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Authors: Jeanne Birdsall

Las Hermanas Penderwick (22 page)

BOOK: Las Hermanas Penderwick
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La música dejó de sonar. Unos minutos más, y su padre se habría ido a dormir; entonces Jane y ella podrían ir a ver a Jeffrey. Skye salió de la cama y miró por la ventana. La luz de la luna llena bañaba la noche, por lo que ella y su hermana no tendrían ningún problema para encaramarse a lo alto de la escala.

Pero ¿qué era eso? Algo o alguien se movía entre los árboles. ¿Era
Hound
? No; estaba durmiendo con Risitas. Skye intentó ver entre las sombras. ¡Ahí estaba de nuevo! Parecía una persona, pero tenía una forma extraña. ¿Sería un jorobado? ¿De quién se trataba? De repente el extraño levantó algo. ¡Zas! Una flecha con punta de goma golpeó la mosquitera que la niña tenía delante.

—¿Jeffrey? —murmuró.

Entonces el chico salió a la luz de la luna. Llevaba su sombrero de camuflaje, cargaba con una mochila a la espalda y blandía un arco.

—Déjame entrar.

—Ahora bajo. —Skye salió corriendo de su habitación y fue hasta la de Rosalind.

—¿Estáis listas para salir? —preguntó la mayor, asomándose por la puerta.

—Cambio de planes. Convoco una RHEMP de emergencia en tu dormitorio. Ahora vengo —anunció Skye; luego descendió la escalera sin hacer ruido y abrió la puerta principal—. ¿Qué estás haciendo aquí, Jeffrey? Estábamos a punto de ir a visitarte.

—He decidido escaparme —declaró él, bajando el arco.

—¿Te has vuelto loco?

—Si hubieras estado en Pencey...

—Oh, Jeffrey... —Skye tenía ganas de llorar, lo cual era algo inédito en ella—. Todo es por mi culpa. No debí decirle esas cosas a tu madre.

—¿Es que Churchie no te ha dado el mensaje? Nada es culpa tuya. Además... —Bajó la vista al suelo y comenzó a mover los pies—. Te mantuviste firme; eres una chica muy valiente.

—Eso no es valor; tan sólo genio.

Jeffrey levantó la mirada.

—Es valor, pero no discutamos. Quiero contaros a ti y tus hermanas lo que ocurrió en Pensilvania y adonde pienso irme. ¿Puedo pasar?

Skye lo tomó de la mano y, con sumo sigilo, subieron juntos hasta la habitación de Rosalind. Ésta y Jane estaban sentadas en la cama, aguardando a que diese comienzo la RHEMP, pero no imaginaban que Skye llegaría acompañada.

—¡Jeffrey! —exclamó Rosalind.

—Se ha escapado de casa —anunció Skye.

—Madre mía —dijo Jane—. ¿Estás seguro, Jeffrey?

—Sí, lo estoy. Pencey es...

—Espera un segundo —lo interrumpió Rosalind—. Será mejor que hagamos oficial esta reunión, no vaya a ser que nos cuentes algo que debamos mantener en secreto. ¿Te importa esperar en el pasillo un minuto?

—No tiene por qué hacerlo. Ya está al tanto del Juramento de Honor de la Familia Penderwick —alegó Jane—. Se lo contamos después de que rescatara a Risitas del...

—Rosal —dijo Skye, concluyendo la frase.

—De todas esas espinas —añadió Jane.

—De acuerdo —dijo Rosalind, mirando a una mentirosilla y a la otra—. Entonces comencemos. Que dé inicio la RHEMP.

De repente se abrió la puerta del armario, y
Hound
entró en la habitación agitando el rabo con energía. Saltó sobre Jeffrey y se puso a lamerle la cara. Evidentemente, la siguiente en salir del mueble fue Risitas, que iba en pijama y tenía a
Funty
bien amarrado.

—Habéis despertado a
Hound
—dijo la pequeña—. Hola, Jeffrey.

—Hola, Risitas. ¿Dónde están tus alas?

—Me las he quitado para dormir, bobo.

—Risitas, vuelve a la cama —ordenó Skye.

—No —respondió, acurrucándose contra Rosalind.

