para que sólo lo oyera Tanis:— La disciplina debe mantenerse en todo momento.

El paje, colorado hasta las orejas, se inclinó ante Tanis y Thomas, pero antes de acabar la reverencia estaba hablando de nuevo.

—El correo, mi señor. Está en el patio. Tuvimos que ayudarlo a bajar del caballo, tan dura ha sido la cabalgada... —El paje se interrumpió, falto de aliento.

—Más malas noticias, me temo —comentó Thomas secamente—. Nadie viene corriendo nunca para traernos buenas nuevas.

Los dos hombres descendieron de las almenas y fueron al portón principal. El correo estaba tumbado en el suelo, con una capa debajo de la cabeza. Al verlo, sir Thomas frunció el entrecejo ya que el hombre vestía el uniforme de la guardia de la ciudad de Kalaman, y sus ropas estaban manchadas de sangre seca.

—Estaba tan entumecido que tuvimos que bajarlo nosotros del caballo, mi señor —informó el caballero que estaba de servicio en la puerta—. Dice que no ha comido nada, y que ha cabalgado día y noche para llegar cuanto antes.

—¡Mi señor! —El hombre, al ver a sir Thomas, intentó incorporarse.

—No, no, muchacho, no te muevas. ¿Qué noticias traes? —Thomas se había arrodillado junto al hombre.

—¡Kalaman, mi señor! —jadeó el guardia de la ciudad—. ¡Kalaman... ha caído!

Thomas alzó la vista hacia Tanis.

—Al parecer, tenías razón —dijo en voz queda.

—Vinieron por mar, mi señor —explicó el soldado con voz débil—. Por mar, por aire y por tierra. Nos..., nos cogieron por sorpresa. Atacaron... por la noche. Dragones y... enormes bestias a las que los caballeros denominaban mamuts... La ciudad... se rindió...

El hombre intentó seguir, pero se desplomó hacia atrás. Un Caballero de la Espada y seguidor de Kiri-Jolith, a quien le había sido concedido el don de curar, se puso a atender al correo herido. Tras un examen rápido, el caballero alzó la vista hacia sir Thomas.

—No está malherido, mi señor, pero ha perdido sangre y está exhausto. Necesita descansar.

—Muy bien. Buscadle un lecho cómodo, y avisadme cuando esté en condiciones de poder hablar. Necesito que me dé detalles. El resto de vosotros, mantened esto en secreto. Que nadie diga ni una palabra.

Trasladaron al correo sobre unas angarillas y llevaron a su agotada montura a los establos.

—De todos modos, sé cuanto tengo que saber —hizo notar sir Thomas a Tanis. Los dos se encontraban solos en el vestíbulo; el caballero de servicio en la puerta había vuelto a su puesto—. Kalaman ha caído, y ésta es una noticia terrible. Si llega a Palanthas, tendremos entre manos un disturbio.

Tanis estaba haciendo unos rápidos cálculos.

—Como he dicho, Ariakan dispone de un ejército inmenso y por tanto puede dividirlo sin que ello represente un gran problema.

—Me doy cuenta de su plan —dijo, pensativo, Thomas—. Ataca la costa este con la mitad de sus fuerzas, haciéndolas marchar hacia el oeste a través de las montañas. Con la otra mitad de su ejército, ataca el noreste, y hace que esas tropas bajen hacia el sur para encontrarse con las fuerzas que avanzan al otro lado de las Khalkist. Por el camino, reclutará a los ogros, goblins y draconianos que han estado escondidos en las montañas. Tendrá que dejar tropas para mantener el dominio de Kalaman y proteger sus líneas de abastecimiento pero, con las fuerzas adicionales, para cuando llegue aquí las habrá reemplazado con creces. —Sir Thomas sonrió tristemente.

»Lo conozco, ¿comprendes? Ariakan y yo solíamos discutir un plan muy similar a éste, en los viejos tiempos. Fuimos amigos mientras estuvo prisionero aquí. Fue siempre un buen soldado —añadió Thomas pensativamente, y sacudió la cabeza—. Pero lo hicimos aún mejor.

—Entonces ¿cuál será su siguiente paso? —preguntó Tanis.

Sir Thomas miró por el portón principal, hacia el este.

—Viene hacia aquí. Y no hay maldita la cosa que podamos hacer para impedírselo.

22

Eludiendo las patrullas.

Una pescadera algo extraña.

Cati la Tuerta y Ojo Amarillo

—No sé si las había o no en tus tiempos, pero, ahora, lo que llaman «patrullas de contrabandistas» recorren los muelles por la noche —le susurró Palin a su compañero—. Ademas están las autoridades portuarias. Han reconstruido la muralla de la Ciudad Vieja y los guardias patrullan por allí ahora. No han olvidado la invasión de la ciudad que la Señora del Dragón Kitiara acometió.

Palin sólo veía débilmente a Steel y a la hembra de dragón. El caballero trabajaba a la tenue luz de la luna y las estrellas, que se reflejaba en el agua, para descargar las provisiones. Habían aterrizado en la península que se formaba en la costa occidental de la bahía de Branchala. De vez en cuando, Palin atisbaba un destello de luz de luna reflejado en la armadura, o podía ver la alta y musculosa figura silueteada contra el nocturno cielo estrellado.

Steel descargó el bulto que contenía las armas que nunca se llevaban puestas al ir montado a lomos de un dragón, a menos que el caballero volara para entrar en batalla. Se abrochó el cinturón de la espada larga, metió en él otra espada corta y deslizó una daga por la boca de una de las botas. Dejó las flechas, el arco y la lanza en el dragón.

