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Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (52 page)

Hizo una pausa por un momento y desplegó el papel, pero después de repasar con la vista unas palabras, se encogió de hombros y volvió a metérselo en el bolsillo. Levantó la vista y guardó silencio durante un segundo.

—Veréis. Hace mucho que conozco a Trent y puedo deciros que nunca en toda mi vida lo había visto tan feliz como ahora. Fern: eres una incorporación muy bienvenida a nuestra familia de locos, un soplo de aire fresco.

Todos rieron, excepto la madre de Julian. Brooke sonrió.

—Lo que quizá no todos sepáis es lo mucho que le debo a Trent. —Julian tosió y la carpa se volvió aún más silenciosa—. Hace nueve años, me presentó a Brooke, mi mujer, el amor de mi vida. ¡No quiero ni imaginar lo que habría pasado si su cita a ciegas de aquella noche hubiera salido bien! —Hubo más risas—. Pero siempre me alegraré de que no haya funcionado. Si alguien me hubiera dicho el día de mi boda que hoy estaría aún más enamorado de mi mujer que entonces, me habría parecido imposible. Pero esta noche, mirándola, os puedo asegurar que así ha sido.

Brooke sintió que todas las miradas se volvían hacia ella, pero no pudo dejar de mirar a Julian.

—Os deseo, Trent y Fern, que el amor siga creciendo entre vosotros día a día, y que por muchos obstáculos que la vida ponga en vuestro camino, logréis superarlos. Esta noche es sólo el principio de vuestra vida juntos, y creo que hablo por todos cuando digo que es un honor para mí poder compartirla con vosotros. ¡Levantemos nuestras copas y brindemos por Trent y Fern!

Todos los presentes prorrumpieron en una sonora ovación, mientras entrechocaban las copas. Incluso se oyeron gritos de «¡Otra, otra!».

Julian se sonrojó y se inclinó hacia el micrófono.

—Ahora, si os parece, cantaré una versión especial de
Wind beneath my wings
, en honor de la feliz pareja. No os importa, ¿verdad?

Se volvió hacia Trent y Fern, que parecieron horrorizados. Se produjo un silencio incómodo durante una fracción de segundo, hasta que Julian quebró la tensión:

—¡Era broma! Aunque si de verdad os apetece, yo…

Trent se le echó encima, fingiendo que iba a derribarlo, y Fern se le acercó en seguida, para darle un lloroso beso en la mejilla. Una vez más, toda la carpa rió y aplaudió. Julian le susurró algo a su primo al oído y los dos se abrazaron. La orquesta empezó a tocar una música suave y Julian se dirigió hacia Brooke. Sin decir palabra, la cogió de la mano y la condujo a través de la multitud, otra vez hacia el pasillo.

—Ha sido un discurso precioso —le dijo ella, con la voz quebrada por la emoción.

Él le cogió la cara entre las manos y la miró directamente a los ojos.

—Cada palabra me ha salido del corazón.

Ella se acercó para besarlo. Sólo duró un instante, pero Brooke se preguntó si podría considerarlo el mejor beso de toda su relación. Estaba a punto de rodearlo con sus brazos, pero él se la llevó hacia la salida, diciendo:

—¿No tienes abrigo?

Mirando con el rabillo del ojo al pequeño grupo de fumadores que los miraba a su vez desde el otro extremo del sendero, Brooke respondió:

—Está en el guardarropa.

Julian se quitó la chaqueta y se la puso a Brooke.

—¿Vienes conmigo? —preguntó.

—¿Adónde vamos? Me parece que el hotel está un poco lejos para ir andando —le susurró, mientras pasaban al lado de los fumadores y doblaban la esquina de la casa.

Julian le apoyó la mano en la base de la espalda y la empujó suavemente en dirección al jardín.

—Tenemos que volver a la fiesta, pero creo que nadie nos echará de menos si desaparecemos un ratito.

La llevó por el jardín, siguiendo un sendero que acababa en un estanque, y le indicó que se sentara en un banco de piedra que miraba a la orilla.

—¿Estás bien? —le preguntó.

La piedra del banco le pareció a Brooke un bloque de hielo a través de la fina tela de la falda, y los dedos de los pies se le estaban entumeciendo.

—Tengo un poco de frío.

Él la rodeó con sus brazos y la apretó con fuerza.

—¿Por qué has venido, Julian?

Julian la cogió de la mano.

—Antes de irme, ya sabía que estaba equivocado. Intenté racionalizar que era mejor apartarse de todos, pero no era cierto. Tuve mucho tiempo para pensar y no he querido esperar ni un minuto más para hablar contigo.

—Muy bien…

Le apretó la mano.

—En el viaje de ida, me senté al lado de Tommy Bailey, el cantante, el chico que ganó «American Idol» hace un par de años. ¿Lo recuerdas?

Brooke asintió, sin mencionarle su relación con Amber, ni decirle que ya sabía todo lo que había que saber sobre Tommy.

—Verás —prosiguió Julian—. Éramos los únicos que viajábamos en primera clase. Yo iba a trabajar, pero él estaba de vacaciones. Tenía un par de semanas libres entre giras y había alquilado una mansión carísima en algún sitio. Me fijé en una cosa: iba solo.