—Si no os importa, me gustaría que se quedara —dijo Jeffrey.

—De acuerdo, Risitas, pero tienes que estar muy, muy callada —le advirtió Rosalind—. Y tú también,
Hound.

El sabueso se echó al suelo con un gruñido. Jeffrey se sacó la mochila y la dejó junto al perro.

—¿Estáis todos listos? —preguntó Rosalind—. Se procede a efectuar una RHEMP de emergencia; perdón, una RHEP.

—Secundo la moción —dijo Skye.

—Y yo —añadió Jane.

—Y yo también —agregó Risitas.

—Todos los aquí presentes juramos mantener en secreto lo que aquí se diga, a menos que uno de nosotros piense que alguien corre peligro de hacer algo realmente malo —declaró Rosalind, estirando su puño; Skye puso el suyo encima, Jane colocó el suyo sobre el de Skye y Risitas hizo lo propio sobre el de Jane—. Tú también —le dijo a Jeffrey, que colocó el suyo sobre el de Risitas.

—Lo juramos, por el Honor de la Familia Penderwick —repitieron todos al unísono, para luego separar los puños.

—De acuerdo, Jeffrey, cuéntanoslo todo desde el principio —pidió Rosalind.

—Todo comenzó ayer, después de que mi madre se pusiera furiosa por... —Se detuvo y miró a Skye.

—Ya se lo he contado —dijo ella.

—Bueno, por lo que sucedió en la sala de música. Estaba tan enfadada que apenas me dirigió la palabra. Me mandó a mi habitación y me dijo que esperara allí, así que me puse a tocar el piano. Al poco, entró hecha un basilisco y me ordenó que preparara una bolsa para pasar una noche fuera de casa, y que metiera un traje y una corbata, porque íbamos a Pencey para una entrevista. ¡Así, sin más! Me enfurecí y traté de explicarle que no deseaba ingresar en ninguna academia militar, pero no me hizo caso. Sólo me dijo que me lo había ganado a pulso yo solito y que me diera prisa con el equipaje. Luego me indicó que bajara y me metiera en el coche de Dexter, y salimos en dirección a Pensilvania.

Las hermanas no pudieron evitar sentir escalofríos. Durante el resto de sus vidas no iban a querer saber nada más de aquel estado.

—Al llegar, nos alojamos en un hotel, lo cual no estuvo tan mal, ya que al menos tenía mi propia habitación, y en la tele ponían
Matar a un ruiseñor,
una sensacional película en blanco y negro. —Hizo una pausa y pareció como si se hubiera puesto a recordar el filme—. Bueno, pues por la mañana me llevaron a Pencey. Era todavía más horrible de lo que había imaginado. Todo el mundo tenía el entrecejo fruncido, saludaba al modo militar y marchaba con el rifle a cuestas. Tuve una entrevista con el mayor no sé qué, que había luchado en Vietnam bajo las órdenes de mi abuelo y no dejaba de decir que era su ídolo. Cuando me preguntó por qué quería ingresar en Pencey, le contesté que era el último sitio en el mundo donde quería estar, y el tipo se echó a reír, me dio una palmada en el hombro y me dijo que pensaría de manera distinta después de unas cuantas semanas viviendo como un auténtico soldado. Luego fui a comer con mi madre y Dexter, y me comunicaron que empezaría en Pencey al cabo de tres semanas. El gusano de Dexter trató de pintármelo como algo fantástico, diciéndome lo agradecido que debía estar porque mi madre quisiera enviarme a un colegio tan bueno. Cuando cerró el pico, yo intenté decirle a mi madre lo mucho que detestaba Pencey y que estar allí me haría desgraciado, pero ella me mandó callar y alegó que un poco de disciplina no hacía daño a nadie, sobre todo a alguien que había estado relacionándose con el tipo equivocado de personas. Lo siento, debería haber omitido esa parte.

—No te preocupes —repuso Rosalind.

—Pues yo me siento orgullosa de ser el tipo equivocado de persona —aseguró Jane.

—Y yo —agregó Risitas—. Y
Hound
también.

—¿Qué pasó luego? —preguntó Skye.

