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Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Los Caballeros de Takhisis (26 page)

Jenna se sentó en el brazo del sillón de Dalamar.

—Tuvieron que decirte algo.

—No lo hicieron. —La actitud de Usha era evasiva—. Pero me las ingenié para descubrir algo por mi cuenta. ¿Habéis oído hablar del
Valum?

—El
Valin -
-corrigió Tasslehoff. La curiosidad y el sueño se lo disputaban en una encarnizada batalla. Bostezando, se pellizcó para mantenerse despierto—. La palabra es
Valin...

—Ya lo sé —replicó la joven bruscamente mientras lanzaba al kender una rápida y funesta mirada. Se volvió hacia Dalamar, exhibiendo una amplia sonrisa—. El
Valin,
por supuesto. Debe de ser por la sidra, que me hace pronunciar mal las palabras.

El elfo oscuro no hizo ningún comentario y apretó la mano a Jenna para hacerla callar cuando la mujer iba a decir algo.

—En fin —continuó Usha—, una noche, cuando se suponía que debería estar durmiendo, oí a alguien entrar en nuestra casa. Los irdas casi nunca tienen compañía, así que bajé sigilosa de mi cama para ver quién era. El visitante era un hombre a quien los irdas denominan el Dictaminador. Él y Prot estaban hablando, ¡y lo hacían acerca de mí! Naturalmente, me quedé a escuchar.

»Dijeron montones de cosas que no comprendí, algo sobre el
Valin
y de cómo mi madre, que había sido una irda, dejó a su pueblo y viajó por el mundo. Y que conoció a un joven hechicero en una taberna que había junto a un bosque encantado. Unos matones la acosaron en esa taberna, y el mago y su hermano mayor...

—Su hermano gemelo —intervino Tasslehoff, pero sus palabras se perdieron en un prodigioso bostezo.

—... salieron en su defensa, y el mago vio la cara a mi madre y pensó que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Y ella lo miró a él y el
Valin
tuvo lugar entre los dos y...

—Explica qué es el
Valin -
-pidió Dalamar en voz queda.

—Dijiste que sabías lo que era. —Usha tenía fruncido el ceño.

—No —contestó suavemente el elfo oscuro—. Fuiste tú quien dijo que lo sabía.

—¡Yo sé lo que es! —gritó Tas, que se sentó derecho y agitó las manos en el aire—. ¡Dejadme que lo diga!

—Gracias, Burrfoot, pero preferiría oír la versión irda de la historia —dijo Dalamar fríamente.

—Bien, pues... el
Valin
es... algo que ocurre... entre un hombre y una mujer —empezó Usha, ruborizada hasta las orejas—. Eh... hace que... que se junten. Supongo que eso es lo que sucede. —Se encogió de hombros—. El Protector nunca me habló mucho sobre eso, salvo para decir que no podría ocurrirme a mí.

—¿Y por qué no? —preguntó el elfo oscuro.

—Porque soy humana en parte —contestó Usha.

—¿De veras? ¿Y quién es tu padre?

—El joven mago de la historia —dijo la muchacha sin pensarlo—. Se llama Raistlin. Raistlin Majere.

—Os lo dije —comentó Tasslehoff.

Dalamar frunció los labios y se dio golpecitos con el borde del pergamino. Miró a Usha durante tanto tiempo, en silencio, que la joven se puso nerviosa e intentó apartarse de la mirada de aquellos ojos insondables. Al cabo, el elfo oscuro se levantó bruscamente y se acercó a la mesa. Usha lanzó un suspiro de alivio, sintiéndose como si la hubieran sacado de nuevo de la celda de la cárcel.

—Este es un excelente vino —dijo Dalamar, alargando la mano hacia la botella de cristal—. Deberías probar un poco. Jenna, ¿me ayudas a servir a nuestros invitados?

—¿A qué viene esto? —le preguntó en voz baja la mujer cuando estuvo a su lado—. ¿Qué ocurre?

Dalamar vertió el vino dorado en copas de cristal.

