Read La última noche en Los Ángeles Online

Authors: Lauren Weisberger

Tags: #Chic-lit

La última noche en Los Ángeles (44 page)

Había un pequeño grupo de fotógrafos y probablemente dos reporteros (uno con un micrófono y otro con una libreta), en torno a una mujer rubia de baja estatura con un abrigo de piel de oveja hasta los tobillos, el pelo recogido en un pulcro rodete y una mueca desagradable en la cara. Los fotógrafos estaban tan atentos a la mujer que no advirtieron la llegada de Brooke.

—No, no diría que es nada personal —dijo la mujer, meneando la cabeza. Escuchó un momento y después volvió a negar—. No, nunca he tenido ninguna relación con ella. Mi hija no necesita asesoramiento nutricional, pero…

Brooke dejó de escuchar por una fracción de segundo, cuando comprendió que aquella mujer de aspecto extraño estaba hablando de ella.

—Digamos que no soy la única en pensar que este tipo de atención es inapropiada en un entorno escolar. Mi hija debería concentrarse en el álgebra y el hockey sobre hierba, y en lugar de eso, no hace más que recibir llamadas de periodistas, que le piden declaraciones para los tabloides de difusión nacional. Es inaceptable; por ese motivo, la Asociación de Padres y Madres solicita la dimisión inmediata de la señora Alter.

Brooke se quedó sin aliento. La mujer la vio. Las otras diez o doce personas que formaban un corro a su alrededor (para entonces, Brooke vio que había otras dos madres al lado de la señora rubia) se volvieron para mirarla y de inmediato empezaron los gritos.

—¡Brooke! ¿Ya conocías a la mujer que aparece en las fotos con Julian?

—Brooke, ¿piensas dejar a Julian? ¿Has vuelto a verlo desde la noche del domingo?

—¿Qué comentario te merece la solicitud de dimisión de la Asociación de Padres de Huntley? ¿Culpas por esto a tu marido?

Era como volver a vivir la gala de los Grammy, sólo que esta vez sin el vestido, ni el marido, ni la línea de cuerdas que la separaba de los paparazzi. Por fortuna, esta vez contaba con el guardia de seguridad del colegio, un hombre amable de más de sesenta y cinco años, que aunque no tenía mucha fuerza, levantó el brazo delante de los periodistas y les ordenó que retrocedieran, al tiempo que les recordaba que si bien la acera era pública, la escalera que conducía a la puerta principal era propiedad privada. Con una mirada de agradecimiento, Brooke se apresuró a entrar en el edificio. Estaba atónita y enfadada a partes iguales, sobre todo consigo misma, por no prever ni tan siquiera sospechar que toda la infernal atención de los medios de información iba a seguirla hasta la escuela.

Hizo una inspiración profunda y se dirigió a su despacho en la planta baja. Rosie, la auxiliar administrativa adscrita a los programas de guía y asesoramiento, la miró desde su escritorio, cuando Brooke entró en la antesala a la que daban los despachos de Heather y de otras tres asesoras, y el suyo propio. Rosie nunca se había caracterizado por su discreción, pero Brooke supuso que ese día iba a ser aún peor que de costumbre y se preparó para la inevitable referencia a las fotografías de Julian, el alboroto que había en la calle o ambas cosas.

—Hola, Brooke. Avísame cuando te hayas recuperado de toda la… ejem… locura de ahí fuera. Rhonda quiere hablar contigo unos minutos, antes de que empieces a recibir a las chicas —dijo Rosie, con suficiente nerviosismo para que también Brooke se pusiera nerviosa.

—¿Ah sí? ¿Tienes idea de por qué?

—No —respondió Rosie, aunque se notaba que era mentira—. Me ha pedido que la avise en cuanto llegaras.

—Muy bien. ¿Me dejas que me quite el abrigo y vea si tengo mensajes? ¿Dos minutos?

