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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (33 page)

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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—A ver, ¿dónde está la pescadería de Cati... cómo se llamaba?

—Cati
la Tuerta -
-repuso Steel, que al hablar pareció que rechinaba los dientes.

—Dos tiendas abajo —contestó el enano gully—. No más de dos.

—Eso puede significar cualquier cosa, desde dos a veinte. —Palin suspiró—. ¿Qué aspecto tiene esa tienda?

—Pez grande en cartel. Sólo un ojo.

El gully se sacó, prácticamente, uno de sus propios ojos en su intento de examinar bien de cerca la segunda moneda. Al parecer estaba satisfecho, ya que metió el dinero en una raída bolsita y salió corriendo, probablemente temeroso de que Palin lo pensara mejor y le quitara el dinero.

Steel echó a andar a lo largo del muelle.

—Necesito luz. No veo maldita la cosa. Es una pena que no nos trajéramos la linterna.

—¿Y qué pasa con los guardias? —preguntó Palin.

—No podrían vernos, ya que nos cubre ese barco grande. Tampoco es que importe...


Shirak.

El cristal que aferraba la garra de dragón en lo alto del Bastón de Mago empezó a emitir una suave luz. Steel dirigió a Palin una mirada aprobadora.

—Bien hecho, Majere.

—Gracias, pero no tengo que ver nada con ello —comentó Palin en cuya voz se advertía de nuevo un tono de amargura—. El cayado lo hace por sí mismo. Ni siquiera estoy seguro de cómo funciona el conjuro. —Sostuvo el bastón en alto y alumbró los letreros de las tiendas a medida que pasaban ante ellas.

—¿Por qué te menosprecias de ese modo? —dijo el caballero—. Un hombre debería conocer su propia valía.

—Yo lo sé. Valgo exactamente nada. Pero eso cambiará pronto.

—Cuando encuentres a tu tío. Pero él llevaba la Túnica Negra, ¿no? Y tú la llevas blanca. ¿Es que vas a cambiar, Majere?

Buena pregunta. Palin también se la había estado haciendo.

—No —contestó al cabo de un momento—. Tomé la decisión durante mi Prueba. Estoy satisfecho con
quién
soy, aunque quizá no con lo
que
soy. Si soy ambicioso, si quiero superarme, no es algo malo. Mi tío lo entenderá.

—¿Y le enseñará su negro arte a un Túnica Blanca? —Steel resopló con desdén—. ¡El día que pase eso yo me haré clérigo de Paladine! —Miró de soslayo al mago—. Cambiarás, Majere. Toma en cuenta mis palabras.

—Confía por tu bien en que no lo haga —replicó Palin fríamente—. Si es así, desde luego no me sentiré obligado a mantener mi palabra y seguir siendo tu prisionero. Puedes encontrarte con mi daga clavada en la espalda.

Steel sonrió, y faltó poco para que soltara una carcajada.

—Buena contestación. Lo tendré presente.

—Ahí está el cartel —señaló Palin, haciendo caso omiso del sarcasmo—. Un pez con un solo ojo.

—¡Ah, excelente! —Steel fue hacia la puerta. Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había nadie a la vista, y llamó a la puerta de un modo peculiar.

Palin, desconcertado, aguardó en silencio.

Al parecer, quienquiera que vivía allí tenía el sueño muy ligero, si es que estaba dormido siquiera. Tras una brevísima espera, el ventanillo instalado en la puerta se entreabrió una rendija. Una mujer, que llevaba un parche negro, se asomó.

—Está cerrado, señores.

—Sin embargo la marea está subiendo —contestó Steel en tono coloquial—. Aquellos que quieran aprovecharla deberían tener sus botes en el agua.

El ventanillo se cerró de golpe, pero la puerta se abrió casi de inmediato.

—Entrad, señores —dijo la mujer—. Adelante.