—No le creo —respondió en un susurro—. Está mintiendo.

—¿Qué has dicho? —preguntó a voces Tasslehoff al tiempo que metía la cabeza entre los dos—. No oí eso último.

Irritada, Jenna metió la mano en un saquillo colgado del cinturón, sacó un puñado de arena, y se lo echó al kender a la cara.


Drowshi -
-ordenó.

—¡Aaaachís! —Tasslehoff no había acabado de soltar el estornudo cuando suspiró con satisfacción, se desplomó sobre la mesa y se quedó profundamente dormido.

—Esa historia que ha contado, no la creo —repitió Dalamar—. La ha sacado del kender. Fue un error dejarlos solos a los dos.

—Pero los ojos dorados...

—Es posible que todos los irdas los tengan así —replicó el elfo oscuro—. ¿Cómo vamos a saberlo? Nunca he visto a uno. ¿Y tú?

—No seas tan brusco, querido —dijo Jenna, con gesto animoso—. Por supuesto que nunca he visto a un irda. Nadie en Ansalon lo ha visto. ¿Qué dice la carta?

Dalamar, de mal humor, quitó la cinta de seda que ataba el pergamino, lo desenrolló y echó una ojeada por encima. Resopló con desdén.

—Parece ser la historia de la creación del mundo. No, querida, no es probable que encontremos la respuesta aquí.

Arrojó la misiva sobre la mesa, donde estaba recostado Tasslehoff, roncando suavemente. Tenía granos de arena pegados a su canoso copete.

Dalamar limpió la arena que había caído sobre el mantel de encaje.

—Pero puede que haya un modo de saber la verdad.

—Comprobar si la chica posee el don —sugirió Jenna, que supuso lo que estaba pensando. Cogió la carta y empezó a leerla con más detenimiento—. Ocúpate tú de ello mientras leo esto hasta el final. Tiene que decir algo importante, o los irdas no te lo habrían enviado.

Dalamar se volvió hacia Usha, que ahora estaba hecha un ovillo en la silla, con la cabeza apoyada en el brazo y casi dormida.

El hechicero la sacudió por el hombro.

—¿Eh? ¿Qué quieres? Déjame en paz. —Usha se retorció, intentando cubrirse la cara con los cojines.

Dalamar apretó los dedos con fuerza sobre el hombro de la chica.

—¡Ay! —Usha se sentó y lo miró ferozmente—. Me haces daño.

Lentamente, el elfo oscuro la soltó.

—Si de verdad eres hija de Raistlin Majere...

—Lo soy —dijo ella con altiva dignidad.

—Entonces debes de haber heredado alguna de sus habilidades en el arte.

—¿Qué arte? —Usha lo miró con desconfianza.

—El arte arcano. La magia. Raistlin fue uno de los hechiceros más poderosos que ha habido en Ansalon. El talento mágico es un don que se hereda, generalmente. El sobrino de Raistlin, Palin Majere, ha heredado gran parte de la maestría de su tío. La hija de Raistlin debería poseer ese poder, sin lugar a dudas.

—Oh, y así es —contestó Usha, que se acurrucó entre los cojines.

—Entonces no te importará hacer una demostración de ese talento tuyo para Jenna y para mí.

—Lo haría, pero me está prohibido. Los irdas me advirtieron sobre ello, ¿sabes? Tengo demasiado poder. —Miró a su alrededor—. Odiaría destruir esta habitación tan bonita.

—Correré ese riesgo —dijo Dalamar secamente.

—Oh, no. Sería incapaz, de veras. —Usha lo miraba con los ojos muy abiertos, en una expresión de inocencia—. Prot me advirtió que nunca...

—¡Por Lunitari! —Jenna inhaló bruscamente—. Que la diosa de la luna roja nos asista. Si esto es verdad...

—Si es verdad ¿qué? —inquirió Dalamar, que se volvió hacia la maga.