Entró en su despacho, tan pequeño que sólo cabían una mesa de escritorio, dos sillas y un perchero, y cerró la puerta sin hacer ruido. A través de la puerta de cristal, vio que Rosie cogía el teléfono para informar a Rhonda de que había llegado.

No habían pasado treinta segundos, cuando llamaron a la puerta.

—¡Pasa! —dijo Brooke, intentando que su tono fuera acogedor.

Respetaba a Rhonda, que además le parecía una persona muy agradable. Sin embargo, aunque no era raro recibir una visita de la directora, esperaba no tener que encontrarse con ella precisamente aquel día.

—Me alegro de que hayas venido, porque quería hablarte de Lizzie Stone —dijo Brooke, con la esperanza de llevar la conversación hacia su propio terreno, mencionando a una de las estudiantes a las que atendía—. No me parece adecuado que confiemos el bienestar de estas chicas al entrenador Demichev —prosiguió Brooke—. Me parece fantástico que sea capaz de crear competidoras olímpicas prácticamente de la nada, pero uno de estos días una de sus chicas se morirá de hambre.

—Brooke —dijo Rhonda, poniendo en su nombre un énfasis desusado—, me interesa lo que me dices y quizá podrías enviarme un informe. Pero ahora tenemos que hablar.

—¿Hay algún problema?

Sentía el corazón desbocado en el pecho.

—Me temo que sí. Lamento mucho tener que decirte esto, pero…

Brooke lo supo por la expresión de Rhonda. La decisión no era suya, le dijo Rhonda. Aunque era la directora, respondía ante muchos otros, en particular los padres y las madres, quienes pensaban que la atención de la prensa concentrada en Brooke no era buena para el colegio. Todos comprendían que la culpa no era suya y que a ella tampoco podía gustarle el escrutinio de la prensa, y por eso querían que se tomara un tiempo libre (pagado, por supuesto), hasta que las cosas se calmaran.

—Espero que comprendas que sólo es una medida temporal y que es un último recurso que a ninguno de nosotros nos gusta tener que utilizar —añadió Rhonda.

Para entonces, Brooke ya se había despedido mentalmente.

No le dijo a la directora que no era ella quien había atraído la atención de la prensa, sino la madre hostil que en ese mismo instante estaba celebrando una rueda de prensa a las puertas del colegio. También se abstuvo de recordarle que nunca había mencionado el nombre del colegio en ninguna entrevista y que siempre había respetado la intimidad de las estudiantes, hasta el punto de que nunca había explicado a nadie la naturaleza de su trabajo, excepto al círculo más inmediato de familiares y amigos. En lugar de eso, se obligó a poner el piloto automático y dar las respuestas que se esperaban de ella. Le aseguró a Rhonda que lo comprendía y que sabía que la decisión no había sido suya, y añadió que se marcharía en cuanto arreglara un par de asuntos que tenía pendientes. Menos de una hora después, cuando salía a la antesala con el abrigo puesto y el bolso colgado del hombro, se encontró con Heather.

—¡Eh! ¿Ya has terminado por hoy? ¡Qué envidia!

Brooke tosió, para deshacer el nudo que sentía en la garganta.

—Y no sólo por hoy, sino por el futuro próximo.

—He oído lo que ha pasado —susurró Heather, aunque estaban solas en la habitación.

Brooke se preguntó cómo lo sabría ya, pero en seguida recordó que los rumores se difunden con rapidez en un colegio. Se encogió de hombros.

—Sí, ya ves. Es parte del trato. Si yo fuera madre y pagara cuarenta mil dólares al año para que mi hija estudiara en este colegio, supongo que no me haría gracia verla acosada por los paparazzi cada vez que sale de la escuela. Rhonda me ha dicho que varias chicas han recibido mensajes, a través de sus cuentas de Facebook, de periodistas que querían saber cómo me comportaba en el colegio y si alguna vez les hablaba de Julian. ¿Te lo imaginas? —Suspiró—. Si de verdad es así, probablemente deberían despedirme.