—Pues que iniciamos el camino de vuelta a casa, y Dexter no dejaba de decir cuántas familias adineradas envían a sus hijos a Pencey, y que frente a la academia hay un campo de golf y que yo podría emplear mi tiempo libre en practicar, y mi madre estuvo de acuerdo con él y me dijo que estaba segura de que me encantaría estar allí una vez que me hubiera instalado. Yo no abrí la boca durante todo el trayecto. Me limité a quedarme callado y planear el modo de huir. —Se frotó los ojos con fuerza y prosiguió con rapidez—: Así que, al llegar, he subido a mi habitación fingiendo que todo iba bien, disponiéndome a escapar. He colocado la funda de los palos de golf bajo la colcha, para que si a mi madre se le ocurre echar un vistazo en mi cuarto piense que estoy durmiendo. Luego he bajado por la escala de cuerda y he venido hasta aquí. Esta noche dormiré debajo del puesto de tomates de Harry, y cuando él aparezca por la mañana, le pediré que me lleve hasta la estación de autobuses.

—Pero ¿adonde piensas ir? —preguntó Skye, anonadada.

—A Boston. La hermana de Churchie vive allí, y estoy seguro de que permitirá que me quede en su casa unos días. Me inscribiré en algún colegio público y trabajaré enseñando a niños pequeños a tocar el piano, para así poder pagarme las clases del Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra del que os hablé. Por favor, no os riáis.

—No nos reímos —dijo Rosalind.

—No es tan descabellado como suena. Si la hermana de Churchie no puede alojarme, tengo algunos primos lejanos en Boston con los que mi madre no ha hablado en años. A lo mejor, cuando sepan que ella tampoco se habla conmigo, les caigo en gracia y me acogen hasta que sea un poco mayor. Todavía guardo el dinero de mi cumpleaños, que utilizaré para pagarme el billete de autobús. Además, tengo esto. —Abrió la mochila, sacó varios cuadernos estrechos forrados de piel y abrió uno; estaba lleno de monedas extrañas—. Mi abuelo coleccionaba monedas antiguas y me las regaló antes de morir. Creo que valen bastante. Supongo que en Boston podré venderlas, ¿no?

—Seguro que sí —dijo Jane.

—Además, tal vez encuentre a mi... —Se detuvo y se puso a acariciarle las orejas a
Hound
enérgicamente.

—¿A tu qué? —preguntó Risitas.

Durante unos segundos la habitación se quedó en silencio, salvo por los joviales jadeos de
Hound.

—Creo que se refiere a su padre —dijo Skye finalmente.

Jeffrey miró con el semblante circunspecto a las hermanas, que lo rodeaban.

—Mi madre lo conoció en Boston, ¿sabéis? Y, si bien es verdad que no sé cuál es su apellido, lo cierto es que yo no me parezco en absoluto a mi madre ni a mi abuelo, como ella asegura, así que debo de parecerme a él. A lo mejor algún día me lo cruzo en la calle y él me reconoce. ¡No es imposible!

—Claro que no —afirmó Jane—. Puede que el destino te sea favorable.

Jeffrey le dedicó una grata sonrisa.

—Eso es lo que creo yo.

—Bueno... —dijo Rosalind.

—Pues yo pienso ir contigo hasta Boston —anunció Jane—. Luego puedo tomar un bus para volver a Cameron y reunirme con papá y mis hermanas pasado mañana, cuando hayan regresado a casa.

—¿Cómo? —exclamó Skye—. Yo soy mayor que tú. Si alguien tiene que acompañarlo a Boston, ésa soy yo.

—¡Orden! —exigió Rosalind.

—Yo me lo he pedido primero —alegó Jane.

—¿Puedo ir yo también? —preguntó Risitas.

—¡Orden, haya orden! —insistió la mayor, dando un golpe sobre la cama.

—Pero...

—Silencio, Skye. Hablo en serio —le advirtió Rosalind—. Tenemos que discutir esto tranquilamente. Para empezar, Jeffrey, sabes que tu madre irá detrás de ti, y de no encontrarte, llamará a la policía.

—Me da igual. Ni pienso ir a Pencey, ni pienso vivir con Dexter. Mi madre puede hacer lo que le venga en gana, pero, por lo que a mí se refiere, no pienso cambiar de opinión. Además, ¿qué puede importarles a ella y Dexter saber dónde estoy? Lo que ellos quieren es librarse de mí.