—Debiste seguir leyendo, querido. —Jenna le tendía la carta—. Está casi al final. Los irdas tienen la Gema Gris.

Dalamar leyó rápidamente y después alzó la vista del papel.

—Dice que van a... —musitó—. ¿Qué sabes de esto, muchacha? —demandó, volviéndose hacia Usha.

Completamente despierta ya, la joven lo miraba perpleja.

—¿De qué? —preguntó.

Dalamar parecía una serpiente dormitando bajo un sol ardiente y brillante. Su voz suave, con su siseante deje elfo, resultaba sedante y embaucadora. Embrujaba a sus presas con sus modales corteses y su delicada belleza y, cuando las tenía totalmente cautivadas, las devoraba.

—¡No te hagas la tonta! —Pareció que se desenroscaba y se deslizaba hacia ella—. ¿Qué sabes de la Gema Gris? En este momento, señora, ahórrame tus embustes.

Usha tragó saliva y se humedeció los labios.

—No mentía —consiguió articular con un hilo de voz—. Y no sé nada sobre la Gema Gris. Sólo la vi una vez...

—¿Qué aspecto tiene?

—Era una gema... gris... —empezó.

Las perfiladas y negras cejas del hechicero se fruncieron en un gesto de desagrado, y los ojos almendrados relucieron.

Usha volvió a tragar saliva con esfuerzo y continuó rápidamente:

—Tenía muchas facetas, más de las que pude contar. Y emitía una especie de brillo grisáceo que mareaba. No me gustó su aspecto. Me producía una extraña sensación, como si quisiera echar a correr y hacer locuras que no tenían ningún sentido. El Protector dijo que era el efecto que causaba en los humanos...

—¿Y los irdas tenían intención de romper la piedra? —La voz de Dalamar era tensa.

—Sí —dijo Usha, encogiéndose entre los cojines del sillón para apartarse de la terrible intensidad de su mirada—. Por eso me enviaron lejos. El Dictaminador dijo que como era humana..., que como era en parte humana —se corrigió—, podría interferir con la magia...

—¿Y si han roto la Gema Gris? —preguntó Jenna—. ¿Cuáles serán las consecuencias?

—No lo sé, y dudo que haya alguien que lo sepa. Puede que ni siquiera los propios dioses. —Dalamar clavó la ardiente mirada en Usha—. ¿Sabes lo que ocurrió? ¿Viste algo antes de partir?

—Nada. A no ser... un resplandor rojizo en el cielo. Como un fuego. Yo... supongo que era la magia...

Dalamar no añadió nada más ni prestó atención a la joven, que tuvo la precaución de mantener la boca cerrada y seguir medio enterrada entre cojines con la esperanza de no llamar más la atención sobre ella. El elfo oscuro paseó de un lado a otro de la estancia varias veces. Jenna lo observaba, preocupada y nerviosa. Tasslehoff ya no dormía apaciblemente, sino que rebullía en sueños. Por fin, Dalamar tomó una decisión.

—Convocaré al Cónclave para mañana. Debemos partir hacia Wayreth de inmediato.

—¿Qué estás pensando?

—Que esto no me gusta nada —contestó el hechicero con gesto sombrío—. El tiempo tan raro que hace, el terrible calor, la inusitada sequía y otros sucesos chocantes. Puede que ésta sea la respuesta.

—¿Qué harás con la chica y con el kender? ¿Llevarlos con nosotros?

—No. Ya nos ha dicho todo lo que sabe. Si se corre la voz entre el Cónclave de que la hija de Raistlin anda suelta por Ansalon, se desataría un tumulto. No conseguiríamos llegar a nada positivo. Es mejor dejarla aquí, a buen recaudo y sin que hable con nadie. Al kender, también. Es amigo de Caramon Majere y podría irle con el cuento.

Los dos hechiceros se dirigieron hacia la puerta.

—¡Esperad! —gritó Usha, poniéndose de pie de un brinco—. ¡No podéis dejarme aquí! ¡No me quedaré! ¡Empezaré a gritar y alguien me oirá!

