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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (23 page)

Llamaron a la puerta. Era su primera sesión con Kaylie desde el comienzo del nuevo curso escolar y tenía muchas ganas de ver a la niña. Los mensajes que recibía de ella le parecían cada vez más positivos y estaba convencida de que pronto se adaptaría por completo al colegio. Sin embargo, cuando se abrió la puerta, la que entró fue Heather.

—Hola, ¿qué tal? Gracias otra vez por el café de esta mañana.

—Oh,
no
tiene ninguna importancia. Oye, sólo quería avisarte que Kaylie no vendrá esta mañana. Está en casa, con una especie de gastroenteritis.

Brooke miró la lista de las ausencias del día, que tenía sobre la mesa.

—¿Ah, sí? Sin embargo, no está en la lista.

—Sí, ya lo sé. Ha estado en mi despacho hace un rato y tenía muy mala cara, así que la he mandado a ver a la enfermera y ella la ha enviado a su casa. Estoy segura de que no es nada grave, pero quería avisarte.

—Te lo agradezco.

Heather se volvió para marcharse, pero Brooke la llamó.

—¿Cómo la has visto? Aparte de que tuviera mala cara.

Heather pareció reflexionar un momento.

—Es difícil de decir. Era nuestra primera entrevista desde el curso pasado y no se ha sincerado del todo. Hablando con otras chicas, me han llegado rumores de que ahora es amiga de Whitney Weiss, lo que me parece inquietante por razonas obvias; pero Kaylie no lo ha mencionado. Una cosa que me ha llamado la atención es que ha adelgazado muchísimo.

Brooke levantó bruscamente la cabeza.

—¿Cuánto dirías que es «muchísimo»?

—No sé… Diez kilos, quizá doce. De hecho, estaba estupenda. Parecía realmente contenta consigo misma. —Heather observó que Brooke parecía preocupada—. ¿Por qué? ¿Es malo?

—No necesariamente, pero son muchos kilos en muy poco tiempo. Si a eso le sumamos la amistad con Whitney Weiss, digamos que hay razones para encender una lucecita roja de alarma.

Heather asintió.

—Bueno, supongo que tú la verás antes que yo. Mantenme informada, ¿de acuerdo?

Brooke se despidió de Heather y se reclinó en la silla. Doce kilos eran una cantidad enorme de peso perdido en apenas dos meses y medio, y la amistad con Whitney aún la inquietaba más. Whitney era una chica extremadamente delgada que había engordado dos o tres kilos el curso anterior, cuando había dejado de practicar hockey sobre hierba, y a su esquelética madre le había faltado tiempo para presentarse en el despacho de Brooke y pedirle que le recomendara un buen «campamento para gordas», como ella misma lo expresó. Las vehementes afirmaciones de Brooke de que el aumento de peso era completamente normal e incluso positivo en una chica de catorce años que aún estaba creciendo no sirvieron de nada, y por fin su madre la envió a un selecto campamento al norte de Nueva York, para que recuperara su peso anterior haciendo ejercicio. Como era de esperar, desde entonces la niña había empezado a ayunar, a darse atracones, a vomitar y a purgarse, un tipo de conducta con el que era preferible que Kaylie no tuviera ninguna relación. Brooke se propuso llamar al padre de Kaylie en cuanto tuviera la primera sesión con la niña, para preguntarle si había observado algo extraño en la manera de comportarse de su hija.

Tomó unas notas sobre las sesiones anteriores y después salió del colegio, para dejarse aplastar por el sofocante manto de humedad de comienzos de septiembre, que hizo saltar por los aires su determinación de coger el metro. Como si un ángel hubiera leído sus pensamientos o, más probablemente, como si un taxista bangladesí la hubiera visto agitar la mano levantada, un taxi se detuvo justo delante del colegio para que bajara un cliente y Brooke se dejó caer en el asiento trasero del vehículo con aire acondicionado.

—A la esquina de Duane y Hudson, por favor —dijo, mientras acercaba las piernas al aire frío que salía de la rejilla.

Pasó todo el trayecto con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Poco antes de que el taxi se detuviera delante del portal de Nola, recibió un mensaje de texto de Julian.

«¡¡¡Acabo de recibir un mail de John Travolta!!! Dice que "le encanta" mi nuevo álbum y me felicita».

El entusiasmo de Julian palpitaba a través de la pantalla.

«¡¿John Travolta?! —le respondió ella—. ¿De verdad? ¡Impresionante!»

«Le escribió a su agente, y su agente le pasó el mensaje a Leo», explicó Julian.

«¡Enhorabuena! ¡Qué bien! ¡No lo borres!», escribió ella, y en seguida añadió: «En casa de Nola. Llama cuando puedas. Besos».

El apartamento de un solo dormitorio de Nola estaba al final de un largo pasillo y tenía vistas a la terraza de un café de moda. Brooke entró por la puerta que su amiga había dejado abierta, dejó el bolso al tiempo que se quitaba los zapatos y fue directamente a la cocina.

—¡Estoy aquí! —gritó, mientras sacaba una lata de Coca-Cola Light de la nevera. Era su placer culpable favorito y sólo se lo permitía en casa de Nola.