—¡Por favor! El hecho de que estuviera solo en el avión no significa que no fuera a encontrarse con alguien cuando llegara.

Julian levantó una mano.

—Claro que no, tienes razón. De hecho, no paró de hablar acerca de todas las chicas que iba a ver, de las que lo iban a visitar… También esperaba recibir a su agente y a su representante, y a varios supuestos amigos, a los que había pagado el billete. Me pareció un poco patético, pero pensé que quizá me equivocara y que tal vez a él le gustaba todo ese tinglado. A muchos tipos les habría gustado. Pero entonces se puso a beber, siguió bebiendo, y cuando estábamos en medio del Atlántico, se le empezaron a caer las lágrimas (literalmente, se puso a llorar) y me contó lo mucho que echa de menos a su ex, a su familia y a los amigos del barrio. Me dijo que nadie de los que lo rodean lo conoce desde hace más de dos años y que todos están con él por algún tipo de interés. Está destrozado, Brooke. Es un auténtico desastre. Oyéndolo, lo único que podía pensar era: «Yo no quiero ser como este tipo».

Brooke finalmente soltó el aire. No se había dado cuenta, pero había estado conteniendo el aliento, y no era la primera vez que lo hacía desde que había empezado la conversación.

«No quiere ser como ese tipo».

Eran unas pocas palabras sencillas, pero hacía muchísimo tiempo que estaba esperando oírlas.

Se volvió para mirarlo a los ojos.

—Yo tampoco quiero que seas como ese tipo, pero no quiero ser la mujer que te controla y que constantemente refunfuña, te amenaza y te pregunta cuándo volverás a casa.

Julian la miró y arqueó las cejas.

—¿Cómo que no? ¡Si te encanta!

Brooke fingió reflexionar al respecto.

—Hum, sí. Tienes razón. Me encanta.

Los dos rieron.

—Mira, Rook. No hago más que darle vueltas en la cabeza. Sé que te llevará un tiempo volver a confiar en mí, pero haré todo lo que sea preciso. Esta extraña tierra de nadie donde estamos… es un infierno. Si sólo vas a prestarme atención a una cosa de lo que diga esta noche, por favor, presta atención a esto: no voy a renunciar a lo nuestro. Ni ahora, ni nunca.

—Julian…

Él se acercó un poco más.

—No, escúchame. Te mataste trabajando en dos empleos durante muchísimo tiempo. Yo no… no me daba cuenta de que era muy duro para ti…

Ella lo cogió de la mano.

—No, no digas eso: Lo hice porque quise, por ti y por nosotros. Pero no debí insistir tanto en conservar los dos trabajos cuando tu carrera empezó a despegar. No sé por qué lo hice. Empecé a sentir que yo ya no contaba, que todo se descontrolaba e intenté mantener cierta normalidad. Pero he pensado mucho al respecto y creo que al menos debí dejar el empleo en Huntley cuando salió tu álbum. Probablemente, también debí pedir una reducción de horario en el hospital. Quizá de ese modo habríamos tenido cierta flexibilidad para vernos. Pero incluso si ahora vuelvo a trabajar media jornada, o si algún día tengo suerte y abro mi propia consulta, no sé si conseguiremos que funcione…

—¡Tiene que funcionar! —dijo él, con una urgencia que Brooke no le notaba desde hacía mucho tiempo.

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un fajo de papeles doblados.

—¿Son los…?

Brooke estuvo a punto de decir «los papeles del divorcio», pero logró contenerse. Se preguntó si parecería tan irracional como se estaba sintiendo.

—Es nuestra estrategia, Rook.

—¿Nuestra estrategia?

Brooke veía su aliento en al aire y estaba empezando a temblar incontrolablemente.

Julian asintió.

—No es más que el principio —dijo, recogiéndose el pelo detrás de las orejas—. Vamos a deshacernos de una vez para siempre de las influencias venenosas. ¿El primero de todos? Leo.

Sólo el sonido de su nombre hizo que Brooke se estremeciera.

—¿Qué tiene que ver él con todo esto?

—Mucho. Ha sido tóxico para nosotros de todas las maneras imaginables. Probablemente tú ya te diste cuenta desde el principio, pero yo he sido demasiado tonto para verlo. Filtró un montón de información a la prensa y, aquella noche, metió al fotógrafo de
Last Night
en el Chateau. Además, puso a aquella chica en mi mesa, con la ridícula idea de que siempre es bueno que la prensa hable, aunque sea por un escándalo. Él lo preparó todo. Yo tuve la culpa, no digo que no, pero Leo…

—¡Qué asco! —dijo ella, meneando la cabeza.

—Lo he despedido.

Brooke dio un respingo y vio que Julian estaba sonriendo.

—¿De verdad?

—¡Claro! —Le dio a Brooke una de las hojas dobladas—. Mira, aquí tienes el segundo paso.