Jenna se volvió y echó un puñado de arena sobe Usha. La joven parpadeó, se frotó los ojos, y sacudió la cabeza con gesto aturdido.

—Os digo que no me quedaré...

—Resiste al efecto mágico —observó Jenna—. Qué interesante. Me pregunto si lo conseguirá por sí misma o si la protege algún tipo de ensalmo o talismán...

—Sea cual sea el caso, ahora no tenemos tiempo para eso.

Dalamar chasqueó los dedos. Usha se tambaleó y se desplomó entre los cojines. Se le cerraron los ojos.

Se abrió una puerta a la escalera espiral que giraba en torno a la pared del hueco central de la Torre de la Alta Hechicería. Los estrechos peldaños de piedra conducían, hacia arriba, al laboratorio, donde nadie, ni siquiera el Amo de la Torre, podía entrar, y hacia abajo, a las habitaciones donde vivían y estudiaban los aprendices; y aún más abajo, a la Cámara de la Visión. Dalamar cerró la puerta y echó la llave, que era de plata.

—Eso no detendrá al kender —comentó Jenna—. Y el hechizo de sueño se habrá pasado antes de que hayamos vuelto.

—Cierto, puede que la cerradura no lo detenga, pero esto, sí.

El hechicero pronunció palabras en un lenguaje frío y complejo. A su orden, dos ojos transparentes, incorpóreos, se materializaron en la oscuridad del hueco interior de la torre, una oscuridad que jamás había conocido la luz. El espectro se acercó al mago.

—Me has llamado, maestro. ¿Qué ordenas?

—Vigila esta habitación y no dejes entrar ni salir a nadie. Si los dos que están dentro lo intentan, no les hagas daño. Simplemente impide que escapen.

—Eso dificulta mi tarea —dijo el espectro—, pero obedeceré tu orden, maestro.

Dalamar empezó a pronunciar las palabras del conjuro que los llevaría por los caminos de la magia hasta la distante Torre de la Alta Hechicería de Wayreth. Jenna no se acercó de inmediato a él, sino que se quedó inmóvil mirando la puerta, al espectro apostado en una guardia continua. El elfo oscuro interrumpió el hechizo.

—Vamos —instó, enfadado—. No tenemos tiempo que perder.

—¿Y si decía la verdad? —preguntó Jenna con voz queda—. Podría ser lo bastante poderosa para escapar incluso del espectro.

—Ni siquiera tuvo recursos para evitar que la atraparan por robar comida —replicó Dalamar, irritado—. O es excepcionalmente astuta o es una pobre necia mentirosa.

—¿Y por qué iba a mentir? ¿Qué puede ganar con pretender que es una hechicera? Tiene que saber que descubriríamos la verdad.

—Pero no la hemos descubierto, ¿verdad? Los irdas son listos, y su magia, poderosa. ¿Quién sabe lo que planean? Puede que la hayan enviado para espiar, y sabían que la única forma de entrar aquí era afirmando ser lo que no es. Lo descubriré cuando tenga tiempo para hablar con ella largo y tendido. Opino que miente, que tiene tan poco poder mágico como el kender. Aun así, si no te fías de mi criterio...

—Claro que sí, amor mío —dijo Jenna, que se apresuró a ir junto al hechicero. Echó la cabeza hacia atrás para que la besara—. Es de otras partes de ti de las que desconfío.

Dalamar la besó, condescendiente, aunque saltaba a la vista que tenía la cabeza en otras cosas más urgentes.

—Siempre te soy fiel, querida. A mi modo.

—Sí. —La mujer soltó un suspiro—. A tu modo. Lo sé.

Con las manos enlazadas, pronunciaron juntos el conjuro y desaparecieron en la oscuridad.

* * *

Encerrados en la habitación de la torre, Usha y Tasslehoff dormían bajo los efectos de los encantamientos. Usha tuvo sueños en los que había fuego, sueños que la asustaron, pero de los que no pudo despertar.

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