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Authors: María Gudín

Tags: #Fantástico, Histórico, Romántico

La reina sin nombre (61 page)

En aquel momento llegó Recaredo.

—Yo también quiero ser un gran guerrero.

Nos reímos de él, viéndole tan pequeño; Lesso afirmó:

—Este sí que es un terrible godo, pero todavía es pequeño, le llamaremos el godín.

A Lesso le hacía gracia el pequeño, todo en Recaredo era de pura raza germana, era juicioso y capaz, con los pies firmemente apoyados en el suelo, poseía un orgullo de casta y era persistente sin cejar en lo que deseaba.

—No permitáis que se rían de mí, madre.

Lesso bajó de la muralla, precedido por Hermenegildo y apoyado en Recaredo. Abajo comenzó a enseñarles lo que tantas veces yo había visto frente a la fortaleza de Albión y en el castro de Arán.

—Hay que luchar con el corazón, enardeciéndose de pasión; pero manteniendo siempre fría la cabeza.

Hermenegildo se batía con bravura y sin cansarse. Lesso no les enseñaba técnicas concretas sino el arte del dominio de sí, tan amado por los celtas. Al ver luchar a Hermenegildo me di cuenta de que, hasta en el modo de luchar, se parecía a su verdadero padre. Unos días más tarde, Lesso tomó una enorme hacha y atacó a Hermenegildo, haciendo que el muchacho se defendiese con una barra de hierro. Yo seguía el combate con interés desde la azotea. Lesso obligaba a Hermenegildo a retroceder pero este último se defendía bien de sus ataques. Lesso no empleaba toda su fuerza y eso enfurecía a Hermenegildo. Llegó un momento en que Hermenegildo resbaló, en ese momento Lesso se abalanzó sobre él hacha en mano mientras gritaba en broma:

—Aquí llega la furia celta.

Elevó el hacha y descargó un golpe sobre Hermenegildo, que yacía en el suelo, éste logró parar el golpe, pero el hacha, manejada con mucha fuerza por Lesso, chocó contra la barra de hierro y la partió. Me asusté y grité. El hacha estuvo a punto de destrozar al chico, pero cuando iba a clavarse en el pecho, Lesso frenó el golpe y se echó a reír, haciendo rabiar a Hermenegildo hasta que éste comenzó a soltar carcajadas.

Les dejé riéndose y peleando; recordé el tiempo pasado cuando de niña, en Arán, jugaba con Fusco y con Lesso. Me dirigí a la parte superior de la casa donde vivía Braulio, desde días atrás notaba que quería decirme algo. Le encontré tras la cocina cortando leña.

—¿Queréis algo?

—Señora, el hombre del norte parece un prófugo de alguna hacienda, si es así podríais tener problemas con mi señor Leovigildo.

—¿Qué propones…? —Yo me fiaba siempre de las opiniones de Braulio.

—Deberíais saber quién es su amo, y plantearle un canje, por joyas o dinero.

Lesso me dio algunos datos de su antiguo amo, y Braulio pudo entender dónde vivía. Unos días más tarde, envié a Braulio con algunas joyas al lugar donde moraba el dueño de Lesso. Éste pareció sorprendido al saber que aquel siervo aún vivía. Nunca había pensado en recuperarlo así que el pago en joyas le vino bien. Braulio regresó con un burdo documento semejante a un pagaré.

XXXVIII.
Los trances

Desde la llegada de Lesso, el norte se había vuelto cercano para mí, a menudo hablaba con él del pasado, pero notaba que guardaba algo, algo que no quería revelar por completo.

Una noche tuve un mal sueño. Aster lloraba un pecado que había cometido contra mí. Yo extendía los brazos para consolarle pero no le alcanzaba, quería decirle que no existía nada que mi amor fuese incapaz de perdonar; él no me oía. Entonces me di cuenta de que en mi visión, Mailoc estaba junto a Aster. Aster decía:

—No supe negarme a ella. Ella cuida de mi hijo, está loca y enferma, piensa que yo soy Valdur.