—¡Qué ruines! ¡Qué gente tan ruin! Escucha, Brooke, creo que deberías conocer a mi amiga, aquella de la que te hablé, la chica casada con el ganador de «American Idol». Supongo que muy poca gente entenderá realmente lo que estás pasando, pero ella sí, créeme…

La voz de Heather se apagó y su expresión se volvió nerviosa, como si tuviera miedo de haber llegado demasiado lejos.

Brooke tenía un interés menos que nulo en conocer a la amiga de Heather, una chica de Alabama mucho más joven que ella, para comparar los problemas de ambas con sus respectivos maridos; pero aun así, asintió.

—Sí, claro. Dame su correo y le escribiré un mensaje.

—Oh, no hace falta. Ya le diré a ella que se ponga en contacto contigo, si a ti te parece bien.

No le parecía nada bien, pero ¿qué podía decir? Solamente quería salir de allí, antes de encontrarse con alguien más.

—Sí, desde luego. Como quieras —replicó torpemente.

Después, forzó una sonrisa, saludó con la mano y se dirigió a toda prisa hacia la puerta principal. Por el camino, se cruzó con un grupo de chicas y una de ellas la llamó por su nombre. Consideró la posibilidad de fingir que no la había oído, pero no pudo seguir caminando como si nada. Cuando se volvió, Kaylie estaba caminando hacia ella.

—¿Señora Alter? ¿Adónde va? ¿No tenemos sesión hoy? Me han dicho que hay un montón de periodistas en la calle.

Brooke miró a la niña, que como de costumbre estaba girando nerviosamente entre los dedos dos mechones de pelo rizado, y sintió una oleada de culpa.

—Hola, cariño. Parece ser que… bueno… parece ser que voy a tomarme unos días libres. —Al ver que la expresión de Kaylie cambiaba, se apresuró a añadir—: Pero no te preocupes. Estoy segura de que sólo será temporal. Además, tú estás muy bien.

—Pero, señora Alter, no creo que…

Brooke la interrumpió y se le acercó un poco más, para que ninguna de las otras estudiantes oyera lo que iba a decirle.

—Kaylie, tú ya no me necesitas —dijo, con una sonrisa que esperaba que fuera tranquilizadora—. Eres sana, fuerte y sabes cuidar de ti misma, probablemente mejor que cualquiera de las chicas del colegio. No sólo has encontrado tu lugar, sino que eres una de las protagonistas de la obra de fin de curso. Estás estupenda y te sientes bien… ¡Mierda! ¿Qué más quieres que haga por ti?

Kaylie le sonrió y le dio un abrazo.

—No le diré a nadie que ha dicho «mierda» —dijo.

Brooke le devolvió el abrazo y sonrió, aunque sentía un nudo en la garganta.

—Cuídate mucho y llámame si necesitas algo. Pero créeme, no vas a librarte de mí tan fácilmente. Volveré pronto, ¿de acuerdo?

Kaylie asintió y Brooke intentó contener las lágrimas.

—Y prométeme que no volverás a hacer ninguna de esas estúpidas dietas radicales, ¿de acuerdo? Eso ya está superado, ¿verdad que sí?

—Está superado —dijo Kaylie con una sonrisa.

Brooke la saludó con la mano y se volvió hacia la salida, decidida a no detenerse ante el grupo de fotógrafos, que entraron en un frenesí de gritos y preguntas en cuanto la vieron. No aminoró el paso hasta estar en la Quinta Avenida. Se volvió para asegurarse de que no la habían seguido y después intentó coger un taxi, empresa más que difícil a las cuatro de la tarde. Después de veinte frustrantes minutos, se montó en un autobús en la calle Ochenta y Seis y fue hacia el oeste, hasta la línea 1 del metro, donde por fortuna encontró un asiento libre en el último vagón.

