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Authors: Lauren Weisberger

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La última noche en Los Ángeles (46 page)

Nola endureció el gesto.

—Fui yo la que dijo que necesitábamos tiempo, Nol —prosiguió Brooke—. Yo le pedí que se fuera aquella noche y le dije que necesitábamos espacio para aclararnos las ideas. Se fue sólo porque yo le insistí —dijo, sin saber muy bien por qué seguía defendiendo a Julian.

—Entonces ¿cuándo volverás a verlo? ¿Se dignará a volver a casa cuando regrese de Inglaterra?

Brooke no hizo caso del tono de su amiga.

—Volverá a Nueva York después del viaje a Inglaterra, sí, pero no vendrá a casa. Le dije que tenía que encontrar otro sitio, hasta que sepamos qué está pasando con nosotros.

El camarero se acercó a tomarles el pedido y afortunadamente no les prestó más que una fugaz atención. Cuando se fue, Nola dijo:

—¿De qué habéis hablado? ¿Habéis hecho algún progreso?

Brooke se metió un terrón de azúcar en la boca y paladeó la sensación de que se le deshiciera en la lengua.

—¿Que si hemos hecho algún progreso? No, diría que no. Discutimos por la boda de Trent.

—¿Por qué?

—Julian dice que deberíamos cambiar de planes y no ir, por respeto a Trent y a Fern. Cree que «secuestraríamos» su gran día con todo nuestro drama. En realidad, me parece que no quiere ver a su familia, ni a todas las personas de su infancia, lo que en principio es comprensible, pero creo que tiene que superarlo. Después de todo, es la boda de su primo hermano.

—¿En qué habéis quedado entonces?

Brooke suspiró.

—Sé que llamó a Trent y habló de ello, pero no sé cómo han quedado. Supongo que no irá.

—Bueno, al menos eso es bueno para ti. Imagino que es lo último que querrías hacer en este momento.

—No, pero yo voy. Iré sola, si hace falta.

—¡Pero, Brooke, eso es ridículo! ¿Para qué obligarte a pasar por todo eso?

—Porque es lo correcto y porque no me parece bien rechazar la invitación a la boda de alguien de la familia, con una sola semana de antelación y sin ninguna razón concreta. Julian y yo ni siquiera nos habríamos conocido de no haber sido por Trent, así que tengo que armarme de valor y asistir a su boda.

Nola echó un poco de leche en su segunda taza de café.

—No sé si eres valiente y admirable, o simplemente estúpida. Me temo que todo eso a la vez.

El impulso de llorar asaltó de nuevo a Brooke, provocado esta vez por la idea de ir sola a la boda de Trent, pero intentó no pensar en eso.

—¿Por qué no hablamos de otra cosa? De ti, por ejemplo. No me vendría mal distraerme un poco.

—Hum, veamos… —sonrió Nola.

Era evidente que había estado esperando una oportunidad para contar algo.

—¿Qué? —preguntó Brooke—. ¿O debería decir «quién»?

—La semana que viene me voy a Turks y Caicos, a pasar un fin de semana largo.

—¿Turks y Caicos? ¿Desde cuándo? ¡No me digas que te envían por trabajo! ¡Dios, cómo me he equivocado de carrera!

—No, por trabajo no. Por placer. Placer sexual, para ser exactos. Voy con Andrew.

—Ah, ahora lo llamas Andrew. ¡Qué madurez! ¿Significa eso que vais en serio?

—No, lo confundes con Drew. Con ése he terminado. Andrew es el tipo del taxi.

—Me estás tomando el pelo.

—¡No, te lo digo en serio!

—¿Estás saliendo con el tipo que te llevaste a la cama después de conocerlo por casualidad en un taxi?

—¿Qué tiene de raro?

—De raro, nada. ¡Pero es increíble! Eres la única mujer del planeta capaz de conseguirlo. ¡Esos tipos nunca llaman al día siguiente!

Nola compuso una sonrisa maliciosa.