Los dos pasaron a la pescadería. Estaba limpia, con el suelo bien fregado. Las tablas que normalmente se usaban para mostrar el pescado recién capturado estaban vacías, y no se llenarían hasta que los botes entraran con las capturas matutinas. Unas botellas marrones que contenían aceite de pescado se alineaban en una estantería. El olor a pescado fresco era muy fuerte, pero no desagradable. La mujer cerró la puerta tras ellos, observó intensamente el bastón de Palin y su suave fulgor.

—Es magia —explicó el joven—, pero no te hará daño.

La mujer se echó a reír.

—Oh, eso lo sé muy bien, maestro. Conozco el Bastón de Mago.

Palin, sin saber muy bien si le gustaba esa contestación, apretó el cayado con más fuerza mientras observaba a la mujer con detenimiento. Era de mediana edad, atractiva, a pesar del parche del ojo. Estaba completamente vestida, lo que a Palin debería haber chocado a estas horas de la noche; pero, como el hecho de encontrarse aquí era ya de por sí tan raro e irracional, el que una pescadera que llevaba un parche en un ojo estuviera despierta y vestida en mitad de la noche sólo era una parte más de la pesadilla.

—Soy Steel Brightblade, mi señora —se presentó el caballero mientras se inclinaba sobre la enrojecida y áspera mano de la mujer como si lo hiciera sobre la suave y blanca de una noble—, Caballero del Lirio.

—Se me advirtió de tu llegada, señor caballero —contestó la mujer—. Y éste debe de ser Palin Majere.

Se volvió hacia el joven mago, su ojo visible reluciendo a la luz del cayado. Sus ropas eran tan sencillas y simples como las de cualquier campesina, pero su porte era regio, y su voz era culta, educada. Sin embargo, aquí estaba, ¡en una pescadería!

—Sí, soy Palin... Majere, mi... mi señora —respondió, atónito—. ¿Cómo lo sabes?

—Por la hembra de dragón, naturalmente. Me llamo Catalina, y soy Guerrera del Lirio, un miembro de la caballería de su Oscura Majestad.

—¿Un Caballero de..., una Dama de Takhisis? —Palin estaba boquiabierto por la sorpresa.

—Y de alto rango. El título de Guerrero del Lirio es del nivel doce en la escala del uno al dieciocho —añadió Steel con énfasis—. Lady Catalina combatió en la Guerra de la Lanza.

—Al mando de lord Ariakas —explicó Catalina—. Así fue como perdí el ojo, en un combate con un elfo.

—Lo..., lo siento, señora —balbució Palin.

—No tienes por qué. El elfo perdió algo más que un ojo. Conocí a tu tío, por cierto. Raistlin Majere. Acababa de tomar la Túnica Negra cuando nos conocimos. Me pareció... encantador. Enfermizo, pero encantador. —Lady Catalina se giró rápidamente hacia Steel.

»¿Queréis entrar en Palanthas sin llamar la atención?

—Sí, mi señora, si eso es posible.

—Nada más sencillo. Ésa es, por supuesto, una de las razones por las que estoy aquí y utilizo este disfraz. —Miró directamente a Palin mientras decía esto, como si adivinara sus pensamientos.

El joven sintió arderle la cara, pero al mismo tiempo un helor le recorrió el cuerpo. ¡A través de esta tienda los servidores de la Reina Oscura se infiltraban en Palanthas! Espías, encargados de reclutar muchachos para la caballería, tal vez asesinos, homicidas que acudían a la pescadera. Ella los ayudaba a entrar en la ciudad inadvertidos.

»¿Por qué me dejan que vea esto? A menos que estén seguros de que no diré una palabra. ¿Y cómo iba a hacerlo? Después de todo, estoy prisionero.»

Casi decidido a huir, Palin echó una ojeada a la puerta. Probablemente podría lograrlo antes de que Steel lo alcanzara, al menos para llegar a la calle. Sus gritos atraerían a los guardias.