—Debes reparar eso.

—¿Cómo?

—Cásate con ella.

En mi sueño vi a Uma, me di cuenta de que esperaba un hijo. Lloré de tristeza y de angustia. Cada vez éramos más como el agua y la luna, lejanos el uno del otro.

Por la mañana, busqué a Lesso.

—Tuve un sueño. Ese sueño me dolió mucho.

Callé un momento y dije titubeante:

—Vi a Uma, a Uma con Aster.

Lesso enrojeció.

—¡Escucha, Jana! No te lo he contado todo porque no quería hacerte sufrir. Uma se hizo dependiente de Aster, le perseguía. Cuidaba de su hijo. Aster se creía culpable de la muerte de su hermano, de su marido y de su locura. Sucedió lo que tenía que ocurrir.

—No pudo esperar…

—Él creyó que habías muerto. ¿Recuerdas? Fuimos nosotros, Fusco y yo, quienes le dimos la falsa noticia.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No era capaz de contarte… de contarte eso. Todos sabemos que te fuiste por salvar a los evadidos de Albión. Te guardamos un respeto y yo no era capaz de hablar de ello, porque sabía que ibas a sufrir.

Entendí que mi sueño había sido real, que había visto el pasado. El sufrimiento que parecía dormido reapareció. Estuve varios días enferma y volvieron los trances. La servidumbre se alejaba de mí, me consideraban una bruja, peligrosa y extraña. Sólo Braulio me atendía con devoción, Braulio y Lesso. En mis visiones, Aster se me hacía presente, Uma y Aster, y un infante que no era Nicer. El recién nacido estaba en una cuna y Nicer la movía.

Después seguí teniendo trances en los que veía a través del tiempo. Visiones tangibles y muy vividas me transportaban hasta Aster. En ellas distinguí muchos castros en el norte abandonados y las gentes emigrando hacia Ongar. Se refugiaban en los valles defendidos por las fortalezas. Los godos atacaban los castros y torturaban a las gentes, querían atrapar a los rebeldes y dominar toda aquella área. Sin embargo, no eran capaces de penetrar en lo más hondo de la cordillera de Vindión que se convirtió en un lugar inaccesible y seguro. Ongar llegó a ser una leyenda, y Aster, un ser mítico, cuyo nombre asustaba a los ejércitos visigodos.

Pero Aster sabía que no era suficiente, no bastaba que las tribus del occidente lo siguiesen, le obedeciesen y fortificasen parte de las montañas. Por ello, convocó una gran reunión —el Senado de los pueblos cántabros—; acudieron guerreros de todo lo largo y ancho de la cordillera de Vindión, pueblos que no habían vivido la tiranía de Lubbo porque eran demasiado orientales a Albión, gentes muy distintas de los pueblos del occidente.

Con los ojos del espíritu, percibí el Senado de los pueblos cántabros. A un valle impenetrable para los godos fueron llegando guerreros de distintas tribus. Me parecía estar entre ellos, podía entrever sus ropas y sus armaduras. Vestían grebas de metal para proteger las piernas, pantalones hasta la rodilla, túnicas cortas hasta medio muslo, sobre las que se protegían con corazas de bronce y hierro muy labradas. Algunos tenían un aspecto feroz. Me asusté de un hombre alto, de aspecto aterrador. Incluso sin armas, aquel hombre podía inspirar miedo a sus adversarios. Le llamaron Larus, por las palabras de los otros deduje que aquel gigante capitaneaba a los orgenomescos, el pueblo sediento de muerte. Después se hizo visible ante mí Gausón, de rostro pétreo y de cabello hirsuto, portaba dos lanzas, las armas del dios Lug, su rostro inspiraba miedo. Gausón acaudillaba a los luggones, el pueblo dedicado al dios Lug.