—Le di buenas razones para llamar al día siguiente, y al otro, y al otro también.

—Te gusta, ¿no? ¡Cielo santo, sí! ¡Te gusta! ¡Te has puesto colorada! ¡No puedo creer que te ruborices por un chico! ¡Ay, que se me desboca el corazón!

—Sí, sí, de acuerdo, me gusta. Me encanta, estoy colada por él, de momento. Y me encanta la idea de ir a Turks y Caicos.

Volvió a interrumpirlas el camarero, esta vez para servirles las ensaladas chinas de pollo picado. Nola atacó la suya con voracidad, pero Brooke no hizo más que mover la ensalada por el plato.

—Bueno, dime cómo fue. ¿Estabais una noche en la cama y de pronto él te dijo: «Huyamos juntos»?

—Más o menos. En realidad, tiene casa propia en las islas, en el Aman Resort. Suele llevar a su hijo a menudo.

—¡Nola! ¡Eres una perra! ¡No me habías contado nada!

Nola fingió inocencia.

—¿Nada de qué?

—¡De que tienes un novio con casa propia en las islas y un hijo!

—No sé si yo lo llamaría «novio».

—¡Nola!

—Mira, todo está siendo divertido y muy tranquilo. Intento no pensar demasiado en ello. Además, a ti te han pasado tantas cosas últimamente…

—¡Empieza a contar!

—De acuerdo, se llama Andrew, pero eso ya lo sabes. Tiene el pelo castaño, es un tenista excelente y su plato favorito es el guacamole.

—Te doy diez segundos.

Nola aplaudió brevemente y dio un saltito en el asiento.

—¡Me divierto demasiado torturándote!

—Nueve, ocho, siet…

—¡De acuerdo! Mide en torno al metro ochenta, quizá un poco más en un buen día, y tiene marcada la chocolatina del vientre, lo que me resulta más amenazador que atractivo. Sospecho que se hace todos los trajes y camisas a medida, pero no tengo confirmación al respecto. Pertenecía al equipo de golf de la universidad y pasó un par de años haciendo el vago en México y dando clases de golf, hasta que al final fundó una empresa de Internet, la sacó a Bolsa y se retiró a los veintinueve años, aunque parece ser que ahora tiene mucho trabajo de consultor, aunque no sé exactamente qué significa eso. Vive en una casa antigua del Upper East Side, para estar cerca de su hijo, que tiene seis años y vive con su ex mujer. Tiene un apartamento en Londres y una casa en Turks y Caicos. Y es total y absolutamente inagotable en la cama.

Brooke se llevó la mano al corazón y fingió desmayarse.

—Estás mintiendo —gimió.

—¿Sobre qué parte?

—Sobre todo.

—No —insistió Nola, con una sonrisa—. Todo es cierto.

—Me gustaría alegrarme por ti, de verdad, pero no consigo olvidar mi amargura.

—No te alegres demasiado. Tiene cuarenta y un años, está divorciado y es padre de un niño. No es exactamente un cuento de hadas, pero diría que es un tipo bastante decente.

—¡Por favor! A menos que te pegue a ti o al crío, es perfecto. ¿Se lo has dicho ya a tu madre? Ten cuidado, porque podría morirse de la impresión.

—¿Estás de broma? Parece que la oigo: «¿Qué te había dicho, Nola? Cuesta lo mismo enamorarse de un hombre rico que de un hombre pobre». ¡Uf! Me deprimo con sólo pensar lo feliz que la haría.

—Bueno, por si te interesa, opino que serías una madrastra estupenda. Creo que tienes un talento natural para los niños.

—Ni siquiera me molestaré en comentar eso que acabas de decir —replicó Nola, levantando la vista al cielo.

Cuando terminaron, empezaba a anochecer, pero cuando Nola salió a llamar un taxi, Brooke le dio un abrazo y le dijo que prefería volver a casa andando.

—¿De verdad? ¿Con este ambiente? ¿Ni siquiera vas a volver en metro?