—Si mi madre y tu tío hubieran trabajado juntos en lugar de ir en contra de los propósitos del otro, tal vez fuera yo quien estaría celebrando esa fiesta en la casa del Señor —hizo notar Steel.

A Palin no le pasó inadvertida la sutil alusión de que Raistlin había estado aliado entonces a los poderes de la oscuridad... como quizá lo estuviera ahora. El recuerdo de la Prueba en la Torre de la Alta Hechicería, cuando se encontró con su tío —al menos, él creyó que era su tío— bulló al filo de su memoria. La imagen de Raistlin había sido una pura ilusión conjurada por Dalamar y los otros hechiceros a fin de probar a Palin y ver si el joven sucumbiría a las mismas tentaciones que en el pasado habían acosado a su tío.

Los hechiceros creían que Caramon nunca permitiría a Palin someterse a la Prueba, una terrible experiencia que todos los magos deben pasar antes de que se les permita seguir avanzando en su arte arcano. Nadie sale intacto ni ileso de la Prueba, ya sea física o psíquicamente. Caramon no se arriesgaría a perder a su amado hijo como ya había perdido a su amado hermano. Los hechiceros temían que el cariño excesivamente protector del posadero ocasionaría la franca rebeldía de Palin, y quizá lo hiciera volverse hacia el Mal, como le había ocurrido a su tío. Los hechiceros le quitaron a Caramon el asunto de las manos, engañándolo a él y a Palin.

En su Prueba, el joven creyó que había entrado al Abismo, que allí había encontrado a su tío, que era torturado por la Reina Oscura. Lo había liberado y lo había conducido de vuelta al laboratorio, para descubrir entonces que Raistlin planeaba dejar el Portal abierto a fin de permitir la entrada de Takhisis a este mundo. A cambio, ella le daría a Raistlin la potestad de dirigirlo.

El archimago le había ofrecido a Palin hacerlo su heredero con la condición de que el joven se alineara con el Mal, que tomara la Túnica Negra. Palin había rehusado y se había preparado para sacrificarse a fin de impedir que su tío tuviera éxito. Fue entonces cuando descubrió que todo —su tío, el Portal, el Abismo— había sido parte de la Prueba. Nada había sido real.

¿O sí?

Todavía podía oír las palabras de Raistlin:

»He domeñado mi ambición. No volveré a dirigir mi empeño hacia esa meta absurda de convertirme en un dios... Será mi regalo a la Reina Oscura, como muestra de mi lealtad: la entrada expedita al mundo. Y el mundo será su regalo para mí. Ella reinará, y yo..., yo obedeceré.»

Es lo que su tío había dicho. Pero ¿era realmente su tío? Dalamar afirmaba que la imagen de Raistlin sólo había sido una ilusión. El Raistlin con el que Palin había estado era una creación de Dalamar.

Pero el Bastón de Mago, que ahora sostenía en su mano, desde luego no era ninguna ilusión.

—Será mejor que nos demos prisa —dijo Palin bruscamente—. Casi es medianoche.

Steel estaba dando unas palmaditas a la hembra de dragón en el cuello al tiempo que intercambiaban unas quedas palabras. El joven mago alcanzó a oír la frase: «en el alcázar de Dargaard», y dedujo que sería allí donde Llamarada se escondería. Lord Soth, el espantoso caballero espectral, gobernaba todavía aquel lugar. Soth había sido en el pasado un Caballero de Solamnia, pero el amor prohibido hacia una doncella elfa lo había conducido a romper sus votos de caballero y a cometer un asesinato. La maldición de los dioses cayó sobre él. Sería un muerto en vida para siempre, sumido en un amargo tormento, odiando a los vivos, envidiándolos. Era leal a la Reina Oscura y a su causa. Ningún mortal se atrevía a aventurarse en un radio de cien leguas de su castillo maldito. Y, según la leyenda, el alma de la madre de Steel estaba obligada a permanecer en el alcázar de Dargaard junto al caballero. La hembra de dragón azul estaría a salvo allí, rodeada de una compañía tan siniestra.

Había numerosos chamizos esparcidos por la playa. O estaban deshabitados o hacía mucho que sus ocupantes se habían ido a acostar. Palin los estuvo observando con intranquilidad, temeroso de que alguien se despertara.

—Deprisa —repitió con nerviosismo—. Me pareció oír algo.

—No te preocupes, Majere. —Steel sacó una daga con una calavera tallada en la empuñadura—. Si alguien nos ve, le cerraré los ojos de manera permanente.

—¡Nada de muertes, por todos los dioses! —protestó el joven mago—. Tengo preparado un hechizo de sueño, y lo utilizaré si nos descubren.

—Un hechizo de sueño. —El caballero resopló, despectivo—. ¿Crees que también funcionará con los guardianes espectrales del Robledal de Shoikan?

—Seguramente será tan efectivo con ellos como tu daga —replicó enfadado, ya que no le gustó el recordatorio sobre la arboleda. La imagen fugaz del Robledal de Shoikan desde el aire lo había hecho estremecerse.

Other books

That Man 2 by Nelle L’Amour
WholeAgain by Caitlyn Willows
The Fall of Doctor Onslow by Frances Vernon
Bloodrage by Helen Harper
LAVENDER BLUE (historical romance) by Bonds, Parris Afton
Razing Pel by A.L. Svartz
Edenville Owls by Robert B. Parker


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024