Lideraba a los pésicos un guerrero joven. De noble cuna, era el único superviviente de la matanza que habían causado los godos entre los principales de su pueblo. La tierra de los pésicos estaba ligada a la de los albiones, la caída del gran castro sobre el Eo conllevó la destrucción de esta tribu. Bodecio era el nombre del joven que los representaba.

Además de estos hombres, había allí, en Ongar, representación de toda la tribu y nación cántabra. De una montaña a otra a través de señales con hogueras, todos los pueblos de las montañas habían sido convocados: silenos, avarginos, noegos, moecanos.

—El avance de los godos es ya imparable —dijo Aster—, si no nos unimos, despareceremos como pueblos libres.

—¿Qué propones? —se oyó la voz ronca de Gausón.

—Este invierno, los godos no han entrado en los valles de Ongar porque los hemos protegido con fortalezas y centinelas; pero en la vertiente oriental han conseguido entrar en el círculo montañoso que resguarda Ongar. Hemos perdido algunos hombres. Las montañas de Vindión nos protegerán si nosotros las fortificamos, pero necesitamos que ocupéis los pasos del oriente y mantengáis tropas allí.

El gigante que capitaneaba los orgenomescos habló y su voz sonó enfurecida:

—Los orgenomescos no seremos como aves de corral ocultos en fortalezas. Luchamos cara a cara en campo abierto. Nuestros castros están fortificados. Los orgenomescos somos valientes, nadie se atreverá contra nosotros.

—No pongo en duda tu valentía, Larus, pero los godos tienen armas poderosas, tarde o temprano destruirán los castros y no podréis sobrevivir solos, debemos unirnos y fortificar las montañas. ¿No querrás que tus hijos sean hechos prisioneros y llevados al sur? Eso es lo que ha ocurrido en el oriente.

Entonces Gausón, principal entre los luggones, habló:

—Eso os ha pasado a los albiones, porque os habéis reblandecido. Has aceptado la doctrina de los cristianos, esa doctrina hace a los hombres blandos como mujercillas y hunde a los pueblos. Nosotros, los luggones, somos el pueblo del dios Lug, nadie ha podido derrotarnos nunca.

—Los ritos antiguos han acabado.

—Nosotros adoramos a Lug, el dios de la guerra. Perdisteis Albión porque no le ofrecisteis a Lug los sacrificios y holocaustos que merecía.

Antes de que Aster pudiera replicar, Larus habló:

—Lo que propones, Aster, es de cobardes, yo tengo otro plan —dijo Larus—, atacar cuanto antes a los godos, destruir sus campamentos y sus ciudades. Sembrar tal terror entre ellos que decidan irse de las tierras cántabras y no volver nunca más.

Ante estas palabras dichas con convencimiento y fuerza, todos aclamaron. Aster miró a Mehiar con impotencia y tristeza. No les convencerían nunca. Al oír la palabra cobardía y lucha, una embriaguez de guerra y muerte inundó el valle de Ongar.

—El valle del río de Oro tiene villas de tiempos de los romanos llenas de riquezas, hay ciudades llenas de víveres y pasan cargamentos con oro y plata procedentes del reino suevo. ¿Qué son los godos para la furia cántabra?

Los orgenomescos y los luggones de nuevo gritaron con ansia de batalla. Otros pueblos, los que se habían refugiado bajo la principalía de Aster, callaron, quizá no eran menos valientes pero habían conocido el poder y la crueldad de los godos y no se sentían con fuerza para atacar al poderoso ejército visigodo, frente a frente.

Entonces se oyó la voz firme de Rondal, tío de Aster, sus palabras eran coléricas, dichas en tono fuerte:

—Vosotros, los orgenomescos y los luggones, sois aves de rapiña. Vivís como bandidos, atacando y destruyendo. Dais albergue a los bagaudas que saquean y destruyen nuestros poblados, llevándose las cosechas. Algún día os encontraréis con lo que no queréis.

Gausón y Larus miraron amenazantes a Rondal; en ese momento intervino de nuevo Aster con voz más conciliadora.