Cerró los ojos y se recostó en el asiento, sin preocuparse porque su pelo tocara el lugar de la pared donde tanta gente había frotado las greñas engrasadas. De modo que así se sentía una cuando la despedían del trabajo no una, sino dos veces en la misma semana. Empezaba a sentir pena de sí misma, cuando abrió los ojos y vio a Julian, que le sonreía desde un anuncio.

Era el mismo retrato publicitario que había visto miles de veces, flanqueado por la portada de su álbum y la leyenda «por lo perdido»; pero era la primera vez que lo veía en el metro, y nunca había notado que los ojos de la imagen parecían mirarla fijamente. La ironía de que estuviera con ella en el metro, pese a no haber estado en ningún momento a su lado, no le pasó inadvertida. Se fue al otro extremo del vagón y se sentó en un lugar donde los únicos anuncios eran de odontología cosmética y de clases de inglés para extranjeros. Miró furtivamente a Julian y sintió que le daba un vuelco el estómago cuando sus ojos parecieron mirarla una vez más. Por mucho que cambiara la postura del cuerpo o el ángulo de la cabeza, los ojos de Julian siempre encontraban su mirada y, combinados con los hoyuelos de su sonrisa, la hacían sentirse cada vez más desgraciada. En la siguiente estación, se cambió de vagón, tras asegurarse de que en el nuevo no había fotos de su marido.

Capítulo 16

Un novio con casa propia en las islas y un hijo

—Brooke, por favor, si no vas a escuchar nada de lo que diga esta noche, al menos escucha esto. —Julian alargó el brazo a través del sofá y cogió una mano de Brooke con la suya—. Voy a luchar por nuestro matrimonio.

—Una jugada fuerte, para empezar —replicó Brooke—. Bien hecho.

—Vamos, Rookie, hablo en serio.

La situación no tenía nada de divertida, pero ella ansiaba desesperadamente aligerar el tono de la conversación. En los diez minutos que Julian llevaba en casa, habían actuado como absolutos desconocidos: corteses, precavidos y completamente extraños el uno para el otro.

—Yo también hablo en serio —dijo ella en tono sereno. Y después, al ver que él no decía nada, preguntó—: ¿Por qué no volviste antes? Ya sé que tenías obligaciones con la prensa, pero estamos a jueves. ¿Acaso esto no era suficientemente importante?

Julian la miró, sorprendido.

—¿Cómo puedes pensar eso, Rook? Necesito algo de tiempo para pensar. Todo está pasando tan rápido… Es como si los acontecimientos se desarrollaran por sí solos.

La tetera empezó a silbar. Sin necesidad de preguntarle, Brooke sabía que Julian no querría la infusión de limón y jengibre que se estaba preparando para ella, pero que probablemente bebería un té verde, si se lo preparaba. Cuando él se lo aceptó agradecido y bebió un sorbo, ella sintió un pequeño pinchazo de satisfacción.

Julian retorció las manos alrededor de la taza.

—Mira, ni siquiera puedo decirte con palabras cuánto lo lamento. Cuando pienso cómo te habrás sentido cuando viste…

—¡Las fotos no son el problema! —exclamó ella, con más fuerza de lo que habría querido. Hizo una breve pausa—. Sí, fue espantoso verlas. Fue horrible y perturbador, de eso no hay duda. Pero lo que de verdad me preocupa es la razón de que esas fotos existan.

Al ver que él no reaccionaba, Brooke preguntó:

—¿Qué demonios pasó aquella noche?

—Rook, ya te lo he dicho. Fue un error estúpido; pasó aquella vez y nada más, y te juro que no me acosté con ella. Ni con nadie —se apresuró a añadir.

—Entonces, ¿qué hiciste, si no te acostaste con ella?

Other books

The Campbell Trilogy by Monica McCarty
Mercenary by Duncan Falconer
Command Performance by Annabel Joseph
Bitter Sweet by Connie Shelton
Mrs. Maddox by McGuire, Jamie
The War Game by Black, Crystal


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024