—No sé qué dice la ley al respecto, pero...

—Esto no tiene nada que ver con la ley, Rosy —dijo Jane—. Esto tiene que ver con el corazón, con la verdad y con la aventura.

—Y con mantenerse fiel a unos ideales —añadió Skye.

—Ya lo sé, y también sé que a la madre de Jeffrey no se le da demasiado bien escuchar, pero... —Skye trató de interrumpirla, pero Rosalind la hizo callar con una mirada asesina—. Pero ella quiere lo mejor para ti, Jeffrey, aunque no sepa exactamente qué es lo mejor. Si encontráramos una manera de lograr que entendiese tu postura...

—¡Eso es imposible! —gritó él con rabia—. Ya lo he intentado una y otra vez.

—Ya lo sé —dijo, consciente de que su amigo había hecho todo lo humanamente posible para convencer a su madre.

—No me queda otra opción que irme de aquí, Rosalind; ¿no te das cuenta?

—Sí, me doy cuenta —respondió, sin poder llevarle la contraria.

—¡Hurra! —exclamó Jane.

—Gracias, Rosalind —dijo Jeffrey; de pronto parecía desesperadamente cansado.

—¡Pero! —añadió Rosalind alzando la mano—. Pero ninguna de nosotras va a ir con él a Boston. ¿Cómo podéis pensar en hacerle eso a papá?

—Tienes razón —coincidió Jane—, pero iremos a visitarlo una vez que se haya instalado.

—Y él puede venir a vernos a Cameron —propuso Skye.

—Para ver a
Hound
—apuntó Risitas.

—Por supuesto. Lo que me recuerda que te he traído algo, pequeña. —Jeffrey metió la mano en la mochila y sacó la foto del perro que ella le había regalado para su cumpleaños—. ¿Puedes guardarme esto hasta que vuelva a verte, por favor?

—Vale.

Risitas tomó la foto y se la mostró a
Hound.

—De acuerdo, entonces —dijo Rosalind—. Oye, Jeffrey, no hace falta que duermas debajo del puesto de Harry. Risitas puede quedarse aquí conmigo y tú puedes irte a su habitación. Pondré el despertador y te avisaré bien temprano.

—Despiértanos también a nosotras, para que podamos despedirnos de él —solicitó Skye.

—Y haced acopio de provisiones para el hambriento viajero —agregó Jane.

—Entendido. Ahora, todos a la cama —instó Rosalind—. Ya es tarde.

Jane y Skye volvieron a sus dormitorios. Jeffrey, por su parte, se llevó sus bártulos al cuarto de Risitas y se acostó en la cama completamente vestido, pero la chiquilla tenía cosas que hacer antes de trasladarse a la habitación de su hermana mayor. A saber, debía acostar a
Funty
en la cama de Rosalind, cruzar de nuevo el armario en busca de
Ursula
la osa, y luego volver por
Fred
el oso. Sin embargo, se vio obligada a dejar a
Sedgewick
el caballo y
Yaz,
su nuevo conejito de madera, explicándoles que ya no había espacio para nadie más. Después decidió que no podía dormir sin su colcha de unicornios, por lo que Jeffrey tuvo que levantarse para que Rosalind cambiara esa colcha por la verde que tenía en su cama.

Finalmente Risitas llegó a la conclusión de que ya podía irse a dormir tranquila, aunque estaba el problema de
Hound,
que con Jeffrey en la cama de Risitas y con la pequeña en la de Rosalind y junto a ésta, se hallaba un tanto confundido. ¿Dónde se suponía que debía dormir? Era consciente de que Rosalind no le permitiría subirse a su cama, ni aun en el caso de que hubiese quedado espacio. Por otra parte, sabía que Jef frey sí lo dejaría dormir con él, y
Hound
lo tenía en gran estima, pero Jeffrey no era Risitas. ¿Qué hacer? El sabueso atravesó el armario varias veces en ambas direcciones, lloriqueando, hasta que Rosalind cerró las puertas y le ordenó que durmiese en el suelo, junto a su cama.

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