Palin se imaginó pidiendo socorro a gritos —algo muy parecido al enano gully— y su rostro se encendió todavía más.

Lady Catalina le sonrió y, de nuevo, el joven tuvo la impresión de que sabía todo lo que estaba pensando.

—Entonces, venid por aquí, si estáis decididos a entrar. ¿Encontraste la tienda sin dificultad, caballero Brightblade? —preguntó mientras los conducía hacia una mesa de madera que había puesta contra la pared del fondo.

—Un enano gully nos dijo dónde estaba, mi señora.

—Ah, ése debía de ser Alf. Sí, lo aposté ahí de centinela, para que estuviera atento a vuestra llegada.

—Menudo centinela —comentó Palin—. Nos dijo que sabía dónde estaba la tienda.

—Y se las arregló para sacarte algo de dinero, ¿verdad, Túnica Blanca? Astutas criaturas, esos gullys. La gente no les da la importancia que merecen. Aquí es. —Catalina colocó las manos sobre la mesa—. Tenemos que moverla hacia un lado.

—Permíteme, señora —se ofreció Steel, que desplazó la pesada mesa sin esfuerzo.

Catalina se dirigió hacia lo que parecía ser una sólida pared de piedra. Puso una mano sobre ella y empujó. Una sección del muro giró sobre un eje, dejando a la vista un pasadizo secreto.

—Id túnel adelante, y saldréis a un callejón. Está en los dominios del Gremio de Ladrones, pero les pagamos bien por su silencio... y su protección.
Ojo Amarillo
os acompañará para asegurarse de que no haya problemas.

Catalina silbó de un modo peculiar.

Palin supuso que
Ojo Amarillo
era un secuaz de la dama, y se preguntó dónde había estado escondido el hombre. Su idea saltó hecha añicos y él se llevó un susto de muerte cuando sonó un ronco graznido y un súbito aleteo de plumas negras. El mago alzó los brazos en un gesto instintivo para protegerse de un ataque, pero el ave se posó suavemente en su hombro. Entonces vio que era un cuervo.

Ladeando la cabeza,
Ojo Amarillo
miró fijamente a Palin. Los ojos del ave relucían como dos trozos de ámbar a la luz de la lámpara.

—Le gustas —dijo lady Catalina—. Buen augurio.

—¿Para mí o para vosotros? —preguntó Palin sin pensarlo.

—No seas irrespetuoso, Majere —lo reconvino Steel, iracundo.

—No lo regañes, Brightblade —intervino lady Catalina—. El joven dice lo que piensa... Una característica que debe de haber heredado de su tío. Si Paladine y Takhisis estuvieran delante de ti, Palin Majere, ¿a cuál de los dos pedirías ayuda? ¿Cuál de ellos, crees tú, sería el que estaría más dispuesto a ayudarte a lograr tu propósito?

Con un sentimiento de culpabilidad, Palin cayó de repente en la cuenta de que no había solicitado a Paladine su divina ayuda.

—Se hace tarde. —El joven mago se volvió hacia Steel—. Deberíamos ponernos en marcha.

La sonrisa de lady Catalina se ensanchó. El cuervo lanzó otro penetrante graznido, que sonó casi como una risa. Desplazándose sobre el hombro de Palin, el ave picoteó, juguetona, la oreja del joven.

El pico del cuervo era puntiagudo, y los picotazos, dolorosos. Sus garras se hincaban en el hombro del joven.

Steel dio las gracias a la mujer y se despidió de ella con cortesía y deferencia.

Lady Catalina le devolvió el cumplido y les deseó éxito en su empresa.

Acompañados por el cuervo, que iba encaramado triunfalmente al hombro de Palin, Steel y el mago entraron en el estrecho túnel. El bastón les iluminaba el camino. A medida que la oscuridad del pasadizo se hacía más intensa, ocurría otro tanto con la luz del cayado, un fenómeno que Palin ya había advertido en otras ocasiones. El túnel los estaba llevando bajo la muralla de la Ciudad Vieja, comprendió el joven, que se preguntó cómo se las habían arreglado los caballeros para excavarlo sin levantar sospechas.