—No, me apetece caminar. —Le cogió la mano a Nola—. Gracias por sacarme de casa. Realmente necesitaba que me dieran una patadita en el culo y me alegro de que me la hayas dado tú. Prometo volver al mundo de los vivos. ¡Y no sabes lo que me alegro por ti y tu amante del taxi!

Nola le dio un beso en la mejilla y se metió en su taxi.

—¡Te llamo luego! —exclamó, mientras el vehículo se alejaba, y una vez más, Brooke se quedó sola.

Subió por la Décima Avenida, se detuvo un minuto para ver jugar a los perros en el pequeño parque vallado de la calle Veintitrés y después pasó a la Novena, por donde retrocedió un par de manzanas, para comer uno de los famosos cupcakes Red Velvet de Billy's y beber otro café, antes de seguir hacia el norte. Había empezado a llover, y cuando llegó a casa, tenía el abrigo marinero empapado y las botas enfangadas con el barro sucio propio de la ciudad, de modo que se desnudó en el vestíbulo y se envolvió en la manta morada de cachemira que su madre le había tejido varios años antes. Eran las seis de la tarde de un domingo y no tenía nada que hacer por el resto de la noche, y lo que era más extraño aún, tampoco tenía que ir a ningún sitio al día siguiente por la mañana. Estaba sola, sin trabajo y libre.

Con
Walter
hecho una bola y apretado contra uno de sus muslos, Brooke sacó el ordenador y repasó el correo electrónico. No había nada interesante, excepto un mensaje de una tal Amber Bailey, cuyo nombre le resultó familiar. Lo abrió y lo empezó a leer.

Querida Brooke:

¿Cómo estás? Creo que mi amiga Heather te avisó de que te iba a escribir, ¡o al menos espero que lo haya hecho! Ya sé que es muy precipitado y que quizá sea lo último que te apetecería hacer ahora mismo, pero mañana por la noche vamos a reunimos varias amigas para cenar. Te lo explicaré con más detalles si estás interesada, pero básicamente se trata de un grupo de mujeres fantásticas que conozco, todas las cuales han tenido… digamos la «experiencia» de haber estado casadas o haber salido con un hombre muy famoso. No es nada formal. Nos reunimos una vez cada dos meses, más o menos, ¡y bebemos bastante! ¿Querrás venir? Nos vemos a las ocho y la dirección es 128 West 12th Street. ¡Por favor, ven! ¡Ya verás qué bien lo pasamos!

Besos y abrazos,

Amber Bailey

Aparte del uso excesivamente entusiasta de los signos de exclamación, Brooke encontró el mensaje perfectamente amable y simpático. Lo leyó una vez más y, sin pensárselo dos veces ni permitirse enumerar los cientos de razones por los que no debía ir, pulsó el botón de respuesta y escribió:

Querida Amber:

Gracias por la invitación. Me parece que es justo lo que me ha recetado el médico. Nos vemos mañana.

Saludos,

Brooke

—Puede que sea un desastre,
Walter
, pero no tengo nada mejor que hacer —dijo, mientras cerraba de un golpe el portátil y se subía el perrito a las rodillas. El spaniel la miró jadeando, con la larga lengua rosada colgando a un lado de la boca.

Sin previo aviso, se inclinó hacia adelante y le lamió la nariz.

—Gracias, compañerito —le dijo, devolviéndole el beso—. Yo también te quiero.

Capítulo 17

El bueno de Ed tenía debilidad por las prostitutas

Cuando Brooke se despertó a la mañana siguiente y vio que eran las nueve y media, se le aceleró el corazón y saltó de la cama. Pero entonces recordó que no llegaba tarde a ningún sitio. En ese momento, tenía que ir exactamente a cero lugares, y aunque no era la situación ideal (ni tampoco sostenible), había tomado la decisión de pensar que tampoco era el fin del mundo. Además, tenía un plan para el día, lo que constituía el primer paso para establecer una rutina diaria (las rutinas eran muy importantes, según un artículo reciente de
Glamour
sobre el desempleo).