—Los pueblos del occidente no los acompañaremos en esa campaña bárbara. Estamos heridos, recuperándonos aún de la caída de Albión y de la tiranía de Lubbo. —Luego continuó—: ¡Que el destino no os conduzca a ver la destrucción de vuestros castros, como me condujo a mí a ver la destrucción del lugar donde nací!

Le miraron como al agorero de las desgracias, pero ante su voz serena y firme no se atrevieron a contradecirle y simplemente replicaron:

—Los orgenomescos y los luggones defenderemos a nuestros hijos, si somos atacados, en la gran fortaleza de Amaia, que es inexpugnable.

—No hay lugar que no se pueda conquistar —dijo Aster, pero los hombres del oriente no le escucharon. Querían la guerra—. Sólo os pido —continuó Aster— que me permitáis fortificar las montañas en el lado este de la cordillera y enviar allí a algunos hombres que guarden esos pasos.

Aster se paró durante unos segundos, presentía el futuro:

—Algún día tendréis que refugiaros allí.

La voz imperturbable de Aster calmó en algo a Larus, éste miró a Gausón y accedió a la petición de Aster.

—Bien —dijo el orgenomesco—, os permitiremos que fortifiquéis los pasos de montaña al oeste, pero no pondréis guardias en ellos. Es nuestro territorio. A cambio de ello, si algún día Amaia fuese cercada, jurad ante los dioses de nuestros antepasados que nos ayudarás con todos los hombres que tengas a tu alcance.

Contemplé el rostro de Aster, preocupado, y oí cómo con voz fuerte juraba ante el Único Posible. Ellos se dieron por satisfechos.

Entonces mi visión se detuvo y me desperté. Lloré porque la faz de Aster, su rostro enflaquecido y lacerado, se había desvanecido en las sombras y deseé, una vez más, estar junto a él y consolarle.

Hacía tiempo que había ya amanecido. Oí fuera a los criados trajinar y busqué a Lesso. Estaba con Braulio cortando leña y trabajando en los jardines detrás de la casa. Al verme se dio cuenta de que le buscaba:

—¿Estás bien, Jana? —me dijo—. Hace días que no te vemos. Mássona ha preguntado por ti. Los niños están asustados al ver a su madre enferma.

—He tenido trances, muchas visiones del norte —dije—, he visto a Aster.

—¿Le has visto?

—En mis trances, ¿recuerdas… ? Siempre he tenido visiones.

—Sí —Lesso sonrió—. Pero pocas veces sabíamos si eran del pasado, del presente o del futuro.

—Creo que eran del tiempo presente.

—¿Qué has visto?

—Vi la reunión del Senado cántabro. Aster intentaba convencerles para que fortificasen los pasos de las montañas. Ellos se negaban y declaraban la guerra al godo.

Entonces le conté mi sueño detalladamente, le expliqué los hombres y los pueblos que había visto y el juramento de Aster.

—Sé que Aster siempre ha buscado la unión de los pueblos del norte frente a los godos. Pero las tribus del nordeste de Vindión confían demasiado en sus castros y en la valentía de sus guerreros. Sin embargo, los del occidente se refugian con Aster en Ongar y le apoyan. Ahora Aster debe de tener todo el dominio del norte menos la región de los orgenomescos y los luggones, estos pueblos son la llave que cierra Vindión. Son pueblos muy salvajes, odian todo lo cristiano, nunca se aliarán con Aster; creen que su prudencia es cobardía. Si son atacados, él tendrá que ayudarles porque, si caen, la entrada a Ongar quedará al descubierto. Eso podría ser su fin.

Callamos. Siempre había pensado que tras mi huida los pueblos del norte serían eternamente libres, pero comprendí con más claridad lo que una vez Aster me había dicho: ninguna acción heroica cambia enteramente el destino de los hombres, el futuro es fruto de muchos azares no siempre previsibles, y entendí una vez más que existe una Providencia ajena a los hombres que solamente conoce el Único Posible.

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