—Con magia, supongo —se dijo, al recordar a los hechiceros Túnicas Grises. Era más que probable que hubiera algunos de estos hechiceros en la propia Palanthas, viviendo justo en las narices de Dalamar.

»Espera a que te hable de esto», pensó el joven, disfrutando con la perspectiva. Con una información tan valiosa podría obtener a cambio la ayuda del hechicero.

El túnel no era muy largo; justo la anchura de la muralla de la Ciudad Vieja. Llegaron a la puerta que daba al callejón. Steel hizo un alto antes de abrirla.

—Será mejor que apagues esa luz —dijo.


Dulak -
-susurró Palin, y el cristal se quedó oscuro.

En la más absoluta negrura, el mago no podía ver nada, ni siquiera el cuervo encaramado a su hombro. Oía el susurro de las plumas del ave, y a Steel tantear buscando el pomo de la puerta.

Ésta se abrió una rendija, y una luz plateada se derramó dentro del túnel. Lunitari se estaba poniendo, pero Solinari iniciaba su curso ascendente, por lo que Palin se sintió profundamente agradecido. Podía utilizar la luna para respaldo de sus hechizos, para reforzar su poder mágico. Iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir para cruzar el mortal Robledal de Shoikan. Estuvo a punto de elevar una plegaria a Paladine, pero entonces recordó la pregunta planteada por lady Catalina.

No dijo ninguna oración. Decidió confiar en sí mismo.

—No te alejes de mí —advirtió Steel en voz baja.

Palin recordó que estaban cerca del Gremio de Ladrones. La mano del joven mago se deslizó en el saquillo colgado del cinturón y cogió unos cuantos pétalos de rosa. Las palabras del conjuro de sueño vinieron a sus labios. Steel llevaba la mano sobre la empuñadura de la espada.

Salieron al callejón con gran sigilo.

Inesperadamente —ninguno de los dos había visto ni oído nada—, una figura alta y oscura surgió justo delante de ellos, cerrándoles el paso.

Antes de que Steel tuviera tiempo de desenvainar la espada o que Palin pudiera pronunciar las palabras del hechizo,
Ojo Amarillo
emitió un graznido alto que sonó severo.

La figura desapareció, como si nunca hubiera estado allí.

—Impresionante —dijo Palin, que exhaló un suspiro de alivio.

—Escurridizo como una sabandija —comentó Steel despectivamente aunque mantuvo la mano sobre la espada y empezó a explorar el callejón.

El mago estaba a punto de preguntar qué hacían con
Ojo Amarillo
cuando el cuervo agitó las alas, emitió otro graznido penetrante y después picó a Palin en el cuello, con fuerza.

El joven gritó de dolor y se llevó la mano a la herida.

—¿Qué demonios...? —Steel se giró tan deprisa que casi perdió el equilibrio.

—¡El maldito pajarraco me ha picado! —dijo Palin, dolorido y furioso.

—¿Eso es todo? —exclamó, iracundo, Steel—. Creí que una legión de ladrones había saltado sobre ti, por lo menos.

—¡Este asqueroso bicho me ha hecho sangre! —Palin retiró la mano y miró la mancha oscura que tenía en los dedos.

El cuervo soltó otro graznido, que en esta ocasión sonó como una risita burlona, y, levantando el vuelo, regresó por encima de la muralla.

—No te morirás por el picotazo de un cuervo —dijo Steel. Caminó hasta el final del callejón y se asomó a la calle.

Estaba silenciosa, desierta. Unas cuantas luces brillaban retadora, insolentemente, en el edificio con aspecto de almacén que albergaba el Gremio de Ladrones, pero ninguno de sus miembros recorría las calles. O, si lo hacían, ni Steel ni Palin los vieron.

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
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