El punto uno de la lista de consejos de
Glamour
era: «Haz en primer lugar lo que más te horrorice». Así pues, antes incluso de quitarse el albornoz, Brooke se obligó a coger el teléfono y llamar a Margaret. Sabía que su ex jefa habría terminado la reunión matinal del equipo y estaría de vuelta en su despacho, preparando el calendario para la semana siguiente. Como esperaba, respondió a la primera llamada.

—¿Margaret? ¿Cómo estás? Soy Brooke Alter.

Le resultaba difícil hablar, por los latidos de su propio corazón en el pecho.

—¡Brooke! Me alegro de oírte. ¿Cómo va todo?

Era evidente que la pregunta no quería decir nada (era sólo una fórmula de cortesía), pero por un segundo, Brooke sintió pánico. ¿Le estaría preguntando cómo iba todo con Julian? ¿Con la situación de la chica del Chateau? ¿Con todas las conjeturas de la prensa acerca de su matrimonio? ¿O era sólo una manera amable de iniciar la conversación?

—Todo va muy bien, ya sabes —respondió, y de inmediato se sintió ridícula—. ¿Y tú?

—Bueno, nos vamos arreglando. He estado haciendo entrevistas para cubrir tu vacante, y tengo que decirte una vez más, Brooke, que siento muchísimo lo sucedido.

Brooke vio un atisbo de esperanza. ¿Se lo estaba diciendo para que le pidiera que la readmitiera? Porque si era así, ella estaba dispuesta a suplicarle y a hacer cualquier cosa para congraciarse con Margaret. Pero no, no era lógico. Si quisiera volverla a contratar, no la habría despedido de entrada. «Actúa con normalidad —se dijo—. Di lo que querías decir y cuelga el teléfono».

—Margaret, sé muy bien que no estoy en situación de pedirte ningún favor, pero… Me preguntaba si podrías acordarte de mí, en caso de que surja alguna oportunidad de empleo. No digo en el hospital universitario, claro, pero si te enteras de alguna otra cosa…

Hubo una breve pausa.

—Muy bien, Brooke. Estaré pendiente y te informaré de lo que vea.

—Te lo agradecería muchísimo. Estoy ansiosa por volver a trabajar y te prometo (como prometeré a cualquier futuro empleador) que la carrera de mi marido no volverá a ser un problema.

Aunque quizá sintiera curiosidad, Margaret no hizo ninguna pregunta al respecto. Hablaron de intrascendencias durante un minuto o dos, antes de despedirse, y Brooke lanzó un gran suspiro de alivio. Asunto horrendo número uno: hecho.

El asunto horrendo número dos (llamar a la madre de Julian para concretar los detalles del viaje a la boda de Trent) no iba a ser tan sencillo. Desde la gala de los Grammy, su suegra había adquirido la costumbre de llamarla casi todos los días, para darle interminables consejos que nadie le había pedido sobre la manera de comportarse como una esposa que sabe apoyar y perdonar a su marido. Normalmente, sus monólogos incluían ejemplos de las faltas cometidas por el padre de Julian (que variaban en gravedad desde flirtear con todo el personal de enfermería y recepción, hasta dejarla sola muchos fines de semana al año, para irse a lugares lejanos a jugar al golf con sus amigos y «Dios sabe qué más») y siempre ponían de manifiesto la enorme paciencia de Elizabeth Alter y su profunda comprensión del macho de la especie humana. Los tópicos del tipo «Los hombres son así» o «Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer» empezaban a resultar no sólo repetitivos, sino directamente agobiantes. En el aspecto positivo, Brooke no habría adivinado ni en un millón de años que la madre de Julian estuviera preocupada porque ellos dos siguieran casados, se divorciaran o se vaporizaran de la faz de la Tierra. Por fortuna, le saltó el buzón de voz de su suegra y pudo dejarle un mensaje, pidiéndole que le enviara por correo electrónico los planes de viaje, ya que no iba a poder hablar con ella durante el resto del día.

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