La hoja parecía impresa de una página web. Se veía la cara de un señor mayor de aspecto amable, llamado Howard Liu, su información de contacto y un resumen de los pisos que había vendido en los últimos años.

—¿Conozco a Howard? —preguntó Brooke.

—Pronto lo conocerás —respondió Julian, sonriendo—. Howard es nuestro nuevo agente inmobiliario. Y si te parece bien, tenemos una cita con él, el lunes a primera hora de la mañana.

—¿Vamos a comprar un piso?

Julian le dio varios papeles más.

—Éstos son los que vamos a ver. Y si tú quieres ver alguno más, también lo veremos, claro.

Brooke lo miró un momento, desplegó las hojas y se quedó boquiabierta. Eran más páginas impresas, pero esta vez de preciosos edificios antiguos de Brooklyn, quizá unos seis o siete, y en cada página había fotos, planos y listas de las características y las comodidades de cada vivienda. Sus ojos se congelaron en la última hoja, donde se veía un edificio de cuatro pisos con la escalera exterior tradicional y un pequeño jardincito vallado, delante del cual Julian y ella habían pasado cientos de veces.

—Es tu preferido, ¿verdad? —preguntó él, señalándolo.

Ella asintió.

—Ya me lo parecía. Será el último que veamos, y si te gusta, haremos una oferta de compra allí mismo.

—¡Dios mío!

Eran demasiadas cosas que asimilar. Se habían acabado los elegantes lofts de Tribeca y los apartamentos ultramodernos en un rascacielos. Ahora Julian quería un hogar (un hogar de verdad), y lo quería tanto como ella.

—Mira —dijo, mientras le pasaba otra hoja.

—¿Hay más?

—Ábrela.

Era otra página impresa. En ésta se veía la cara sonriente de un hombre llamado Richard Goldberg, que aparentaba unos cuarenta y cinco años, y trabajaba para la firma Original Artist Management.

—¿Y ese simpático caballero? —preguntó Brooke, con una sonrisa.

—Mi nuevo representante —dijo Julian—. Hice un par de llamadas y encontré a una persona que entiende cuáles son mis aspiraciones.

—¿Me permites que te pregunte cuáles son? —dijo ella.

—Lograr el éxito en mi carrera, sin perder lo que más me importa en la vida: tú —respondió él en voz baja. Después, señalando la foto de Richard, añadió—: Hablé con él y lo entendió a la primera. No necesito maximizar mi potencial económico. Te necesito a ti.

—Pero aun así podremos comprar esa casa en Brooklyn, ¿no? —dijo ella, con una sonrisa.

—¡Claro que sí! Aparentemente, si estoy dispuesto a renunciar a algunas ganancias, puedo salir de gira solamente una vez al año, e incluso por un período limitado: entre seis y ocho semanas, como máximo.

—¿Y tú qué piensas al respecto?

—Me parece muy bien. Tú no eres la única que detesta las giras. Ésa no es vida para mí. Pero creo que los dos podremos soportarlo unas seis u ocho semanas al año, si de ese modo podemos tener más libertad en otros sentidos. ¿No te parece?

Brooke asintió.

—Sí, creo que es una buena solución, mientras tú no sientas que te estás engañando a ti mismo…

—No es perfecto (nada puede serlo), pero creo que es una buena idea, para empezar. Has de saber, además, que no espero que lo dejes todo para venirte conmigo. Ya sé que para entonces tendrás otro trabajo que te encantará y tal vez un bebé… —Julian la miró, arqueando las cejas, y ella se echó a reír—. Puedo instalar un estudio de grabación en el sótano, para estar en casa con la familia. He mirado y he comprobado que todas las casas que vamos a ver tienen sótano.

—Julian… Dios mío, esto es… —Señaló las páginas impresas, maravillada ante el esfuerzo y el interés que él había puesto—. Ni siquiera sé qué decir.

—Di «sí», Brooke. Vamos a solucionarlo; sé que podemos. O espera… No digas nada todavía.

Abrió la chaqueta con la que ella se envolvía los hombros y buscó algo en el bolsillo interior. Sobre la palma de su mano abierta, había un pequeño estuche de joyería.

Brooke se llevó la mano a la boca. Estaba a punto de preguntarle a Julian qué había dentro, pero antes de que pudiera decir una palabra, él se arrodilló delante del banco de piedra, con la otra mano apoyada sobre su rodilla.

—Brooke, ¿querrás hacerme el hombre más feliz del mundo y casarte otra vez conmigo?

Julian abrió el estuche. Dentro no había un costoso anillo nuevo de compromiso con un diamante enorme, ni un par de pendientes de brillantes, como ella sospechaba. Inserta entre dos pliegues de terciopelo, estaba la sencilla alianza de bodas de Brooke, la que aquella estilista le había arrancado del dedo la noche de los Grammy, el mismo anillo de oro que había llevado puesto día tras día, durante seis años, y que empezaba a pensar que ya no volvería a ver.

—Lo llevé colgado de una cadena desde que me lo devolvieron —dijo él.

—No fue mi intención dejármelo —se apresuró a decir ella—. Se perdió en la confusión. Te juro que no fue una especie de símbolo…

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