—Hay Coca-Cola Light en el frigorífico. ¡Tráeme una a mí también! —gritó Nola desde el dormitorio—. Casi he terminado de hacer la maleta. Voy en seguida.

Brooke abrió las dos latas y le llevó la suya a Nola, que estaba sentada entre montones de ropa, zapatos, cosméticos, aparatos electrónicos y guías de viaje.

—¿Cómo coño esperan que meta todo esto en una mochila? —soltó, mientras arrojaba al suelo un cepillo redondo, tras fracasar en el intento de meterlo en el bolsillo delantero de la mochila—. ¿En qué estaría yo pensando, cuando contraté este viaje?

—Ni idea —respondió Brooke, observando el caos—. De hecho, hace dos semanas que me pregunto lo mismo.

—Esto es lo que pasa cuando los días de vacaciones no se pueden pasar de un año a otro y no tienes novio. Tomas decisiones como ésta. ¿Dieciséis días con once desconocidos en el sureste asiático? La culpa es tuya, Brooke, de verdad.

Brooke se echó a reír.

—Me da igual lo que digas. Desde el primer momento te dije que era la peor idea que había oído en mi vida, pero tú no me quisiste oír.

Nola se levantó, bebió un sorbo de Coca-Cola Light y se dirigió al cuarto de estar.

—Deberían ponerme como ejemplo aleccionador para todas las mujeres solas del mundo: nada de viajes contratados impulsivamente y en el último minuto. ¡Vietnam no va a moverse de su puto sitio! ¿A qué venía tanta prisa?

—¡Oh, ya verás como te diviertes! Además, puede que haya algún tío con buena pinta en tu grupo.

—Ah, sí, claro que sí. Apuesto a que no serán parejas alemanas de mediana edad, ni hippies con ganas de volverse budistas, ni un montón de lesbianas. ¡No! Serán todos hombres adorables y sin compromiso, de entre treinta y treinta y cinco años.

—¡Me gusta tu actitud positiva! —replicó Brooke con una sonrisa.

Algo llamó la atención de Nola, que en seguida se acercó a la ventana del cuarto de estar. Brooke miró y no vio nada fuera de lo corriente.

—¿No es Natalie Portman la de la primera mesa a la izquierda? ¿No es ella, con gorra de visera y gafas de sol para pasar inadvertida, como si su esencia «natalie-portmaniana» no fuera a traslucirse de todos modos? —dijo Nola.

Brooke volvió a mirar y esa vez se fijó en la chica de la gorra, que bebía una copa de vino y reía por algo que había dicho su compañero de mesa.

—Hum, sí, creo que podría ser ella.

—¡Claro que es ella! ¡Y está fantásticamente guapa! No entiendo por qué no la odio. Debería, pero no la odio.

Nola inclinó la cabeza, pero sin quitar la vista de la ventana.

—¿Por qué ibas a odiarla? —preguntó Brooke—. A mí me parece una de las más normales.

—Razón de más para odiarla. No sólo es increíblemente atractiva (incluso con la cabeza completamente rapada), sino que encima ha estudiado en Harvard, habla algo así como quince idiomas, ha viajado por todo el mundo para promover los microcréditos y le importa tanto la naturaleza que nunca usa zapatos de piel. Y por si todo eso fuera poco, quienes han trabajado con ella e incluso aquellos que se han sentado alguna vez junto a ella en un avión aseguran que es la persona más simpática, sensata y amable que han conocido en su vida. Ahora dime, por favor, ¿cómo es posible no odiar a alguien así?

Nola abandonó finalmente su mirador y Brooke la siguió. Las dos se tumbaron sobre sendos sofás enfrentados y se pusieron de lado para verse.

Brooke bebió un sorbo y se encogió de hombros, pensando en el fotógrafo que había delante de su casa.

—Supongo que me alegro por Natalie Portman.

Nola meneó lentamente la cabeza.

—¡Dios, qué rara eres!

—¿Qué he dicho? No lo entiendo. ¿Debería obsesionarme con ella? ¿Sentir celos? ¡Si ni siquiera existe!

—¡Claro que existe! Está sentada ahí abajo, justo enfrente, ¡y está estupenda!

Brooke se apoyó un brazo sobre la frente y gimió.

—Y nosotras la estamos espiando, lo que no me hace ninguna gracia. Déjala en paz.

—¿Te preocupa la privacidad de Natalie? —preguntó Nola, en tono más suave.

—Sí, supongo que sí. Es muy raro. La parte de mí que ha leído todas esas revistas durante años, que ha visto todas sus películas y se sabe de memoria los vestidos que ha llevado a todas las galas querría quedarse delante de la ventana y pasar toda la noche mirándola. Pero la otra parte de mí…

Nola apuntó el mando a distancia al televisor y fue pasando de un canal de radio a otro, hasta encontrar el de rock alternativo.

—Ya te entiendo —dijo, apoyándose sobre un codo—. ¿Qué más ha pasado? ¿Por qué tienes ese humor de mierda?

Brooke suspiró.

—Tuve que pedir otro día libre para ir el fin de semana que viene a Miami, y digamos que a Margaret no le entusiasmó la idea.

—No puede pedir a sus empleados que no tengan vida privada.

Brooke resopló.

—Pero no podemos culparla si nos pide que vayamos a trabajar de vez en cuando.

—Estás siendo demasiado severa contigo misma. ¿Podemos hablar de algo más divertido? No te ofendas.

—¿De qué? ¿De la fiesta de este fin de semana?

—¿Estoy invitada? —sonrió Nola—. Podría ser tu acompañante.

—¿Estás de broma? Me encantaría, pero pensé que no sería posible.

—¿Creías que preferiría quedarme en Nueva York, para salir con algún perdedor, cuando puedo comer caviar con la mujer de una estrella de rock emergente?

—Hecho. Seguro que Julian estará encantado de no tener que ocuparse de mí toda la noche. —El móvil de Brooke vibró sobre la mesa baja—. Mira, hablando del rey de Roma…

—¡Hola! —contestó Brooke—. Estaba hablando con Nola de la fiesta de este fin de semana.

—¿Brooke? ¡Adivina! Me acaba de llamar Leo, que ha hablado con el vicepresidente de Sony. Dice que las cifras iniciales del álbum están muy por encima de sus expectativas.

Brooke oía música y ruido de fondo, pero no recordaba dónde estaba Julian aquella tarde. ¿En Atlanta? ¿O tocaba en Charleston aquella noche? Sí, eso debía de ser. En Atlanta había estado la noche anterior. Recordaba haber hablado con Julian, cuando la llamó a la una de la madrugada, con voz de haber bebido bastante, pero de buen humor. Llamaba desde el Ritz de Buckhead, en Atlanta.

—Nadie quiere asegurar nada todavía, porque aún faltan tres días para que termine la semana del control de radiodifusión, pero la semana del control de ventas ha terminado hoy y al parecer todo va perfectamente encaminado…

Brooke había pasado dos horas la noche anterior leyendo acerca de todos los cantantes y grupos que habían editado álbumes en las últimas dos semanas, pero todavía no podía entender cómo funcionaban los controles de ventas y radiodifusión. ¿Debía preguntárselo a Julian? ¿O se molestaría por su ignorancia?

—… para saltar por lo menos del número cuatro al número tres, ¡y posiblemente todavía más arriba!

—¡Qué orgullosa estoy de ti! ¿Os estáis divirtiendo en Charleston? —preguntó en tono animado.

Hubo un silencio y por un instante sintió miedo. ¿Sería que no estaban en Charleston? Pero en seguida, Julian dijo:

—Lo creas o no, aquí estamos trabajando: ensayando, actuando, desmontando y volviendo a montar, y pasando cada noche en un hotel diferente… Aquí todos estamos currando como locos.

Brooke guardó silencio un momento.

—No pretendía decir que os pasarais el día de fiesta.

Con gran esfuerzo, consiguió contenerse para no mencionar que la noche anterior la había llamado borracho, de madrugada.

Nola captó la mirada de Brooke y le indicó con un gesto que se iba a la otra habitación, pero Brooke le hizo un ademán negativo y la miró con una expresión que significaba: «No seas ridícula».

—¿Todo esto es por haberme marchado en medio de la fiesta de tu padre? ¿Cuántas veces tendré que disculparme por eso? ¡No puedo creer que todavía me sigas castigando!

—No, no es por nada de eso, pero te recuerdo que me avisaste con unos seis segundos de antelación antes de marcharte y que desde entonces no te he vuelto a ver, y ya han pasado dos semanas. —Suavizó el tono—. Supongo que esperaba tenerte en casa uno o dos días después de la sesión de fotografía, antes de que volvieras a irte de gira.

—¿A qué viene esa actitud?

Para Brooke, fue como una bofetada.

—¿Actitud? ¿Es tan espantoso preguntarte si te estás divirtiendo? ¿O querer saber cuándo vamos a vernos? ¡Sí! ¡Soy malísima!

—Brooke, ahora mismo no tengo tiempo para una escena.

El modo en que la llamó por su nombre completo le hizo sentir escalofríos.

—¿Una «escena», Julian? ¿De verdad?

Ella casi nunca le contaba cómo se sentía. Julian siempre estaba demasiado estresado, o demasiado ocupado, o demasiado distraído, o demasiado lejos, por lo que ella procuraba no quejarse y mostrarse animada y comprensiva, como le había aconsejado su madre. Pero no era fácil.

—Entonces ¿por qué te pones así? Siento mucho no poder volver a casa esta semana. ¿Cuántas veces quieres que me disculpe? Todo esto lo hago por los dos, ¿lo sabes? No estaría de más que lo recordaras de vez en cuando.

Brooke volvió a experimentar una sensación de angustia que ya había sentido otras veces.

—Creo que no lo entiendes —dijo en voz baja.

Julian suspiró.

—Intentaré coger una noche libre y volver a casa antes de este fin de semana en Miami, ¿de acuerdo? ¿Te sentirías mejor? No creas que es tan fácil, cuando sólo han pasado dos semanas desde que salió el álbum.

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